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trabajo - Confiar

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Estaba tan contento cuando se fue, que<br />

se olvidó de ponerse el andrajoso sombrero,<br />

y al llegar a la puerta de la escalera, para<br />

manifestarme su gratitud, me hizo otra vez<br />

la gracia de poner el “hocico de liebre”. Se<br />

llama Antonio Rabucco y tiene ocho años y<br />

ocho meses…<br />

“¿Sabes, hijo mío, por qué no quise que<br />

limpiaras el sofá? Porque limpiarle mientras<br />

tu compañero lo veía era casi hacerle una reconvención<br />

por haberle ensuciado. Y esto no<br />

estaba bien: en primer lugar, porque no lo<br />

habría hecho de intento, y en segundo, porque<br />

le había manchado con ropa de su padre,<br />

que a su vez se la había enyesado trabajando;<br />

y lo que se mancha trabajando no ensucia;<br />

es polvo, cal, barniz, todo lo que quieras,<br />

pero no es suciedad. El <strong>trabajo</strong> no ensucia.<br />

No digas nunca de un obrero que sale de su<br />

<strong>trabajo</strong>: ‘Va sucio’. Debes decir: ‘Tiene en su<br />

ropa las señales, las huellas del <strong>trabajo</strong>’. Recuérdalo.<br />

Quiero mucho al albañilito, porque<br />

es compañero tuyo, y, además, porque<br />

es hijo de obreros.<br />

Tu padre”.<br />

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