Diosero
Diosero Diosero
EL CENZONTLE Y LA VERDAD FUE ENTRE los chinantecos, esos indios pequeñitos, reservados y encantadoramente descorteses. Fue entre ellos, en su propio nidal, "trastumbando" Ixtlán de Juárez y en los mismos estribos del sugestivo fenómeno de la orografía de México, que llaman el Nudo de Cempoaltépetl. Escogimos Yólox -San Marcos Yólox, para ser más exactos- como el sitio ideal donde instalar nuestro laboratorio antropológico... Yólox es una metrópoli de escasos trescientos habitantes, que cuelga, entre girasoles y magueyales, de un ribazo de la cordillera. En torno de Yólox -nombre cordial, supuesto que significa corazón en idioma azteca-, ranchos, congregaciones y jacaleras, de donde todos los viernes bajan los indios dispuestos a jugar en el "tianguis" su doble caracterización de compradores y vendedores, en un comercio de trueque animado y pintoresco: sal, por granos; piezas de caza o animalillos de río o de charca, por retazos de manta; yerbas medicinales a cambio de "rayas" de suela para huaraches; hilo de ixtle enrollado en bastas madejas, por candelas de sebo; gallinas, por manojos de estambre... Ahí, posesionados de la escuelita abandonada, dispusimos nuestro aparato técnico. Había que basar en datos irrefutables de tipo estadístico una teoría nacida sobre la mesa de trabajo de un reputado sabio europeo, es decir, que nosotros los investigadores andábamos en la misión de zurcir ciencia, en un encargo semejante al del zapatero remendón 45
que reluja un par de viejos botines. O más sencillamente, teníamos entre las manos una brújula, para la cual había que manufacturar una buena colección de rumbos, o, de otra suerte, la luminosa especulación del maestro sucumbiría en los instantes en que empezaba a cobrar prestigio en las aulas y crédito en las academias. La primera semana iba pasando entre nuestra inquietud y las protestas de los europeos que formaban parte de la expedición: "Nada -argüían a veces-, que si estos indios se niegan a ser estudiados, debemos proceder como lo hicimos en Eritrea o en Azerbaiján: traerlos a rigor, a punta de bayoneta, si es necesario... " Los mexicanos, conocedores del ambiente, temblábamos sólo al pensar lo que significaría un acto de violencia con los levantiscos chinantecos. El sábado habíamos logrado algo: un mendigo ebrio accedió a dejarse estudiar. Funcionaron entonces nuestros aparatos niquelados; el antropómetro, los compases de Martín, el dinamómetro y la báscula; hubo pruebas sanguíneas y hasta el intento de un metabolismo basal. Cuando hubimos logrado analizar el primer "caso" y ese "caso" salió del laboratorio con una decorosa gala en metálico, notamos en los futuros sujetos mejor comprensión y hasta cierta simpatía para nosotros. Mas las cosas se complicaron gravemente con un hecho insólito, con algo nunca escrito en los anales centenarios de Yólox: su cielo, ayer impasible, fue conmocionado por el trepidar de un motor y su azul vilmente maculado por la estela gris y humeante ... i Había pasado un avión! El pasmo entre los indios fue terrible; las mu- 46
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FUE ENTRE los chinantecos, esos indios pequeñitos,<br />
reservados y encantadoramente descorteses. Fue entre ellos,<br />
en su propio nidal, "trastumbando" Ixtlán de Juárez y en los<br />
mismos estribos del sugestivo fenómeno de la orografía de<br />
México, que llaman el Nudo de Cempoaltépetl.<br />
Escogimos Yólox -San Marcos Yólox, para ser más exactos-<br />
como el sitio ideal donde instalar nuestro laboratorio<br />
antropológico... Yólox es una metrópoli de escasos trescientos<br />
habitantes, que cuelga, entre girasoles y magueyales, de un<br />
ribazo de la cordillera. En torno de Yólox -nombre cordial,<br />
supuesto que significa corazón en idioma azteca-, ranchos,<br />
congregaciones y jacaleras, de donde todos los viernes bajan<br />
los indios dispuestos a jugar en el "tianguis" su doble<br />
caracterización de compradores y vendedores, en un comercio<br />
de trueque animado y pintoresco: sal, por granos; piezas de<br />
caza o animalillos de río o de charca, por retazos de manta;<br />
yerbas medicinales a cambio de "rayas" de suela para<br />
huaraches; hilo de ixtle enrollado en bastas madejas, por<br />
candelas de sebo; gallinas, por manojos de estambre...<br />
Ahí, posesionados de la escuelita abandonada, dispusimos<br />
nuestro aparato técnico. Había que basar en datos irrefutables<br />
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