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trabajo - Confiar

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ces imprevistas jugarretas, Pietro, ya en el<br />

momento mismo de dar término a su número,<br />

no supo asir a tiempo la barra salvadora.<br />

Agitó entonces los brazos, como inútiles aspas,<br />

en un vano esfuerzo de sostenerse en el<br />

aire, y voló, sí, pero directo hacia el suelo, a<br />

donde fue a estrellarse con seco estrépito, en<br />

medio de un grito colectivo de terror.<br />

Lo primero que vio entre nieblas, al recobrar<br />

el sentido, fueron los ojos de su padre,<br />

que vertían lágrimas de vaselina, y los de su<br />

madre, que vertían consuelo y aliento. Cerró<br />

los suyos, sintió el olor de la carpa, se dejó<br />

ir, como quien muere, como mueren muchos<br />

trapecistas, inmolados al supremo orgasmo<br />

del riesgo.<br />

Pietro no murió. Del tremendo porrazo<br />

salió con cinco costillas rotas, innúmeras<br />

luxaciones y una fractura de fémur. Gracias<br />

a ésta le quedó una leve cojera, no tan leve<br />

sin embargo que no le negara para siempre<br />

el regreso a las alturas. No volvió jamás<br />

al circo, ni se graduó de ingeniero, ni de médico,<br />

ni siquiera de político. Pero sus amigos<br />

suelen llamarlo Doctor Stoppino. Y él, al oírlos,<br />

sonríe.<br />

De Cuentos del camino.<br />

Traducción de Mónica Lombana.<br />

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