Diosero

Diosero Diosero

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12.05.2013 Views

62 si quieres llevarte a Cristo, te llevas una tiznada ... y finalmente, cuando una vez terminada la danza, ya al pardear, de rodillas y corona en mano, rendía fervores al crucificado de Chalma en medio de la nave del Santuario. Después lo vi salir altivo, las barbas y la peluca rubias enmarcaban unos ojos negros y profundos; la nariz chata, fuerte, sentábase sobre los bigotes alacranados que se desbordaban sobre una bocaza abierta aún por el jadeo, resultado de la acalorada danza recién concluida. Salió mi hombre del templo. Pude comprobar cómo su presencia impresionaba, igual que a mí, a sus paisanos los mazahuas que se hallaban dispersos en el atrio. "Carlos Mango" saludaba a la multitud con grandes ademanes; un chiquillo se llegó hasta las piernas robustas del danzante y tocó con veneración las pieles que adornaban el atavío maravilloso; mas "Carlos Mango" apartó con dignidad al impertinente y se dirigió hacia un extremo del atrio, en donde un grupo de mujeres y niños habíanse acurrucado unos en otros, echados sobre el suelo, tratando de conservar lo mejor posible el calorcillo que generaba la hoguera a la que alimentaban con ramas resinosas. A poco, mi admirado personaje hacía añicos sus propios encantos. Ante mis ojos sorprendidos, el hombre se arrancó la artificiosa pelambre alazana y quedó convertido en un anciano de rostro cansado y llenó de hondas arrugas; en su boca había relajamientos de vejez y sólo sus ojos manteníanse vivos, brillantes. Una mujer lo ayudó a despojarse de los ostentosos ropajes, para dejarlo en calzón y camisa de manta; otra de sus acompañantes, muy solícita,

63 echó sobre los hombros del viejo un pesado poncho de lana. Junto a mí, que no perdía detalle de la escena, dos indios ebrios comentaron: -Ora sí que s'iacabó el Carlos Mango... -Sí, ahoy ya volvió a ser el pinche de mi compadrito Tanilo Santos... y Tanilo Santos, entre tanto, buscaba el calor de la lumbre y dejábase mirar de la gente que lo rodeaba. La noche de enero se había echado encima; los luceros del cielo invernal de Chalma cintilaban, igual que los espejos y las lentejuelas que amaban las monteras y las esc1avinas de "los doce Pares de Francia". "Nada atrae más en la noche que una fogata"... Al menos esa reflexión me sirvió para acercarme al corrillo de indios del que era centro Tanilo Santos. "Nada más estimulante de la amistad y de la cordialidad que un buen trago de mezcal"... Al menos esa convicción me hizo tender la botella a Tanilo Santos, quien aceptó el convite en silencio y lo generalizó a las viejas que lo rodeaban; todos llevaron la botella a sus labios. Cuando Tanilo Santos se convenció de que nadie quedaba sin beber, limpió con la palma de su mano la boca de la botella y me la devolvió, sin pronunciar palabra... Yo tuve entonces la seguridad de que Tanilo Santos había mordido la carnada y estaba íntegro en mis manos. Mañosamente me separé del grupo y me dirigí hacia la balaustrada del atrio que mira al río. A mis pies el torrente rugía, las aguas bravas tomaban la curva para abrazar al templo que se antojaba clavado en un islote; en la otra banda, el monte espeso y sobre él, un velo de paz... Ahí aguardé confiado que mi artimaña surtiera efecto.

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echó sobre los hombros del viejo un pesado poncho de lana.<br />

Junto a mí, que no perdía detalle de la escena, dos indios<br />

ebrios comentaron:<br />

-Ora sí que s'iacabó el Carlos Mango...<br />

-Sí, ahoy ya volvió a ser el pinche de mi compadrito Tanilo<br />

Santos... y Tanilo Santos, entre tanto, buscaba el calor de la<br />

lumbre y dejábase mirar de la gente que lo rodeaba.<br />

La noche de enero se había echado encima; los luceros del<br />

cielo invernal de Chalma cintilaban, igual que los espejos y<br />

las lentejuelas que amaban las monteras y las esc1avinas de<br />

"los doce Pares de Francia".<br />

"Nada atrae más en la noche que una fogata"...<br />

Al menos esa reflexión me sirvió para acercarme al corrillo de<br />

indios del que era centro Tanilo Santos.<br />

"Nada más estimulante de la amistad y de la cordialidad que<br />

un buen trago de mezcal"... Al menos esa convicción me hizo<br />

tender la botella a Tanilo Santos, quien aceptó el convite en<br />

silencio y lo generalizó a las viejas que lo rodeaban; todos<br />

llevaron la botella a sus labios. Cuando Tanilo Santos se<br />

convenció de que nadie quedaba sin beber, limpió con la<br />

palma de su mano la boca de la botella y me la devolvió, sin<br />

pronunciar palabra... Yo tuve entonces la seguridad de que<br />

Tanilo Santos había mordido la carnada y estaba íntegro en<br />

mis manos.<br />

Mañosamente me separé del grupo y me dirigí hacia la<br />

balaustrada del atrio que mira al río. A mis pies el torrente<br />

rugía, las aguas bravas tomaban la curva para abrazar al<br />

templo que se antojaba clavado en un islote; en la otra banda,<br />

el monte espeso y sobre él, un velo de paz... Ahí aguardé confiado<br />

que mi artimaña surtiera efecto.

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