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trabajo - Confiar

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ero emplumado, al frente de sus tropas.<br />

Reverdecía el campo que muy pronto estaría<br />

rojo. El enemigo erguía sus mosquetes en<br />

un flanco, los oficiales desenvainaban las espadas<br />

en el otro. El general alzó el brazo. Los<br />

trompeteros tocaron al ataque. Los soldados<br />

avanzaron raudos hacia el frente.<br />

Pero, en lugar de sentir que arremetía<br />

contra el adversario en alas de un heroico<br />

coraje, el general advirtió que sus pies retrocedían,<br />

llevándolo inapelablemente en dirección<br />

opuesta. La tropa boquiabierta vio cómo<br />

su líder salía corriendo, de espaldas. Y,<br />

aunque sin entender la inusitada maniobra<br />

militar, siguió su ejemplo. Caían algunos por<br />

falta de habilidad, tropezaban otros, mientras<br />

la mayoría retrocedía como un bando de<br />

escorpiones, abandonando el campo de batalla<br />

entre las carcajadas del enemigo.<br />

Sin aliento, sin gloria y sin sombrero de<br />

plumas logró al fin sentarse en el suelo el general.<br />

Se descalzó las botas, y los pies se movieron,<br />

libres, confirmando sus sospechas.<br />

Eran ellas las responsables, ellas que con sus<br />

hebillas de plata y su brillo engañoso habían<br />

comandado sus pasos rumbo a la degradación.<br />

Si la cabeza del zapatero no rodó fue solamente<br />

porque gustaban de ella los pies reales.<br />

Y porque él, contrito, admitió su error,<br />

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