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incones <strong>de</strong> los lienzos <strong>de</strong> las piedras. Lo mejor eran las<br />

pinturas <strong>de</strong> líneas rectas y formas concéntricas, y las manos,<br />

cientos <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> seis <strong>de</strong>dos. Los obturadores <strong>de</strong> las<br />

cámaras no daban tregua. Qué rápido olvidamos las espinas<br />

<strong>de</strong> los cactus, los nudos <strong>de</strong> murciélagos, los enjambres <strong>de</strong> las<br />

altivas Patiamarillas y los bor<strong>de</strong>s sinuosos <strong>de</strong>l incómodo paso<br />

que nos conducía a la entrada <strong>de</strong> la gruta.<br />

Un poco más a<strong>de</strong>lante nos levantó el ánimo hallar, entre la<br />

maleza, una cantimplora y algunos fragmentos <strong>de</strong> totumas<br />

guaraperas <strong>de</strong> la antigua expedición <strong>de</strong>l abuelo <strong>de</strong> Gerardo.<br />

Alcanzado el vértice <strong>de</strong>l ascenso y ya con nuestras cámaras<br />

resguardadas en los bolsos, apareció la estrecha entrada <strong>de</strong><br />

la gruta por la que sólo podía introducirse una persona hasta<br />

llegar a lo más alto. Como nadie quería ce<strong>de</strong>r el paso, sin<br />

cuerdas, a puro pulso, uno por uno, en fila india, nos lanzamos<br />

a escalar la presentida y tenebrosa gruta.<br />

Siempre he creído que las entrañas <strong>de</strong> ese cañón hablan y que<br />

tienen sus propias y sinuosas historias, pero en ese momento<br />

nadie atendió mis ruegos. Ni siquiera Mario, que a veces se<br />

mostraba tan cauto como yo. El paso llevaría algo <strong>de</strong> tiempo,<br />

sólo había que tener cuidado y permanecer en grupo, insistía<br />

Gerardo, lo <strong>de</strong>más era puro cuento. Pero a medida que<br />

ascendíamos, el atajo <strong>de</strong> la gruta se hizo aún más estrecho y<br />

pesado. Lo que me dio muy mala espina, sobre todo porque<br />

Héctor empezaba a reír.<br />

Pese al esfuerzo, continuamos el ascenso: Gerardo y Héctor<br />

a<strong>de</strong>lante, nosotros en la retaguardia. De pronto, los dos se<br />

<strong>de</strong>tuvieron. La poca luz que se colaba por entre los intersticios<br />

<strong>de</strong> las rocas se había esfumado. El silencio ensombreció aún<br />

más la gruta. “No se preocupen, ya estamos cerca”, insistía<br />

Gerardo. Tal vez era cierto, sólo que penetrábamos un lugar<br />

impensable para quienes <strong>de</strong>cidieran buscarnos.<br />

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