Seducida por la Magia 12/09 - Autoras en la sombra

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SEDUCIDA POR LA MAGIA
Cheyenne McCray

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escrita de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual.
Título original: Seduced by Magic
Traducción: Silvina Merlos
© 2006 Cheyenne Mccray. Reservados todos los derechos
© 2007 ViaMagna 2004 S.L. Editorial ViaMagna. Reservados todos los derechos.
© 2007 por la traducción Silvina Merlos. Reservados todos los derechos.
Primera edición: Octubre 2007
ISBN:978-84-96692-64-0
Depósito Legal: M-40260-2007
Impreso en España / Printed in Spain
Impresión: Brosmac S.L.
© Valery
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A mi esposo, Frank Federici:
después de veinte años, la magia aún continúa allí.

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Agradecimientos
Gracias, como siempre, a las personas especiales en mi
vida. A mi madre y a mi padre, por su apoyo. A mis hijos, por
darme el tiempo para escribir cuando me apremia la fecha de
entrega. Y a mis amigos, por estar siempre presentes cuando
los necesito. ¡Y gracias a Dios por las cafeterías y las librerías
donde poder escribir cuando necesito escapar!
Muchísimas gracias a Peggy Phillips por su ayuda con
la lectura de cartas de Tarot.
Especialmente gracias, una vez más, a mi editora,
Monique Patterson, junto con mis maravillosos críticos: Annie
Windsor, Mackenzie McKade y Patrice Michelle. No podría
haberlo logrado sin alguno de vosotros.

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Quince meses antes
Capítulo 1
San Francisco
Copper Ashcroft atravesaba la noche cubierta de niebla
de San Francisco y se estremecía. Todo se veía y se sentía
exactamente como en la visión de su sueño.
Ramillas y cantos rodados crujían debajo de sus zapatos
deportivos al bajar por el oscuro sendero hasta el trecho sagrado
de playa que había abajo. Iluminaba el camino solo con la luz
de su varita. Esa noche había luna nueva y una niebla del demonio.
No obstante, conocía el camino y no se detuvo.
Sus brazos se tensaban mientras apretaba el cofre de
madera tallada que contenía las herramientas de su oficio al
mismo tiempo que llevaba su varita. Respiraba tranquila. Estaba
en forma porque se ejercitaba con frecuencia, jugaba al
baloncesto y tonificaba los músculos con un buen trabajo en
el gimnasio. Había sido estrella de pista y primera anotadora
de puntos en la secundaria, así como también primera lanzadora
en el equipo de los California Bears en UC Berkeley durante
sus años de estudiante universitaria.
Copper tropezó con una raíz y casi cae en el camino.
Hizo una mueca y se estabilizó.
—¡Jesús! —murmuró. Sabía que la raíz estaba allí—.
Desgraciadamente, estar en forma no me hace menos torpe.
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Zephyr zumbaba en su oído, pero ella ignoraba a su
duende abeja. Sentía que Zeph estaba triste porque intentaba
realizar sola ese ritual de luna, pero en la visión de su sueño
Copper llevaba a cabo la ceremonia sin nadie más alrededor.
Por alguna razón, la diosa quería que lo hiciera sola.
Avanzó por el sendero de tierra hasta la arena cuando
llegó a la pequeña porción de playa que solo conocían las brujas
del aquelarre D’Anu, al cual pertenecía. Su aquelarre era
uno de los trece diseminados por los Estados Unidos. Existían
muchos más en el mundo que trabajaban para mantener las
ciudades en las que habitaban a salvo de la magia oscura. Descendientes
de los antiguos druidas, las d’anus eran brujas poderosas
que solo utilizaban magia blanca.
Bueno, excepto Copper y su hermana, Silver. Las hermanas
creían en utilizar la magia gris para proteger su mundo
de los males que acosaban a los inocentes. Si su padre lo descubría...
tendrían serios problemas. Victor Ashcroft era un
sumo sacerdote del aquelarre de los d’anus en Salem, Massachussets,
y era un hombre bastante imponente. Su madre,
Moondust, era un ser más etéreo, la calma en la tormenta,
aunque estaría de acuerdo con su padre.
Según Copper, la magia blanca sola no era lo suficientemente
poderosa. Era un tanto rebelde cuando le tocaba elegir
entre blanco y gris y no le temía al gris o alguna vez deslizarse
al negro.
Con la magia blanca, sus habilidades estaban limitadas.
Varios de los d’anus podían influir en el clima pero no se
atrevían a modificar el equilibrio natural. La mayoría podía
curar y trabajar con animales, «hablar a través de los árboles»
y hacer que las plantas crecieran vertiginosamente —incluso
con la suficiente rapidez como para apresar a un enemigo.
Útil pero... no lo suficientemente fuerte.
La arena se movía debajo de los zapatos deportivos de
Copper mientras transportaba el cofre en sus brazos y lo llevaba
por la pequeña playa. Sus pantalones tejanos se sentían
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ajustados y cómodos y su camiseta cortada dejaba que el fresco
de la noche rozara su vientre plano. A lo lejos podía ver una
parte del Golden Gate; sus luces serpenteaban hacia arriba y
hacia abajo en la oscuridad. Una sirena de niebla se agregaba a
la singularidad espeluznante de la noche y, a pesar del sonido
conocido, la carne de gallina le pinchaba la piel y los pequeños
cabellos de la nuca se le erizaban.
Copper recordó el viejo Grimoire que ella y Silver habían
utilizado para aprender magia gris. La señora Illes se lo
había regalado antes de pasar a la Tierra Estival, y Silver aún
lo tenía. El antiguo libro lucía suficientemente inofensivo,
pero los hechizos que había dentro... Copper lo descubrió
cuando intentó invocar la marea y casi acaba por inundar la
ciudad. La magia gris tenía el potencial de llevar todo el orden
natural al demonio. La magia gris podía ser de mucha ayuda,
pero también podía causar daños indirectos, como lastimar a
un ser vivo o trastocar la voluntad natural de un ser.
Si algún miembro d’anu sospechara que Copper y Silver
practicaban magia gris, las echaría a ambas a patadas del
aquelarre. Ni siquiera se permitía utilizar el arte para localizar
delincuentes.
Además, la magia gris también implicaba un riesgo
fuerte para la mayoría de las brujas. Muchos creían que había
una línea tan delgada entre el gris y el negro que las brujas grises
podían sentir el poder increíble que ofrecía la oscuridad. Si
una bruja gris llegaba a comprometerse de manera muy emocional
—su propia ira, deseo y necesidad— los hechizos podrían
acercarse al negro. Podría llegar a utilizar la magia para beneficio
y poder personal en lugar del bien general.
Al rozar el gris, Copper podía sentir la corriente inconmensurable
y poderosa y la fuerza de la magia oscura. Sin embargo,
eso no inquietaba a Copper. Se sumergía en la magia gris.
No tenía dudas de que no se inclinaría al lado oscuro sin importar
lo profundo que fluyera su magia gris. Silver no estaba tan
segura y no era una bruja gris tan fuerte como lo era Copper.
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Un nudo retorcía el estómago de Copper al admitir un
breve arrebato de por qué creía de manera tan ferviente en la
magia gris. Una amiga de la infancia, Trista, fue asesinada
cuando Copper tenía dieciséis años. Si Copper hubiera sido
una bruja gris fuerte en aquel momento, sabía con cada fibra
de su ser que habría podido salvar a Trista.
Copper apartó el pensamiento y la amenaza del llanto.
Cuando llegó a su parte preferida de la orilla, se inclinó y dejó
caer el cofre produciendo un ruido sordo que casi se perdió
con el sonido de las olas que golpeaban contra la orilla. El
viento desde el agua traía olor a pescado y a sal.
Al ponerse de rodillas delante del cofre sintió otro olor
que hizo que se detuviera. Su piel se erizaba otra vez.
—¿Wolfsbane? —murmuró.
Negó con la cabeza agitando con el movimiento el cabello
de color cobre que le llegaba a los hombros.
«Tu imaginación va a toda marcha, nena», pensó.
Mientras sostenía con firmeza la varita en una mano,
Copper manejaba con torpeza la cerradura del cofre con la
otra, pero al final, logró abrir de golpe el pestillo oxidado.
—En verdad necesito aceitarlo —masculló. Era una de
esas cosas que tendían a encontrarse en la última parte de la
lista de prioridades.
Las bisagras crujieron cuando abrió la tapa del baúl y la
muchacha le echó un vistazo al contenido. Zephyr aterrizó en
la curva de su oreja justo cuando la varita se deslizaba de sus
dedos y caía en el interior. Perdió la concentración y la luz de
la varita se apagó.
—Por el amor de los antepasados —sus pendientes de
estrellas de cinco puntas de cobre oscilaban contra el cuello
mientras hurgaba dentro del cofre hasta que sus dedos encontraron
la varita. Nunca era torpe con la magia pero tenía cierta
tendencia a que se le cayeran algunas cosas y tirar otras.
La varita era de cobre y tenía una contera de cristal de
cuarzo redondo en un extremo y cristal de cuarzo puntiagudo
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en el otro. La cogió con firmeza en la mano y frunció el ceño
cuando el cristal no volvió a iluminarse de inmediato. Concentró
su energía mágica en la varita. Esta vez, una luz dorada
brilló desde el cristal e hizo que la estrella de cinco puntas del
grueso brazalete de cobre pareciera brillar en su muñeca. No
sabía qué haría sin la varita —su magia era poderosa, pero
solo con la varita. La magia de su mano no era tan buena.
Copper colocó la varita en la ranura de un rincón del
baúl desde donde continuaba derramando su luz dorada por la
arena y hacía que los granos brillaran como polvo faerie.
Con rapidez, se quitó la ropa, arrojó la camiseta, el sujetador,
los zapatos deportivos, los calcetines, los pantalones
tejanos y el cinturón en una pila sobre la arena. Aunque la
brujería ayudaba a mantener la mayor parte del frío acorralado,
el viento frío de San Francisco le azotaba el cuerpo y provocaba
que sus pezones se pusieran tensos. Se apresuró para
deslizarse dentro de una reluciente bata color tierra que tomó
del cofre y la envolvió alrededor de su cuerpo.
Copper cogió las provisiones, solo se le cayeron una
vela y el quemador de incienso al alejarse unos pasos hacia
donde proyectaría el círculo. Después de recuperar todo lo
que necesitaba, colocó cada una de las velas en los puntos
cardinales —amarilla para el Aire al este, roja para el Fuego
al sur, azul para el Agua al oeste y verde para la Tierra
al norte.
Arregló el altar con cuidado de no derramar el cáliz
mientras lo llenaba de agua purificada. Cuando intentaba coger
con la mano la bolsa llena de granos de sal, su brazo rozó
el cáliz y lo inclinó. El corazón latía mientras dejaba caer la
bolsa para coger el recipiente antes de que cayera y perdiera el
contenido por completo. Con un suspiro de alivio soltó el terrible
apretón con el que sostenía el cáliz y recuperó la bolsa
para verter la sal que representaba la Tierra en un pequeño
plato. «Ya casi está», pensó. Con su magia, encendió una vela
negra que representaba ambas cosas, la Luna nueva y el Fue-
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go y luego quemó incienso canela para el Aire. Por supuesto,
el cáliz lleno representaba el Agua.
Cuando Copper terminó los preparativos, recuperó la
varita brillante y se puso de pie dentro del círculo de velas.
Respiró hondo. Todo lo que acababa de hacer era una rutina,
sin embargo, estaba... diferente. Se sentía como en la visión
del sueño que había tenido la noche anterior y la colmaba un
sentimiento de urgencia. Algo terrible, muy terrible estaba
por suceder en San Francisco... a menos que ella encontrara
una manera de detenerlo.
Copper se preparó para proyectar el círculo protector.
—Diosa, necesito tu ayuda para conocer tanto como
pueda acerca de los peligros a los que sé que los d’anus se enfrentarán.
«Informaré a Silver y al aquelarre sobre la visión de mi
sueño una vez que tenga más que decir», pensó.
Se colocó en el centro mientras fijaba la vista en el océano,
respiró profundamente y liberó toda la tensión de su
cuerpo. La varita se sentía cálida en la mano por la magia que
la colmaba. El brillo dorado que arrojaba parecía el sol de la
mañana temprana que centelleaba sobre la superficie menos
calma del agua. Era momento de proyectar el círculo y llevar a
cabo el ritual de la Luna.
En el ritual, le pedía ayuda a la diosa para cualquier
mal que llegara a su camino y que le mostrara una visión de lo
que estaban por afrontar. Copper no era vidente, solo podía
tener visiones a través de los sueños como dote de adivinación.
Pero a veces —bueno, rara vez, pero aún así— la diosa le
mostraba visiones cuando llevaba a cabo un ritual de Luna.
Copper respiraba profundamente y dejaba que todos
los olores de la noche la invadieran. Sin duda había una diferencia
entre los olores de la noche y del día, como si la luna
echara su propio perfume delicado sobre el mundo, incluso
cuando estaba cubierta.
Zeph trepó hasta la parte superior de su oreja mientras
ella se preparaba para proyectar el círculo. Ya sentía que la
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magia se mezclaba con la de ella. Pero también sentía la angustia
que provenía del duende.
—¿Qué sucede? —le preguntó. Deseaba que pudiera
hablar en voz alta. Pero solo podía sentir su agitación, como si
estuviera preocupado por algo.
Volvió a concentrar su atención, dejó que la bata marrón
tierra cayera de sus hombros y brazos para desplomarse
a sus pies en una pila satinada y dejó que el viento zarandeara
su cuerpo desnudo. La arena se escurría entre los dedos de los
pies mientras ampliaba su postura hasta el ancho de los hombros,
dejó su sexo desnudo para que la brisa de la noche lo acariciara
mientras esa misma ráfaga de aire le endurecía los pezones.
El cabello largo hasta los hombros coqueteaba en la
nuca y la hacía temblar por la combinación de sensaciones.
Copper levantó la varita para comenzar a proyectar el
círculo cuando una sensación de poder oscuro le recorrió la
espalda; Zeph se puso frenético. Sus alas zumbaban. El olor al
acónito era fuerte esta vez, muy fuerte.
Una presencia detrás de ella.
Alguien... alguien la miraba.
Zephyr ejecutó un zumbido de advertencia. Copper
apretó la varita con más firmeza. ¿Debía intentar proyectar el
círculo con rapidez para alejar el mal o enfrentarse a lo que
fuera que estuviera detrás de ella?
Estaba segura de que no tenía tiempo de cerrar el círculo.
Giró y levantó la varita para que su luz pudiera cegar a
cualquier ser que se le acercara de manera sigilosa y para utilizar
la magia de la varita si fuera necesario.
El pulso de Copper comenzó a acelerarse. A unos tres
metros de ella había un hombre de pie. Un hombre tan guapo
que podría quitarle la respiración, con ojos tan negros como su
cabello, pómulos altos y un hoyuelo en su mentón cuadrado.
Alrededor del cuello, en una gruesa cadena, pendía un
ojo de piedra que resplandecía a la luz de la varita de Copper y
brillaba con un rojo profundo. Mirarla hizo que se le revolviera
el estómago antes de que el rojo se apagara con lentitud.
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Lo que más le llamó la atención fue el poder contenido
que emanaba del hombre. Un poder tan intenso y oscuro que
Copper casi retrocede. No obstante, se mantuvo firme. Con
una inclinación del mentón, entrecerró los ojos y se enfrentó
a lo que estaba segura era un brujo implacable e increíblemente
poderoso.
—Vete —dijo Copper, afianzando su magia al mismo
tiempo—. Este lugar es sagrado. No perteneces aquí.
El brujo sonrió, fue una sonrisa tan sensual como siniestra.
—Por fin... una bruja digna de mi tiempo y mis enseñanzas
—hizo una pausa y llevó la mano hasta la piedra que
tenía en el cuello. El brillo rojo regresaba y se perdía entre sus
dedos. Hizo una leve inclinación de cabeza, como en respuesta
a algún tipo de comunicación con el ojo.
—Sí. Hay otra... Tienes una hermana cuyo poder es
tan grande como el tuyo y recorre la línea de la magia gris del
mismo modo que tú. Solo que ella es más... vulnerable.
Al nombrar a su hermana, un frío estremecimiento recorrió
a Copper y debió erguir la columna.
—¿Quién eres? —intentaba ignorar la fuerza del viento
mientras miraba al brujo. Era el mal con el que había soñado.
Era con lo que... no, con quien tenía que luchar para salvar
todo lo que amaba.
Debía librarse de él antes de que destruyera lo que era
bueno y puro. ¿Pero cómo?
Zephyr profirió un zumbido de enfado y ella sintió un
deseo de herir al hombre delante de ella.
—No —murmuró—. Detente.
El hombre levantó la mano y la llamó. Sintió el poder
de su roce en su cuerpo desnudo. Fue como si su mano desnuda
la acariciara y tocara cada parte íntima de ella. Él dio un
paso hacia adelante.
—Soy Darkwolf.
—Bien, Darkwolf —dijo mientras el brillo se intensificaba
desde el extremo puntiagudo de su varita—. Detente ahí
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mismo o haré que desees haberte quedado en la alcantarilla de
la que has salido arrastrándote.
—No lo creo —se acercó y levantó la mano de tal manera
que su palma quedó frente a ella.
Estaba segura de que sabía con exactitud lo que la diosa
quería que hiciera para mantener a todos a salvo. Con prisa,
Copper cantó:
Diosa, dame poder esta noche.
Envía la fuerza de la Luna para que me ayude a luchar.
Que los antepasados bendigan esta varita y la conviertan
en espada.
¡Para enviar este mal al Otro Mundo!
La luz ardía en la varita de Copper, tan brillante que la
cegaba incluso a ella. El poder la inundó, el poder de los antepasados,
de la diosa. Sin embargo, necesitaba más: la magia
gris que siempre tenía en ristre.
Vertió la magia gris en el hechizo con todo lo que tenía.
Un instante después, algo brilló delante de ella. Algo
alienígena. Algo que no podía provenir solo del brujo.
¿Del ojo?
El hechizo golpeó la protección mágica que era tan
fuerte que su magia rebotó. El hechizo volvió a saltar directamente
hacia ella. Antes de que tuviera tiempo de crear una
protección de hechizo, su propia magia la golpeó y la arrojó
hacia lo alto, al aire...
Caía... caía... caía...
En la luz del sol. En el soplo de la primavera.
Cayó boca abajo con la piel desnuda sobre el césped más
suave que había sentido alguna vez. Su rico perfume y la piedra
caliza oscura llenaron sus sentidos junto con el perfume de los
pétalos de las rosas. De manera imprecisa oía el sonido de
Zephyr que zumbaba y la música más débil... la canción faerie.
Intentó levantar la cabeza, pero la música de las faeries
se volvió aún más débil. La luz desapareció. La oscuridad llegó
y la arrebató en alas veloces.