Diosero

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12.05.2013 Views

el doctor a si mismo, mientras un bostezo ahogaba sus ultimas palabras…Mas luego de despezarse, añadió de buen talante-: ¿Por que se no ocurre a algunos hombres ser médicos? Iré, muchacho, iré luego, no faltaba más... ¿Está bueno e camino hasta tu pueblo? -Bueno, parejito, como la palma de la mano… El médico guardó en su maletín algunos instrumentos niquelados, una jeringa hipodérmica y un gran paquete de algodón; se caló su viejo "panamá", echó "a pico de botella" un buen trago de mezcal, aseguró sus ligas de ciclista sobre las "valencianas" del pantalón de dril y montó en su bicicleta mientras escuchaba a Simón que decía: -Entrando por la zurda, es la casita más repegada a la loma. Cuando Simón llegó a su choza, lo recibió w vagido largo y agudo, que se confundió entre el cacareo de las gallinas y los gruñidos de "Mit-Chueg" el perro amarillo y fiel. Simón sacó de la copa de su sombrero un gran pañuelo de yerbas; con él se enjugó el sudor que le corría por las sienes; luego respiró profundo mientras empujaba tímidamente la puertecilla de la choza. Crisanta, cubierta con un sarape desteñido, yacía sosegada. Altagracia retiraba ahora de la lumbre una gran tinaja con agua caliente, y el médico, con la camisa remangada, desmontaba la aguja de la jeringa hipodérmica. -Hicimos un machito -dijo con voz débil y en la aglutinante lengua zoque Crisanta cuando mir6 a su marido. Entonces la boca de ella se iluminó con el brillo de dos hileras de dientes como granitos de elote. 13

-¿Macho? -preguntó Simón orgulloso-. Ya lo decía yo ... Tras de pescar el mentón de Crisanta entre sus dedos toscos e inhábiles para la caricia, fue a mirar a su hijo, a quien se disponían a bañar el doctor y Altagracia. El nuevo padre, rudo como un peñasco, vio por unos instantes aquel trozo de canela que se debatía y chillaba. -Es bonito -dijo-: se parece a aquélla en lo trompudo -y señaló con la barbilla a Crisanta. Luego, con un dedo tieso y torpe, ensayó una caricia en el carrillo del recién nacido. -Gracias, doctorcito... Me ha hecho usté el hombre más contento de Tapijulapa. Y sin agregar más, el indio fue hasta el fogón de tres piedras que se alzaba en medio del jacal. Ahí se había amontonado gran cantidad de ceniza. En un bolso y a puñados, recogió Simón los residuos. El médico lo seguía con la vista, intrigado. El muchacho, sin dar importancia a la curiosidad que despertaba, echóse sobre los hombros el costalillo y así salió del jacal. -¿Qué hace ése? -inquirió el doctor. Entonces Altagracia habló dificultosamente en español: -Regará Simón la ceniza alrededor de la casa... Cuando amanezca saldrá de nuevo. El animal que haya dejado pintadas sus huellas en la ceniza será la tona del niño. El llevará el nombre del pájaro o la bestia que primero haya venido a saludarlo; coyote o tejón, chuparrosa, liebre o mirlo, asegún... -¿Tona has dicho? -Sí, tona, ella lo cuidará y será su amigo siempre, hasta que muera. 14

el doctor a si mismo, mientras un bostezo ahogaba sus ultimas<br />

palabras…Mas luego de despezarse, añadió de buen talante-:<br />

¿Por que se no ocurre a algunos hombres ser médicos? Iré,<br />

muchacho, iré luego, no faltaba más... ¿Está bueno e camino<br />

hasta tu pueblo?<br />

-Bueno, parejito, como la palma de la mano… El médico<br />

guardó en su maletín algunos instrumentos niquelados, una<br />

jeringa hipodérmica y un gran paquete de algodón; se caló su<br />

viejo "panamá", echó "a pico de botella" un buen trago de<br />

mezcal, aseguró sus ligas de ciclista sobre las "valencianas"<br />

del pantalón de dril y montó en su bicicleta mientras<br />

escuchaba a Simón que decía:<br />

-Entrando por la zurda, es la casita más repegada a la loma.<br />

Cuando Simón llegó a su choza, lo recibió w vagido largo y<br />

agudo, que se confundió entre el cacareo de las gallinas y los<br />

gruñidos de "Mit-Chueg" el perro amarillo y fiel.<br />

Simón sacó de la copa de su sombrero un gran pañuelo de<br />

yerbas; con él se enjugó el sudor que le corría por las sienes;<br />

luego respiró profundo mientras empujaba tímidamente la<br />

puertecilla de la choza.<br />

Crisanta, cubierta con un sarape desteñido, yacía sosegada.<br />

Altagracia retiraba ahora de la lumbre una gran tinaja con<br />

agua caliente, y el médico, con la camisa remangada,<br />

desmontaba la aguja de la jeringa hipodérmica.<br />

-Hicimos un machito -dijo con voz débil y en la aglutinante<br />

lengua zoque Crisanta cuando mir6 a su marido. Entonces la<br />

boca de ella se iluminó con el brillo de dos hileras de dientes<br />

como granitos de elote.<br />

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