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huraña. Ni siquiera quiso conservar a su lado<br />
a su nieta Vivette, una niña de quince años<br />
que, después de la muerte de sus padres, no<br />
tenía más que a su abuelo en el mundo. La<br />
pobre pequeña se vio obligada a ganarse la<br />
vida y a alquilarse donde podía, en las granjas,<br />
para la cosecha, la recolección de la seda<br />
o la recolección de las olivas. Y, sin embargo,<br />
su abuelo parecía querer a esa niña. Con frecuencia<br />
hacía sus cuatro leguas a pie a pleno<br />
sol para ir a verla en la granja donde trabajaba,<br />
y cuando estaba cerca de ella, pasaba horas<br />
enteras mirándola y llorando…<br />
En la región se pensaba que el viejo molinero,<br />
al mandar fuera a Vivette, había obrado<br />
por avaricia; y aquello de dejar que su nietecita<br />
tuviera que ir de una granja a otra, expuesta<br />
a las brutalidades de los inescrupulosos<br />
y a todas las miserias de las juventudes<br />
empleadas, no le hacía ningún honor al viejo.<br />
También se pensaba mal de que un hombre<br />
tan renombrado como el patrón Cornille,<br />
y que hasta entonces había sido respetado,<br />
se fuera ahora por las calles como un verdadero<br />
bohemio, los pies descalzos, la gorra<br />
agujereada, el traje en harapos… El hecho es<br />
que el domingo, cuando lo veíamos entrar<br />
a la misa, nos daba vergüenza por él, a nosotros<br />
los viejos; y Cornille lo sentía tanto<br />
que no osaba ya venir a sentarse en las ban-<br />
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