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un calcetín. Ni siquiera un legionario de aquellos, se decía,
mientras desajustaba unos milímetros la corbata azul del cuello
y limpiaba el sudor de la frente con una pañoleta de lino.
En el lobby del hotel dos personas más esperaban a la
directora de banda para llevarlos en su camioneta a un centro
comercial. En el ala izquierda del lobby estaban los que habían
extraviado la billetera o el pasaporte y en la derecha los que
requerían cosas urgentes como él. Uno era dominicano, el
otro costarricense y él no supo qué decir, así que se presentó
también como caribeño. Los tres eran más blancos que
morenos, el primero de barba abundante, roja, y ojos claros,
el otro alto, de bigote y con talla atlética de figurín, y él, más
bajo que los dos, lampiño y con una panza disimulada por un
holgado pantalón. Docentes. Si, todos docentes. De biología
el uno, de sociales el otro y él con el pecho insuflado, como
si también le hubiesen canchado una medalla en el acto de
bienvenida, matemático; por cierto, docente de historia de las
matemáticas, para ser más exactos, solía aclarar.
Ya en el ala del lobby asignada se atrevió a balbucear algo
buscando una solidaridad que no veía en sus inesperados
interlocutores. Ponce es casi o más caliente que Barquisimeto,
agregó después sin dejar de secarse el sudor en la frente. Así
fue como los otros dos confirmaron que él era de Venezuela o
de algún país suramericano, aunque tenía un acento imposible
de descifrar: entre andino y caribeño. En efecto, no se podía
caminar hasta un centro comercial, estuvieron de acuerdo los
tres, lo mejor era esperar a la directora de banda a quien no
dejaban de seguir por el lobby los fotógrafos del evento. ¿La
directora de banda?, preguntó él. Si, respondieron , esto fue lo
que nos informaron en la central de la organización.
Que tienen urgencias, me han dicho. No se preocupen. Soy
Leana Lancaster, profesora de la Universidad de Puerto Rico,
sede Ponce y directora de banda como lo acaban de ver. No
esperábamos tanta gente en el evento, así que ahora soy su
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