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Diosero

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En el rostro de la mujercita zoque cayó un velo de angustia;<br />

sus labios temblaron y las aletas de su nariz latieron, tal si<br />

olfatearan. Con pasos inseguros la india buscó las riberas;<br />

diríase llevada entonces por un instinto, mejor que impulsada<br />

por un pensamiento. El río estaba cerca, a no más de veinte<br />

pasos de la vereda. Cuando estuvo en las márgenes, desató el<br />

"mecapal" anudado a su frente y con apremios depositó en el<br />

suelo el fardo de leña; luego, como lo hacen todas las zoques,<br />

todas:<br />

la abuela,<br />

la madre,<br />

la hermana,<br />

la amiga,<br />

la enemiga,<br />

remangó hasta arriba de la cintura su faldita andrajosa, para<br />

sentarse en cuc1illas, con las piernas abiertas y las manos<br />

crispadas sobre las rodillas amoratadas y ásperas. Entonces se<br />

esforzó al lancetazo del dolor. Respiró profunda,<br />

irregularmente, tal si todas las dolencias hubiéransele anidado<br />

en la garganta. Después hizo de sus manos, de aquellas manos<br />

duras, agrietadas y rugosas de fatigas, utensilios de consuelo,<br />

cuando las pasó por el excesivo vientre ahora convulso y<br />

acalambrado. Los ojos escurrían lágrimas que brotaban de las<br />

escleróticas congestionadas. Pero todo esfuerzo fue vano.<br />

Llevó después sus dedos, únicos instrumentos de alivio, hasta<br />

la entrepierna ardorosa, tumefacta y de ahí los separó por<br />

inútiles... Luego los encajó en la tierra con fiereza y así los<br />

mantuvo, pujando rabia y desesperación... De pronto la sed se<br />

hizo otra tortura... y allá fue, arrastrándose como coyota, hasta<br />

llegar al río: tendióse sobre la arena,<br />

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