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trabajo - Confiar

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oso no quería llevarse aún a esta alma adolorida.<br />

Comenzó entonces a sentirse mejor,<br />

se restableció, y apenas fue capaz de sostenerse<br />

en sus dos pies reanudó su <strong>trabajo</strong>, y<br />

lavó no sólo nuestra ropa sino asimismo la<br />

de varias otras familias.<br />

—No podía descansar con tranquilidad<br />

en mi cama con tanta ropa para lavar —explicó<br />

la anciana—. La ropa no me dejó morir.<br />

—Con la ayuda de Dios, vas a vivir hasta<br />

los ciento veinte años —dijo mi madre bendiciéndola.<br />

—¡Que Dios no lo quiera! ¿Para qué tener<br />

una vida tan larga? El <strong>trabajo</strong> está cada<br />

vez más duro, las fuerzas me abandonan,<br />

¡no deseo ser carga para nadie!<br />

La anciana murmuró algo, se santiguó, y<br />

levantó los ojos al cielo. Por fortuna había algo<br />

de dinero en casa y mamá contó lo que le<br />

debía. Tuve un extraño sentimiento: las monedas,<br />

en aquellas manos viejas y gastadas<br />

de tanto lavar, también parecían cansadas,<br />

limpias y piadosas, como su due ña. Las sopló,<br />

las amarró en un pañuelo y se marchó,<br />

no sin antes prometer que regresaría en unas<br />

semanas por una nueva carga de ropa sucia.<br />

Pero no regresó más. El bulto devuelto<br />

poco antes había sido su último esfuerzo en<br />

este mundo. La había animado la indomable<br />

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