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vo sus pasos. Oficiales y soldados se deslizaron<br />
dando vueltas, solos o en parejas, bailarines<br />
de armas en mano pisoteando con pies<br />
ágiles el campo lleno de amapolas, mientras<br />
a lo lejos, cada vez más lejos, resonaban las<br />
carcajadas del adversario.<br />
Esta vez, ni la benevolencia de la reina<br />
pudo impedir que el zapatero fuese encerrado<br />
en la torre más alta del reino, a la espera<br />
del cadalso.<br />
Y ahí estaba pues él, sentado en un frío<br />
piso de piedra, contemplando en lo alto, muy<br />
en lo alto, la única ventana de la torre, y más<br />
allá, a través de ella, el cielo azul.<br />
Toda la tarde la pasó en esa contemplación,<br />
dejando que se apagara aquel azul que<br />
tal vez sería el último.<br />
Y poco a poco el azul se hizo violeta. Y<br />
en el violeta cada vez más oscuro se recortó<br />
una silueta, y después otra, y otra.<br />
Eran murciélagos que se lanzaban a la<br />
noche. En un rapto de ternura, el zapatero<br />
se acordó de su taller, de los pequeños zapatos<br />
colgados del techo sobre su cabeza, en<br />
ordenada fila, par a par, montando guardia a<br />
su labor, pendiendo como murciélagos en su<br />
sueño diurno.<br />
Allá arriba entrevió otra forma móvil, fugaz.<br />
Se quitó entonces los zapatos. Con cuidado<br />
los ató por los cordones. Después, in-<br />
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