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illa. Los muebles de la sala están dispuestos alrededor del
cajón. Son los mismos muebles rojos de cuerina viejos que
se han dispuesto para darle espacio a ese objeto extraño a sus
ojos. En el mueble más grande hay un hombre sentado con
la cabeza baja y las manos cruzadas. Las voces, murmullos y
zancadas, yendo y viniendo por la sala, no paran.
Es tanta la gente entrando y saliendo que el niño no ve a
madre, tampoco a padre ni a Carmen. Hermano y hermana
tampoco están. Alrededor del cajón de tapa abierta no hay
nadie; las mujeres mayores están sentadas en los muebles de
la sala, cruzadas de brazos y con caras tristes. De pronto, en el
fondo de la sala, ve a Carmen que pasa de una habitación hacia
la cocina. Ella se pierde de vista, entre un montón de señoras
que conversan alrededor de los fuegos de la estufa. Carmen
prepara el tetero y se lo lleva a la cama o a la sala del televisor
donde veía los matachos con Abue. El tetero es una mezcla de
agua de panela con leche. Los niños que van a ir a la escuela ya
no chupan tetero, dice Carmen, cada vez que él grita para que
ella le lleve el tetero a la cama, cuando no la moja. Los niños
de su edad ya no se orinan en la cama, dice también Carmen,
cada vez que se hace. Recoja las cobijas y llévelas corriendo
al lavadero, hay que extender el colchón al sol, en el patio, si
mamá se da cuenta ya sabe. ¿Por qué madre se enfada? Él reza
en las noches para que madre no se disguste, pero a veces la
cama amanece mojada.
Todavía bebe agua de panela con leche en una taza blanca,
grande, esmaltada. Sólo que ahora lo hace antes de acostarse.
Nada como el sabor fresco y dulce de la aguapanela que lo
transporta a la casa, al río, al sol de pantano, a los cercados de
pasto y al lamento de los guañuces, cuando salía de caza con
padre y hermano, a la lluvia y los vendavales que arrancaban
de tajo las flores y dejaban como lombrices lavadas las
enredaderas del jardín que daba a la calle. En las noches se
levanta dos y hasta tres veces al baño. No era dejadez, ni se
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