Vida de Rimbaud

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12.05.2013 Views

JEAN-MARIE CARRÉ "¿Tendré una enfermedad de los huesos?", se pregunta a sí mismo el miserable. Entonces hace un supremo esfuerzo. Todo su ser se tiende en un sobresalto de salvaje energía, en una heroica rebelión contra el Destino. Se hace transportar a la estación, lo encaraman al tren. ¿A dónde va? Hacia la chacra de su infancia, a retomar contacto con la tierra. Esta es la pequeña estación de Voncq, y el canal bordeado de tristes álamos. Los empleados del ferrocarril lo descienden con precaución y lo instalan en la sala de espera, pues el coche que viene de Roche está retrasado. Cae la noche. Una fresca bruma envuelve los árboles, esfuma los contornos. Al fin, se oye un tintinear por la ruta y el trotar de la vieja yegua Comtesse. Isabelle salta a sus brazos. Se observan. ¡Cuánto ha cambiado él! Cuando se separaron, ella sólo tenía trece años, y ahora es toda una mujer. ¿Y él? ¡Ah! ¡El sólo es una sombra! "Aquel primer día -escribe ella-, al entrar a su cuarto, el más hermoso de la casa, preparado con infantil cuidado, lanzó esta exclamación sincera y halagadora: ¡Esto es Versalles! De inmediato, allí mismo, fueron deshechos sus baúles, sus chucherías dispuestas, los cuidados necesarios a un enfermo y sus deseos de viajero agotado, todo había sido previsto." Pero tiene frío, tiembla en esta vieja casona húmeda, que no logra caldearse en aquel verano débil y triste. ¡Año triste! Los trigos están helados. Quince días después de su regreso, durante la noche estalla una tormenta terrible, y el granizo devasta los jardines. A1 día siguiente, una escarcha tardía termina con los jardines. Luego, una lluvia persistente, 228

VIDA DE RIMBAUD con su penumbra triste y disolvente, esa lluvia que descorazona y hiela los corazones. Las cosechas, aplastadas, se pudren bajo un cielo pesado, las esperanzas agonizan. Sin embargo Rimbaud reacciona, trata de recobrarse. "Como el permanecer en la casa y en el mismo lugar le era extremadamente desagradable, salía muy a menudo en un coche descubierto. Cada día, a pesar del cansancio y a pesar del mal tiempo, nos pasábamos las tardes paseando. Le agradaba que lo llevasen a los lugares adonde iba la muchedumbre endomingada en los días de fiesta y los domingos; y, sin mezclarse a ella, experimentaba un grato placer al observar sus movimientos, los gestos de las gentes y los cambios operados en las costumbres, en el plazo de diez años.” Pero el mal ganaba terreno: el fémur operado aumentaba de volumen, y el brazo derecho se le endurecía. Como las sacudidas del coche eran para él un verdadero suplicio, debió permanecer en la casa, pero entonces un dolor terrible en las axilas le impedía andar con sus muletas, inmovilizándolo en un sillón. Especialmente las noches, eran un espanto. El insomnio lo apretaba con sus tenazas, vaciando su cerebro. Entonces comenzó a tomar narcóticos, sació su sed con tisanas de adormideras y vivió varios días en extraños sueños. Las persianas cerradas, encendidas las luces, pedía que tocasen un organito y soñaba en alta voz con su vida. "Su enternecida voz, algo lenta -escribe Isabelle-, adquiría acentos penetrantes de belleza; solía entremezclar en su lenguaje expresiones de estilo oriental, y aun frases tomadas de lenguas extranjeras, del Occidente." Después de algunos días de intoxicación, fue presa de las alucinaciones. "Una noche, 229

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con su penumbra triste y disolvente, esa lluvia que <strong>de</strong>scorazona<br />

y hiela los corazones. Las cosechas, aplastadas, se pudren<br />

bajo un cielo pesado, las esperanzas agonizan. Sin<br />

embargo <strong>Rimbaud</strong> reacciona, trata <strong>de</strong> recobrarse. "Como el<br />

permanecer en la casa y en el mismo lugar le era extremadamente<br />

<strong>de</strong>sagradable, salía muy a menudo en un coche <strong>de</strong>scubierto.<br />

Cada día, a pesar <strong>de</strong>l cansancio y a pesar <strong>de</strong>l mal<br />

tiempo, nos pasábamos las tar<strong>de</strong>s paseando. Le agradaba que<br />

lo llevasen a los lugares adon<strong>de</strong> iba la muchedumbre endomingada<br />

en los días <strong>de</strong> fiesta y los domingos; y, sin mezclarse<br />

a ella, experimentaba un grato placer al observar sus movimientos,<br />

los gestos <strong>de</strong> las gentes y los cambios operados en<br />

las costumbres, en el plazo <strong>de</strong> diez años.”<br />

Pero el mal ganaba terreno: el fémur operado aumentaba<br />

<strong>de</strong> volumen, y el brazo <strong>de</strong>recho se le endurecía. Como las<br />

sacudidas <strong>de</strong>l coche eran para él un verda<strong>de</strong>ro suplicio, <strong>de</strong>bió<br />

permanecer en la casa, pero entonces un dolor terrible en las<br />

axilas le impedía andar con sus muletas, inmovilizándolo en<br />

un sillón. Especialmente las noches, eran un espanto. El<br />

insomnio lo apretaba con sus tenazas, vaciando su cerebro.<br />

Entonces comenzó a tomar narcóticos, sació su sed con<br />

tisanas <strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ras y vivió varios días en extraños sueños.<br />

Las persianas cerradas, encendidas las luces, pedía que<br />

tocasen un organito y soñaba en alta voz con su vida. "Su<br />

enternecida voz, algo lenta -escribe Isabelle-, adquiría acentos<br />

penetrantes <strong>de</strong> belleza; solía entremezclar en su lenguaje<br />

expresiones <strong>de</strong> estilo oriental, y aun frases tomadas <strong>de</strong> lenguas<br />

extranjeras, <strong>de</strong>l Occi<strong>de</strong>nte." Después <strong>de</strong> algunos días <strong>de</strong><br />

intoxicación, fue presa <strong>de</strong> las alucinaciones. "Una noche,<br />

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