Vida de Rimbaud
Vida de Rimbaud Vida de Rimbaud
JEAN-MARIE CARRÉ ridas, separarse del fiel Djami, el buen sirviente, el compañero de la buena y de la mala fortuna, todo eso le parecía mucho más duro. Sin duda, había sufrido en esta tierra apenas civilizada, que tantas veces maldijera en los momentos de descorazonamiento y de impaciencia, pero, en su fuero interno, estaba secretamente orgulloso de la obra cumplida, y cuando se encontraba solo en la parte trasera de su tienda, cerca de los libros de cuentas, su mirada solía acariciar complaciente la bolsa de oro que se redondeaba en la sombra. Esta fortuna, ;con cuánta alegría hubiese debido llevarla, a su hora, y siempre acrecentada hasta sus últimas fuerzas, para vivir al fin en paz, en un hogar próspero y bendecido! El Destino lo había decidido de otra manera, y fue con el corazón emocionado que le dijo adiós a su casa, a su pasado. Se hizo fabricar una angarilla recubierta por una cortina de cuero, y dieciséis indígenas lo transportaron a la costa: fue un viaje horrible. "El segundo día, como me adelantara mucho a la caravana, fui sorprendido en un lugar desierto por una lluvia, bajo la cual permanecí extendido durante dieciséis horas, bajo el agua, sin abrigo y sin posibilidades de moverme: esto me hizo mucho daño. Durante el trayecto jamás pude levantarme de mi angarilla. Por encima mío extendían la carpa, allí en el mismo lugar donde me depositaban; y cavando un agujero con mis propias manos, junto al borde de la angarilla, dificultosamente lograba ponerme de lado para hacer mis necesidades en este agujero, que luego cubría con tierra.” De acuerdo a una página de notas garabateadas día tras día, desde el 7 al 17 de abril de 1891, es fácil completar el 222
VIDA DE RIMBAUD relato. El descenso desde las altas mesetas fue atroz. Los hombres que lo transportaban resbalaban; las parihuelas, mal ajustadas, se dislocaban y amenazaban romperse. Rimbaud sufría todos estos contratiempos. Cierta vez procuró subir a una mula, extendieron horizontalmente la pierna enferma, que ató al cuello del animal, pero el dolor fue intolerable y debió volver a la angarilla. Se levantó un furioso viento, anunciador de tormenta, y pronto el cielo se encapotó, se cubrió de nubes que repentinamente estallaron, cayendo en verdaderas cataratas sobre los remolinos de arena. La tempestad pasó con un prolongado rugido hacia el desierto. La caravana se diseminó. Los camellos se retrasaron junto con las provisiones del enfermo, que así se encontró privado de todo alimento durante treinta horas. ¡Agreguemos a esto los incidentes de la ruta, las discusiones con los angarilleros descontentos y agotados! Cierto día, éstos depositaron tan brutalmente las parihuelas en el suelo, que Rimbaud, a consecuencia del golpe y el consecuente dolor, casi se desvanece. Entonces se enojó, los avergonzó de su impaciente falta de habilidad, les impuso un castigo que se tradujo en la retención de la paga. A menudo, en esta suprema lucha contra los elementos y los hombres, perdía valor y desesperaba de llegar alguna vez. ¡Qué contraste el de esta horrible correría, en medio de la tempestad, esta retirada de un vencido a través del desierto, con el paseo sereno y fúnebre, la partida tristemente triunfal del "Santo", del "Mártir" que imaginó Paterne Berrichon "en medio de las protestas y las genuflexiones de. los pueblos en lágrimas reducidos por su luminosa bondad!" 223
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relato. El <strong>de</strong>scenso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las altas mesetas fue atroz. Los<br />
hombres que lo transportaban resbalaban; las parihuelas, mal<br />
ajustadas, se dislocaban y amenazaban romperse. <strong>Rimbaud</strong><br />
sufría todos estos contratiempos. Cierta vez procuró subir a<br />
una mula, extendieron horizontalmente la pierna enferma,<br />
que ató al cuello <strong>de</strong>l animal, pero el dolor fue intolerable y<br />
<strong>de</strong>bió volver a la angarilla. Se levantó un furioso viento,<br />
anunciador <strong>de</strong> tormenta, y pronto el cielo se encapotó, se<br />
cubrió <strong>de</strong> nubes que repentinamente estallaron, cayendo en<br />
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pasó con un prolongado rugido hacia el <strong>de</strong>sierto. La<br />
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Entonces se enojó, los avergonzó <strong>de</strong> su impaciente<br />
falta <strong>de</strong> habilidad, les impuso un castigo que se tradujo en la<br />
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los elementos y los hombres, perdía valor y <strong>de</strong>sesperaba<br />
<strong>de</strong> llegar alguna vez.<br />
¡Qué contraste el <strong>de</strong> esta horrible correría, en medio <strong>de</strong><br />
la tempestad, esta retirada <strong>de</strong> un vencido a través <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto,<br />
con el paseo sereno y fúnebre, la partida tristemente<br />
triunfal <strong>de</strong>l "Santo", <strong>de</strong>l "Mártir" que imaginó Paterne Berrichon<br />
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