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Las preguntas iban y venían; él sólo negaba con la cabeza. Al<br />
rato hubo una pregunta que le pegó un cimbronazo:<br />
–¿Conoce a D. M.?<br />
–No –les respondió. Y así negó por varias horas, mientras<br />
recibía golpes en el abdomen, la cara y la espalda, hasta que<br />
se rindió:<br />
–Lo distingo, pero no lo conozco.<br />
D. M. era un joven, hijo <strong>de</strong> un obrero <strong>de</strong> Dosquebradas<br />
que se <strong>de</strong>stacaba al frente <strong>de</strong>l sindicato <strong>de</strong>l municipio.<br />
Entusiasmado por una buena paga, había aceptado vincularse<br />
al Ejército Popular <strong>de</strong> Liberación, EPL. Cuando llegó la hora,<br />
emprendió el viaje hacia el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> Córdoba. Allí<br />
hizo contacto. Él y la tropa pasaron por varios lugares hasta<br />
llegar a Montería, pero cuando se movían por el río San Jorge<br />
arriba, los sorprendió una patrulla militar. Algunos fueron<br />
<strong>de</strong>saparecidos, otros torturados y obligados a <strong>de</strong>latar a quienes<br />
los reclutaron y apoyaron en su recorrido. El muchacho lo<br />
había señalado a él.<br />
–No diga mentiras, cabrón <strong>de</strong> mierda –le insultaban mientras<br />
seguía recibiendo golpes.<br />
–Les repito que lo distingo, pero no lo conozco.<br />
–Mejor échelo al precipicio –dijo uno <strong>de</strong> los hombres.<br />
Sin quitarle la capucha lo hicieron subir y bajar escaleras<br />
por un largo rato, hasta <strong>de</strong>jarlo en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l precipicio.<br />
Las preguntas seguían yendo y viniendo como un tintineo<br />
<strong>de</strong> campanas. Era tanta la fatiga por los golpes que llegó a<br />
pensar que nada podía ser más alentador que cerrar los ojos<br />
y <strong>de</strong>jarse caer. Pero ya en el bor<strong>de</strong> el tiempo pasaba sin que<br />
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