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cepto la comadrita Trenidá que, hecha una maraña<br />
insignificante, estaba sentada frente al fogón; al alcance de su<br />
mano una olla llena de frijoles cocidos de los que la mujer<br />
comía a puñados. Cuando el cura la sorprendió en tan inaudita<br />
tarea, puso el grito en el cielo:<br />
-¡Ave María Purísima! Cualquiera diría, hija, que te ha<br />
importado muy poco la muerte de tu marido... ¿Cómo es<br />
posible que tengas hambre en estas circunstancias? ¡Es el<br />
tuyo, mujer, pecado de gula!.<br />
La comadrita Trenidá se limpió con el dorso de su mano la<br />
boca, acabó de remoler lo que traía entre lengua y paladar y<br />
dijo:<br />
-Anoche desaigraron mis frijoles por beberse el pulque...<br />
Naiden los aprobó siquiera. -Luego, con los ojos llenos de<br />
lágrimas, continuó-: Mi marido, con la ayuda de sus santos<br />
responsos, ya está gozando de Dios... El se llevó mi corazón<br />
hasta el jollo; naiden podrá ocupar su lugarcito... Pero no por<br />
eso debo dejar que se aceden los frijoles.<br />
El cura, sin cementar más, puso en marcha el arcaico motor<br />
de su automóvil, enchufó el embrague... luego la "primera" y<br />
puso entre él y el drama una cortina de polvo.<br />
La comadrita Trenidá, con las lágrimas escurriendo por entre<br />
las mejillas, metió de nuevo la mano en la olla:<br />
"Claro -dijo-, dejarlos es un pecado, con lo caro que'stán<br />
ahoy..."<br />
Echado sobre sus patas traseras, "Tlachique", el perro "jolín"<br />
y esquelético, esperaba su turno; mientras tanto, se relamía, se<br />
relamía...<br />
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