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Recién llegaba a su apartamento, agotado por el viaje.
Había intercambiado unas breves palabras con Carlos en el
ascensor. Ya no tenía por qué dudar, estaba en problemas.
–Ya sabe, cuídese —fue lo único que Carlos pudo decirle,
mientras apuntaba con su dedo índice la yugular.
Quiso quedarse con él para conocer los detalles, pero debía
subir las maletas. Carlos se bajó en el quinto piso y él continuó
hasta el séptimo, acompañado en silencio por una pareja. Ya
le llamaría, tan pronto se diera una ducha y hablara con su
novia.
El incesante timbre del teléfono le confirmó su inquietud.
Corrió por el pasillo, abrió la puerta y se lanzó a responder.
William estaba al otro lado de la línea.
–¿Qué pasó?, hermano, ¿cómo estuvo el viaje? Ya sabes, ¿no?
¿Carlos sí te contó? —William arrastraba las palabras, de la
misma forma que lo hacían sus amigos cuando intimaban.
–Si, ya sé, Carlos me lo advirtió por teléfono y acabo de verlo
en el ascensor. ¿Quién está detrás de todo esto?
–Al parecer es Leo; dice que ya tiene una lista. ¿Con toda el
hambre que le carga y la ponen en este embrollo? Abelardo
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