Vida de Rimbaud
Vida de Rimbaud Vida de Rimbaud
JEAN-MARIE CARRÉ bien y del mal, que se disputan, se arrancan el alma del poeta. ¿Ángel o demonio, elegido o condenado?, es lo que pregunté al iniciar este libro. No es ni lo uno ni lo otro. Es un hombre, pero un hombre heroico, de insaciable avidez, dotado de sobrehumano poder de rebelión y de renunciamiento, desesperadamente hambriento de bien y saboreando en el mal, una embriagadora y salvaje voluptuosidad. Hay en él un pagano y un cristiano, pero no es el cristiano el que vence. El infierno es la rebelión del pagano, del bárbaro, del "negro", tal como él dice, del "hijo del sol", contra la moral, la tradición, la tierna servidumbre del cristianismo. Suplicio atroz y desgarrador. ¡Ah, si el Cristo no hubiese llegado! No habría existido el pecado. El hombre habría conocido eternamente la alegría de vivir. La naturaleza primitiva se hubiese desplegado, lejos de las éticas artificiales, de las constricciones y de las disciplinas embusteras. Dos voces se levantan, la que ya se escuchara en su poema mitológico: Sol y carne, la voz de Venus, "divina madre. Afrodita marina"; y otra, la de Jesús, que en la amarga ruta "nos unce a la cruz". ¡Maldito bautismo!, él fue quien creó el sismo en su alma indomable. En él, dos hombres responden: Credo in unam... Credo in unam Deum. Está expuesta al asalto de las fuerzas hostiles. El verdadero, el primitivo, en él, es aquel que se prevale de su mala sangre. "De mis antepasados galos tengo el ojo azul claro, el cerebro estrecho y la torpeza en la lucha... De ellos, tengo la idolatría y el amor por lo sacrílego; ¡oh!, todos los vicios, cólera, lujuria-magnífica, la lujuria-, especialmente mentira y pereza." El verdadero Rimbaud es el que grita: 126
VIDA DE RIMBAUD "Pastores, profesores, maestros, se engañan ustedes al entregarme a la justicia. Jamás pertenecí a este pueblo; jamás fui cristiano; soy de la estirpe de los que cantaban en el suplicio; no comprendo las leyes; no tengo sentido moral, soy un bruto." Él mismo lo dice, es "un animal, un negro". Pero otra voz clama en él: "Los blancos desembarcan. ;Al cañón! Hay que someterse al bautismo, vestirse, trabajar. En el pecho he recibido el golpe de gracia." Y muy pronto presurosa, ávida, exaltada, esta voz procura dominar el canto de los antepasados. "Sólo el amor divino concede las llaves de la ciencia. Veo que la naturaleza sólo es un espectáculo de bondad. ¡Adiós quimeras, ideales, errores! El canto razonable de los ángeles se eleva del navío del salvador: es el amor divino... La razón ha nacido en mí. El mundo es bueno. Bendeciré la vida. Amaré a mis hermanos. Ya no son éstas las promesas de la infancia. Ni la esperanza de escapar de la vejez, ni de la muerte. Dios crea mi fuerza y yo bendigo a Dios.” Sin embargo, el maldito grita a su vez: "No creo estar comprometido en una boda, con Jesucristo por suegro... He dicho Dios. Quiero la libertad en la salvación." A partir de entonces se desarrolla el terrible combate entre la eterna afirmación y la eterna negación, tal como en las famosas páginas de Carlyle. Pero el duelo interior de Sartor Resartus no posee la desesperada rudeza ni la magnitud alucinatoria de la Noche de Infierno. Todas las fases de la batalla entre los demonios y los arcángeles se suceden aquí entrechocadas, violentas, en una lívida claridad. Noche de vértigo, de tormenta, plena de blasfemias y de rezos, entrecruzada por es- 127
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JEAN-MARIE CARRÉ<br />
bien y <strong>de</strong>l mal, que se disputan, se arrancan el alma <strong>de</strong>l poeta.<br />
¿Ángel o <strong>de</strong>monio, elegido o con<strong>de</strong>nado?, es lo que pregunté<br />
al iniciar este libro. No es ni lo uno ni lo otro. Es un hombre,<br />
pero un hombre heroico, <strong>de</strong> insaciable avi<strong>de</strong>z, dotado<br />
<strong>de</strong> sobrehumano po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> rebelión y <strong>de</strong> renunciamiento,<br />
<strong>de</strong>sesperadamente hambriento <strong>de</strong> bien y saboreando en el<br />
mal, una embriagadora y salvaje voluptuosidad.<br />
Hay en él un pagano y un cristiano, pero no es el cristiano<br />
el que vence. El infierno es la rebelión <strong>de</strong>l pagano, <strong>de</strong>l<br />
bárbaro, <strong>de</strong>l "negro", tal como él dice, <strong>de</strong>l "hijo <strong>de</strong>l sol",<br />
contra la moral, la tradición, la tierna servidumbre <strong>de</strong>l cristianismo.<br />
Suplicio atroz y <strong>de</strong>sgarrador. ¡Ah, si el Cristo no<br />
hubiese llegado! No habría existido el pecado. El hombre<br />
habría conocido eternamente la alegría <strong>de</strong> vivir. La naturaleza<br />
primitiva se hubiese <strong>de</strong>splegado, lejos <strong>de</strong> las éticas artificiales,<br />
<strong>de</strong> las constricciones y <strong>de</strong> las disciplinas embusteras.<br />
Dos voces se levantan, la que ya se escuchara en su poema<br />
mitológico: Sol y carne, la voz <strong>de</strong> Venus, "divina madre.<br />
Afrodita marina"; y otra, la <strong>de</strong> Jesús, que en la amarga ruta<br />
"nos unce a la cruz". ¡Maldito bautismo!, él fue quien creó el<br />
sismo en su alma indomable. En él, dos hombres respon<strong>de</strong>n:<br />
Credo in unam... Credo in unam Deum. Está expuesta al<br />
asalto <strong>de</strong> las fuerzas hostiles.<br />
El verda<strong>de</strong>ro, el primitivo, en él, es aquel que se prevale<br />
<strong>de</strong> su mala sangre. "De mis antepasados galos tengo el ojo<br />
azul claro, el cerebro estrecho y la torpeza en la lucha... De<br />
ellos, tengo la idolatría y el amor por lo sacrílego; ¡oh!, todos<br />
los vicios, cólera, lujuria-magnífica, la lujuria-, especialmente<br />
mentira y pereza." El verda<strong>de</strong>ro <strong>Rimbaud</strong> es el que grita:<br />
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