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Diosero

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zado" con trompetas de ángeles y arpas de querubines ... De<br />

aquella gloria que sólo disfrutan las ánimas de los justos, tal,<br />

"sin agraviar lo presente", la del compadrito Plácido Santiago<br />

"que de Dios aiga" ...<br />

La comadre Trenidá, de tiempo en tiempo, dejaba su postura<br />

hierática, para arrancar con sus dedos acalambrados el pabilo<br />

renegrido que hacía humear más de la cuenta alguna de las<br />

candelas a punto de consumirse.<br />

Los gallos inauguraron la madrugada. Su canto jacarandoso<br />

acalló al tétrico concierto canino; el sol fileteó de alba los<br />

cerros, el mirlo correspondió los "buenos días" al jilguero y<br />

las tinieblas fuéronse yendo poquito a poco, para dejar lugar a<br />

una espléndida mañana.<br />

En el jacal, voces aún adormiladas cantaron el "miserere". Un<br />

niño lloró atosigado por el humo del copal que salía de una<br />

cazuela copeteada de brasas.<br />

De pronto todos dirigieron la mirada hacia el cajón de madera<br />

fresca y rezumante, que en hombros de cuatro vecinos llegó a<br />

la puerta de la choza ... La comadrita Trenidá lloró un<br />

poquitín; luego se arropó con su rebozo para papachar la<br />

aflicción que le bullía en el pecho.<br />

Los compadres, llenos de miramientos y celo, colocaron<br />

dentro del ataúd el cuerpo de Plácido Santiago. El Tío Roque<br />

Higuera llamó a la comadrita Trenidá para que diera el último<br />

adiós a su compañero; la mujer tomó entre sus dedos<br />

temblorosos el mentón frío y salpicado de pelos lacios y<br />

duros. Luego el Tío Roque Higuera remachó con una piedra<br />

doce clavos.<br />

En ésas estaban cuando hizo su aparición el señor

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