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–¿Cómo?, ¿hay más?
–No, no, ya lo grave se lo dije. Es que yo también voy muy
colgado con su materia, usted sabe, profe.
–Está bien, no te preocupes. Tengo que colgar. Hablamos el
lunes.
Se dirigió al baño y descargó en la taza todo el peso de la
angustia. Mientras el chorro caía cerró los ojos. Ahora sólo
tenía que dejarle un mensaje claro a Abelardo. Intentó dormir,
pero fue inútil. Encendió de nuevo el televisor, pero sintió
que sus ojos se irritaban más. Hasta que se decidió a hacer una
llamada, y en vista de que la contestadora le pedía que dejara
el recado, soltó unas cuantas frases que lo tranquilizaron a
medias.
–Hola, Abelardo; discúlpame por llamar tan tarde. Pero es que
hay un asunto muy delicado que debo comentarte. Ya sabrás
que es un lío de faldas que me involucra y debo aclarar todo.
Además me he enterado de otras cosas. Ah, olvidaba decirte
que me fue muy bien en el viaje. La presentación del proyecto
fue un éxito. Chao, estoy en casa, espero pronto tu llamada.
Tomó agua de la llave, acabó de desembalar la maleta y se
fue de nuevo a la ducha, tal vez porque se sintió sucio. No
terminaba de secarse cuando escuchó el timbre del teléfono.
Era su novia. Estaba amorosa, así que por ese lado podía estar
tranquilo. Prometió llamarla más tarde.
Luego de despedirse fue hasta la cocina y se sirvió un jugo.
Estaba simple. Sacó una olla del refrigerador, olió la sopa y
a fuego lento la puso a recalentar en el fogón. El teléfono
timbró otra vez.
–Ah, hola Abelardo. ¿Recibiste mi mensaje?
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