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VIDA DE RIMBAUD<br />
A1 día siguiente, los dos amigos realizaron un paseo por<br />
los alre<strong>de</strong>dores. Mientras <strong>de</strong>scribía su vida y sus pesares en la<br />
isla <strong>de</strong> Chipre, <strong>Rimbaud</strong> manifestó su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> regresar allá.<br />
Las regiones templadas eran ya <strong>de</strong>masiado frías para él. Como<br />
Delahaye se extrañara al verlo estremecerse con las primeras<br />
brisas <strong>de</strong>l otoño, le recordó las antiguas correrías en la<br />
nieve: "Ahora -dijo- ya no puedo hacerlo; mi temperamento<br />
se modifica. Necesito regiones cálidas, por lo menos la orilla<br />
<strong>de</strong>l Mediterráneo".<br />
Pero ya se acerca el invierno. Lo castiga el viento <strong>de</strong> Argonne,<br />
tiembla ante las brumas <strong>de</strong>l valle <strong>de</strong>l Aisne, se pasa<br />
horas enteras, friolento, acurrucado en un rincón <strong>de</strong>l establo,<br />
cerca <strong>de</strong> los cor<strong>de</strong>ros.<br />
¡Paciencia, paciencia! La vida no es nada alegre en Roche;<br />
la madre es áspera y severa, como siempre, pero ¿acaso<br />
no se siente bien al calor en la caballeriza, junto a la yegua<br />
Con<strong>de</strong>sa y el abuelo Miguel, aquel viejo sirviente luxemburgués<br />
que cuida los animales? Y esperando volver a partir<br />
para Chipre, y a fin <strong>de</strong> engañar su aburrimiento invernal, va<br />
<strong>de</strong> tanto en tanto "a dar una vueltita" por Charleville.<br />
Una noche -en vísperas <strong>de</strong> su partida-, uno <strong>de</strong> sus amigos,<br />
Ernest Millot, lo invita a pasar una velada con Louis<br />
Pierquin, en un cafecito <strong>de</strong> la plaza Ducal. <strong>Rimbaud</strong> aparece,<br />
hacia las ocho, reluciente con su traje flamante. (Se había<br />
comprado este traje a escondidas <strong>de</strong> su familia, rogándole al<br />
sastre que le hiciera llegar la factura a su madre.) Como Ernest<br />
Millot felicitara a Pierquin por haber comprado cierta<br />
cantidad <strong>de</strong> libros editados por Lemerre, apostrofó a este<br />
último: "Ése sí que es dinero perdido. Comprar libros y,<br />
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