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sus familias al circo, y no dejaban de prodigar<br />
alguna vez una sonrisa.<br />
—Hijo, tu padre es un gran payaso, y tú<br />
estás siguiendo sus huellas... Pero, ¿no has<br />
pensado en otra cosa? Podrías ser ingeniero,<br />
médico, político, qué sé yo...<br />
Mas al niño, y ya es hora de deciros que<br />
su nombre era Pietro, si bien no le agradaba<br />
más ser payaso, le tentaba aún menos la<br />
idea de hacerse médico, ingeniero o político.<br />
Quería, y cuánto, ser trapecista. Casi había<br />
llegado a odiar la cara embetunada de su padre,<br />
su nariz de bulbo, sus tropezones en la<br />
pista, sus lágrimas de utilería... Sí, lo amaba,<br />
pero no le seducía emularlo. Su ambición volaba<br />
más alto, hasta la altura misma del trapecio<br />
anhelado. Desde el cómodo refugio de<br />
las gradas, había visto a lo largo de sus años<br />
muchas y muy mágicas cosas. Aquel elevarse<br />
en el aire, etéreo, imposible, aquel vuelo<br />
sin alas, casi infinito en el plazo de un segundo,<br />
aquel desafiar a la muerte, en medio de<br />
ese asombro general, pasmado, quieto, que<br />
casi parece una unánime oración...<br />
En el mundo del circo, tan distinto a todos<br />
los otros mundos que en el mundo existen,<br />
todo es permitido. Pietro expresó su deseo<br />
de ser equilibrista, y el padre (un rostro<br />
como cualquiera, un rostro arrugado y<br />
sin afeites) y la madre (un rostro como el de<br />
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