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una cintilla de plástico y con el dedo índice me indica que
debo ubicarme detrás de la señora mayor. Mi maleta sufrirá
la misma operación quirúrgica. Como si la maleta fuese un
paciente enfermo, antes de abrirla, el tipo ajusta sus guantes
de goma. Su compañero no ha dejado de chequear el equipaje
de la señora mayor. Tras los lentes negros ojos de mosca, ella
pareciera muy apacible ante la operación de chequeo.
Por favor, suba el equipaje a la mesa. ¿Es consciente de lo
que lleva? ¿Alguna encomienda? Las preguntas no cesan,
mientras las manos enguantadas del policía afeminado abren
la maleta y empiezan a buscar lo que no se les ha perdido.
Del interior de la maleta extraen un libro de pasta verde, muy
grueso, enredado en mi ropa interior. El policía y el perro
dejan la maleta de la señora mayor y se dirigen a la mía. El
San Bernardo olisquea el libro y de paso lo impregna con el
líquido apestoso de su hocico. Como si se tratara ya no de
un paciente enfermo sino de un botín de guerra, los guantes
del tipo afeminado repasan, una a una, las hojas del libro. Sus
ademanes se hacen insidiosos. Tira el libro sobre la mesa. Le
siguen varios interiores y medias que saca de la maleta, hasta
que otra vez el tipo se aplica sobre el interior del equipaje.
Ah, licor. Una botella, dos botellas. Las toma por el pico, las
escudriña a contraluz y sopesa su contenido. Resignado, deja
las botellas sobre la mesa. ¿Equipaje de mano? Le enseño mi
bolsa de tela, donde ya he introducido la carpeta de papeles
ovillados; la sostiene con los guantes y palpa como si estuviera
auscultando dos grandes mamas. A la señora mayor le han
hecho sacar toda la ropa de la maleta. El policía y el labrador
se dirigen ahora hacia allá. El perro olfatea milímetro a
milímetro las cuatros esquinas y el interior forrado en plástico
de la maleta de mi vecina. Dejo mi bolsa de tela sobre la mesa.
El tipo no la abre. Zapatos, correa y la chaqueta, por favor.
Por favor es más que una orden. Descalzo mis botines de tela
roja, saco de los ojales del pantalón mi correa de remaches
brillantes y los dejo en la mesa. ¿No le dije que también la
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