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Lamentábamos no sólo nuestra ropa sino a<br />
la anciana mujer, agobiada de <strong>trabajo</strong>, que se<br />
había hecho cercana a nosotros durante tantos<br />
años de servicio fiel.<br />
Más de dos meses transcurrieron; aquella<br />
helada había cedido y una nueva llegó;<br />
otra ola de frío. Una noche, mientras mamá<br />
remendaba una camisa, sentada al pie de la<br />
lámpara de kerosene, la puerta se abrió para<br />
dar paso a una pequeña bocanada de vapor,<br />
seguida de un bulto gigante. Bajo el bulto se<br />
tambaleaba la anciana, su semblante blanco<br />
como una sábana de lino. Unas pocas mechas<br />
de pelo gris se asomaban en desorden<br />
por su chal. Mamá sofocó un grito; era como<br />
si un cadáver hubiese entrado al cuarto;<br />
yo corrí hacia ella y le ayudé a bajar el bulto.<br />
Se veía más delgada aún, más gacha, con el<br />
rostro más enjuto. Movía la cabeza de un lado<br />
a otro, como diciendo no. Era incapaz de<br />
emitir una sola palabra clara; sólo murmuraba<br />
algo indefinido con su boca hundida y sus<br />
pálidos labios.<br />
Tras recuperar el aliento, nos contó que<br />
había estado muy, muy enferma, no recuerdo<br />
de qué; sólo sé que se había visto tan mal<br />
que alguien había llamado a un médico y éste<br />
había mandado por un sacerdote. Le informaron<br />
esto al hijo y contribuyó con dinero<br />
para el ataúd y el funeral. Mas el Todopode-<br />
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