Diosero
Diosero Diosero
comprendió que había cometido una grave indiscreción y trató de remediar en alguna forma su ligereza, siempre que con ello no quebrantara las leyes inmutables de la hospitalidad. Entonces el anciano dijo a la mujer breves palabras en su lengua indígena. Ella se volvió hacia mí y, sin dejar de verme con sus ojos pequeños y enrojecidos, dio suelta a una perorata en huichol, ese idioma rígido, de sonoridades exóticas y que yo apenas si conocía a través de las eruditas disquisiciones de los filólogos... Cuando acabó su exposición, la reciente viuda, anegada en lágrimas, se echó sobre el pecho del difunto y tuvo sacudimientos y sollozos conmovedores. El anciano patriarca pasó tiernamente su mano sobre la cabeza de la mujer; después vino hasta mí, para decirme lleno de cortesía: "Bueno es que la dejemos sin más compañía que su pena." Me tomó por un brazo y con ademán considerado guióme hasta la puerta del jacal; pero ahí me detuve decidido, no podía abandonar el sitio sin ahondar en el enigma de la palabra que, escrita en la libreta de apuntes, demandaba mi atención profesional imperativamente. -¿Qué es el Hículi Hualula? -pregunté sorpresiva y secamente. El viejo soltó mi brazo, dio un paso atrás, su mirada tornó se chispeante y en sus labios se dibujó una mueca desagradable: -Por su salud, señor, no lo repita. El nombre del "tío" sólo yo puedo pronunciarlo sin incurrir en su enojo. -Necesito saber quién es él, cuáles son sus poderes, sus atributos. El hombre no habló más, se mantuvo inconmo- 33
vible, con los ojos vagos, sumidos, tal si miraran hacia adentro, igual que las patéticas deidades ancestrales ... En vano insistir; el hombre se había cerrado en un mutismo cáustico, pero de tal manera angustioso, que decidí abandonar ese camino de indagación, más por piedad, que por temores. Sin embargo, me creí desde ese instante mayormente obligado a penetrar hasta el fondo del enigma. Entendía entonces que la sola clarificación del misterio que aprisionaba el terminajo significaría el éxito completo de mi empresa y que ignorarlo, en cambio, representaría nada menos que el fracaso. Lo anterior explicará muy bien la obsesión de que fui víctima durante varios días. Con la seguridad de que una investigación directa carecería de eficacia y acaso traería efectos adversos, decidí circundar la incógnita con una serie de pesquisas discretas, cuyos cabos, atados prudentemente, podrían otorgarme resultados más satisfactorios... Pero una mañana en que el rigor calenturiento de las tercianas me había tundido más fieramente que de ordinario, mi templanza saltó hecha añicos y volví a lanzarme por el sendero de la irreflexión: doña Lucía, la mestiza, preparaba en mi obsequio una tisana de quina; cerca de ella, en los fogones domésticos, tres o cuatro mujeres huicholas se hallaban entregadas a la pulverización del maíz tostado para el "pinole". Cuando doña Lucía, gorda y bonachona, me alargaba el jarro con el amargo compuesto, vino a mis labios, incontenible y bruscamente, la cuestión: -Doña Lucía, ¿sabe usted qué o quién es el Hícuti Hualula? La mujer hizo un gesto de espanto, llevóse el ín- 34
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-Por su salud, señor, no lo repita. El nombre del "tío" sólo yo<br />
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