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descargar - Dirección Cultural UIS - Universidad Industrial de ...

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Qué silencio tan berraco, señor agente. De pronto ya no se<br />

escuchaba nada, ni siquiera el ruido <strong>de</strong>l motor <strong>de</strong>l bus ni los<br />

gritos <strong>de</strong>l niño. Entonces otra vez pensé, algo pasó. Y sí, algo<br />

había pasado, usted no me lo va a creer, señor agente, todo<br />

por una simple cartera. Hasta el niño se había callado. Ah, es<br />

que se me había olvidado, el señor llevaba una mochila muy<br />

parecida a la mía, sí, <strong>de</strong> estas <strong>de</strong> fique, para disimular, sólo que<br />

más gran<strong>de</strong>. Sí, esa misma que está ahí al lado.<br />

El señor había sacado <strong>de</strong> su mochila dos largos y filosos<br />

cuchillos, <strong>de</strong> esos <strong>de</strong> feria, y las señoras estaban blancas como<br />

una vela. Pero como el problema no era conmigo, señor<br />

agente, le repito, yo soy un hombre pacífico, yo sólo miré <strong>de</strong><br />

reojo y continué como si nada. Ahí tienen mis señoras, pensé,<br />

por no <strong>de</strong>jar tranquilo a ese pobre cristiano. Ahí tienen, un<br />

susto ni el berraco para que aprendan.<br />

Y todo por una cartera. El señor con los cuchillos, rojo como<br />

un tomate <strong>de</strong> la rabia, y una <strong>de</strong> las señoras le pregunta que qué<br />

va a hacer. No, señor agente, yo no sé qué estaban pensando<br />

esas señoras. El caso, señor agente, es que el tipo se les va a<br />

las señoras, como si fuera a cecinar los animales <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong><br />

ferias, y <strong>de</strong> pronto se <strong>de</strong>tiene y empieza a gritar que no podía<br />

matarlas, en un tono tan subido, que ni para qué le cuento,<br />

usted sabe, señor agente. Y así, una y otra vez; y el señor que<br />

no se callaba, y las señoras ahora sí que se morían <strong>de</strong>l susto.<br />

Pero era que el señor no se callaba, señor agente, y seguía y<br />

seguía gritando, rojo <strong>de</strong> la rabia. Que por qué le pasaba esto,<br />

que por qué ellas no eran hombres para hundirles los cuchillos<br />

en esas barrigas, que qué lástima que el mocoso no fuera más<br />

gran<strong>de</strong> para que respondiera, que dón<strong>de</strong> estaban los maridos<br />

entonces, y el bus a paso <strong>de</strong> tortuga, y nadie que se subía, y<br />

claro, ninguno <strong>de</strong> nosotros que se bajaba.<br />

Que dón<strong>de</strong> estaban los machucantes para que respondieran<br />

por ellas, que le dijeran en dón<strong>de</strong> y se encontraba con sus<br />

mozos o con los hijos, como ellas quisieran, que por Dios, que<br />

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