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versión en miniatura <strong>de</strong>l monstruo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto en la Guerra<br />
<strong>de</strong> las Galaxias, el hongo comestible, el apacible valle <strong>de</strong><br />
eucaliptos y <strong>de</strong> pinos, el cactus <strong>de</strong> la sed, la frontera <strong>de</strong> los<br />
Clovis, los ojos <strong>de</strong> sal y, ahora, claro, la Cueva <strong>de</strong> los Micos,<br />
con las asombrosas pinturas en la piedra.<br />
El caudal inquietante y húmedo <strong>de</strong>l río, mezclado con el<br />
aroma dulce <strong>de</strong>l Tamajaco, se adhería a la piel hasta colarse en<br />
nuestros puros huesos y miedos. A una voz llamamos a Héctor<br />
que presentíamos <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r como araña por las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />
gruta. ¿Era él?. “Ojo, hablen pasito”, por fin escuchamos su<br />
voz <strong>de</strong> bromista cuando nos alcanzó. “Gerardo no encuentra<br />
la salida, ¿sí escuchan?”, y volvió a reír, esta vez sin parar,<br />
“parecen culebras cascabel”.<br />
Héctor se dispuso a revisar la linterna, pero tampoco encendió.<br />
Mario y yo queríamos matarlo: abajo el precipicio y un río presto<br />
a <strong>de</strong>vorarnos; arriba, un camino imposible, y ese zumbido en<br />
lo más profundo <strong>de</strong> la gruta. Ahora que lo pienso, agra<strong>de</strong>zco<br />
que la linterna nunca hubiese encendido. Mientras le dábamos<br />
tiempo a Gerardo, exploramos nuestros machacados cuerpos<br />
entre uno que otro chiste flojo <strong>de</strong> Héctor: un enjambre <strong>de</strong><br />
avispas Patiamarillas había <strong>de</strong>jado sus brazos como lija, y sin<br />
embargo su tono <strong>de</strong> payaso <strong>de</strong> circo era el mismo.<br />
Gerardo se agitaba, se calmaba. Des<strong>de</strong> abajo, pegados como<br />
lombrices en las raíces <strong>de</strong>l Tamajaco, lo escuchábamos. Una y<br />
otra vez lo intentaba. Exploró arriba, abajo, hacia los costados.<br />
Se movió en línea recta <strong>de</strong>safiando los inquietantes zumbidos<br />
en lo profundo <strong>de</strong> la gruta, en zigzag, <strong>de</strong> costado, hasta que<br />
por fin, tan solo a dos cuerpos <strong>de</strong> nosotros, milagrosamente,<br />
ahí estaba el orificio <strong>de</strong> salida, oculto por la más gruesa y<br />
prolongada raíz <strong>de</strong>l Tamajaco. Pero la salida no fue menos<br />
dolorosa que la entrada. El tronco <strong>de</strong>l viejo árbol había<br />
taponado casi por entero el orificio.<br />
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