Diosero
Diosero Diosero
118 LA TRISTE HISTORIA DEL PASCOLA CENOBIO CENOBIO TÁNORI vivía en Bataconcica; joven y galán, "estimado de los hombres y amigo de las mujeres", el yaqui gustaba lucir su arrogancia en ferias, festividades y velorios, donde hacía gala de sus aptitudes para la danza. Fama era de que en toda la región no había con quien se le comparara en el arte de bailar, de bailar las danzas ásperas, rigurosas y ancestrales... Para Tánori no había mayor gloria que lucirse en los airosos saltos del "pascola", sacudiendo como joven bestia las pantorrillas forradas con los vibrantes "ténavaris", que son especie de cascabeles de oruga o de capullos. Era placer para todos admirar la gracia y la donosura con que Cenobio Tánori, con el rostro cubierto por horripilante máscara caprina, arañaba con los dedos de sus pies desnudos la pista de tierra suelta y recién regada, cubierta en veces por pétalos de rosas o por verdura cimarrona, al compás de la melodía pentafónica nacida de la flauta de carrizo y cómo su torso hercúleo y desnudo se cimbreaba, se estremecía, a imitación del animal revivido en sus instantes más emotivos: el coraje" el miedo, el celo, mientras la sonaja de discos en la izquierda del danzarín se acomodaba al ritmo punteado del redoblante, instrumento capital en la música que acompañaba a la coreografía totémica. El arte no ha sido pródigo para quien lo ejerce; las intervenciones de Tánori tenían por lo general flaca recompensa: una humeante y olorosa cazuela
119 de "guacavaqui", un trozo de carne de res asada en brasas, un par de tortillas de harina de trigo suaves y calientes y un puñado de cigarrillos de tabaco negro y picante .. , Eso, aparte de las sonrisas y de las caídas de ojos, de los guiñas con que las mujercitas pretendían atraerse la atención de aquel bohemio silvestre, de aquel esteta rústico y arrogante. De pueblo en pueblo, de feria en feria, iba Cenobio Tánori llevando su alegría. Lo mismo pespunteaba un "pascola", que ejecutaba las prolongadas y bulliciosas danzas de "El Venado" o "El Coyote", ambas de primitivo origen, bárbaras y bellas como el ambiente, como el ambiente verde azul, como la vegetación agresiva y hermosa que rodeaba la plazuela del villorio donde se celebraba el festejo: Babójori o Tórim, Corasape o El Baburo... Pero un día, ya estaba escrito, la vida del vagabundo quedó prendida... , Fue en su mismo pueblo, en Bataconcica, donde el pensamiento, donde la voluntad del trotamundos quedó liada, como copo de algodón entre las espinas de un cardo, de las pestañas "chinas" y tupiditas de un par de ojazos café oscuros, traviesos e inquietos, los ojos de Emilia Buitimea, aquella muchacha pequeña y suave, que logró pescar para sí lo que tanto anhelaban todas las jóvenes yaquis en edad de merecer: a Cenobio Tánori, el "pascola" garrido y orgulloso. Pronto se habló de los dos juntos: de la Emilia y de Cenobio. "Buena pareja", comentaban los viejos... Mas las ancianas, con los pies mejor hincados en la tierra, se aventuraban por el comentario realista: "Lástima que Cenobio ande tan flaco de la bolsa ... ¿Si llueve con qué la tapa?" O bien el optimista augurio: "El suegro, Benito Buitimea, es rico y sabrá ayudar al muchacho."
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de "guacavaqui", un trozo de carne de res asada en brasas, un<br />
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de las sonrisas y de las caídas de ojos, de los guiñas con que<br />
las mujercitas pretendían atraerse la atención de aquel bohemio<br />
silvestre, de aquel esteta rústico y arrogante.<br />
De pueblo en pueblo, de feria en feria, iba Cenobio Tánori<br />
llevando su alegría. Lo mismo pespunteaba un "pascola", que<br />
ejecutaba las prolongadas y bulliciosas danzas de "El<br />
Venado" o "El Coyote", ambas de primitivo origen, bárbaras<br />
y bellas como el ambiente, como el ambiente verde azul,<br />
como la vegetación agresiva y hermosa que rodeaba la<br />
plazuela del villorio donde se celebraba el festejo: Babójori o<br />
Tórim, Corasape o El Baburo...<br />
Pero un día, ya estaba escrito, la vida del vagabundo quedó<br />
prendida... , Fue en su mismo pueblo, en Bataconcica, donde<br />
el pensamiento, donde la voluntad del trotamundos quedó<br />
liada, como copo de algodón entre las espinas de un cardo, de<br />
las pestañas "chinas" y tupiditas de un par de ojazos café<br />
oscuros, traviesos e inquietos, los ojos de Emilia Buitimea,<br />
aquella muchacha pequeña y suave, que logró pescar para sí<br />
lo que tanto anhelaban todas las jóvenes yaquis en edad de<br />
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Pronto se habló de los dos juntos: de la Emilia y de Cenobio.<br />
"Buena pareja", comentaban los viejos... Mas las ancianas,<br />
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comentario realista: "Lástima que Cenobio ande tan flaco de<br />
la bolsa ... ¿Si llueve con qué la tapa?" O bien el optimista<br />
augurio: "El suegro, Benito Buitimea, es rico y sabrá ayudar<br />
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