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La tropa formó a unos cincuenta pasos <strong>de</strong> los con<strong>de</strong>nados<br />

y frente a ellos el pelotón listo para disparar con las pocas<br />

armas que minutos antes habían brillado. Todos miraron<br />

a Fabio. El primero era Heliodoro Ochoa. No fue difícil<br />

adivinarlo, porque los cañones ya estaban apuntando hacia<br />

él. Cuando Heliodoro se percató, comenzó a forcejear contra<br />

las cuerdas hasta que llamó al comandante <strong>de</strong>l pelotón; algo<br />

que sorprendió a todos, incluyendo a Fabio, que seguía paso a<br />

paso la ejecución. El comandante se le acercó, cruzó algunas<br />

palabras con el con<strong>de</strong>nado, luego dio tres pasos hacia atrás y<br />

le or<strong>de</strong>nó al pelotón que <strong>de</strong>scansara, mientras se <strong>de</strong>splazaba a<br />

hablar con Fabio. Luego regresó. Ochoa había pedido que lo<br />

<strong>de</strong>jaran mandar el pelotón <strong>de</strong> fusilamiento.<br />

Hasta ese instante Jaime creía que lo había visto y pa<strong>de</strong>cido<br />

todo: el dolor que le causó a su madre y a toda la familia su<br />

truncada vida universitaria y luego su reclusión en la cárcel, la<br />

muerte <strong>de</strong> Camilo, la pérdida <strong>de</strong> su tercera hija, la separación<br />

<strong>de</strong> su esposa y <strong>de</strong> sus hijas. Pero lo peor, sabía, estaba a punto<br />

<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Sintió odio, un odio tremendo. Estaba en posición<br />

<strong>de</strong> firmes, sus ojos quietos, como suspendidos en aquellos<br />

segundos que antecedían a la <strong>de</strong>scarga. Los tres con<strong>de</strong>nados<br />

eran sus mejores amigos, con los que compartió tanto en las<br />

luchas estudiantiles y la organización <strong>de</strong> los focos urbanos.<br />

Víctor el compadre <strong>de</strong> siempre, Heliodoro el confi<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> celda, Julio César el más admirado. Le dolía que ellos ni<br />

siquiera se dignaran mirarlo.<br />

Víctor y Julio César permanecían silenciosos; no lloraban, no<br />

hacían gestos <strong>de</strong> miedo. Ochoa rezaba con la cabeza baja, <strong>de</strong><br />

pronto la levantó y dijo: “¡Estoy listo!”. El pelotón alzó otra<br />

vez las armas. Ochoa se puso firme y respiró profundo hasta<br />

que gritó: “Pelotón, atención, ¡fir! Listos, apunten, ¡fuego!”.<br />

Dos disparos penetraron su pecho. Segundos antes, Jaime aún<br />

esperaba escuchar la voz <strong>de</strong> Fabio <strong>de</strong>teniendo a la patrulla. Pero<br />

no, el trueno <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scarga le zumbó en los oídos y sintió sus<br />

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