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trabajo - Confiar

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cualquier madre, adornado de silencios y de<br />

angustias) debieron por fin ceder. Pietro empezó<br />

a entrenarse con los trapecistas, un día<br />

sí y otro también, y ellos lo apoyaron sin reserva<br />

alguna, quizá porque veían en aquel<br />

chico voluntarioso el espejo, ya un tanto lejano,<br />

de su mocedad.<br />

Dejemos un espacio, y lleguemos a la noche<br />

en que Pietro hizo su primera aparición<br />

oficial en el trapecio. Lo hizo bien. O mejor,<br />

si atendemos cabalmente a las exigencias de<br />

un buen circo, y éste lo era, no lo hizo mal.<br />

Pero día tras día, esfuerzo tras esfuerzo, riesgo<br />

tras riesgo, y sumado a ello una juventud<br />

repleta de ambiciones, llegó a convertirse,<br />

acaso más pronto de lo previsto por él mismo,<br />

en la estrella del número. Volaba por los<br />

aires, asía el esquivo trapecio con una facilidad<br />

absoluta que él sabía preñar de peligro.<br />

Y era cosa de asombro el verle dar los giros,<br />

las vueltas, las fintas, grácil como un pájaro,<br />

manejando a su antojo el pasmo de su público,<br />

hasta llegar al colofón final, el triple salto<br />

mortal, aquel triple salto siempre esperado y<br />

temido por los espectadores, ya sin la piadosa<br />

presencia de la red...<br />

Y aquí empieza a terminar la historia.<br />

Una fatal noche, váyase usted a saber por<br />

qué, tal vez por excesiva confianza, tal vez<br />

por una maroma del destino, que gasta a ve-<br />

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