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a salir el mismo lamento severo que hacía un<br />
momento había elevado contra los hombres<br />
y contra Dios.<br />
—El niño… Quiere salir y no puede… Hace<br />
un poco que ha sacado la manita…<br />
De la caminata, del calor de la habitación<br />
y de las palabras que estaba oyendo, el párroco<br />
se ahogaba dentro de sus paramentos.<br />
El sudor chorreaba por sus sienes congestionadas.<br />
Al esfuerzo realizado y a la pesadez<br />
del ambiente, se unía la inesperada urgencia<br />
de aquella llamada terrenal, que se oponía a<br />
la intemporalidad consustanciada que sostenía<br />
en sus manos indignas y mortales. Inopinadamente,<br />
los valores cambiaban de signo,<br />
lo transitorio se superponía a lo eterno, y sólo<br />
había una cosa que se mantenía firme ante<br />
sus ojos de hombre: la molinera acostada<br />
en su cama y un hijo dentro de ella que pedía<br />
mundo.<br />
—¡Malaquias! —gritó fuera de sí.<br />
—Padre…<br />
—¿Por qué no has ido a buscar al médico<br />
de Lordelo en vez de llamarme a mí?<br />
—Fui, pero estaba enfermo. Me mandó<br />
a la Vila y allí me pedían cuatro mil reales…<br />
Los pies del sacerdote estaban ahora<br />
bien asentados en el entarimado de la alcoba.<br />
El rumor que venía de la calle traía a<br />
sus oídos un estímulo de naturalidad y de<br />
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