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Con estas frases, esperadas desde el amanecer<br />
y de las cuales ya nadie se acordaba,<br />
cesaban la labor. De tanto doblarse sobre los<br />
campos y de tanto enterrarse en ellos, el cuerpo<br />
se había olvidado del momento de la liberación<br />
y de la cena. Y cuando más tarde, en<br />
su casa o en las mesas de los otros, recuperaban<br />
fuerzas, les inquietaba todavía la pesadilla<br />
de tener que rematar los recodos a los que<br />
el arado no había llegado.<br />
—¡Dadle, dadle con ganas!<br />
Por toda la aldea se extendía un perfume<br />
fuerte y caliente de final de yugada. Al crepúsculo<br />
que les había obligado a dejar el <strong>trabajo</strong>,<br />
le había sucedido una claridad de luna<br />
llena, indecisa, tibia, de noche de mayo. Y<br />
en ese viraje de luz, conscientes ahora de la<br />
energía que habían gastado, exhaustos y secos,<br />
comían y bebían como lobos.<br />
—¡Otra ronda! ¡Vamos!<br />
La calabaza, rezumante de saliva pegajosa<br />
y de mosto, pasaba de boca en boca. Y<br />
los labios, gruesos y agrietados, sorbían con<br />
avidez de aquel manantial la renovación de<br />
la vitalidad que habían dejado enterrada en<br />
la hondura de los surcos.<br />
—¡Otro trago!<br />
La excitación inicial iba dando lugar a un<br />
sopor pesado que, aunque los librase de la fatiga<br />
de todo el día, les quitaba también la con-<br />
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