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que lamentar, que nunca jamás vaya a sentir odio contra los<br />

guerrilleros. Entonces Fabio dobló la carta, tocó la punta <strong>de</strong><br />

su sombrero con la mano <strong>de</strong>recha y se dio la vuelta.<br />

El turno era ahora para Víctor Medina. Había sido tanta<br />

la presión <strong>de</strong> su cuerpo contra el árbol, que había logrado<br />

zafar una pierna. Jaime cerró los ojos, no quería ver más; sus<br />

párpados se hume<strong>de</strong>cieron, hasta que sintió la <strong>de</strong>scarga como<br />

si fuera en su pecho. Víctor era su mejor amigo y padrino<br />

<strong>de</strong> matrimonio. En las filas no se escuchó una sola palabra.<br />

Con su escopeta y ropa <strong>de</strong> dril, ceñida a sus setenta y cinco<br />

kilos y casi dos metros <strong>de</strong> estatura, Jaime estaba encrespado,<br />

aturdido; no sabía si sentía frío o calor. Tuvo que hacer un<br />

gran esfuerzo para no llorar.<br />

En silencio y con la cabeza baja, el comandante <strong>de</strong>l pelotón<br />

se acercó a Fabio y cruzaron algunas palabras. Después <strong>de</strong><br />

la última <strong>de</strong>scarga se podía escuchar hasta el zumbido <strong>de</strong><br />

los mosquitos que comenzaban a rondar los cadáveres. El<br />

comandante dio la or<strong>de</strong>n para que rompieran las cuerdas<br />

teñidas <strong>de</strong> rojo que sostenían los cuerpos sin vida; al instante<br />

las filas en formación se <strong>de</strong>shicieron. Jaime siguió <strong>de</strong> reojo<br />

a Fabio; iba con su sombrero alón, bayetilla roja amarrada<br />

al cuello, fusil terciado, pertrechos en bandolera, cananas y<br />

granadas colgadas al cinturón. Se le veía muy tranquilo. Ahora<br />

era el indiscutible lí<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la simpatía y el arrojo; el mismo<br />

que luchó en el Escambray y en Playa Girón, aquel <strong>de</strong> quien<br />

había hablado tan bien El Che. Por lo menos no <strong>de</strong>jaba ver<br />

ningún sentimiento. Jaime no le quitó la vista hasta que salió<br />

<strong>de</strong>l campamento escoltado por un grupo <strong>de</strong> sus hombres.<br />

Lo seguía Ricardo Lara Parada, un mulato extrovertido,<br />

compañero <strong>de</strong> Jaime en el Colegio Santan<strong>de</strong>r y, entre los<br />

intelectuales, el más querido por los campesinos.<br />

Jaime vio marchar la figura impetuosa y enfermiza <strong>de</strong> Fabio<br />

hasta que <strong>de</strong>sapareció entre la maleza. Los mismos compañeros<br />

que habían cavado las tumbas <strong>de</strong>sataron las cuerdas que<br />

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