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trabajo - Confiar

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y los moscardones mientras zumba el aire<br />

con murmullo sordo en los oídos.<br />

Hay un solar junto a mi casa encantador;<br />

si algún día por casualidad pasáis de cuatro<br />

a cinco de la mañana por allá, veréis a una<br />

vieja y a una niña que empujan desde dentro<br />

dos tablas de la empalizada y salen furtivamente<br />

a la calle.<br />

La vieja es pequeña, arrugada, sin dientes;<br />

lleva un saco vacío en la espalda y un<br />

gancho en la mano. La niña es flaca, desgarbada,<br />

tiene el rostro lleno de pecas y el cuerpo<br />

cubierto de harapos; pero andrajosa y<br />

desgreñada, irradia juventud y frescura.<br />

Si luego que hayan marchado y doblado<br />

la esquina buscáis el sitio por donde salieron,<br />

veréis que las tablas desclavadas ceden a la<br />

presión de la mano, y que por el hueco que<br />

dejan se puede pasar al solar.<br />

El terreno del solar no es llano; tiene, en<br />

el ángulo que forman dos casas, una hondonada<br />

profunda… Al entrar se ve primero<br />

un camino, entre montones de cascotes y de<br />

piedras, que se dirige hacia la hondonada.<br />

En ésta hay una casa, si es que así puede<br />

llamarse a un cobertizo hecho de palos,<br />

al cual sirve de techo una puerta metálica, de<br />

ésas de cerrar los escaparates de las tiendas,<br />

rota, oxidada y sujeta por varios pedruscos.<br />

La casucha no tiente más que un cuarto.<br />

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