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gritos, acompañó un escupitajo que escurrió por la mejilla<br />
casi imberbe de Cenobio Tánori. ..<br />
Claro que los postreros recursos empleados por Tojíncola<br />
fueron lo suficientemente categóricos como para mudar la<br />
paciente actitud. El muchacho contrajo su cuerpo, dio dos<br />
pasos hacia atrás para dar un salto de víbora en acoso... Nadie<br />
pudo contenerlo, porque a flote le salía el instinto que<br />
apresaron su voluntad y "su buena crianza", durante prolongados<br />
y angustiosos instantes...<br />
El puñal prendió el pecho del anciano, quien rodó por tierra<br />
vomitando espuma bermeja.<br />
Cenobio Tánori no trató de huir. Con el arma en su diestra<br />
aguardó que lo aprehendieran las autoridades indias; sumiso,<br />
silencioso, pero altivo e impertérrito, siguió a los dos<br />
alguaciles que se presentaron al lugar de los sucesos... En una<br />
esquina, Emilia Buitimea miraba a su novio con los ojos<br />
estrellados de lágrimas; él levantó su mano en un tímido<br />
ademán de despedida... y marchó en pos de sus aprehensores<br />
por la Calle Real, hasta llegar a la prisión. Al paso del grupo<br />
que seguía al "pascola" y a sus aprehensores, los viejos<br />
"yoremes" permanecían mudos, las mujeres hablaban en voz<br />
baja... y las mozuelas, las admiradoras del danzante, dejaban<br />
inflamarse su pecho al impulso de un suspiro.<br />
Al cuartucho carcelero donde la justicia india había recluido a<br />
Cenobio Tánori, acudía la gente para demostrar su afecto al<br />
"pascola" en desgracia. Las más perseverantes concurrentes<br />
eran las mujeres jóvenes, las muchachas que, tímidas y un<br />
poco amedrentadas, se acercaban hasta la cárcel, llevando<br />
entre sus manecitas morenas Y chaparras un manojo de flores<br />
montaraces, una fruta en sazón o un ma-