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jeres apretaron entre sus brazos a los críos, al tiempo que sus<br />
ojos siguieron la trayectoria del ave rutilante. Los hombres<br />
cobraron sus hondas y sus escopetas; alguno disparó su arma<br />
dos veces ante la inmutabilidad del viajero que volaba rumbo<br />
al sur; un mocetón audaz trepó a la copa de un árbol; después<br />
aseguró haber visto el pico del pájaro y sus enormes garras,<br />
entre las que se debatía un novillo...<br />
Cuando el visitante ingrato se perdió entre las nubes y la<br />
distancia, los indios acosados por el terror vinieron a<br />
nosotros. Entonces el local de nuestra instalación resultó<br />
insuficiente; todo el pueblito se había volcado en él. Alguno<br />
nos preguntó en lenguaje torpe algo respecto a esos<br />
fantásticos gavilanes. Cuando bien podríamos haber<br />
aprovechado aquellos instantes de pavor en servicio de<br />
nuestra misión, olvidamos las verosímiles ventajas, a cambio<br />
de un recurso problemático, pero en todo caso, más leal y más<br />
honrado:<br />
-Es un aparato que vuela -dije-. Es como una piedra lanzada<br />
por una honda... En él viajan hombres iguales que ustedes y<br />
que nosotros.<br />
-¿Quiere decir que en la barriga de ese pájaro van hombres?<br />
-volvió a inquirir el indio.<br />
-No, no propiamente, porque eso que ustedes llaman pájaro es<br />
simplemente una máquina...<br />
El intérprete, un anciano duro y grave, muy en su papel de<br />
primera autoridad del pueblo, tuvo un gesto de incredulidad,<br />
pero repitió en su lengua mis palabras; entonces siguió un<br />
lapso de silencio expectante.<br />
-Pero -argumentó- la piedra sube, va y baja...<br />
Mas ese pajarote vuela y vuela por la fuerza de sus alas.<br />
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