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piernas hechas paja. Como él, todo el mundo estaba pálido. El<br />

cuerpo <strong>de</strong> Ochoa se escurrió <strong>de</strong> frente. En el instante le salió<br />

sangre <strong>de</strong>l pecho y por la boca. Haciendo gárgaras, Ochoa<br />

pudo gritar: “¡Acábenme <strong>de</strong> matar! ¡Maténme!”.<br />

Víctor respiraba nervioso con el gesto <strong>de</strong>sencajado. Pegado al<br />

árbol que lo separaba <strong>de</strong> Ochoa, gritó también: “¡Acábenlo ya!<br />

¡Mátenlo rápido!”. Tembloroso, el comandante <strong>de</strong> la patrulla<br />

acercó una pistola Walter hasta la cabeza <strong>de</strong> Ochoa y le dio<br />

el tiro <strong>de</strong> gracia. Víctor se lanzó hacia a<strong>de</strong>lante tratando <strong>de</strong><br />

zafarse <strong>de</strong> las cuerdas, pero su humanidad apenas se movía.<br />

Durante todo ese tiempo, Julio César había permanecido<br />

imperturbable, como si lo sucedido no fuera con él.<br />

El comandante regresó a su posición. El pelotón alzó sus<br />

armas y apuntó sobre Cortés, quien continuaba sin pronunciar<br />

una palabra; tampoco rezaba. El silenció previo a la <strong>de</strong>scarga<br />

era para erizarle los pelos al más impasible. De los tres<br />

con<strong>de</strong>nados, Cortés era el más citadino y se esperaba un acto<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación en el último momento, pero Jaime Arenas,<br />

que lo conocía tan bien, sabía que esto no iba ocurrir. Cortés<br />

ni siquiera pali<strong>de</strong>ció hasta que se escuchó la <strong>de</strong>scarga. “¡Viva<br />

la revolución!”, alcanzó a gritar, cuando ya su camisa blanca<br />

se teñía <strong>de</strong> rojo y su cuerpo se <strong>de</strong>sgonzaba entre las cuerdas.<br />

Esta vez el comandante se apresuró con el tiro <strong>de</strong> gracia. Su<br />

última petición había conmovido a todos, cuando unas horas<br />

previas solicitó audiencia ante Fabio para entregarle una carta<br />

<strong>de</strong> su puño y letra.<br />

–Aquí tiene –le había dicho–. Si quiere léala en voz alta; es una<br />

carta para la vieja.<br />

Cuando Fabio la tomó en sus manos y se dispuso a leerla en<br />

silencio, Cortés lo interrumpió:<br />

–Léala en voz alta –le insistió–; no tengo nada que ocultar; le<br />

suplico a ella que no sienta pena, que si muero no hay nada<br />

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