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Diosero

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tos de una extraña conformación geológica veteaban nuestra<br />

ruta; verdores cambiantes -del renegrido al amarillento -se<br />

nos metían por los ojos; el olor de resina, el cantar del viento<br />

que rozaba las ramas y se cortaba en las aristas de las peñas y<br />

el trino del cenzontle, todos elementos sedativos, temas de<br />

sosiego, estímulos de fe, acabaron por tranquilizar los<br />

espíritus, pero no bastaron para hacer olvidar los agravios.<br />

Alguno abominó de los indios:<br />

"Son malagradecidos y pérfidos." Otro salió débilmente en su<br />

defensa:<br />

"Han sufrido tanto, que su desconfianza y su temor se<br />

justifican."<br />

Mas la explicación de aquellos hechos incongruentes, de<br />

aquella situación absurda, nos esperaba al torcer la vereda.<br />

Ah1, con su rostro demacrado y transido, pero con muecas de<br />

regocijo y actitudes alborozadas, nos aguardaba la familia<br />

enferma, aquella a la que obsequiamos con las pastillas de<br />

quinina. El hombre imbécil y la mujer preñada intentaron otra<br />

vez besamos las manos y la niña se elevó de puntillas tratando<br />

de tocamos.<br />

Detuvimos unos instantes las bestias; yo les hablé:<br />

-¿Qué hay, muchachos, les probaron las medicinas?<br />

El padre permaneció mudo, tratando de encontrar buenas<br />

palabras:<br />

-Sí, semos amejoraditos...<br />

-¿Les quedan pastillas? -inquirí.<br />

El hombrecito, por toda respuesta, separó el cuello de su<br />

camisa para mostramos un collar de comprimidos de quinina<br />

bermejos y brillantes.<br />

La mujer hizo lo mismo e igual la muchacha.<br />

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