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La muerte <strong>de</strong> los<br />

héroes y<br />

otros relatos


Álvaro Acevedo Tarazona<br />

La muerte <strong>de</strong> los<br />

héroes y<br />

otros relatos<br />

Cuentos<br />

<strong>Dirección</strong> <strong>Cultural</strong><br />

Colección<br />

Temas y Autores Regionales<br />

Bucaramanga, 2012


© <strong>Universidad</strong> <strong>Industrial</strong> <strong>de</strong> Santan<strong>de</strong>r<br />

Colección Temas y Autores Regionales<br />

La muerte <strong>de</strong> los héroes y otros relatos. Álvaro Acevedo Tarazona<br />

<strong>Dirección</strong> <strong>Cultural</strong><br />

Rector <strong>UIS</strong>: Jaime Alberto Camacho Pico<br />

Vicerrector Académico: Álvaro Gómez Torrado<br />

Vicerrector Administrativo: Luis Eduardo Becerra (E)<br />

Vicerrector <strong>de</strong> Investigaciones: Óscar Gualdrón<br />

Director <strong>de</strong> Publicaciones: Óscar Roberto Gómez Molina<br />

<strong>Dirección</strong> <strong>Cultural</strong>: Luis Álvaro Mejía Argüello<br />

Impresión:<br />

División Editorial y <strong>de</strong> Publicaciones <strong>UIS</strong><br />

Comité editorial: Luis Álvaro Mejía A.<br />

Armado Martínez G.<br />

Primera edición: Junio <strong>de</strong> 2012<br />

ISBN:<br />

<strong>Dirección</strong> <strong>Cultural</strong> <strong>UIS</strong><br />

Ciudad Universitaria. Cra. 27, Calle 9.<br />

Tel. 6846730 - 6321349 Fax. 6321364<br />

Página Web: http://cultural.uis.edu.co<br />

divcult@uis.edu.co<br />

Bucaramanga, Colombia<br />

Impreso en Colombia


INDICE<br />

- La ruta <strong>de</strong> la sal 7<br />

- De palabra 15<br />

- San Mateo 23<br />

- Soledad <strong>de</strong> los huesos 35<br />

- La muerte <strong>de</strong> los héroes 45<br />

- Lienzos <strong>de</strong> piedra 55<br />

- Olor a rosas 63<br />

- Abue 73<br />

- Un hombre pacífico 79<br />

- Chequeo cruzado 87<br />

- Lo miraré a los ojos 95<br />

- Un arte milenario 103<br />

- Granada 113<br />

- Paseo nocturno con pareja <strong>de</strong> fondo 119<br />

- Ejercicios docentes 127<br />

- A propósito <strong>de</strong> estos relatos 137


LA RUTA DE LA SAL


Apenas Juan González <strong>de</strong> Mentola fue alcanzado por<br />

la flecha, corrió la noticia <strong>de</strong> que un indio había robado su<br />

alma en<strong>de</strong>moniada. Si bien no hay que dar todo el crédito a<br />

las Crónicas, pues unas se hicieron para ensalzar las hazañas,<br />

otras para ocultar las bajezas, lo cierto fue que esa vez le<br />

correspondió al soldado Juan Mentola –a quien así llamaban<br />

en la hueste– cargar con el peso <strong>de</strong> la infamia.<br />

Unas líneas sólo le <strong>de</strong>dica fray Pedro Simón a este soldado en<br />

sus Noticias Historiales; la mujer que anuda la historia apenas<br />

es referida dos veces, los <strong>de</strong>más cronistas ni la mencionan.<br />

Es <strong>de</strong> sobra conocido que fray Pedro Simón hizo <strong>de</strong> oídas<br />

gran parte <strong>de</strong> sus crónicas, por eso es difícil dar crédito a éste<br />

y otros relatos; sin contar con toda la carga y sesgos <strong>de</strong> una<br />

pluma –ya se ha advertido–, como la que diera origen a las<br />

crónicas <strong>de</strong> aquellos tiempos. ¿Acaso una aventura <strong>de</strong> amor y<br />

ambición? Los rasgos <strong>de</strong> los personajes no se <strong>de</strong>finen, menos<br />

los terrores que anidan en ellos, tampoco el drama que nos<br />

lleve a sentirnos implicados con su <strong>de</strong>sdicha. Es preferible<br />

<strong>de</strong>jarlos así, entre ese halo <strong>de</strong> misterio y leyenda. Habiendo<br />

quedado libre <strong>de</strong> empresa alguna y sin fortuna que amasar,<br />

Juan Mentola se enlistó con su mujer, bailaora <strong>de</strong> profesión,<br />

a la pacificación <strong>de</strong> los temibles indios muzos, los que no<br />

habían <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> agraviar a sus enemigos <strong>de</strong> siempre, los<br />

moscas, y atacar los repartimientos <strong>de</strong> indios encomendados en<br />

el pueblo <strong>de</strong> Susa.<br />

9


Mucho le dijeron a Juan Mentola que no llevara a su mujer en<br />

estado, pero él como ella hicieron oídos sordos. Mentola era<br />

un hombre alto y fuerte, poblada barba, cabello cobrizo, largo<br />

como una crin y un rostro cortado por una figura en ancla,<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el párpado <strong>de</strong> su ojo <strong>de</strong>recho hasta la línea <strong>de</strong> los labios.<br />

Sin duda, un soldado seguro y sin miedos, como todos los que<br />

se enlistaron esa vez en la hueste. La mujer <strong>de</strong> Mentola no era<br />

menos: cabello <strong>de</strong> rizos encendidos y <strong>de</strong> un rostro <strong>de</strong> nieve<br />

y <strong>de</strong> un cuerpo <strong>de</strong> mujer altiva. Al verla, nadie daba crédito a<br />

la historia <strong>de</strong> los muchos hombres que había partido con su<br />

daga.<br />

La hueste <strong>de</strong> pacificación al mando <strong>de</strong>l capitán Juan Lanchero<br />

atacó en el verano <strong>de</strong> los primeros <strong>de</strong> septiembre <strong>de</strong>l año <strong>de</strong><br />

mil y quinientos cincuenta y ocho. Era la quinta expedición<br />

emprendida para someter a los muzos y la segunda <strong>de</strong><br />

Lanchero, o mejor, la <strong>de</strong> su venganza. Veinte años atrás, en la<br />

primera expedición contra los muzos, el temible capitán había<br />

perdido doce infantes y fueron tantas las penas, que tuvieron<br />

que alimentarse <strong>de</strong> sus propios caballos, raíces, cachipayes y<br />

otros frutos <strong>de</strong> la tierra. Luego vinieron otras expediciones<br />

<strong>de</strong> pacificación, con peor suerte, hasta que la incursión <strong>de</strong>l<br />

temible Pedro <strong>de</strong> Ursúa llegó a fundar la ciudad <strong>de</strong> Tu<strong>de</strong>la en<br />

el propio corazón <strong>de</strong> la provincia <strong>de</strong> muzo, aunque no por<br />

mucho tiempo.<br />

Los muzos solían habitar las tierras que cruzaban el río<br />

Minero, lindando con saboyaes, panches, colimas y nauros.<br />

Tierras pródigas en yacimientos <strong>de</strong> sal, en po<strong>de</strong>r <strong>de</strong>l cacique<br />

Quirimaca y pobladas <strong>de</strong> jabalíes, micos, gatos <strong>de</strong> monte,<br />

cerdos salvajes, osos hormigueros, osos negros, osos pardos<br />

y venados. Para entonces, Quirimaca ya era una leyenda y<br />

los soldados españoles le temían. En las cinco incursiones<br />

malogradas hacia el territorio <strong>de</strong> los muzos, el guerrero<br />

indio había estado siempre en la primera línea <strong>de</strong> combate.<br />

Lanchero había ofrecido la décima parte <strong>de</strong>l oro a quien le<br />

10


llevara su cabeza, hazaña <strong>de</strong> la cual los soldados y el propio<br />

Juan Mentola y su bailaora esperaban no sólo cubrirse <strong>de</strong><br />

fortuna sino <strong>de</strong> fama.<br />

Lanchero entró con seiscientos hombres y trescientos indios;<br />

una cifra <strong>de</strong>sorbitante, consignada por los cronistas. No<br />

<strong>de</strong>bieron ser, la verdad, más <strong>de</strong> doscientos soldados, varios<br />

perros amaestrados, unos pocos indios yanaconas por guías, y<br />

una que otra india ladina en la retaguardia sirviendo a la mujer<br />

<strong>de</strong> Mentola para avituallar a la tropa.<br />

Por millares fueron los indios que mataron los soldados<br />

con sus cargas <strong>de</strong> fuego y perros rabiosos. Igual fue tanta la<br />

guasábara que éstos recibieron <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los primeros pasos en<br />

la provincia, y tales las empuyadoras <strong>de</strong> palmas muy secas,<br />

untadas <strong>de</strong> veneno y tan ocultas entre la maleza y yerbajos<br />

peinados por el agua, que muchos soldados murieron picados<br />

por este veneno y otros por las flechas que los indios les<br />

lanzaban, o por ocultas vigas puestas al paso. Los más que<br />

murieron fue por la misma tierra, tan pródiga <strong>de</strong> vida, tan<br />

alevosa.<br />

Pasados meses <strong>de</strong> muchos trabajos, Lanchero y su hueste,<br />

apoyada por otros soldados que <strong>de</strong>bieron acudir en su auxilio,<br />

por fin fundaron la Villa <strong>de</strong> la Santísima Trinidad <strong>de</strong> los Muzos.<br />

Era tal la alegría <strong>de</strong> Mentola y el garbo <strong>de</strong> su mujer, que en las<br />

noches alentaban a los suyos con bailes y cantos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l<br />

fuego, esperando pronto dar con la cabeza <strong>de</strong> Quirimaca.<br />

La alegría duró lo que el sol tarda en ir <strong>de</strong> saliente a ocaso. Fue<br />

poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> encontrar aquella piedra ver<strong>de</strong> en el buche<br />

<strong>de</strong> una gallina, que los indios llamaban tapyacar (esmeralda)<br />

y que habrían <strong>de</strong> encontrar, por montones, en el cerro <strong>de</strong><br />

Ytoco. Cercados en la ciudad empalizada y sin salida alguna,<br />

eran tantos los flecheros que brotaban al mando <strong>de</strong>l furioso<br />

Quirimaca, que parecía que los hervía la tierra.<br />

11


Resistieron, a fe que resistieron los envalentonados soldados,<br />

y no pocos fueron los indios que Mentola y su mujer, en aquel<br />

estado, dieron <strong>de</strong> baja. Era tal la malicia <strong>de</strong> Quirimaca, que<br />

muchos soldados murieron por el envenenamiento que sus<br />

indios habían hecho <strong>de</strong> todos los frutos <strong>de</strong> los árboles y <strong>de</strong> la<br />

sal <strong>de</strong> los pozos que abastecían la sitiada fundación.<br />

Sólo algunos soldados se abrieron paso hacia la selva, entre<br />

los que se contaban Juan Mentola y su esposa. En su huída,<br />

el letal veneno <strong>de</strong> una flecha atravesó el pecho <strong>de</strong> su mujer<br />

antes <strong>de</strong> recibirla él en su hombro, en el instante en que ella<br />

se disponía a dar a luz en aquella tierra abundantísima en sal<br />

y esmeraldas. Nunca jamás se había visto, por aquellos lares<br />

inhóspitos, mortal veneno que los indios preparaban con tres<br />

serpientes venenosas, un animal ponzoñoso llamado tiro,<br />

arañas gran<strong>de</strong>s, sapos y leche <strong>de</strong> Ceiba en abundancia; los<br />

animales se <strong>de</strong>jaban en una gran olla <strong>de</strong> barro para que se<br />

pudrieran y luego una anciana india los cocinaba hasta que<br />

salía un líquido espeso como la melaza.<br />

Cuando la mujer <strong>de</strong> Mentola cayó herida por aquel mortal<br />

veneno, Quirimaca se echó sobre ella y con un cuchillo le<br />

sacó el niño <strong>de</strong> sus entrañas. Entonces Mentola, rabiando su<br />

agonía, embistió con los últimos soldados, a los que pronto<br />

se sumaron refuerzos, en una batalla que se prolongó por<br />

muchos días, hasta que Quirimaca, al ver rodar por el suelo<br />

a sus capitanes Note y Vatabi y dos mil muzos más, se retiró<br />

cargando al hijo <strong>de</strong> Mentola en su espalda, amarrado en una<br />

estrecha cuna, bocabajo y con los pies hacia lo alto, tal como<br />

solían cargar las indias muzos a sus hijos recién paridos.<br />

Durante dos inviernos y tres estaciones secas, Juan Mentola<br />

y los soldados navegaron por el río Negro y el gran<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

la Magdalena, hasta los valles y cresterías <strong>de</strong> las temibles<br />

provincias <strong>de</strong> la nación pijao. A Quirimaca nunca se le volvió<br />

a ver y <strong>de</strong>l hijo <strong>de</strong> Juan González <strong>de</strong> Mentola tampoco jamás<br />

se supo.<br />

12


Hasta aquí la historia o leyenda. Años <strong>de</strong>spués, en una <strong>de</strong> mis<br />

solitarias pesquisas por archivos y puertos, me encontré en<br />

Maracaibo con un viejo colega, trashumante y excéntrico, no<br />

menos soberbio, al que le relaté esta crónica, no sin antes él<br />

referirme otras tantas <strong>de</strong>l mismo calibre y brío. No sé cómo<br />

llegamos hasta la leyenda <strong>de</strong> Mentola y su mujer. Pasada la<br />

media noche, entre el colegaje y un buen anisado, él por fin<br />

se animó a extraer el ajado folio <strong>de</strong> un documento que se<br />

<strong>de</strong>shacía al solo contacto. Aquella revelación me permitió<br />

<strong>de</strong>sanudar esta historia.<br />

Contaba la crónica <strong>de</strong>l manuscrito original y censurado <strong>de</strong><br />

fray Pedro <strong>de</strong> Aguado, en un párrafo que a<strong>de</strong>más fue tachado<br />

y nunca trascrito por los siguientes cronistas –la inferencia es<br />

<strong>de</strong>l viejo colega–, que por la época en que Mentola, pobre y<br />

enfermo, se moría a cuenta gotas por el postrer veneno <strong>de</strong><br />

aquella flecha, apareció un hombre, con su misma cara, ropajes<br />

<strong>de</strong> indio, rizos largos <strong>de</strong> fuego, cabeza dura y redonda, y tan<br />

bello y fiero, que se perdió la cuenta <strong>de</strong> la cantidad <strong>de</strong> cargueros<br />

que por la ruta <strong>de</strong> la sal y <strong>de</strong> las esmeraldas atravesaron sus<br />

ponzoñosas flechas.<br />

13


DE PALABRA


Des<strong>de</strong> caño Cristales hasta Peroles había una hora <strong>de</strong><br />

trayecto pandito, pero <strong>de</strong> ahí hasta el río Negro la jornada<br />

era extenuante, por un terreno que se hacía más ascen<strong>de</strong>nte<br />

hasta convertirse casi en una pared en el punto entre Toretes<br />

y Sacamujeres. Luego se recorría un breve camino, en pleno<br />

páramo, entre los caños Cachimbero y Lin<strong>de</strong>ros, para enfilar,<br />

por último, hasta La Putana. De ahí en a<strong>de</strong>lante todo era un<br />

secreto.<br />

De su silencio habían <strong>de</strong>pendido muchas cosas, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

entonces ya habían transcurrido varios abriles hasta ese día,<br />

en el que transportaba el último bulto <strong>de</strong> su libertad. Apuró el<br />

paso, pese a la carga que lo sofocaba.<br />

Aquel día no iba <strong>de</strong> camuflado. Se había alzado la ropa con<br />

la que lo capturaron ya hacía tres años. No se sentía a gusto;<br />

las botas le habían lacerado los pies y la ropa ya no le tallaba.<br />

No alcanzaba los uno setenta, pero era <strong>de</strong> complexión fuerte<br />

y <strong>de</strong> rostro anguloso, cortado por unos ojos sin brillo. Llevaba<br />

el cabello largo, muy largo, trenzado con una cuerda; en su<br />

hombro <strong>de</strong>recho, se imponía el tatuaje con la silueta <strong>de</strong> una<br />

mujer <strong>de</strong>snuda y en su muñeca izquierda una pulsera <strong>de</strong> coral,<br />

último recuerdo <strong>de</strong> su disipada vida en Nueva York.<br />

Nadie había querido medírsele al asunto; ni siquiera por toda<br />

la plata <strong>de</strong>l mundo que los comandantes <strong>de</strong> los treinta y dos<br />

frentes habían ofrecido. Subir los bultos era algo así como<br />

17


saludar a la muerte, y para qué una muerte heroica, si al fin y<br />

al cabo era la muerte.<br />

El cargamento había permanecido por varios meses en<br />

el mismo lugar. La cuadrilla ya estaba aculillada y así se lo<br />

habían hecho saber al comandante para zafarse <strong>de</strong> cualquier<br />

responsabilidad. Eran dos mil bultos <strong>de</strong> trinitroglicerina, los<br />

que necesitaban, al otro lado <strong>de</strong> la cordillera, el 9º frente <strong>de</strong>l<br />

nororiente para volar, si fuera necesario, dos ciuda<strong>de</strong>s enteras.<br />

Pero tanto bulto amontonado podía llevarse en un santiamén<br />

a toda la cuadrilla y <strong>de</strong> paso la laguna que suministraba el<br />

lecho seco <strong>de</strong>l llano. Un <strong>de</strong>sastre que los pueblos <strong>de</strong> abajo<br />

jamás perdonarían.<br />

¿Qué otra cosa podía haber hecho? Fue una acción muy rápida<br />

cuando llegaron al Brama<strong>de</strong>ro y se lo cargaron <strong>de</strong> nuevo pa’l<br />

monte a seguirle un consejo <strong>de</strong> guerra por <strong>de</strong>sertor. No lo<br />

había podido creer, aún se acordaban <strong>de</strong> él. ¿Pero cómo no se<br />

iban a acordar, si lo acusaban <strong>de</strong> haberse cargado la plata que<br />

había necesitado el 9º para abastecer la tropa por un año?<br />

No eran tiempos para jugar a ser héroe, y menos cuando la<br />

moral <strong>de</strong> las tropas andaba por los suelos. Cuando lo pusieron<br />

frente al comandante, acaso éste lo miró <strong>de</strong> soslayo para<br />

impartir la or<strong>de</strong>n. Des<strong>de</strong> su huida nada había cambiado; ahí<br />

estaban los dos verdugos que dispararían, los mismos que con<br />

el comandante y su compadre Everardo se habían empotrado<br />

en el mando. Los <strong>de</strong>más miembros <strong>de</strong> la cuadrilla rotaban y<br />

se movían según las circunstancias, pero nunca eran más <strong>de</strong><br />

diez.<br />

Reanimado por la luz <strong>de</strong>l sol, luego <strong>de</strong> permanecer por varias<br />

semanas expuesto a los gases en la cueva don<strong>de</strong> almacenaban<br />

el cargamento, le alcanzó a gritar al comandante, no sin la<br />

ayuda <strong>de</strong> su compadre Everardo, quien, segundos antes <strong>de</strong><br />

que se cumpliera la or<strong>de</strong>n, había intercedido por él.<br />

18


–¡Yo le cargo los bultos, comandante!<br />

–¿A cambio <strong>de</strong> qué? —le preguntó aquél, aunque ya todos<br />

conocían la respuesta.<br />

¡Usted sabe! —gritó aún más fuerte.<br />

Muy pronto, en los treinta y dos frentes, rodó la bola <strong>de</strong> que<br />

había aparecido un pen<strong>de</strong>jo, y ahí había comenzado todo. No<br />

había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> recriminarse un solo instante <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que se le<br />

había medido al asunto. Luego <strong>de</strong> La Putana <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>sgajarse<br />

entre los <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> La Cuchara, don<strong>de</strong> unos hombres<br />

forrados <strong>de</strong> blanco le recibían los bultos y procesaban <strong>de</strong> a<br />

puchitos el inestable explosivo. Cada bulto <strong>de</strong>bía transportarlo<br />

sobre sus espaldas, haciendo uno o dos viajes por jornada y sin<br />

la ayuda <strong>de</strong> bestias, ante el temor <strong>de</strong> que cualquier movimiento<br />

brusco <strong>de</strong> la temible carga lo pulverizara. Lo peor era que<br />

<strong>de</strong>bía inhalar los gases <strong>de</strong>l explosivo, porque éste, a lo sumo,<br />

se podía forrar en bolsas <strong>de</strong> nailon. En La Cuchara sólo se<br />

quedaba a recuperar el aliento, para luego apurar el día y subir<br />

<strong>de</strong> nuevo, si las lluvias lo permitían. Aquellos <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ros<br />

eran el fortín <strong>de</strong>l 9º: cuevas repletas <strong>de</strong> armas, laboratorios y<br />

mucho dinero.<br />

Ese día, subiría el último bulto y se largaría. No había huido<br />

por el temor a que el comandante se ensañara con su padre,<br />

pero ante todo porque era hombre <strong>de</strong> palabra, y su palabra era<br />

lo único que le quedaba. No se había robado la plata, eso lo<br />

sabía él y el comandante, pero éste lo había inculpado.<br />

Ya había enfilado hacia La Putana. Era cuestión <strong>de</strong> una hora<br />

más, y ya: libre para siempre. ¿Qué haría <strong>de</strong>spués? No estaba<br />

seguro. Abajo, por si acaso, creerían que aún quedaba por<br />

subir otra carga, pues había tenido el cuidado <strong>de</strong> camuflar<br />

arena fina como si fuera un bulto más <strong>de</strong> explosivo. Todo era<br />

cuestión <strong>de</strong> a<strong>de</strong>lantársele al comandante, en caso <strong>de</strong> que algo<br />

saliera mal.<br />

19


En el último año había sido más útil preparando yerbajos,<br />

encajando huesos o ligamentos y en ciertos casos aplicando<br />

los conocimientos <strong>de</strong> los seis semestres <strong>de</strong> medicina que había<br />

cursado antes <strong>de</strong> irse para Nueva York. De manera que allí<br />

abajo el ambiente estaba muy relajado. Renombrada su fama<br />

<strong>de</strong> brujo en los treinta y dos frentes, se cubrió <strong>de</strong> un hálito<br />

misterioso. Sus compañeros veían cómo había aprendido a<br />

cargarse los bultos sin inmutarse, en tanto que ninguno <strong>de</strong><br />

ellos se atrevía a acercarse al lugar don<strong>de</strong> éstos se encontraban.<br />

No era inmune a los gases <strong>de</strong>l explosivo, ni tampoco al miedo<br />

que le tasajeaba los nervios cuando se alzaba la carga y sus<br />

compañeros lo <strong>de</strong>spedían como a un fantasma. Pero todo<br />

le era indiferente; lo único que anhelaba era estar al lado <strong>de</strong><br />

su viejo para aliviarle el cáncer que lo consumía, según se lo<br />

había hecho saber su compadre Everardo cada vez que traía<br />

noticias <strong>de</strong>l llano.<br />

Como siempre, el camino era un <strong>de</strong>sierto sin vida, como si<br />

los malditos guañuces lo presintieran y con sus graznidos <strong>de</strong><br />

locos espantaran todas las almas. Ya en el páramo, la cosa era<br />

distinta: sólo él y el tenue sonido <strong>de</strong>l agua. Horas <strong>de</strong> intenso<br />

dolor por la carga, apaciguadas por intermitentes silencios.<br />

Su familia no había hecho más que llorarlo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su época<br />

<strong>de</strong> estudiante en la Facultad <strong>de</strong> Medicina, cuando se entregó<br />

a la droga y ya no se quería ni a sí mismo. En Nueva York<br />

había llegado a ser <strong>de</strong>svalijador <strong>de</strong> carros, intermediario <strong>de</strong> los<br />

carteles, cabrón <strong>de</strong> putas y acróbata <strong>de</strong> circo, hasta el día que<br />

lo remitieron al quirófano con el <strong>de</strong>do gordo <strong>de</strong>l pie girado<br />

hasta el tobillo. Cuando le dieron <strong>de</strong> alta, un tipo <strong>de</strong> la DEA,<br />

latino, había tenido el cuidado <strong>de</strong> conducirlo, no sin insultos,<br />

por los pabellones <strong>de</strong> los enfermos <strong>de</strong> heroína. Fue aterrador.<br />

En el primero, aquellos <strong>de</strong> los miembros hinchados que ya no<br />

tenían un solo espacio para pincharse. “Si ve H.P., eso es para<br />

que vea”. En el segundo, a los que ya sólo les quedaba espacio<br />

para pincharse en los ojos y la nuca. “Si ve, poca cosa”. En el<br />

tercero, los terminales, aquellos a los que se les <strong>de</strong>sprendían sus<br />

20


miembros. “Si ve, eso le espera, perro”. Fue entonces cuando<br />

les suplicó a sus hermanos que lo amarraran hasta purgarse <strong>de</strong><br />

ese veneno. Después la guerrilla, y ahora los explosivos.<br />

Los <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ros <strong>de</strong> La Cuchara eran enrevesados y falsos.<br />

Dejó la carga en el lugar <strong>de</strong> siempre. Por su trabajo, allá arriba,<br />

tenía la confianza <strong>de</strong> la otra cuadrilla <strong>de</strong>l 9º y hasta le había<br />

sobrado tiempo para sonsacarse unas armas en todo su tiempo<br />

<strong>de</strong> cautiverio. El regreso no era problema. En Sacamujeres<br />

bor<strong>de</strong>aría el campamento <strong>de</strong> caño Cristales, hasta <strong>de</strong>slizarse a<br />

Campocapote y <strong>de</strong> ahí a la Margarita, la puerta al llano, don<strong>de</strong><br />

Everardo lo llevaría a un sitio seguro a encontrarse con su<br />

padre. Así se había acordado. Luego regresarían a ajustarle sus<br />

cuentas al comandante.<br />

Llegó justo a la hora. Se sentó a esperar. Los minutos<br />

transcurrían y Everardo no daba señales. Lo tanteó por un<br />

tiempo más. Dio un ro<strong>de</strong>o, lo llamó como habían acordado,<br />

pero nada ¿Qué podría haber sucedido? Apuró el paso. Tendría<br />

que fingir que regresaría por el último bulto. ¿Everardo se<br />

habría torcido? Ya se verían las caras. Tenía cierta ventaja, la<br />

munición era abundante para las armas montadas...<br />

El eco <strong>de</strong> un disparo se escuchó entre Cañocristales y Peroles,<br />

subió por el Río Negro hasta superar la pared entre Toretes y<br />

Sacamujeres, y fue a estrellarse contra los caños Cachimbero<br />

y Lin<strong>de</strong>ros. El eco se apagó en La Putana. Después ya no se<br />

escuchó nada.<br />

21


SAN MATEO


El campero frenó en seco haciendo restallar los<br />

neumáticos contra el pavimento. Entonces él contrajo el<br />

cuello y apretó aún más los párpados. Pero no, el tiro <strong>de</strong> gracia<br />

no llegó. Sin quitarle la capucha y las esposas, lo sacaron a<br />

empellones <strong>de</strong>l vehículo, luego caminó por una especie <strong>de</strong><br />

caserón vacío don<strong>de</strong> se abrían y cerraban puertas, hasta que lo<br />

<strong><strong>de</strong>scargar</strong>on en un sillón.<br />

–¡Lo sabemos todo, lo mejor es que cante!<br />

También le llamaron por su nombre y le relataron aspectos <strong>de</strong><br />

su vida más íntima. Después lo <strong>de</strong>jaron solo.<br />

El lugar estaba frío. Todo había sucedido tan rápido que<br />

hasta ese momento pudo tomar conciencia <strong>de</strong> lo ocurrido.<br />

La cabeza le daba vueltas y por primera vez sintió el ardor <strong>de</strong><br />

varios raspones en los brazos.<br />

Eran los días finales <strong>de</strong>l mes <strong>de</strong> septiembre, tiempos aquellos<br />

<strong>de</strong>l Estado <strong>de</strong> Sitio, y él con los <strong>de</strong>más lí<strong>de</strong>res sindicales, pese a<br />

las prohibiciones, estaba organizando un paro cívico nacional<br />

para el 21 <strong>de</strong>l siguiente mes. Sin duda ésta era la causa <strong>de</strong> su<br />

<strong>de</strong>tención. Por la forma como los sujetos habían operado, sin<br />

previa or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> captura, estaba casi seguro <strong>de</strong> que eran <strong>de</strong>l<br />

B-2.<br />

25


¿Pero qué iba a sospechar que lo estaban siguiendo? Esa<br />

mañana <strong>de</strong>l lunes había regresado <strong>de</strong> Me<strong>de</strong>llín. El viaje<br />

había comenzado a las once <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong>l domingo en el<br />

famoso Guayaquil, el sector <strong>de</strong> la capital <strong>de</strong> la montaña don<strong>de</strong><br />

estaban ubicadas las empresas <strong>de</strong> transporte. El trayecto era<br />

la oportunidad para <strong>de</strong>scansar <strong>de</strong> los ajetreos <strong>de</strong> la militancia.<br />

Pero el pullman <strong>de</strong> la flota Magdalena, que se había anunciado<br />

como un servicio directo, realizó el recorrido parándole a<br />

todo el que le pusiera la mano y llegó a Pereira a eso <strong>de</strong> las seis<br />

y treinta <strong>de</strong> la mañana.<br />

A las siete <strong>de</strong>bía estar en la escuela Atanasio Girardot. Así<br />

que le había tocado volar, <strong><strong>de</strong>scargar</strong>, ducharse pronto, tomar<br />

el café <strong>de</strong> doña Aurita y cruzar raudo la calle para llegar a<br />

tiempo. La casa <strong>de</strong> doña Aurita estaba ubicada exactamente al<br />

frente <strong>de</strong> la escuela, y en parte eso lo había tranquilizado. Ella<br />

era una pastusa, muy afectuosa, que llevaba años viviendo en<br />

la región y había logrado constituir una cálida familia en la<br />

cual se le acogió como a un hijo. En su casa tenía alquilada<br />

una pieza, pero disfrutaba <strong>de</strong> todo lo bueno que transcurría<br />

en ese hogar: sus comidas, las parrandas, las conversaciones<br />

familiares y la amistad <strong>de</strong> sus hijos.<br />

El último sorbo <strong>de</strong> café había coincidido con el sonido <strong>de</strong><br />

la campana. Después <strong>de</strong> caminar unos treinta pasos se había<br />

integrado a los ritos <strong>de</strong> la escuela: los maestros ubicando a los<br />

chicos en el patio por or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> estatura; don Oscar, el director,<br />

combinando recomendaciones y regaños, y una <strong>de</strong>cena <strong>de</strong><br />

madres en los corredores resistiéndose a <strong>de</strong>spren<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> sus<br />

hijos.<br />

Acosado por el cansancio <strong>de</strong>l viaje y el trasnocho, durante<br />

toda la mañana sólo hizo talleres <strong>de</strong> lectura, <strong>de</strong>jando todo listo<br />

para salir <strong>de</strong> clases a las once y cuarenta y cinco. Cuando sonó<br />

la campana ya había llegado a la puerta <strong>de</strong> salida. Pero en<br />

el preciso momento en que se disponía a poner un pie en la<br />

acera, se <strong>de</strong>tuvo. Un campero negro con vidrios polarizados se<br />

26


encontraba a unos diez metros a<strong>de</strong>lante. “Debe ser un padre<br />

<strong>de</strong> familia narco”, se confió; y prosiguió hasta cuando un<br />

hombre <strong>de</strong> gafas oscuras, que ya se había bajado <strong>de</strong>l campero,<br />

lo llamó por su nombre.<br />

–Sí, soy yo –le respondió.<br />

–Queda <strong>de</strong>tenido, acompáñenos –le dijo el hombre, dirigiéndose<br />

hacia él sin darle tiempo <strong>de</strong> reaccionar. Venía acompañado<br />

<strong>de</strong> otros dos tipos.<br />

–¿Por qué? ¿Quiénes son uste<strong>de</strong>s?<br />

–No diga nada y acompáñenos –insistió el hombre con voz<br />

<strong>de</strong> mando, en el momento en que los otros dos lo prendían <strong>de</strong><br />

los brazos e intentaban conducirlo hasta el campero.<br />

Él forcejeó, afirmando sus piernas como puntillas contra el<br />

piso, pero la fuerza <strong>de</strong> los tres hombres era superior a sus<br />

intentos por zafarse. El borbollón <strong>de</strong> niños, padres y maestros<br />

empezó a crecer.<br />

–¡Suéltenlo!, ¿quiénes son?, ¿por qué se lo llevan? –se escuchaba<br />

entre la multitud.<br />

–¡Debe ser el ejército, <strong>de</strong>be ser el ejército! –gritaba él,<br />

balanceando su cuerpo y manoteando para vencer la fuerza<br />

<strong>de</strong> los tres hombres que lo golpeaban en la cara y en el<br />

estómago.<br />

El revuelo y los gritos <strong>de</strong> la gente aumentaban, pero nadie<br />

intervenía; muchos se dispersaron cuando uno <strong>de</strong> los hombres<br />

<strong>de</strong>scubrió su arma en actitud <strong>de</strong>safiante. El forcejeo continuó<br />

por otros segundos, pero él ponía más resistencia. El tumulto<br />

<strong>de</strong> la gente ya había paralizado el tráfico <strong>de</strong> la estrecha calle,<br />

hasta que por fin los tres hombres lograron arrastrarlo hasta<br />

la puerta trasera <strong>de</strong>l campero. Sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> gritar, él apoyó<br />

27


su pie <strong>de</strong>recho en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la <strong>de</strong>fensa trasera <strong>de</strong>l carro,<br />

empujó con toda su angustia y los cuatro fueron a parar al<br />

suelo. Los hombres se aferraron aun más a sus brazos y los<br />

golpes arreciaron hasta que acabó por rendirse.<br />

Todavía en el asfalto lo esposaron y casi al instante lo metieron<br />

al campero y emprendieron la fuga. De inmediato lo cubrieron<br />

con una capucha y luego sintió en su boca el metálico frío <strong>de</strong><br />

un cañón <strong>de</strong> arma corta. Después <strong>de</strong> haber rodado por el suelo<br />

se comportaba como una fiera domesticada. Más cuando los<br />

tres hombres comenzaron a llamarlo “compañero”. Su cabeza<br />

ya sólo oscilaba al vaivén <strong>de</strong> las cerradas curvas y los brincos<br />

<strong>de</strong>smedidos <strong>de</strong>l vehículo. El arma estaba fría, muy fría. Des<strong>de</strong><br />

que se la introdujeron en la boca había apretado los párpados<br />

esperando el tiro <strong>de</strong> gracia. No sabía qué era peor, si las<br />

náuseas que le producía el cañón en su garganta o las voces<br />

que le seguían llamando “compañero”.<br />

–¡Ojo con el <strong>de</strong> la moto! –alcanzó a escuchar, y eso le llegó<br />

hasta el alma. Pero al rato <strong>de</strong>sapareció el ronroneo <strong>de</strong> la moto y<br />

fue peor su <strong>de</strong>sconsuelo. Ya en la silla, don<strong>de</strong> lo habían tirado,<br />

llegó a creer que aquellas palabras habían sido una ilusión.<br />

Levantó su cabeza e intentó mirar por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la capucha,<br />

pero sólo logró ver el piso y un pedazo raído <strong>de</strong>l sillón en el que<br />

se encontraba sentado. De pronto escuchó el ruido cercano<br />

<strong>de</strong> la turbina <strong>de</strong> un avión. Había sido un <strong>de</strong>scubrimiento<br />

alentador. El Batallón estaba al lado <strong>de</strong>l aeropuerto, invadido<br />

por un montón <strong>de</strong> barrios periféricos.<br />

Cuando los tres hombres regresaron estaba casi en la misma<br />

posición, esposado con las manos atrás.<br />

–¿Dón<strong>de</strong> está L. V.?, ¿Es <strong>de</strong>l M–19? ¿Y los comandantes <strong>de</strong>l<br />

EPL? ¿Dón<strong>de</strong> están las armas?<br />

28


Las preguntas iban y venían; él sólo negaba con la cabeza. Al<br />

rato hubo una pregunta que le pegó un cimbronazo:<br />

–¿Conoce a D. M.?<br />

–No –les respondió. Y así negó por varias horas, mientras<br />

recibía golpes en el abdomen, la cara y la espalda, hasta que<br />

se rindió:<br />

–Lo distingo, pero no lo conozco.<br />

D. M. era un joven, hijo <strong>de</strong> un obrero <strong>de</strong> Dosquebradas<br />

que se <strong>de</strong>stacaba al frente <strong>de</strong>l sindicato <strong>de</strong>l municipio.<br />

Entusiasmado por una buena paga, había aceptado vincularse<br />

al Ejército Popular <strong>de</strong> Liberación, EPL. Cuando llegó la hora,<br />

emprendió el viaje hacia el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> Córdoba. Allí<br />

hizo contacto. Él y la tropa pasaron por varios lugares hasta<br />

llegar a Montería, pero cuando se movían por el río San Jorge<br />

arriba, los sorprendió una patrulla militar. Algunos fueron<br />

<strong>de</strong>saparecidos, otros torturados y obligados a <strong>de</strong>latar a quienes<br />

los reclutaron y apoyaron en su recorrido. El muchacho lo<br />

había señalado a él.<br />

–No diga mentiras, cabrón <strong>de</strong> mierda –le insultaban mientras<br />

seguía recibiendo golpes.<br />

–Les repito que lo distingo, pero no lo conozco.<br />

–Mejor échelo al precipicio –dijo uno <strong>de</strong> los hombres.<br />

Sin quitarle la capucha lo hicieron subir y bajar escaleras<br />

por un largo rato, hasta <strong>de</strong>jarlo en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l precipicio.<br />

Las preguntas seguían yendo y viniendo como un tintineo<br />

<strong>de</strong> campanas. Era tanta la fatiga por los golpes que llegó a<br />

pensar que nada podía ser más alentador que cerrar los ojos<br />

y <strong>de</strong>jarse caer. Pero ya en el bor<strong>de</strong> el tiempo pasaba sin que<br />

29


sintiera alguna presión en la espalda o algo que le indicase que<br />

era el momento. Cuando quería retroce<strong>de</strong>r sentía las manos<br />

en su espalda; luego percibió un largo silencio, como si los<br />

torturadores esperasen que saltara por sí mismo.<br />

–Ahora sí. ¡Ahí va, para que alimente a los chulos!<br />

En el instante en que sentía presión trataba <strong>de</strong> retroce<strong>de</strong>r,<br />

pero la fuerza que lo impulsaba era superior a él y al alivio <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>jarse ir.<br />

Y el vacío no llegaba. Lo duro eran los segundos previos a la<br />

sensación <strong>de</strong> la caída.<br />

–La próxima será, ¡rata!<br />

La operación se repitió una y otra vez. Así pasaron a los<br />

ahogamientos con una toalla mojada, luego con una bolsa<br />

plástica.<br />

–¡Confiese y ahí mismo sale <strong>de</strong> aquí!<br />

Y, ¡tas!, el golpe en la cabeza para que respirase más <strong>de</strong> prisa.<br />

Hasta llegó a preferir la toalla mojada a la bolsa –sí, es posible<br />

que eso ocurra–. Lo peor era sentir la bolsa adhiriéndose a la<br />

piel cuando la última gota <strong>de</strong> oxígeno se ahogaba en sus fosas<br />

nasales.<br />

Una fuerza interior le producía una especie <strong>de</strong> coraza que lo<br />

adormecía frente a los golpes y la sensación <strong>de</strong> ahogamiento.<br />

Por horas, tal vez días, también recurrieron al método <strong>de</strong>l<br />

plantón, que consistía en <strong>de</strong>jarlo <strong>de</strong> pie con la prohibición <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>splazarse, mientras lo golpeaban en el abdomen y la cara.<br />

Por último, recurrieron al martilleo <strong>de</strong>l disparo <strong>de</strong> un revólver<br />

en la sien.<br />

30


Luego vinieron las alucinaciones. En un bus <strong>de</strong> servicio<br />

urbano, atestado <strong>de</strong> gente, va <strong>de</strong> pie colgado <strong>de</strong> los pasamanos,<br />

esperando el momento para correr hacia don<strong>de</strong> alguien <strong>de</strong>ja<br />

un asiento vacío; cuando por fin lo alcanza, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

muchos intentos, ¡zas!, el golpe <strong>de</strong> su cabeza contra la pared.<br />

Su vejiga está a punto <strong>de</strong> estallar; con afán busca un sitio<br />

para <strong>de</strong>socuparla; ¡uf, qué alivio!, y al instante el agua tibia<br />

<strong>de</strong>slizándose por sus pantalones. La torre <strong>de</strong> la iglesia <strong>de</strong><br />

Cartago, la ciudad don<strong>de</strong> vive su vieja, está muy alta, le tiene<br />

miedo a las alturas; lo han atado <strong>de</strong> pies y manos: el verdugo<br />

sólo espera la señal, el vacío en el estómago y, ¡tas!, el puño en<br />

el abdomen.<br />

Cuando no son las alucinaciones o la toalla, es la temida bolsa<br />

plástica; también la sobornable voz <strong>de</strong> D. M. suplicándole,<br />

inquiriéndole.<br />

–Usted sabe que yo no tengo que ver nada con esto; si tiene<br />

algún problema conmigo arreglémoslo entre nosotros, no me<br />

meta en problemas –respon<strong>de</strong>, mientras el muchacho calla–.<br />

Si usted lo que quiere es colaborarles, cuénteles lo que sabe,<br />

dígales la verdad, y si no les quiere colaborar no me meta a mí.<br />

Usted sabe que no tengo nada que ver. –La lógica y firmeza<br />

con las cuales se <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> por momentos hace dudar a los<br />

torturadores.<br />

Así han transcurrido dos días más. Tal vez tres, cuatro. Y <strong>de</strong><br />

nuevo la toalla mojada, la maldita bolsa plástica. Mientras le<br />

ponen la bolsa, un hombre lo golpea y otros dos hacen presión<br />

en sus hombros. Una y otra vez repiten la operación; aunque<br />

implora, se resiste a aceptar su culpabilidad.<br />

Y así lo <strong>de</strong>jan por un tiempo soso, hasta que el frío y el hambre<br />

lo acosan obligándolo a tirarse al suelo don<strong>de</strong> se retuerce hasta<br />

la madrugada, aterrado <strong>de</strong> sólo pensar en la toalla o la bolsa.<br />

Al frío y las alucinaciones, se ha sumado el ruido <strong>de</strong> voces y<br />

pasos.<br />

31


Ya perdió la cuenta <strong>de</strong> los días que lleva sin comer. Sólo le han<br />

quitado la capucha para ponerle la bolsa, pero hace rato que<br />

no lo hacen. Un poco más y hubiese dicho lo que fuera, con<br />

tal <strong>de</strong> evitar esa ausencia <strong>de</strong> aire que lo hace gritar y suplicar.<br />

Cuando estaba sucio lo lavaban con un chorro <strong>de</strong> agua, pero<br />

ya ni siquiera eso. Hace tiempo que tampoco arremeten con<br />

los golpes. Aunque las voces y alucinaciones continúan ahí,<br />

es como si los torturadores nunca hubiesen existido. Como si<br />

todo hubiese sido una horrenda pesadilla.<br />

–¡Aquí tienen un <strong>de</strong>tenido!<br />

Cree una vez más que está alucinando, pero <strong>de</strong> nuevo<br />

escucha.<br />

–¿Des<strong>de</strong> cuándo está aquí?<br />

Es una voz, ¿será real?<br />

–¿Qué día es hoy?<br />

–Sábado.<br />

Si, si, es real. Se queda en silencio por un largo rato.<br />

–Entonces llevo una semana –habla en voz alta, para sí<br />

mismo.<br />

El silencio otra vez se prolonga.<br />

–¿Y le han dado comida?<br />

–No, nada.<br />

Está tirado sobre el suelo y huele a estropajo. La voz le<br />

confirma que está en la Milésima, un lugar <strong>de</strong>l que muchas<br />

veces le habían hablado. Una especie <strong>de</strong> casa abandonada,<br />

32


ubicada en lo alto <strong>de</strong> una pequeña colina en el interior <strong>de</strong>l<br />

Batallón. En los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>ben estar las caballerizas, el<br />

polígono y las canchas <strong>de</strong> fútbol. En otro tiempo había sido<br />

un casino <strong>de</strong> suboficiales, luego había servido para muchas<br />

cosas, y en ese momento, servía como sala <strong>de</strong> operaciones<br />

encubiertas. Los <strong>de</strong>l B-2 tal vez le han cedido su puesto al<br />

grupo <strong>de</strong> soldados que montaba guardia alre<strong>de</strong>dor.<br />

Escucha <strong>de</strong> nuevo ruidos, ¿estará otra vez alucinando? Ya no<br />

quiere pensar, sólo dormir, dormir.<br />

–¿Quiere gaseosa y galleta?<br />

La voz <strong>de</strong>l soldado le parece lejana, incierta.<br />

El uniformado levanta suavemente la capucha y vierte en su<br />

boca un sorbo <strong>de</strong> una gaseosa con olor a manzana; luego le<br />

hace mor<strong>de</strong>r un pedazo <strong>de</strong> galleta <strong>de</strong> tienda, espolvoreada con<br />

azúcar y anilina rosada. Alguna vez <strong>de</strong> niño las había probado.<br />

Es el más gran<strong>de</strong> manjar que haya saboreado en su vida. El<br />

soldado por fin le suelta las manos y se va. Después regresa<br />

con una aguja e hilo para que remien<strong>de</strong> lo poco que le queda <strong>de</strong><br />

sus pantalones. Hace lo que pue<strong>de</strong>, los <strong>de</strong>dos están morados.<br />

Al rato el soldado se hace acompañar <strong>de</strong> otros que le llevan<br />

unas dos gran<strong>de</strong>s porciones <strong>de</strong> arroz en un recipiente blanco<br />

esmaltado; también unas treinta papas cocidas y cuatro latas <strong>de</strong><br />

sardinas. De sobremesa le llevan unos diez litros <strong>de</strong> aguapanela<br />

en otro recipiente esmaltado <strong>de</strong>l mismo color. En una bolsa<br />

plástica le ocultan dos panes para la noche. Luego <strong>de</strong> ingerir<br />

los panes, por más que lo intenta, no pue<strong>de</strong> <strong>de</strong>spegar los ojos<br />

<strong>de</strong> la bolsa.<br />

Allí estuvo una semana más, sin esposas, sin capucha y sin<br />

quitarle la vista a la bolsa en la que los soldados le envolvían<br />

los dos panes para la noche. Cuando los compañeros <strong>de</strong>l<br />

sindicato por fin lo ubicaron, hicieron todo para contactarse<br />

33


con él, lograron pasarle un colchón y una almohada e incluso<br />

le filtraron una plata que él distribuía entre los soldados<br />

para que se volaran a comprar dulces. Hubo momentos en<br />

que algunos soldados se quitaban la camisa <strong>de</strong>l uniforme,<br />

se quedaban en camiseta y le entregaban casco y fusil para<br />

que los metiera <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l colchón mientras regresaban. En<br />

una ocasión, hasta el comandante <strong>de</strong>l batallón lo confundió<br />

con un soldado <strong>de</strong> guardia y lo subió en un jeep cuando se<br />

lo encontró en la carretera que conducía a la colina, con las<br />

bolsas <strong>de</strong> chicharrones y papas en sus manos.<br />

Luego lo trasladaron a la cárcel <strong>de</strong> Armenia don<strong>de</strong> permaneció<br />

diez meses, hasta que acabó el Estado <strong>de</strong> Sitio. Cuando llegó a<br />

la cárcel creyó que le iban a robar las dos bolsas que sostenía<br />

en sus manos. Pero ni siquiera un solo preso se le acercó.<br />

Había llegado escoltado por un camión lleno <strong>de</strong> ejército y<br />

eso fue suficiente. Los guerrilleros lo recibieron como a uno<br />

<strong>de</strong> los suyos. Ya en la celda que le fue asignada como a un<br />

“compa” <strong>de</strong> privilegio, lo primero que hizo fue quemar las<br />

bolsas plásticas.<br />

D. M. lo había señalado a él para evitar que un comandante <strong>de</strong><br />

la guerrilla, que se alojaba en la casa <strong>de</strong> éste, cayera. Y en su<br />

lógica había creído que él saldría más fácil <strong>de</strong>l enredo. Si no lo<br />

mataron fue porque en las calles <strong>de</strong> Pereira mucha gente había<br />

protestado durante el tiempo <strong>de</strong> su <strong>de</strong>saparición.<br />

Aún hoy, cuando va a los almacenes <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>na, se pregunta<br />

cuál <strong>de</strong> las dos formas <strong>de</strong> pa<strong>de</strong>cer el agotamiento <strong>de</strong>l aire<br />

pue<strong>de</strong> ser peor: la toalla o la bolsa, y una fuerza instintiva lo<br />

conduce hacia los estantes <strong>de</strong> los utensilios <strong>de</strong> aseo. No pue<strong>de</strong><br />

evitarlo, tampoco <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> leer y releer las advertencias que<br />

traen impresas las bolsas plásticas.<br />

34


SOLEDAD DE LOS HUESOS


A Sara le molestaban las presiones <strong>de</strong> Hilda, la directora<br />

<strong>de</strong> la reconstrucción <strong>de</strong> la obra. La sabía frívola, interesada,<br />

pero también reconocía su lugar. Le fastidiaba la vanidad<br />

<strong>de</strong> los ingenieros y le enfurecía la intromisión <strong>de</strong> la prensa,<br />

<strong>de</strong> los camarógrafos que no <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> acosarla, cada vez<br />

que su tropa anunciaba un nuevo hallazgo. Des<strong>de</strong> hacía tres<br />

meses se trabajaba en dos turnos, día y noche. Lo peor era la<br />

relación con los interventores, pues cada hallazgo implicaba<br />

un retraso en la obra. Los interventores <strong>de</strong>cidían si podían<br />

seguir excavando o no. Eso sí, la responsabilidad <strong>de</strong> una y otra<br />

situación recaía sobre ella, la arqueóloga con cara <strong>de</strong> virgen<br />

dolosa y cola trenzada, que metía su respingada nariz en todo,<br />

<strong>de</strong>cía uno <strong>de</strong> los ingenieros más jóvenes, como si en verdad le<br />

gustara y la quisiera en su intimidad.<br />

La habían contratado por su experiencia en el campo <strong>de</strong> la<br />

reconstrucción. La Catedral <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong> la Pobreza<br />

estaba en camino <strong>de</strong> convertirse en lo que fuera en el siglo XIX,<br />

con sus trabajos en ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> comino, sus pisos originales, las<br />

latas que le dieron fama e hicieron que la llamaran la Catedral<br />

<strong>de</strong> las Latas, sus ábsi<strong>de</strong>s y naves, sus óleos y esculturas. Lo<br />

otro era la leyenda <strong>de</strong>l lienzo estampado con una curiosa<br />

imagen religiosa. Había sido contratada para eso, para hacer<br />

<strong>de</strong> un lugar <strong>de</strong> peregrinación, un sitio vuelto a la historia, al<br />

mito <strong>de</strong> la fe. Si no hubiera sido por el cuidado <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> los<br />

obreros que le avisó a tiempo, los ingenieros hubiesen dado la<br />

or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> rellenar la zanja. Los obreros pensaban que aquella<br />

37


mujer era soberbia, altiva, pero en silencio admiraban sus<br />

conocimientos, su sensibilidad por lo que, bajo tierra, carecía<br />

<strong>de</strong> interés para ellos.<br />

El piso <strong>de</strong> la Catedral estaba abierto <strong>de</strong> punta a punta,<br />

como si alguien perverso lo hubiera hecho explotar. Era un<br />

escenario extraño: carretillas cargadas <strong>de</strong> argamasa, adoquines<br />

<strong>de</strong>sparramados, palas removiendo la tierra húmeda, picas<br />

cavando profundos zanjones alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las columnas.<br />

Aquel ámbito <strong>de</strong> polvo y ácaros constrastaba con la belleza<br />

<strong>de</strong>l altar y los imponentes vitrales que ella or<strong>de</strong>nó cubrir con<br />

lonas <strong>de</strong> tres pisos <strong>de</strong> alto. Ya en el techo se podía apreciar el<br />

maravilloso tejido en ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>scubierto por el terremoto,<br />

cuando los ladrillos que lo ocultaban se vinieron abajo. Allá<br />

la luz era distinta, como tocada por el misterio <strong>de</strong> un ángel<br />

rebel<strong>de</strong>.<br />

Los gritos y silbos <strong>de</strong> los obreros humanizaban el ambiente.<br />

De vez en cuando un martillo caía <strong>de</strong> los andamios, rozando<br />

peligrosamente las cabezas blindadas <strong>de</strong> los auxiliares. Los<br />

primeros restos habían sido encontrados en el flanco izquierdo<br />

<strong>de</strong>l piso <strong>de</strong> la Catedral, dos años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l terremoto; todo<br />

un acontecimiento para la comunidad, al que luego se sumó el<br />

<strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> las piezas materiales <strong>de</strong> un pasado reciente,<br />

con algo <strong>de</strong> lustre. La directora <strong>de</strong> la reconstrucción y alma <strong>de</strong><br />

la obra, había leído en textos <strong>de</strong>l siglo XIX, que bajo aquellas<br />

piedras existían los restos <strong>de</strong> una ciudad antigua, fundada<br />

quizá en mil quinientos y tantos, pero era difícil dar crédito a<br />

esa historia, si no hallaban pruebas. Ante los más escépticos<br />

Sara <strong>de</strong>fendía el proyecto diciendo que habían partido <strong>de</strong> una<br />

intuición, pero que con cada hallazgo la intuición se revelaba<br />

en prueba. Como era obsesiva y tenía buenas relaciones con<br />

las autorida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la ciudad, Hilda había conseguido que le<br />

aprobaran un presupuesto nada <strong>de</strong>spreciable para contratar<br />

historiadores y arqueólogos. Un día <strong>de</strong> noviembre la ciudad<br />

se enteró <strong>de</strong> que la Catedral era otra cosa y que esa otra cosa<br />

38


era necesaria para el presente <strong>de</strong> una ciudad <strong>de</strong> paso, joven y<br />

liberal, ajena a las improntas <strong>de</strong> la Colonia.<br />

Esta vez Sara no iba a permitir que la prensa hiciera volar<br />

la noticia, como sucedió con el primer hallazgo. Ya habían<br />

informado, sin consultarle si era o no pru<strong>de</strong>nte, que en uno <strong>de</strong><br />

los costados <strong>de</strong> la Catedral, y a metro y medio <strong>de</strong> profundidad,<br />

los obreros se habían topado con un esqueleto. Y empezaron<br />

las especulaciones: que se trataba <strong>de</strong> un temido cacique pijao,<br />

enterrado allí por sus enemigos quimbayas; que se trataba <strong>de</strong><br />

un noble español, proveniente <strong>de</strong> Valladolid; que se trataba <strong>de</strong><br />

un hacendado con alta influencia en el gobierno conservador,<br />

a quien <strong>de</strong>bía agra<strong>de</strong>cerse la donación <strong>de</strong> un extenso terreno<br />

que amplió el perímetro urbano; en fin. Sólo a Sara se le ocurrió<br />

que podía tratarse <strong>de</strong> una mujer, porque algo en esos huesos,<br />

a simple vista, así se lo señalaban. No sabía qué la inquietaba,<br />

pero algo se anidaba en su ansiedad y por eso había or<strong>de</strong>nado<br />

intensificar las excavaciones. Quería comprobar, sobre todo,<br />

que era cierto aquello <strong>de</strong> que en 1892, como había escrito<br />

un aprendiz <strong>de</strong> historiador, don Heliodoro Peña, a finales <strong>de</strong>l<br />

XIX, la ciudad que “tenía anchas y rectas calles bien pobladas<br />

y encerradas por murallas”, había edificado varios templos:<br />

la Iglesia Mayor, la <strong>de</strong> San Antonio, la <strong>de</strong> Santa Lucía y<br />

había a<strong>de</strong>cuado terrenos céntricos para “un cementerio y un<br />

convento franciscanos”. Podían estar pisando, elucubraba Sara,<br />

un lugar sagrado y <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso, <strong>de</strong>saparecido por terremotos<br />

o disposiciones gubernamentales.<br />

Mientras limpiaba los huesos con la brocha, casi maquillándolos<br />

y <strong>de</strong>scubría para el presente lo que luego, por su experiencia,<br />

tomaría la forma perfecta <strong>de</strong> un esqueleto, Sara recordó haber<br />

leído que el 12 <strong>de</strong> abril <strong>de</strong> 1691, la ciudad había sido trasladada<br />

nueve leguas hacia el occi<strong>de</strong>nte, acosada por la violencia <strong>de</strong><br />

los indios pijaos y chocoes, quienes poblaban los alre<strong>de</strong>dores<br />

y se quejaban continuamente <strong>de</strong> los atropellos que ejercían<br />

contra ellos los encomen<strong>de</strong>ros. 172 años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

39


sido abandonada la primera ciudad <strong>de</strong> Cartago, o la antigua<br />

Cartago, se edificaría allí la villa <strong>de</strong> Pereira, un 30 <strong>de</strong> agosto <strong>de</strong><br />

1863. Así que en esas hondas excavaciones <strong>de</strong>bía conservarse<br />

algo <strong>de</strong> esa mudanza.<br />

Los restos óseos no evi<strong>de</strong>nciaban traumas que indicaran<br />

posibles causas <strong>de</strong> muerte. Dicen los primeros cronistas <strong>de</strong><br />

la ciudad, recuerda Sara haber leído, “que muy seguramente<br />

en 1608, un prodigioso acontecimiento que la fe <strong>de</strong>scalza y<br />

sin ro<strong>de</strong>os <strong>de</strong> los moradores <strong>de</strong> Cartago calificó <strong>de</strong> milagroso,<br />

vino a cambiar el rumbo <strong>de</strong>l convento franciscano y a fijar para<br />

siempre una <strong>de</strong> las tradiciones más caras <strong>de</strong> los cartagüeños:<br />

Nuestra Señora la Virgen, por permisión <strong>de</strong> Dios, habría<br />

<strong>de</strong>mostrado su predilección por aquellas gentes, revelando su<br />

imagen en un maltratado lienzo, cuyas roturas a la vez que<br />

se fueron restaurando solas, iban <strong>de</strong>jando ver con vívidos<br />

colores la semblanza <strong>de</strong> Nuestra Señora <strong>de</strong>l Rosario”. Leyó<br />

ese texto en el hotel, mientras tomaba cerveza con uno <strong>de</strong> sus<br />

colegas, interesado en su “labor pastoral”, le dijo él, casi ebrio,<br />

en tono irónico. Era un relato tomado <strong>de</strong>l libro Cartago y su<br />

templo <strong>de</strong> San Francisco, cuya fuente resultó ser un manuscrito<br />

<strong>de</strong>l capitán Jerónimo <strong>de</strong> Granados, fechado en 1780. Pese a<br />

la cal que se esparcía por la osamenta, ya casi visible <strong>de</strong>l todo,<br />

Sara se atrevió a inferir que el cuerpo tenía unos treinta años.<br />

Éste había sido <strong>de</strong>positado en un ataúd. Habían i<strong>de</strong>ntificado<br />

varios clavos oxidados y señalado la huella húmeda en la tierra<br />

<strong>de</strong> lo que alguna vez fue ma<strong>de</strong>ra. El temblor en las manos no<br />

le permitió hacer bien su trabajo esa tar<strong>de</strong>.<br />

“¿Uno más?”, preguntó con sorna la directora <strong>de</strong> la<br />

reconstrucción, cuando ya el cuerpo entero reclamaba una<br />

i<strong>de</strong>ntidad. Eran unos huesos suaves, casi <strong>de</strong>l mismo tamaño<br />

<strong>de</strong> los otros restos, pero más suaves. “Sí, uno más”. Sara le<br />

respondió sin mirarla a la cara, para evitar que sus afectadas<br />

palabras <strong>de</strong>lataran en ella su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> darle pronto a esos<br />

vestigios un nombre, un rostro, una historia. Sometería el<br />

cráneo a un análisis bioantropológico y con la ayuda <strong>de</strong> los<br />

40


historiadores buscaría en las crónicas <strong>de</strong> la época, aquellas<br />

que le permitieran aventurar un nombre, un rostro, una<br />

historia. ¿Cómo olvidar la leyenda <strong>de</strong>l famoso lienzo hallado<br />

en un lecho <strong>de</strong> río por una mujer común, <strong>de</strong> oficio lavan<strong>de</strong>ra?<br />

María Ramos se llamaba y estos huesos, suaves, dignos en su<br />

dimensión, eran huesos <strong>de</strong> una mujer. No creía en la virgen,<br />

ni en lienzos milagrosos, ni en historias <strong>de</strong> apariciones, ni<br />

en lavan<strong>de</strong>ras mensajeras. La educaron para no creer. Pero<br />

empezó a creer en esos huesos.<br />

Por un momento los ingenieros y obreros se habían agolpado<br />

frente a la zanja, pero cuando vieron el cuerpo <strong>de</strong> aquellos<br />

restos óseos, la curiosidad les duró poco, acaso porque, en<br />

su lugar y animados por las aventuras <strong>de</strong> Indiana Jones,<br />

esperaban encontrar piezas <strong>de</strong> oro, riquezas fantásticas,<br />

tesoros <strong>de</strong> españoles perseguidos por la Corona. No obstante,<br />

<strong>de</strong>bido a la magnitud y calidad <strong>de</strong> los hallazgos, El Espectador<br />

había enviado a un cronista y a un reportero gráfico, para que<br />

revelara al país el tesoro <strong>de</strong> la Catedral <strong>de</strong> Pereira. Los rasgos<br />

predominantes <strong>de</strong>l cráneo eran caucasoi<strong>de</strong>s –le dictó Sara a<br />

un auxiliar–, aunque acusaban un mestizaje, si atendía a la<br />

bóveda craneal (mesocéfala), a la forma <strong>de</strong> la nariz (no muy<br />

prominente), a sus incisivos centrales superiores en forma <strong>de</strong><br />

pala, a la mandíbula robusta y, en especial, a los dientes <strong>de</strong><br />

gran tamaño.<br />

Aunque el cráneo era suave y fino, <strong>de</strong>jaba ver las huellas<br />

<strong>de</strong> vigorosas inserciones musculares en las líneas nucales,<br />

en las apófosis mastoi<strong>de</strong>s y en el mentón, como si toda la<br />

vida hubiese tenido que cargar cosas pesadas. Sara retiró<br />

los palustres, ubicó el jalón <strong>de</strong> escalas rojas y blancas en las<br />

pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la zanja, tomó varias fotografías y finalmente llamó<br />

a Demetrio, el auxiliar <strong>de</strong> mayor confianza, para que registrara<br />

en un cua<strong>de</strong>rno datos sustanciales: la orientación <strong>de</strong>l cuerpo,<br />

el número <strong>de</strong> huesos, su distribución original, la dimensión<br />

<strong>de</strong>l terreno y la <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> algunos objetos hallados en el<br />

41


entorno. Una vez hecho su trabajo, Sara <strong>de</strong>spachó al empleado.<br />

Quería estar sola en el fondo <strong>de</strong> ese vacío sin tiempo.<br />

El rostro <strong>de</strong> Sara estaba sudoroso y empolvado. Respiró<br />

con dificultad, alzó la cara y miró hacia el techo: la urdimbre<br />

<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, dispuesta en aquella geometría armónica, la<br />

relajaba. Habían transcurrido más <strong>de</strong> siete horas y ella no se<br />

había movido <strong>de</strong> la zanja. Olvidó almorzar y hacer la siesta.<br />

No tuvo cabeza para concentrarse en el informe que <strong>de</strong>bía<br />

presentar ante el Concejo <strong>de</strong> la municipalidad y no quiso<br />

aten<strong>de</strong>r al llamado urgente <strong>de</strong> la directora, que la había<br />

citado a su <strong>de</strong>spacho. Nada raro que la necesitara para que<br />

concediera alguna entrevista. ¿Nunca se había encontrado<br />

con otros huesos? Sí, en Chicamocha, en Tairona, pero éstos<br />

eran distintos, más compactos en su <strong>de</strong>licada forma, más<br />

dispuestos, diría luego, en su “calcárea sensualidad”. No eran<br />

los huesos arrojados a una fosa común, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la tortura,<br />

ni los huesos lacados, sin memoria, que se exhibían en los<br />

museos, ni mucho menos los huesos <strong>de</strong> una ficción, como<br />

los que el escritor García Márquez <strong>de</strong>scubrió, cuando joven,<br />

en una bóveda <strong>de</strong>l convento <strong>de</strong> Santa Clara. Los que ahora<br />

observaba eran reales, como si reclamaran una piel, unos ojos,<br />

unos párpados, unos senos, un vientre generoso para las li<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>l amor.<br />

Sara se disponía a remover los últimos grumos <strong>de</strong> tierra<br />

encajonados en el cráneo, cuando el palustre chocó con algo.<br />

Estaba sin aliento; podría <strong>de</strong>jar la tarea para otra jornada, pero<br />

temía que alguien se parara en el lugar y echara todo a per<strong>de</strong>r.<br />

Tomó la brocha más <strong>de</strong>lgada y removió la tierra con <strong>de</strong>licada<br />

maestría. Perdió la noción <strong>de</strong>l tiempo en aquella labor. ¿Un<br />

abalorio? Parecía una media luna atacada por la herrumbre.<br />

Escuchó, allá arriba, los silbos <strong>de</strong> los obreros, el ruido <strong>de</strong> la<br />

máquina mezcladora <strong>de</strong> cemento y arena, el canto <strong>de</strong>safinado<br />

<strong>de</strong> un hombre que gritaba, entre lamentos, la historia <strong>de</strong><br />

mujeres infieles. Volvió al misterio <strong>de</strong>l objeto y pensó en la<br />

mujer que pudo haberlo exhibido por las calles empedradas<br />

42


<strong>de</strong> la antigua ciudad. Debía clasificarlo y guardarlo en la bolsa<br />

numerada. Debía reportar su hallazgo, pero eso lo haría al<br />

día siguiente. La luz <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> que se colaba por el techo y<br />

la urdimbre <strong>de</strong> la bóveda central, era diáfana, como diáfana<br />

la satisfacción que la embargaba. ¿Para qué explicarla? ¿A<br />

quién explicársela, a<strong>de</strong>más, en su soledad <strong>de</strong> mujer indócil y<br />

sin compañía? Ya no se sentía hueca. Podía admitir que estaba<br />

viva y ocupaba, por fin, un lugar en las entrañas <strong>de</strong> la tierra.<br />

43


LA MUERTE DE LOS<br />

HÉROES


“Para suicidarse hay que quererse mucho.<br />

Un verda<strong>de</strong>ro revolucionario no pue<strong>de</strong><br />

quererse a sí mismo”.<br />

47<br />

Albert Camus, Los justos<br />

Dos días antes les habían permitido asearse, por lo<br />

que ninguno <strong>de</strong> los tres estaba barbado. Durante el día<br />

permanecían cerca <strong>de</strong> sus hamacas con la mano <strong>de</strong>recha<br />

amarrada a un árbol; en las noches la cuerda era acortada.<br />

La pali<strong>de</strong>z <strong>de</strong> sus rostros y las marcadas ojeras <strong>de</strong>lataban las<br />

últimas noches <strong>de</strong> insomnio. ¿Quién podía conciliar el sueño<br />

en esas circunstancias? Ya ni siquiera hacían nada para espantar<br />

los mosquitos que rondaban sus cabezas.<br />

Cerca <strong>de</strong> allí, Jaime Arenas los observaba; quería <strong>de</strong>cirles algo,<br />

pero ninguno <strong>de</strong> los tres se había dignado mirarlo. ¿Cómo<br />

era posible que no se mostraran nerviosos? Quería acercarles<br />

agua, explicarles que intentó hablar con Fabio, que nunca<br />

creyó que las cosas llegaran hasta ese punto. Lo había pensado<br />

una y otra vez, pero no se atrevía. Ellos estaban sentados en<br />

la base <strong>de</strong> un cedro <strong>de</strong> unas siete brazadas <strong>de</strong> ancho, sobre<br />

un tronco que los centinelas habían dispuesto a manera <strong>de</strong><br />

asiento; la cuerda que ataba una <strong>de</strong> sus manos a las gruesas<br />

ramas <strong>de</strong>l cedro, había sido reforzada con otro lazo al que le<br />

dieron unas diez vueltas sobre las muñecas. Con la otra mano,<br />

se pasaban el mismo cigarrillo que chupaban <strong>de</strong> una sola<br />

bocanada, mientras miraban las palas <strong>de</strong> sus compañeros que


trabajaban sin <strong>de</strong>scanso <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía varias horas. Jaime estaba<br />

a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfallecer. Fabio lo había puesto allí, <strong>de</strong> centinela,<br />

esperando la menor reacción, pero hasta ese momento él<br />

había permanecido firme en su puesto.<br />

Víctor Medina Morón había tratado <strong>de</strong> fugarse, pero lo<br />

alcanzaron selva a<strong>de</strong>ntro. Por eso los amarraron a los tres. Ni<br />

siquiera cuando lo prendieron, éste había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> sonreír.<br />

Su mano izquierda se veía muy mal, pero parecía que tampoco<br />

le importaba. Pese a la seriedad con la cual siempre había<br />

asumido el trabajo revolucionario en los grupos <strong>de</strong> formación,<br />

no podía disimular su origen, pues era el típico corroncho <strong>de</strong><br />

Valledupar, a veces alegre, en otras ocasiones <strong>de</strong>scomplicado<br />

y amante <strong>de</strong> la parranda y los vallenatos. De cabello medio<br />

crespo y complexión gruesa, su li<strong>de</strong>razgo no proyectaba la<br />

personalidad <strong>de</strong> cantante <strong>de</strong> tangos y bandolero mexicano que<br />

exhibía Fabio.<br />

Las sesiones en el interior <strong>de</strong>l consejo <strong>de</strong> guerra habían<br />

estado muy tensas; afuera nadie quería comentar nada. Allí<br />

se <strong>de</strong>batió el aspecto consi<strong>de</strong>rado como el más crucial: el<br />

aislamiento <strong>de</strong>l grupo en la selva y el completo abandono <strong>de</strong>l<br />

trabajo revolucionario en la ciudad. Deliberaron días y noches<br />

durante cuatro semanas, pero el veredicto con<strong>de</strong>natorio fue<br />

implacable. ¿Acaso ellos no hubiesen hecho lo mismo?<br />

A Ochoa, consi<strong>de</strong>rado el más peligroso, también le habían<br />

amarrado un pie. Su arrojo no tenía discusión. Des<strong>de</strong> el primer<br />

momento aceptó su responsabilidad en los hechos; también<br />

se autocensuró por haberle prestado atención a Medina y<br />

Cortés, y lamentó la muerte <strong>de</strong> su gran amigo José Ayala. La<br />

tropa admiraba a Ochoa, cosa que <strong>de</strong>spertaba todo tipo <strong>de</strong><br />

sospechas en Fabio.<br />

Julio César Cortés, médico <strong>de</strong> la <strong>Universidad</strong> Nacional e<br />

inseparable <strong>de</strong> Camilo Torres hasta su muerte, también había<br />

caído en <strong>de</strong>sgracia. A los tres se les acusaba <strong>de</strong> no adaptarse a<br />

48


la vida guerrillera y <strong>de</strong> participar con Juan <strong>de</strong> Dios Aguilera en<br />

la muerte <strong>de</strong> José Ayala, uno <strong>de</strong> los campesinos más apreciados<br />

por su valentía, inteligencia y habilidad en los terrenos <strong>de</strong> la<br />

milicia. Ayala fue miembro <strong>de</strong>l Estado Mayor Revolucionario,<br />

hasta que el grupo con el que marchaba lo procesó por andar<br />

enamorando a una maestra y en consecuencia <strong>de</strong>scuidar sus<br />

<strong>de</strong>beres militares. Pero el cargo más contun<strong>de</strong>nte que se les<br />

imputaba a los tres era su participación en el complot para<br />

relevar a Fabio <strong>de</strong>l mando, al lado <strong>de</strong> Juancho Aguilera, en<br />

plena fuga. Todos lo llamaban Juancho, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que era uno <strong>de</strong><br />

los estudiantes más queridos en el Colegio Santan<strong>de</strong>r.<br />

Los guerrilleros asignados terminaron <strong>de</strong> cavar las tumbas; así<br />

se lo hizo sentir uno <strong>de</strong> ellos a Víctor. “Las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>”, le<br />

respondió cuando Víctor le preguntó la hora. “Entonces es la<br />

hora <strong>de</strong> Cristo para morir”, comentó Ochoa. Y la peor, por el<br />

calor <strong>de</strong> pantano que se adhería a sus cuerpos como una sopa.<br />

Julio César miró a Víctor, pero este último no dijo nada; dio la<br />

última chupada al cigarrillo antes <strong>de</strong> tirarlo muy cerca <strong>de</strong> una<br />

<strong>de</strong> las tumbas. ¿Qué podía ser más inhumano?, se recriminaba<br />

<strong>de</strong> nuevo Jaime, quien no les había <strong>de</strong>spegado los ojos a los<br />

tres. Sólo él, que todavía no conocía bien a Fabio, pudo creer<br />

que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l juicio todo volvería a ser como antes; tal vez<br />

si él hubiese estado <strong>de</strong>l otro lado <strong>de</strong> la mesa las cosas serían<br />

distintas, tal vez.<br />

Varios centinelas caminaron hacia los con<strong>de</strong>nados, los<br />

<strong>de</strong>sataron uno a uno y los amarraron a la inmensa base <strong>de</strong>l<br />

cedro, con las manos cruzadas atrás, trenzando las cuerdas<br />

entre sus cuerpos y el árbol. Uno <strong>de</strong> los centinelas sacó <strong>de</strong> su<br />

bolsillo <strong>de</strong>l pantalón tres lanillas para vendarles los ojos, pero<br />

ellos, con sus cabezas, se lo impidieron. Casi <strong>de</strong> inmediato,<br />

otro <strong>de</strong> los centinelas se dirigió hasta la carpa principal para<br />

llamar a Fabio. No se encontraban más <strong>de</strong> cuarenta hombres<br />

en todo el lugar; las hamacas colgadas <strong>de</strong> los árboles y los<br />

hules dispersos, le daban al perímetro <strong>de</strong>spejado <strong>de</strong> selva un<br />

aire <strong>de</strong> excursión antes que <strong>de</strong> campamento <strong>de</strong> guerra.<br />

49


La tropa formó a unos cincuenta pasos <strong>de</strong> los con<strong>de</strong>nados<br />

y frente a ellos el pelotón listo para disparar con las pocas<br />

armas que minutos antes habían brillado. Todos miraron<br />

a Fabio. El primero era Heliodoro Ochoa. No fue difícil<br />

adivinarlo, porque los cañones ya estaban apuntando hacia<br />

él. Cuando Heliodoro se percató, comenzó a forcejear contra<br />

las cuerdas hasta que llamó al comandante <strong>de</strong>l pelotón; algo<br />

que sorprendió a todos, incluyendo a Fabio, que seguía paso a<br />

paso la ejecución. El comandante se le acercó, cruzó algunas<br />

palabras con el con<strong>de</strong>nado, luego dio tres pasos hacia atrás y<br />

le or<strong>de</strong>nó al pelotón que <strong>de</strong>scansara, mientras se <strong>de</strong>splazaba a<br />

hablar con Fabio. Luego regresó. Ochoa había pedido que lo<br />

<strong>de</strong>jaran mandar el pelotón <strong>de</strong> fusilamiento.<br />

Hasta ese instante Jaime creía que lo había visto y pa<strong>de</strong>cido<br />

todo: el dolor que le causó a su madre y a toda la familia su<br />

truncada vida universitaria y luego su reclusión en la cárcel, la<br />

muerte <strong>de</strong> Camilo, la pérdida <strong>de</strong> su tercera hija, la separación<br />

<strong>de</strong> su esposa y <strong>de</strong> sus hijas. Pero lo peor, sabía, estaba a punto<br />

<strong>de</strong> suce<strong>de</strong>r. Sintió odio, un odio tremendo. Estaba en posición<br />

<strong>de</strong> firmes, sus ojos quietos, como suspendidos en aquellos<br />

segundos que antecedían a la <strong>de</strong>scarga. Los tres con<strong>de</strong>nados<br />

eran sus mejores amigos, con los que compartió tanto en las<br />

luchas estudiantiles y la organización <strong>de</strong> los focos urbanos.<br />

Víctor el compadre <strong>de</strong> siempre, Heliodoro el confi<strong>de</strong>nte<br />

<strong>de</strong> celda, Julio César el más admirado. Le dolía que ellos ni<br />

siquiera se dignaran mirarlo.<br />

Víctor y Julio César permanecían silenciosos; no lloraban, no<br />

hacían gestos <strong>de</strong> miedo. Ochoa rezaba con la cabeza baja, <strong>de</strong><br />

pronto la levantó y dijo: “¡Estoy listo!”. El pelotón alzó otra<br />

vez las armas. Ochoa se puso firme y respiró profundo hasta<br />

que gritó: “Pelotón, atención, ¡fir! Listos, apunten, ¡fuego!”.<br />

Dos disparos penetraron su pecho. Segundos antes, Jaime aún<br />

esperaba escuchar la voz <strong>de</strong> Fabio <strong>de</strong>teniendo a la patrulla. Pero<br />

no, el trueno <strong>de</strong> la <strong>de</strong>scarga le zumbó en los oídos y sintió sus<br />

50


piernas hechas paja. Como él, todo el mundo estaba pálido. El<br />

cuerpo <strong>de</strong> Ochoa se escurrió <strong>de</strong> frente. En el instante le salió<br />

sangre <strong>de</strong>l pecho y por la boca. Haciendo gárgaras, Ochoa<br />

pudo gritar: “¡Acábenme <strong>de</strong> matar! ¡Maténme!”.<br />

Víctor respiraba nervioso con el gesto <strong>de</strong>sencajado. Pegado al<br />

árbol que lo separaba <strong>de</strong> Ochoa, gritó también: “¡Acábenlo ya!<br />

¡Mátenlo rápido!”. Tembloroso, el comandante <strong>de</strong> la patrulla<br />

acercó una pistola Walter hasta la cabeza <strong>de</strong> Ochoa y le dio<br />

el tiro <strong>de</strong> gracia. Víctor se lanzó hacia a<strong>de</strong>lante tratando <strong>de</strong><br />

zafarse <strong>de</strong> las cuerdas, pero su humanidad apenas se movía.<br />

Durante todo ese tiempo, Julio César había permanecido<br />

imperturbable, como si lo sucedido no fuera con él.<br />

El comandante regresó a su posición. El pelotón alzó sus<br />

armas y apuntó sobre Cortés, quien continuaba sin pronunciar<br />

una palabra; tampoco rezaba. El silenció previo a la <strong>de</strong>scarga<br />

era para erizarle los pelos al más impasible. De los tres<br />

con<strong>de</strong>nados, Cortés era el más citadino y se esperaba un acto<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación en el último momento, pero Jaime Arenas,<br />

que lo conocía tan bien, sabía que esto no iba ocurrir. Cortés<br />

ni siquiera pali<strong>de</strong>ció hasta que se escuchó la <strong>de</strong>scarga. “¡Viva<br />

la revolución!”, alcanzó a gritar, cuando ya su camisa blanca<br />

se teñía <strong>de</strong> rojo y su cuerpo se <strong>de</strong>sgonzaba entre las cuerdas.<br />

Esta vez el comandante se apresuró con el tiro <strong>de</strong> gracia. Su<br />

última petición había conmovido a todos, cuando unas horas<br />

previas solicitó audiencia ante Fabio para entregarle una carta<br />

<strong>de</strong> su puño y letra.<br />

–Aquí tiene –le había dicho–. Si quiere léala en voz alta; es una<br />

carta para la vieja.<br />

Cuando Fabio la tomó en sus manos y se dispuso a leerla en<br />

silencio, Cortés lo interrumpió:<br />

–Léala en voz alta –le insistió–; no tengo nada que ocultar; le<br />

suplico a ella que no sienta pena, que si muero no hay nada<br />

51


que lamentar, que nunca jamás vaya a sentir odio contra los<br />

guerrilleros. Entonces Fabio dobló la carta, tocó la punta <strong>de</strong><br />

su sombrero con la mano <strong>de</strong>recha y se dio la vuelta.<br />

El turno era ahora para Víctor Medina. Había sido tanta<br />

la presión <strong>de</strong> su cuerpo contra el árbol, que había logrado<br />

zafar una pierna. Jaime cerró los ojos, no quería ver más; sus<br />

párpados se hume<strong>de</strong>cieron, hasta que sintió la <strong>de</strong>scarga como<br />

si fuera en su pecho. Víctor era su mejor amigo y padrino<br />

<strong>de</strong> matrimonio. En las filas no se escuchó una sola palabra.<br />

Con su escopeta y ropa <strong>de</strong> dril, ceñida a sus setenta y cinco<br />

kilos y casi dos metros <strong>de</strong> estatura, Jaime estaba encrespado,<br />

aturdido; no sabía si sentía frío o calor. Tuvo que hacer un<br />

gran esfuerzo para no llorar.<br />

En silencio y con la cabeza baja, el comandante <strong>de</strong>l pelotón<br />

se acercó a Fabio y cruzaron algunas palabras. Después <strong>de</strong><br />

la última <strong>de</strong>scarga se podía escuchar hasta el zumbido <strong>de</strong><br />

los mosquitos que comenzaban a rondar los cadáveres. El<br />

comandante dio la or<strong>de</strong>n para que rompieran las cuerdas<br />

teñidas <strong>de</strong> rojo que sostenían los cuerpos sin vida; al instante<br />

las filas en formación se <strong>de</strong>shicieron. Jaime siguió <strong>de</strong> reojo<br />

a Fabio; iba con su sombrero alón, bayetilla roja amarrada<br />

al cuello, fusil terciado, pertrechos en bandolera, cananas y<br />

granadas colgadas al cinturón. Se le veía muy tranquilo. Ahora<br />

era el indiscutible lí<strong>de</strong>r <strong>de</strong> la simpatía y el arrojo; el mismo<br />

que luchó en el Escambray y en Playa Girón, aquel <strong>de</strong> quien<br />

había hablado tan bien El Che. Por lo menos no <strong>de</strong>jaba ver<br />

ningún sentimiento. Jaime no le quitó la vista hasta que salió<br />

<strong>de</strong>l campamento escoltado por un grupo <strong>de</strong> sus hombres.<br />

Lo seguía Ricardo Lara Parada, un mulato extrovertido,<br />

compañero <strong>de</strong> Jaime en el Colegio Santan<strong>de</strong>r y, entre los<br />

intelectuales, el más querido por los campesinos.<br />

Jaime vio marchar la figura impetuosa y enfermiza <strong>de</strong> Fabio<br />

hasta que <strong>de</strong>sapareció entre la maleza. Los mismos compañeros<br />

que habían cavado las tumbas <strong>de</strong>sataron las cuerdas que<br />

52


sostenían los cadáveres contra el árbol. El primero en ser<br />

tirado a la fosa fue Ochoa, le siguió Cortés; a Víctor lo <strong>de</strong>jaron<br />

todavía amarrado al árbol. Jaime sintió otra vez sus párpados<br />

pesados, pero se contuvo. La mirada glacial <strong>de</strong> un adolescente,<br />

casi un niño, que todo el tiempo había estado junto a él <strong>de</strong><br />

guardia, se le clavó en la frente. Jaime bajó los ojos. A él, como<br />

a Cortés y Víctor, también se le recriminaba por no adaptarse<br />

a las largas caminatas, bajar precipicios, escalar pendientes. El<br />

barro y las plagas estaban por todos lados; conseguir leña era<br />

casi imposible, pues los árboles permanecían hume<strong>de</strong>cidos.<br />

Las nubes <strong>de</strong> zancudos pringadores le hacían la vida imposible,<br />

aunque no era nada comparado con la picadura <strong>de</strong>l temible<br />

pito que <strong>de</strong>scomponía la carne allí don<strong>de</strong> se posaba y al<br />

poco tiempo la herida quemaba como un hierro caliente las<br />

entrañas.<br />

Unos campesinos guerrilleros habían comenzado a echarle<br />

tierra a las fosas don<strong>de</strong> yacían los cuerpos <strong>de</strong> Ochoa y<br />

Cortés, mientras otros <strong>de</strong>sataban a Víctor. Cuando pasaron<br />

frente a Jaime, casi arrastrando el cuerpo, lo miraron. Su<br />

pali<strong>de</strong>z era evi<strong>de</strong>nte. Los campesinos odiaban todo lo que él,<br />

Cortés y Víctor representaban. Creían que con sus palabras<br />

enrevesadas habían conducido a Ochoa también a la muerte.<br />

Los intelectuales poco o nada podían hacer en la selva. Eran<br />

un estorbo para los campesinos guerrilleros. Los “doctorcitos”<br />

no valían nada en el monte; lo único real era empuñar un fusil<br />

y meterse a la joda.<br />

Los campesinos lanzaron a Víctor en la fosa más alejada.<br />

Antes <strong>de</strong> caer, Jaime vio cómo las moscas habían inundado su<br />

mano gangrenada, al igual que su vestido ver<strong>de</strong> oliva, abierto<br />

en el pecho ensangrentado, en el que ya pululaban moscas<br />

<strong>de</strong>l mismo color <strong>de</strong>l uniforme y <strong>de</strong>l tamaño <strong>de</strong> la mitad <strong>de</strong><br />

su <strong>de</strong>do meñique. Víctor siempre había sido el compañero<br />

incondicional <strong>de</strong> Jaime en las luchas estudiantiles. Impulsado<br />

por una fuerza extraña, Jaime se dirigió hacia la tumba <strong>de</strong><br />

Víctor, antes <strong>de</strong> que los campesinos comenzaran a rellenar<br />

53


la fosa con las palas. Sin el menor resquicio <strong>de</strong> dignidad, vio<br />

tirado a su héroe, el Prometeo, quien esperaba traer el fuego,<br />

porque la luz era el po<strong>de</strong>r y Fabio quería ocultarla. Jaime<br />

Arenas ya no pudo más, los párpados le dolían. Llorar le hizo<br />

bien, porque se sintió más liviano.<br />

54


LIENZOS DE PIEDRA


Para llegar al camino <strong>de</strong> los Cinco Mil se requieren tres<br />

días con sus noches, serpenteando el río a través <strong>de</strong> un amplio<br />

camino <strong>de</strong> piedras engastadas en una tierra refulgente y<br />

ácida que parece mazamorra hirviendo, incluso a la sombra.<br />

Por ese mismo trecho, superado el filo <strong>de</strong> Borboso, se <strong>de</strong>be<br />

ro<strong>de</strong>ar Jordán Sube, el Pueblo Fantasma, y luego <strong>de</strong> dos<br />

días <strong>de</strong> marcha en ascenso hacia los precipicios <strong>de</strong>l Cañón<br />

<strong>de</strong> Chicamocha, avistar, por fin, el Valle <strong>de</strong> los Muertos, y<br />

mucho más allá, en el horizonte caliginoso, la entrada <strong>de</strong> la<br />

Cueva <strong>de</strong> los Micos, don<strong>de</strong>, según la leyenda, se lanzaron al<br />

vacío los últimos nativos que prefirieron morir antes que ser<br />

doblegados por los seres <strong>de</strong>l trueno.<br />

Gerardo conocía un atajo por las entrañas <strong>de</strong>l Cañón y <strong>de</strong> los<br />

precipicios, plagado <strong>de</strong> pinturas. Lo había transitado, muchos<br />

años atrás, con su abuelo. Mario y yo no queríamos correr<br />

ese riesgo. Era la media tar<strong>de</strong> y sugerimos armar carpas en el<br />

Pueblo Fantasma, para iniciar el ascenso al día siguiente, muy<br />

<strong>de</strong> madrugada, por el camino conocido, y “seguro”, <strong>de</strong> los<br />

precipicios. Héctor, sin embargo, se unió a la voz <strong>de</strong> Gerardo:<br />

antes <strong>de</strong> ocultarse el sol, estaríamos levantando el campamento<br />

en la misma senda <strong>de</strong>l Valle <strong>de</strong> los Muertos.<br />

No habíamos iniciado el ascenso, cuando nuestras miradas <strong>de</strong><br />

asombro se petrificaron frente al primer bloque <strong>de</strong> pinturas:<br />

figuras ocres, ver<strong>de</strong>s y blancas, siluetas <strong>de</strong> animales y arbustos<br />

jamás apreciados. Aquellas pinturas brotaban <strong>de</strong> todos los<br />

57


incones <strong>de</strong> los lienzos <strong>de</strong> las piedras. Lo mejor eran las<br />

pinturas <strong>de</strong> líneas rectas y formas concéntricas, y las manos,<br />

cientos <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> seis <strong>de</strong>dos. Los obturadores <strong>de</strong> las<br />

cámaras no daban tregua. Qué rápido olvidamos las espinas<br />

<strong>de</strong> los cactus, los nudos <strong>de</strong> murciélagos, los enjambres <strong>de</strong> las<br />

altivas Patiamarillas y los bor<strong>de</strong>s sinuosos <strong>de</strong>l incómodo paso<br />

que nos conducía a la entrada <strong>de</strong> la gruta.<br />

Un poco más a<strong>de</strong>lante nos levantó el ánimo hallar, entre la<br />

maleza, una cantimplora y algunos fragmentos <strong>de</strong> totumas<br />

guaraperas <strong>de</strong> la antigua expedición <strong>de</strong>l abuelo <strong>de</strong> Gerardo.<br />

Alcanzado el vértice <strong>de</strong>l ascenso y ya con nuestras cámaras<br />

resguardadas en los bolsos, apareció la estrecha entrada <strong>de</strong><br />

la gruta por la que sólo podía introducirse una persona hasta<br />

llegar a lo más alto. Como nadie quería ce<strong>de</strong>r el paso, sin<br />

cuerdas, a puro pulso, uno por uno, en fila india, nos lanzamos<br />

a escalar la presentida y tenebrosa gruta.<br />

Siempre he creído que las entrañas <strong>de</strong> ese cañón hablan y que<br />

tienen sus propias y sinuosas historias, pero en ese momento<br />

nadie atendió mis ruegos. Ni siquiera Mario, que a veces se<br />

mostraba tan cauto como yo. El paso llevaría algo <strong>de</strong> tiempo,<br />

sólo había que tener cuidado y permanecer en grupo, insistía<br />

Gerardo, lo <strong>de</strong>más era puro cuento. Pero a medida que<br />

ascendíamos, el atajo <strong>de</strong> la gruta se hizo aún más estrecho y<br />

pesado. Lo que me dio muy mala espina, sobre todo porque<br />

Héctor empezaba a reír.<br />

Pese al esfuerzo, continuamos el ascenso: Gerardo y Héctor<br />

a<strong>de</strong>lante, nosotros en la retaguardia. De pronto, los dos se<br />

<strong>de</strong>tuvieron. La poca luz que se colaba por entre los intersticios<br />

<strong>de</strong> las rocas se había esfumado. El silencio ensombreció aún<br />

más la gruta. “No se preocupen, ya estamos cerca”, insistía<br />

Gerardo. Tal vez era cierto, sólo que penetrábamos un lugar<br />

impensable para quienes <strong>de</strong>cidieran buscarnos.<br />

58


Aún no sé como convencí a Mario para que nos <strong>de</strong>tuviéramos<br />

en lo que parecían las raíces <strong>de</strong> un viejo Tamajaco. El<br />

propósito era buscar una linterna en mi bolso, que yo mismo<br />

había aprestado. Pero no había metido aún las manos, cuando<br />

sentimos un mundo <strong>de</strong> piedras sobre nuestras cabezas.<br />

Bendito árbol, santificadas raíces. Con mejor suerte corrieron<br />

Héctor y Gerardo, que se guarecieron en una <strong>de</strong> las inflexiones<br />

naturales <strong>de</strong> la gruta.<br />

Finalizados los chasquidos secos <strong>de</strong> las rocas que morían en<br />

el fondo <strong>de</strong>l precipicio, engullidas por la corriente turbulenta<br />

<strong>de</strong>l río, la voz entrecortada <strong>de</strong> Gerardo pidiendo la linterna<br />

nos <strong>de</strong>volvió el ánimo. Una vez más lancé mis manos al<br />

bolso hasta encontrarla, pero el interruptor <strong>de</strong> la luz se había<br />

averiado. Para ese momento, Mario y yo éramos uno solo con<br />

la tierra; nuestras manos y piernas sangraban, laceradas por<br />

espinas y cactus, y algunas <strong>de</strong> las piedras que habían rodado.<br />

Lo peor era que presentíamos algo muy raro, un sigiloso y<br />

continuado ruido en las pare<strong>de</strong>s más profundas <strong>de</strong> la gruta. No<br />

había nada qué hacer, sólo quedarnos como estatuas, mientras<br />

echábamos, en silencio, toda suerte <strong>de</strong> recriminaciones a<br />

nuestros compañeros.<br />

Héctor hacía lenta la expedición, porque se había <strong>de</strong>tenido a<br />

contemplar la piedra <strong>de</strong> colores, la planta borrachera, el árbol<br />

<strong>de</strong> las aves, la orquí<strong>de</strong>a azul. A<strong>de</strong>más, había hecho estación en<br />

casi todos los recodos <strong>de</strong> la ruta, como si buscara un tesoro.<br />

Aunque Héctor era el mejor en su trabajo, había perdido<br />

interés por las pinturas, más aún por el libro que Mario y<br />

yo queríamos ya terminar y por el que habíamos <strong>de</strong>cidido<br />

hacer la expedición, en busca <strong>de</strong> imágenes que acompañaran<br />

la historia <strong>de</strong> los lienzos <strong>de</strong> piedra. Gerardo, el experto guía<br />

natural <strong>de</strong>l grupo en las rutas <strong>de</strong>l cañón, lo acolitaba en<br />

todo, y Héctor, con la complacencia <strong>de</strong> aquél, siempre se<br />

las arreglaba para lanzarse hacia nuevas rutas. Nos seducía<br />

con sus <strong>de</strong>scubrimientos: el escarabajo traga hormigas en la<br />

59


versión en miniatura <strong>de</strong>l monstruo <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto en la Guerra<br />

<strong>de</strong> las Galaxias, el hongo comestible, el apacible valle <strong>de</strong><br />

eucaliptos y <strong>de</strong> pinos, el cactus <strong>de</strong> la sed, la frontera <strong>de</strong> los<br />

Clovis, los ojos <strong>de</strong> sal y, ahora, claro, la Cueva <strong>de</strong> los Micos,<br />

con las asombrosas pinturas en la piedra.<br />

El caudal inquietante y húmedo <strong>de</strong>l río, mezclado con el<br />

aroma dulce <strong>de</strong>l Tamajaco, se adhería a la piel hasta colarse en<br />

nuestros puros huesos y miedos. A una voz llamamos a Héctor<br />

que presentíamos <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r como araña por las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la<br />

gruta. ¿Era él?. “Ojo, hablen pasito”, por fin escuchamos su<br />

voz <strong>de</strong> bromista cuando nos alcanzó. “Gerardo no encuentra<br />

la salida, ¿sí escuchan?”, y volvió a reír, esta vez sin parar,<br />

“parecen culebras cascabel”.<br />

Héctor se dispuso a revisar la linterna, pero tampoco encendió.<br />

Mario y yo queríamos matarlo: abajo el precipicio y un río presto<br />

a <strong>de</strong>vorarnos; arriba, un camino imposible, y ese zumbido en<br />

lo más profundo <strong>de</strong> la gruta. Ahora que lo pienso, agra<strong>de</strong>zco<br />

que la linterna nunca hubiese encendido. Mientras le dábamos<br />

tiempo a Gerardo, exploramos nuestros machacados cuerpos<br />

entre uno que otro chiste flojo <strong>de</strong> Héctor: un enjambre <strong>de</strong><br />

avispas Patiamarillas había <strong>de</strong>jado sus brazos como lija, y sin<br />

embargo su tono <strong>de</strong> payaso <strong>de</strong> circo era el mismo.<br />

Gerardo se agitaba, se calmaba. Des<strong>de</strong> abajo, pegados como<br />

lombrices en las raíces <strong>de</strong>l Tamajaco, lo escuchábamos. Una y<br />

otra vez lo intentaba. Exploró arriba, abajo, hacia los costados.<br />

Se movió en línea recta <strong>de</strong>safiando los inquietantes zumbidos<br />

en lo profundo <strong>de</strong> la gruta, en zigzag, <strong>de</strong> costado, hasta que<br />

por fin, tan solo a dos cuerpos <strong>de</strong> nosotros, milagrosamente,<br />

ahí estaba el orificio <strong>de</strong> salida, oculto por la más gruesa y<br />

prolongada raíz <strong>de</strong>l Tamajaco. Pero la salida no fue menos<br />

dolorosa que la entrada. El tronco <strong>de</strong>l viejo árbol había<br />

taponado casi por entero el orificio.<br />

60


Después <strong>de</strong> un largo rato, para qué hablar <strong>de</strong>l suplicio, Gerardo<br />

coronaba la marcha, seguido por la risa satisfecha <strong>de</strong> Héctor.<br />

Cuando ya el aire fresco <strong>de</strong> la noche rompió nuestro silencio,<br />

Mario y yo quisimos abrazarnos, pero presentimos <strong>de</strong> nuevo<br />

la mirada <strong>de</strong> Héctor. Gerardo conocía otra ruta más segura,<br />

que antes <strong>de</strong>l amanecer nos <strong>de</strong>jaría en la misma entrada, frente<br />

a los maravillosos lienzos <strong>de</strong> las piedras, en la misma entrada<br />

<strong>de</strong> la Cueva <strong>de</strong> los Micos.<br />

61


OLOR A ROSAS


El autobús era viejo, <strong>de</strong>startalado. Pertenecía a la empresa<br />

Cotrasmagdalena y ya había recorrido medio país <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que<br />

partió <strong>de</strong> Bogotá hasta Me<strong>de</strong>llín, para luego <strong>de</strong>sgajarse hacia la<br />

frontera sur con Ecuador. Eran las once <strong>de</strong> la noche y no había<br />

parado <strong>de</strong> llover <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que el armatoste, ya <strong>de</strong> regreso, salió<br />

<strong>de</strong>l terminal <strong>de</strong> Pasto hacia Me<strong>de</strong>llín para redon<strong>de</strong>ar su periplo<br />

en Bogotá. El conductor y el ayudante se habían <strong>de</strong>tenido en<br />

Pasto, aún en el extremo sur <strong>de</strong>l país y punto intermedio <strong>de</strong><br />

la reventa <strong>de</strong> los últimos puestos para una silletería que ya<br />

estaba copada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que salieron <strong>de</strong> la frontera. La reventa <strong>de</strong><br />

pasajes significa que todos muer<strong>de</strong>n la misma tajada <strong>de</strong>l pastel<br />

en un picoteo que se rompe con el último pasajero, el eslabón<br />

más débil en la ca<strong>de</strong>na alimenticia.<br />

Acomodado en la silla auxiliar <strong>de</strong>l ayudante, por un precio<br />

<strong>de</strong>l pasaje que le costó el doble y que había pagado al propio<br />

conductor, aceptó la única opción que le ofrecieron por un<br />

trayecto <strong>de</strong> doce horas sin escalas entre Pasto y Pereira, otro<br />

punto intermedio <strong>de</strong> la ca<strong>de</strong>na alimenticia, ubicado a unas<br />

cuatro horas y media, antes <strong>de</strong> la escala en Me<strong>de</strong>llín. Hubiese<br />

preferido hacer una parada en Cali, a ocho horas <strong>de</strong> Pasto,<br />

y no en Pereira, a doce y quién sabe si más si no llovía o<br />

un <strong>de</strong>rrumbe taponaba la carretera a causa <strong>de</strong> la última ola<br />

invernal, sin <strong>de</strong>scontar una probable avería <strong>de</strong> aquel autobús<br />

que rebuznaba como un mulo. Superadas las contingencias<br />

climáticas y <strong>de</strong> la tortuosa orografía, a las que sumaba un<br />

posible asalto en la carretera, un retén <strong>de</strong> la policía o un alto<br />

65


<strong>de</strong> la guerrilla, haría doce horas <strong>de</strong> viaje en plena lluvia y con<br />

amenaza <strong>de</strong> tormenta entre Pasto y Pereira. Y todo porque el<br />

aeropuerto <strong>de</strong> Pasto se había nublado. Los <strong>de</strong>más pasajeros<br />

harían en autobús dieciséis horas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Pasto hasta Me<strong>de</strong>llín,<br />

mal que bien, acomodados en la silletería reclinable, con<br />

espacios apenas justos para estirar las piernas. La mezcla <strong>de</strong><br />

gasolina y olor a vómito al interior <strong>de</strong>l autobús, enrarecía la<br />

atmósfera climatizada.<br />

–Muy raro, es la primera vez que el bus sale lleno <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Pasto<br />

–le dijo el conductor, como para apaciguar su ira contenida,<br />

ahora que quiso, sin suerte, ponerse el cinturón <strong>de</strong> seguridad<br />

<strong>de</strong> la silla auxiliar y éste se encontraba raído en uno <strong>de</strong> los<br />

extremos.<br />

Durante doce horas iría como un balancín <strong>de</strong> atrás hacia<br />

<strong>de</strong>lante, según las pendientes o los huecos y troneras <strong>de</strong> la<br />

carretera y <strong>de</strong> un lado para el otro, según las curvas en zigzag.<br />

Des<strong>de</strong> que salieron <strong>de</strong> Pasto, cuatro horas atrás, no paraba <strong>de</strong><br />

llover y él se había resignado a sostenerle una charla al chofer<br />

con monosílabos. El ayudante se había ido a <strong>de</strong>scansar a una<br />

<strong>de</strong> las sillas reclinables <strong>de</strong>l interior, no sin antes levantar a un<br />

joven <strong>de</strong> cabello rubio al que había enviado a la parte <strong>de</strong>lantera<br />

<strong>de</strong>l autobús. En cinco o seis horas el ayudante relevaría al<br />

conductor; este último se echaría en el pasillo y pondría el<br />

cojín como almohada y el joven <strong>de</strong> cabellera rubia volvería a<br />

la silla reclinable. Así había sido el acuerdo entre el ayudante,<br />

el conductor y la madre <strong>de</strong>l joven, cuando ésta se percató, en<br />

Pasto y justo antes <strong>de</strong> entregar la planilla <strong>de</strong> salida, que tres<br />

pasajeros se quedaron sin puesto, entre ellos su hijo.<br />

–¿Entonces no pudo salir <strong>de</strong>l aeropuerto <strong>de</strong> Pasto? Eso ocurre<br />

dos o tres veces por semana. La pista sólo pudieron hacerla en<br />

la planada <strong>de</strong> Chachagüi, entre esa montonera <strong>de</strong> faldas. Con<br />

tanto pico y <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro no hubo dón<strong>de</strong> más. A más <strong>de</strong> uno<br />

le ha tocado irse hasta Cali en bus para hacer las conexiones<br />

66


<strong>de</strong> avión. En Pasto se sabe cuándo uno aterriza pero nunca<br />

cuándo se sale. Eso dicen, yo nunca me voy montar en un<br />

aparato <strong>de</strong> esos.<br />

El conductor hablaba como hombre versado, conocedor<br />

<strong>de</strong> cada una <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s, estaciones, filos sin fondo y<br />

vericuetos <strong>de</strong> la ruta. A cada paso <strong>de</strong>l autobús, la lluvia<br />

golpeaba más fuerte el parabrisas y amenazaba con quebrar<br />

la escasa visibilidad.<br />

–No se preocupen. El bus que se fue al <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro entre<br />

Remolinos y El Bordo no fue porque la carretera estaba lisa<br />

o porque tenía aceite. Lo que pasa es que la empresa es <strong>de</strong><br />

Velotax y le pagan a los conductores por ruta cumplida. El<br />

pobre <strong>de</strong>bió quedarse dormido. En ese punto el <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ro<br />

es muy hondo: nadie <strong>de</strong>bió quedar vivo. En esos <strong>de</strong>sfila<strong>de</strong>ros<br />

tiran a todos los <strong>de</strong>saparecidos que tar<strong>de</strong> o temprano van a<br />

templar al río Cauca. Ni se le ocurra mirar a una mujer en<br />

Remolinos o El Bordo. Son pueblos coqueros y hasta la<br />

mirada tiene su precio.<br />

La enorme panza <strong>de</strong>l chofer, arropada por la camisa blanca<br />

<strong>de</strong>l uniforme, se estremecía contra el volante, cada vez que<br />

éste frenaba para marcar la curva húmeda. Llovía a cántaros,<br />

como si el agua hubiera estado represada por siglos en las<br />

nubes.<br />

–¿Qué tal Pereira?¿Bien, cierto? No lo po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>jar en Cali;<br />

no vamos a entrar. Vamos a bor<strong>de</strong>ar las ciuda<strong>de</strong>s, directo hasta<br />

Me<strong>de</strong>llín. En Pereira lo <strong>de</strong>jamos en la entrada, el taxi no es tan<br />

caro como en Cali.<br />

El conductor pasaba una bolsa <strong>de</strong> caramelos y el chico extendía<br />

sus manos con fruición. La lluvia pegaba con más violencia en<br />

el parabrisas y las plumillas rechinaban contra el vidrio, ante el<br />

esfuerzo por vencer la capa excesiva <strong>de</strong> agua.<br />

67


–No se preocupen, esto no es nada. Diluvio el que nos tocó<br />

<strong>de</strong> venida, cerca a Chinchiná. El bus se mecía <strong>de</strong> un lado a<br />

otro y le entraba agua por todos lados. Tuvimos que parar<br />

porque no se veía nada, lo que se dice nada. Sólo agua y agua<br />

golpeando el parabrisas. Después la tormenta nos alcanzó en<br />

Buga. Nunca había visto algo así.<br />

El agua golpeaba a chorros el parabrisas, pero por la<br />

expresión <strong>de</strong>l conductor aquello no era nada comparado con<br />

lo <strong>de</strong> Chinchiná y Buga. El asiento <strong>de</strong>l ayudante era más que<br />

incómodo. Sin ninguna posibilidad <strong>de</strong> reclinarlo, el pasajero<br />

había resistido cuatro horas <strong>de</strong> viaje con la espalda pegada<br />

a la vertical, más una hora en la que había permanecido así,<br />

firme como una varilla, mientras la madre y otros familiares<br />

<strong>de</strong>l chico entraban y salían <strong>de</strong>l autobús, hasta que llegaron<br />

al acuerdo con el ayudante y el chofer. Todos se mostraron<br />

indiferentes, incluso la policía <strong>de</strong> carreteras.<br />

–Usted no se mueva, le había dicho el ayudante.<br />

Y así estuvo por una hora, mientras acomodaban a los pasajeros<br />

sin puesto en unas colchonetas a lo largo <strong>de</strong>l pasillo <strong>de</strong>l<br />

autobús, entre las dos hileras <strong>de</strong> sillas reclinables con madres<br />

y niños en brazos, hombres adultos, mujeres embarazadas y<br />

uno que otro adolescente, entre ellos el <strong>de</strong> cabellera rubia que<br />

el ayudante había enviado a la parte <strong>de</strong>lantera <strong>de</strong>l autobús.<br />

–Si va a llamar por el celular, yo le digo dón<strong>de</strong>. Más a<strong>de</strong>lante<br />

pusieron una antena. Muy cerca <strong>de</strong>l punto <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> la vieja<br />

con las dos maletas. Cuando estemos llegando les cuento.<br />

El conductor pasó <strong>de</strong> nuevo la bolsa <strong>de</strong> caramelos y el chico<br />

<strong>de</strong> nuevo extendió sus manos.<br />

–Va para Bucaramanga, ¿no? Está lejos. Yo conozco, cuando<br />

esta empresa hacía la ruta Bogotá la Costa. De pelado también<br />

conocí. Allá me crié cogiendo café y alimentando el vicio. Por<br />

68


allá se toma mucho guarapo y se fuma. La panela se echa en<br />

agua y a la media hora ya está fermentada por el calor. El chicote<br />

es lo único que espanta las culebras bravas y venenosas<br />

<strong>de</strong> esos cafetales. Los fines <strong>de</strong> semana <strong>de</strong>jábamos toda la plata<br />

con las zurronas <strong>de</strong> El Café Madrid. Menos mal que me envalentoné<br />

y salí <strong>de</strong> allá.<br />

El agua golpeaba aún más el parabrisas y la panza <strong>de</strong>l chofer no<br />

<strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> estremecerse contra el volante. Durante el trayecto<br />

se la había pasado manejando con una mano y con la otra<br />

atendiendo el celular.<br />

–Oígame, ¿el <strong>de</strong> camisa azul sí pagó? Si no, ya mismo le mando<br />

a cobrar. ¿Al <strong>de</strong> las dos cajas con los televisores le cobraron? Uy,<br />

a mí este man no me dio nada por eso. Es que cien no son nada.<br />

Con estas platicas extras me compré unos pasteles para la casa,<br />

pagué dos peajes y el resto lo metí en las bolsas <strong>de</strong> caramelos.<br />

Cien no son nada. ¿Ya sabe cómo es, no? En Me<strong>de</strong>llín salimos<br />

para Bogotá. Es mejor Bogotá que Buenaventura. Ochenta<br />

se cobra a Bogotá, sesenta a Buenaventura. De lejos, <strong>de</strong> lejos.<br />

Cuádreme lo <strong>de</strong> Bogotá, socio –le dijo a su ayudante–. ¿Tienen<br />

frío? Tranquilos, tranquilos, ya va a <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> llover. Pelao, mire,<br />

ahí en la gaveta hay una ruana, es <strong>de</strong> las finas, <strong>de</strong> pura lana.<br />

Pelao, pásele la ruana al doctor. Ese traje tan fino no le sirve<br />

<strong>de</strong> abrigo. Es que ahí don<strong>de</strong> va es don<strong>de</strong> más se concentra el<br />

frío. Tranquilos, tranquilos, esperen y verán que ya va a <strong>de</strong>jar<br />

<strong>de</strong> llover. Ya vamos a llegar allí abajo, don<strong>de</strong> les dije que les iba<br />

a contar algo. En un minuto estamos ahí.<br />

El chico abrió los ojos con la expectación <strong>de</strong>l adolescente<br />

que aún se <strong>de</strong>ja impresionar; se arrellanó en el cojín y esperó<br />

atento a que el conductor por fin soltara la historia.<br />

–Miren, es aquí. En la casa abandonada. Al principio caí dos<br />

veces. Pero ya no. Una señora, ya anciana, sale corriendo <strong>de</strong><br />

la casa con dos maletas. Saca la mano y uno para. Cuando la<br />

69


puerta abre, ya no está. Dos veces caí. Las cosas no son como<br />

parecen.<br />

El joven con la boca abierta y ojos interrogantes se quedó unos<br />

segundos con la mirada fija sobre la casa, como si esperara ver<br />

a la señora <strong>de</strong>l relato.<br />

–Sí, es que las cosas no son lo que parecen. Sí ven, ya está<br />

amainando. Si me para la guerrilla yo me quedo tranquilo. En<br />

cambio, si es la policía, se <strong>de</strong>scuida uno y le sacan las cosas <strong>de</strong><br />

la maleta. La guerrilla le dice a uno: para qué los vamos robar<br />

si nosotros somos como uste<strong>de</strong>s. La policía en cambio… Allá<br />

en la Línea mataron a toda esa familia no por equivocación,<br />

sino porque ellos <strong>de</strong>nunciaron que no era la guerrilla sino<br />

la policía la que estaba asaltando los buses. No ven cómo<br />

el ejército <strong>de</strong>saparece gente, les pone el uniforme y <strong>de</strong>spués<br />

dicen que muerto en combate. Es como eso que dicen que<br />

la guerrilla ya no está en las carreteras; nada más falso que<br />

los falsos positivos <strong>de</strong>l ejército. De Neiva pa’ bajo todo eso<br />

es territorio <strong>de</strong> la guerrilla. ¿Sí vio la señora, joven? Cuando<br />

empecé me pasó una peor.<br />

Apenas las enormes gotas <strong>de</strong> lluvia tocaban el parabrisas, éstas<br />

eran cortadas por las plumillas <strong>de</strong>l carro.<br />

–Sí ven, ya está <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> llover.<br />

Con las dos manos, el conductor ajustó la corbata y escondió<br />

la panza con un movimiento <strong>de</strong> triunfo sobre el volante. Sonó<br />

el celular y permaneció otra vez por un largo rato manejando<br />

con una sola mano.<br />

–Otro caramelito. Ah, sí, les <strong>de</strong>cía que cuando empecé me<br />

pasó algo peor. Un susto ni el berraco. Yo era el ayudante. Así<br />

comenzamos en la empresa. Primero como ayudantes, <strong>de</strong>spués<br />

ya le sueltan el bus a uno. Una muchacha bonita, mona, como<br />

70


<strong>de</strong> veintiocho años, en la ruta <strong>de</strong> Bogotá a Me<strong>de</strong>llín, allá,<br />

bajando para La Dorada Caldas, nos alzó la mano y, bueno,<br />

el conductor le paró. Yo tomé las maletas, las metí en la<br />

bo<strong>de</strong>ga y la muchacha se subió. Bonita, muy bonita era. Tan<br />

pronto entró la muchacha, el bus se inundó <strong>de</strong> un olor a rosas.<br />

Un borracho que estaba joda que joda, y que finalmente se<br />

acomodó ahí mismo don<strong>de</strong> va el joven, hasta se percató <strong>de</strong>l<br />

olor a rosas y <strong>de</strong> lo bonito <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> la muchacha. Iban<br />

trece pasajeros, con ella eran catorce, <strong>de</strong> manera que el bus iba<br />

casi vacío. Esperamos cinco minutos y el compañero me dijo,<br />

vaya cóbrele antes <strong>de</strong> que se duerma. Entré a cobrarle y no la<br />

vi. Salí y le dije al compañero que no estaba. El borracho se<br />

quedó dormido, aquí mismo en el pasillo y el compañero me<br />

dijo, ¿cómo qué no está, acaso también está borracho? Vaya<br />

cóbrele, <strong>de</strong>be estar en el baño. Entré <strong>de</strong> nuevo, miré en el<br />

baño y la muchacha no estaba por ningún lado. Salí, y ya con<br />

ese susto ni el berraco le dije al compañero: no está.<br />

Él y yo nos quedamos como diez minutos sin hablar, y ese<br />

olor a rosas en el bus, hasta que la policía <strong>de</strong> carreteras nos<br />

paró. Mi compañero y yo no quisimos entrar. Cuántos son,<br />

preguntó el policía. Catorce le dijimos. Van dormidos. Como<br />

pu<strong>de</strong>, la<strong>de</strong>é el borracho en el pasillo para que entrara el policía<br />

y contara la gente. Eso fue en este mismo bus. Este bus me<br />

lo entregaron como tres años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberme hecho<br />

conductor <strong>de</strong> la empresa. Aún estaba nuevo. No era la carcacha<br />

<strong>de</strong> hoy. El policía salió y nos dijo, son trece. Mi compañero y<br />

yo entramos con el policía y sí, eran trece. Fuimos entonces<br />

a revisar la bo<strong>de</strong>ga y las dos maletas ya no estaban. Des<strong>de</strong><br />

entonces, entre la una y las dos <strong>de</strong> la mañana, este bus se<br />

inunda <strong>de</strong> olor a rosas. Al principio me daba miedo, pero uno<br />

termina por acostumbrarse. Ya verán, entre la una y las dos va<br />

a oler a rosas.<br />

El viaje a Pereira tardó quince horas y no doce. Después<br />

<strong>de</strong> Cali arreció la lluvia y en Buga la tormenta estremeció el<br />

autobús como si el temporal <strong>de</strong> venida, <strong>de</strong>l que había hablado<br />

71


el conductor, fuese el mismo <strong>de</strong>l <strong>de</strong> ida. El bus paró en la<br />

entrada <strong>de</strong> Pereira y en efecto, el valor <strong>de</strong>l servicio <strong>de</strong>l taxi no<br />

sobrepasaba los diez mil pesos: muy barato en comparación al<br />

<strong>de</strong> Cali, que ascendía a veinte o veinticinco mil pesos. Antes <strong>de</strong><br />

llegar a un hotel <strong>de</strong>l centro, en la intersección <strong>de</strong> dos avenidas<br />

principales, unas cintas amarillas acordonando el lugar y una<br />

gran mancha húmeda entintada <strong>de</strong> rojo en el pavimento,<br />

prefiguraban una tragedia.<br />

–Fueron dos camionetas –dijo el conductor–. La una se<br />

montó sobre la otra. Nadie quedó vivo. Borrachos, <strong>de</strong>spués<br />

<strong>de</strong>l concierto con Johnny Rivera y el Charrito Negro. Qué<br />

miedo. Ya removieron las camionetas con muertos y todo.<br />

Una vez en el cuarto <strong>de</strong> hotel, el pasajero abrió la pequeña<br />

ventana que daba a la calle y un aire frío arrastró un fuerte<br />

olor a rosas. Llevó las manos hasta la nariz y el olor a rosas era<br />

aún más penetrante. Acercó las mangas <strong>de</strong>l traje y no pudo<br />

con el olor. Un <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> expulsar la mezcla <strong>de</strong> gasolina y olor<br />

a vómito <strong>de</strong>l autobús lo sobrecogió.<br />

72


ABUE


Hay un niño, apenas tiene seis años y el revuelo en casa<br />

es muy gran<strong>de</strong>. Ha pasado la noche en el mismo cuarto <strong>de</strong><br />

padre y madre. Voces, murmullos y pasos que vienen y van<br />

en la sala lo han <strong>de</strong>spertado. La puerta <strong>de</strong>l cuarto <strong>de</strong> padre y<br />

madre está abierta. La luz <strong>de</strong>l sol se filtra por los calados <strong>de</strong> la<br />

sala hasta llegar al cuarto. Un manojo <strong>de</strong> rayos apunta directo<br />

en su cara. Con las cejas crispadas y los ojos entornados, sale<br />

<strong>de</strong>l cuarto hasta <strong>de</strong>tenerse en el umbral <strong>de</strong> la sala. En el centro,<br />

bajo la lámpara, hay un cajón negro <strong>de</strong> tapa abierta. Nadie se<br />

percata <strong>de</strong> su presencia. Son tantas las voces, murmullos y<br />

zancadas, yendo y viniendo por la sala, que se siente como un<br />

extraño en su propia casa. ¿Por qué hay tanta gente en casa?<br />

Nunca había visto tanta gente en casa.<br />

El resplandor <strong>de</strong> la lámpara <strong>de</strong> la sala cae en uno <strong>de</strong> los extremos<br />

<strong>de</strong>l cajón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. El otro extremo <strong>de</strong>l cajón está ubicado<br />

contra la puerta <strong>de</strong> salida <strong>de</strong> casa. Es un enorme cajón sobre<br />

una mesa <strong>de</strong> patas <strong>de</strong> grillo. Un cable blanco, sujeto a una <strong>de</strong><br />

las vigas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l techo, sostiene la lámpara <strong>de</strong> plástico<br />

azul cielo. El cable está moteado <strong>de</strong> un amarillo tierra. Es el<br />

óxido <strong>de</strong> la última fumigación contra los mosquitos <strong>de</strong> la fiebre<br />

que ha <strong>de</strong>jado el cable con pintas terrosas, como el cuello <strong>de</strong><br />

una jirafa. El enorme cajón está atravesado en toda la sala, en<br />

el mismo sitio don<strong>de</strong> estaba el televisor. Todas las mañanas,<br />

él corría <strong>de</strong> su cuarto hacia la sala y encendía el televisor para<br />

ver los matachos con Abue. Hoy, en lugar <strong>de</strong>l televisor, hay<br />

un cajón que brilla, un enorme cajón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra negra que<br />

75


illa. Los muebles <strong>de</strong> la sala están dispuestos alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l<br />

cajón. Son los mismos muebles rojos <strong>de</strong> cuerina viejos que<br />

se han dispuesto para darle espacio a ese objeto extraño a sus<br />

ojos. En el mueble más gran<strong>de</strong> hay un hombre sentado con<br />

la cabeza baja y las manos cruzadas. Las voces, murmullos y<br />

zancadas, yendo y viniendo por la sala, no paran.<br />

Es tanta la gente entrando y saliendo que el niño no ve a<br />

madre, tampoco a padre ni a Carmen. Hermano y hermana<br />

tampoco están. Alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l cajón <strong>de</strong> tapa abierta no hay<br />

nadie; las mujeres mayores están sentadas en los muebles <strong>de</strong><br />

la sala, cruzadas <strong>de</strong> brazos y con caras tristes. De pronto, en el<br />

fondo <strong>de</strong> la sala, ve a Carmen que pasa <strong>de</strong> una habitación hacia<br />

la cocina. Ella se pier<strong>de</strong> <strong>de</strong> vista, entre un montón <strong>de</strong> señoras<br />

que conversan alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> los fuegos <strong>de</strong> la estufa. Carmen<br />

prepara el tetero y se lo lleva a la cama o a la sala <strong>de</strong>l televisor<br />

don<strong>de</strong> veía los matachos con Abue. El tetero es una mezcla <strong>de</strong><br />

agua <strong>de</strong> panela con leche. Los niños que van a ir a la escuela ya<br />

no chupan tetero, dice Carmen, cada vez que él grita para que<br />

ella le lleve el tetero a la cama, cuando no la moja. Los niños<br />

<strong>de</strong> su edad ya no se orinan en la cama, dice también Carmen,<br />

cada vez que se hace. Recoja las cobijas y llévelas corriendo<br />

al lava<strong>de</strong>ro, hay que exten<strong>de</strong>r el colchón al sol, en el patio, si<br />

mamá se da cuenta ya sabe. ¿Por qué madre se enfada? Él reza<br />

en las noches para que madre no se disguste, pero a veces la<br />

cama amanece mojada.<br />

Todavía bebe agua <strong>de</strong> panela con leche en una taza blanca,<br />

gran<strong>de</strong>, esmaltada. Sólo que ahora lo hace antes <strong>de</strong> acostarse.<br />

Nada como el sabor fresco y dulce <strong>de</strong> la aguapanela que lo<br />

transporta a la casa, al río, al sol <strong>de</strong> pantano, a los cercados <strong>de</strong><br />

pasto y al lamento <strong>de</strong> los guañuces, cuando salía <strong>de</strong> caza con<br />

padre y hermano, a la lluvia y los vendavales que arrancaban<br />

<strong>de</strong> tajo las flores y <strong>de</strong>jaban como lombrices lavadas las<br />

enreda<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l jardín que daba a la calle. En las noches se<br />

levanta dos y hasta tres veces al baño. No era <strong>de</strong>ja<strong>de</strong>z, ni se<br />

76


podría <strong>de</strong>cir que era un niño sucio. Si Carmen estuviera aquí le<br />

diría que no era su culpa. Madre tampoco entendía.<br />

El olor <strong>de</strong> la aguapanela en las noches lo transporta siempre<br />

a casa, al televisor <strong>de</strong> la sala don<strong>de</strong> veía los matachos con<br />

Abue, a los ojos <strong>de</strong> pulpo <strong>de</strong> hermana cuando los árboles eran<br />

doblados hasta el piso por las tormentas y granizadas, y al<br />

cajón, al enorme cajón <strong>de</strong> tapa abierta y ma<strong>de</strong>ra negra que<br />

brillaba preciso ese día en que <strong>de</strong>spertó y no pudo sentarse<br />

con Abue a mirar los matachos.<br />

A veces duerme en el cuarto <strong>de</strong> padre y madre porque ve<br />

cosas. Pero que los dos, él y hermano, hayan dormido en el<br />

cuarto <strong>de</strong> ellos, en un colchón extendido en el piso, nunca<br />

había ocurrido. Des<strong>de</strong> que se conoce, ve en las noches rostros<br />

<strong>de</strong>formes, seres <strong>de</strong> cachos y patas, a veces con pezuñas y rabo.<br />

Otros con muecas <strong>de</strong> espanto y dolor, sólo dolor. A pesar <strong>de</strong><br />

que duerme con abuela y en las noches escucha la voz <strong>de</strong> ella<br />

cuando lo llama, la ventana <strong>de</strong> su cuarto hacia la calle es un<br />

espejo <strong>de</strong> mil caras. Después <strong>de</strong>l cajón, el enorme cajón en la<br />

sala, lo ve en las noches, en el cuarto, al lado o frente a la cama.<br />

El fino bigote recortado en cuadro, el color <strong>de</strong> veladora en la<br />

piel y la túnica violeta que le cubría el cabello y las orejas.<br />

Después <strong>de</strong> que apareció el cajón en la sala, cada que llueve,<br />

sólo piensa en Abue y en las historias <strong>de</strong> mamá, por lo borracho<br />

que él era. Borracho <strong>de</strong> todos los días y <strong>de</strong> cómo llegaba a casa<br />

a meterse con Abuela. Hasta que él nació. Seguía tomando,<br />

pero llegaba a casa en silencio a dormir. A veces lo llevaba a<br />

él <strong>de</strong> tienda en tienda: a la <strong>de</strong> Salomón, a la <strong>de</strong>l cruce. Don<strong>de</strong><br />

Fermín. En la otra tienda <strong>de</strong>l plan <strong>de</strong> la cancha. Don<strong>de</strong> Roque<br />

en La Gallera. Y en cada parada una copa. Hasta la penúltima,<br />

en Buenos Aires. Y la última, antes <strong>de</strong> irse a dormir con los<br />

carrillos hinchados y rojos <strong>de</strong> tanto esfuerzo por cargarlo a él.<br />

Abuelo y padre no se llevaron bien. Es que Abuelo era muy<br />

él. Eso <strong>de</strong>cía Madre. Abuelo nunca fue al médico. Tampoco<br />

77


<strong>de</strong>jaba que Abuela fuera. Si Abue viviese, Abuela no habría ido<br />

nunca al médico. Mejor, así no le hubiesen quitado la pierna,<br />

ni habría ido el cura a ponerle dos veces los óleos porque<br />

había alguien que no la <strong>de</strong>jaba morir.<br />

Después que se llevaron el cajón <strong>de</strong> la sala y pusieron otra vez<br />

el televisor, enterró unos grillos <strong>de</strong> patas gran<strong>de</strong>s como las<br />

que sostenían el cajón. Y llovió granizo y la tormenta otra vez<br />

<strong>de</strong>jó las enreda<strong>de</strong>ras limpias como lombrices.<br />

Los murmullos y zancadas vienen y van por la sala. Él está<br />

ahí, frente a todos, como si no existiera. De pronto alguien<br />

se acerca al cajón. Él sólo ve unos zapatos por entre la mesa<br />

<strong>de</strong> patas <strong>de</strong> grillo que sostienen el cajón. Es una persona <strong>de</strong><br />

zapatos como los <strong>de</strong> hermano. Está parada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la tapa<br />

abierta <strong>de</strong>l cajón. Es hermano. La persona frente al cajón <strong>de</strong>be<br />

ser hermano. Corre hacia él.<br />

No era hermano. ¿Por qué llora? Las zancadas entrando<br />

y saliendo por la sala no paran. El revuelo en la cocina es<br />

todavía mayor. Carmen ya no está por ahí. El olor a café recién<br />

hecho llega hasta la sala. Sabe que el olor es distinto al <strong>de</strong> la<br />

aguapanela, porque padre toma dos pocillos cargados todas<br />

las mañanas. Muy cargados, le pi<strong>de</strong> a Carmen.<br />

¿Dón<strong>de</strong> está madre? ¿Y padre? ¿Y hermano y hermana? Mira<br />

hacia el fondo <strong>de</strong>l cajón.<br />

–Abue, abue…<br />

Sí, es Abue. Es Abue que está con los ojos cerrados.<br />

–Abue, Abue, vamos a ver los matachos. ¿Abue, Abue, por<br />

qué no se levanta?<br />

Abuelo no se levanta y él se siente aún más perdido en la<br />

sala.<br />

78


UN HOMBRE PACÍFICO


¿Que qué hacía en un bus <strong>de</strong> La Feria? Tiene razón, yo soy<br />

<strong>de</strong>l barrio Santan<strong>de</strong>r, pero como el bus <strong>de</strong> las Merce<strong>de</strong>s no<br />

pasaba, Ruta Uno, usted sabe señor agente, <strong>de</strong>cidí caminar<br />

unas diez cuadras hasta La Feria para tomar este bus, que<br />

pensándolo bien me <strong>de</strong>jaría en la puerta <strong>de</strong> mi casa. Yo soy un<br />

hombre pacífico, señor agente, con nadie me meto, es la pura<br />

verdad. El bus venía muy lento, como siempre, sobre todo<br />

cuando casi no trae pasajeros porque es día <strong>de</strong> fiesta, usted<br />

sabe, y los dos nos subimos en la misma parada: el señor y yo.<br />

Él se sentó atrás, al lado <strong>de</strong> las señoras con un niño <strong>de</strong> brazos,<br />

y yo busqué puesto a<strong>de</strong>lante; en un bus <strong>de</strong>socupado es mejor<br />

a<strong>de</strong>lante, usted sabe.<br />

Pero mire cómo son las cosas señor agente, es que todo estaba<br />

para que sucediera lo que pasó. Yo casi siempre camino, pero<br />

es que me <strong>de</strong>moré mucho en la casa <strong>de</strong> mi hija, allá en el<br />

Santan<strong>de</strong>r; ella tuvo una nietecita, <strong>de</strong> ojos así como los míos,<br />

usted sabe, y entonces me cogió la tar<strong>de</strong>.<br />

Ah, sí, sí, ¿ese joven? Pues el joven se subió una cuadra<br />

<strong>de</strong>spués, y ese bus a paso <strong>de</strong> tortuga; nada que andaba, y yo<br />

tan tar<strong>de</strong>. Yo siempre acostumbro llegar a la casa a las seis;<br />

por eso, como ya le dije, cogí este bus <strong>de</strong> La Feria. Todo pasó<br />

unas cuadras <strong>de</strong>spués, antes <strong>de</strong> llegar a la 15, sí, aquí, subiendo<br />

por la 28. Yo venía pensando en mi nietecita y en que iba a<br />

llegar muy tar<strong>de</strong>, cuando <strong>de</strong> pronto, el señor, el que se subió<br />

conmigo, muy amable, les dijo a las señoras que una <strong>de</strong> las<br />

81


carteras se les había caído. Yo no sé qué fue exactamente lo<br />

que ellas le respondieron, pero parece que una <strong>de</strong> ellas en<br />

lugar <strong>de</strong> darle las gracias le dijo que por qué no les había dicho<br />

antes, que era que si se quería robar la cartera o algo así. Y ahí<br />

empezó todo señor agente, por eso empezaron las cosas, por<br />

una cartera.<br />

El señor ya muy ofendido les dijo que no era cierto, que él no<br />

era ladrón, que él no había visto antes la cartera. Que por eso,<br />

tan pronto la vio, les dijo. Pero las señoras no le creyeron, y<br />

bueno, como el problema no era conmigo, yo seguí pensando<br />

en mi nietecita y en que ya me había cogido la tar<strong>de</strong>, que tal<br />

vez caminando hasta la quince y luego tomando otra ruta<br />

hasta hubiese llegado más rápido. Es que mire señor agente,<br />

<strong>de</strong> pura verdad, yo soy un hombre pacífico, siempre me recojo<br />

muy temprano, con nadie me meto. Ni siquiera le dije nada al<br />

chofer <strong>de</strong>l bus, pese a que iba tan lento.<br />

¿Este cuchillo? Es un cuchillo cecino, como un compañero,<br />

siempre anda conmigo. Pero siempre va envuelto, en esta<br />

mochila, que también siempre llevo conmigo, señor agente,<br />

para que nadie sospeche que ahí va envuelto. Pero le juro<br />

señor agente que esta vez hasta se me había olvidado que lo<br />

llevaba conmigo. Como le <strong>de</strong>cía, yo soy un hombre pacífico,<br />

con nadie me meto. Mi hija siempre se preocupa, pero es que<br />

ese cuchillo lo cargo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mucho antes <strong>de</strong> que<br />

ella naciera, es que es como mi tercera mano, usted no sabe<br />

señor agente <strong>de</strong> cuántas cosas este cuchillo me ha salvado.<br />

¿Que le siga contando <strong>de</strong> lo otro? Bueno, le sigo contando.<br />

El caso es que el señor les insistió a las dos señoras que él jamás<br />

se iba a robar una cartera, que él era un hombre honrado, que<br />

lo que pasaba era que no había visto antes la cartera, y yo le<br />

creí señor agente, hasta el muchacho <strong>de</strong>bió también creerle,<br />

pero las señoras no. Yo le creí señor agente, porque el señor<br />

se subió en La Feria, y como usted pue<strong>de</strong> ver él es casi <strong>de</strong><br />

82


mi edad, y a esta edad, señor agente, uno no está para <strong>de</strong>cir<br />

mentiras, menos para robar a unas señoras, por Dios.<br />

No sé bien qué fue lo que pasó <strong>de</strong>spués, como ya le dije, yo<br />

iba a<strong>de</strong>lante, muy cerca <strong>de</strong>l muchacho que también se sentó<br />

a<strong>de</strong>lante. La cosa fue así. Escuche muy bien señor agente,<br />

es que todo estaba para que sucediera. Una <strong>de</strong> las señoras<br />

empezó entonces a reírse y a <strong>de</strong>cir que no, que no le creía al<br />

señor. Y el señor otra vez a intentar explicarle, y la señora que<br />

no, hasta que el tono se fue subiendo, se fue subiendo tan<br />

alto, señor agente, que el conductor <strong>de</strong>l bus quiso parar, pero<br />

yo creo que pensó que la cosa no era con él. Lo mismo <strong>de</strong>bió<br />

pensar el muchacho que estaba sentado cerca <strong>de</strong> mí. Claro, y<br />

yo pensé igual, que la cosa no era conmigo.<br />

Bueno, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que alegaron y alegaron, yo creí que todo<br />

iba a parar, pero no, mire como son las cosas, señor agente,<br />

el niño <strong>de</strong> brazos que iba con las señoras empezó a llorar. Es<br />

que las señoras, como al comienzo le dije, llevaban un niño<br />

<strong>de</strong> brazos, y el señor ya no se callaba, que él era un hombre<br />

<strong>de</strong>cente, que durante treinta años había matado ganado en La<br />

Feria y que nunca le había robado nada a nadie, y todas esas<br />

cosas.<br />

Yo en mis a<strong>de</strong>ntros hasta le daba la razón al señor, pues como<br />

le dije, yo le creí al señor. Para qué <strong>de</strong>cir mentiras, si todo había<br />

empezado por una simple cartera. Y el señor que gritaba más<br />

alto, el niño que lloraba, y mire, señor agente, qué señoras, el<br />

tipo bien bravo, ellas con un niño <strong>de</strong> brazos y tampoco que se<br />

callaban; y <strong>de</strong> pronto, señor agente, nada, todo era silencio, un<br />

silencio así como <strong>de</strong> muerto. Ah, entonces, pensé, algo pasó,<br />

pero yo al igual que el muchacho nos quedamos quitecitos en<br />

las sillas, y el bus a paso <strong>de</strong> tortuga; es que la cosa no era con<br />

ninguno <strong>de</strong> nosotros, ni conmigo, ni con el muchacho, ni con<br />

el chofer, no, con ninguno <strong>de</strong> nosotros.<br />

83


Qué silencio tan berraco, señor agente. De pronto ya no se<br />

escuchaba nada, ni siquiera el ruido <strong>de</strong>l motor <strong>de</strong>l bus ni los<br />

gritos <strong>de</strong>l niño. Entonces otra vez pensé, algo pasó. Y sí, algo<br />

había pasado, usted no me lo va a creer, señor agente, todo<br />

por una simple cartera. Hasta el niño se había callado. Ah, es<br />

que se me había olvidado, el señor llevaba una mochila muy<br />

parecida a la mía, sí, <strong>de</strong> estas <strong>de</strong> fique, para disimular, sólo que<br />

más gran<strong>de</strong>. Sí, esa misma que está ahí al lado.<br />

El señor había sacado <strong>de</strong> su mochila dos largos y filosos<br />

cuchillos, <strong>de</strong> esos <strong>de</strong> feria, y las señoras estaban blancas como<br />

una vela. Pero como el problema no era conmigo, señor<br />

agente, le repito, yo soy un hombre pacífico, yo sólo miré <strong>de</strong><br />

reojo y continué como si nada. Ahí tienen mis señoras, pensé,<br />

por no <strong>de</strong>jar tranquilo a ese pobre cristiano. Ahí tienen, un<br />

susto ni el berraco para que aprendan.<br />

Y todo por una cartera. El señor con los cuchillos, rojo como<br />

un tomate <strong>de</strong> la rabia, y una <strong>de</strong> las señoras le pregunta que qué<br />

va a hacer. No, señor agente, yo no sé qué estaban pensando<br />

esas señoras. El caso, señor agente, es que el tipo se les va a<br />

las señoras, como si fuera a cecinar los animales <strong>de</strong> la plaza <strong>de</strong><br />

ferias, y <strong>de</strong> pronto se <strong>de</strong>tiene y empieza a gritar que no podía<br />

matarlas, en un tono tan subido, que ni para qué le cuento,<br />

usted sabe, señor agente. Y así, una y otra vez; y el señor que<br />

no se callaba, y las señoras ahora sí que se morían <strong>de</strong>l susto.<br />

Pero era que el señor no se callaba, señor agente, y seguía y<br />

seguía gritando, rojo <strong>de</strong> la rabia. Que por qué le pasaba esto,<br />

que por qué ellas no eran hombres para hundirles los cuchillos<br />

en esas barrigas, que qué lástima que el mocoso no fuera más<br />

gran<strong>de</strong> para que respondiera, que dón<strong>de</strong> estaban los maridos<br />

entonces, y el bus a paso <strong>de</strong> tortuga, y nadie que se subía, y<br />

claro, ninguno <strong>de</strong> nosotros que se bajaba.<br />

Que dón<strong>de</strong> estaban los machucantes para que respondieran<br />

por ellas, que le dijeran en dón<strong>de</strong> y se encontraba con sus<br />

mozos o con los hijos, como ellas quisieran, que por Dios, que<br />

84


por qué ellas no eran hombres para picarles ahí mismo esas<br />

barrigas. Lo <strong>de</strong>más, señor agente, a usted ya se lo <strong>de</strong>clararon<br />

las señoras. Entonces que quién iba a respon<strong>de</strong>r, que dón<strong>de</strong><br />

estaba el hombre que saliera a <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rlas, y el muchacho,<br />

señor agente, el que iba conmigo a<strong>de</strong>lante, ya casi se orinaba<br />

<strong>de</strong>l susto. Que si el conductor, que si el muchacho. Que si yo.<br />

Le juro, señor agente, que soy un hombre pacífico, pero es<br />

que se metió conmigo, y qué iba a pensar mi nietecita, y ya ve,<br />

señor agente, al final lo <strong>de</strong>jé moqueando y con la jeta hacia<br />

arriba, listico, como animal <strong>de</strong> plaza <strong>de</strong> feria.<br />

85


CHEQUEO CRUZADO


Dos hombres uniformados <strong>de</strong> pantalón y camisa blanca,<br />

impecables, surgidos <strong>de</strong> la nada, se disponen a registrar las<br />

maletas con guantes blancos <strong>de</strong> goma en sus manos. Uno <strong>de</strong><br />

ellos, por más que lo intenta, no pue<strong>de</strong> ocultar su compostura<br />

afeminada. Detrás <strong>de</strong> ellos ha llegado un policía con un perro<br />

labrador. No todos serán registrados, sólo los tres dueños <strong>de</strong><br />

las maletas que han sido anunciados por el megáfono. Antes<br />

<strong>de</strong> mí hay una familia: la señora, el esposo y dos niñas; <strong>de</strong>spués<br />

una señora mayor. La señora y las dos niñas pasan al registro<br />

<strong>de</strong>l pasabordo, mientras el esposo, a un llamado <strong>de</strong>l policía,<br />

pone dos gran<strong>de</strong>s maletas negras y una pequeña azul con<br />

estampas <strong>de</strong> Hello Kitty en las correas giratorias <strong>de</strong> la máquina<br />

<strong>de</strong> Rayos X.<br />

Las maletas pasan sin contratiempos. Siguen la maleta <strong>de</strong> la<br />

señora mayor y la mía, las únicas, junto a las <strong>de</strong>l esposo, que<br />

han sido seleccionadas <strong>de</strong> la sala <strong>de</strong> equipajes para chequearlas<br />

una vez más antes <strong>de</strong> subirlas al avión. La maleta y el bolso<br />

<strong>de</strong> mano <strong>de</strong> la señora mayor son arrastrados por la máquina<br />

<strong>de</strong> Rayos X, pero le dicen que todo el equipaje, a<strong>de</strong>más, será<br />

registrado manualmente en una mesa que se encuentra a unos<br />

cinco pasos <strong>de</strong>l mostrador don<strong>de</strong> se registran los pasabordos.<br />

El área <strong>de</strong> chequeo está cercada por cintas amarillas y negras<br />

<strong>de</strong> plástico; <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l perímetro, frente a la mesa, están<br />

dispuestos en fila, como en una mesa <strong>de</strong> operación, el policía,<br />

el perro y los dos tipos <strong>de</strong> uniforme azul y blanco. Sujetado<br />

por una correa <strong>de</strong> cuero, empuñada a la mano <strong>de</strong>l policía,<br />

89


el labrador salta a la mesa y comienza a olisquear el bolso y<br />

la maleta <strong>de</strong> la señora mayor. Ella tiene puesta una gorra <strong>de</strong><br />

lana en la cabeza. Unos enormes lentes negros ojos <strong>de</strong> mosca<br />

cubren casi la mitad <strong>de</strong> la cara.<br />

Los <strong>de</strong>más pasajeros, en otra fila, pasan sus equipajes <strong>de</strong><br />

mano por la máquina <strong>de</strong> Rayos X y se dirigen a registrar<br />

el pasabordo con el pasaporte en la mano. Hay prisa en el<br />

trámite <strong>de</strong> registro y abordaje hacia el avión. Dos mujeres,<br />

también uniformadas <strong>de</strong> azul y blanco, están a cargo y ya sólo<br />

quedan unos cuantos pasajeros que terminan <strong>de</strong> registrarse.<br />

La señora y yo prácticamente nos hemos quedado solos en<br />

la sala <strong>de</strong> abordaje, enjaulados por el perímetro <strong>de</strong> cintas, a<br />

la espera <strong>de</strong>l chequeo <strong>de</strong> nuestras maletas y bolsos <strong>de</strong> mano.<br />

Uno <strong>de</strong> los tipos uniformados se queda con la señora mayor<br />

y el <strong>de</strong> a<strong>de</strong>manes afeminados viene hacia mí. ¿Nombre? ¿Qué<br />

hace? ¿Pue<strong>de</strong> enseñarme la carta <strong>de</strong> invitación con la que<br />

entró, dirección y recibos <strong>de</strong>l hotel don<strong>de</strong> se alojó? Pue<strong>de</strong>,<br />

es una or<strong>de</strong>n. Esta retahíla <strong>de</strong> preguntas ya la he escuchado<br />

en los últimos controles y no quiero que me pasen a otro<br />

interrogatorio por hacerme el caradura. Tampoco quiero que<br />

me aíslen en un cuarto a hacerme preguntas, o me hagan<br />

sentir incómodo, cuando insisten en verificar la autenticidad<br />

<strong>de</strong>l pasaporte.<br />

En el sitio <strong>de</strong> registro <strong>de</strong>l pasabordo, las dos mujeres<br />

uniformadas <strong>de</strong> falda azul y camisa blanca ya sólo esperan<br />

que chequeen nuestros equipajes para apagar el computador<br />

y cerrar la operación <strong>de</strong> abordaje. Saco una carpeta <strong>de</strong>l bolso<br />

<strong>de</strong> mano y le enseño al tipo un montón <strong>de</strong> papeles ovillados y<br />

en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n. Con a<strong>de</strong>manes más femeninos aún, éste repara<br />

en mi camiseta roja brillante <strong>de</strong> puntos negros y mis jeans<br />

gastados; hojea la carpeta y ante tanto papel se rin<strong>de</strong>. ¿Qué<br />

hizo aquí? ¿Hacia dón<strong>de</strong> va? Sigo sin moverme <strong>de</strong>l recuadro<br />

<strong>de</strong> cintas negras y amarillas. Un punto en la vena <strong>de</strong>recha<br />

<strong>de</strong> mis sienes comienza a saltar. El letrero <strong>de</strong> la sala en el<br />

que se leía Mexicana <strong>de</strong> Aviación, se apaga. El tipo libera<br />

90


una cintilla <strong>de</strong> plástico y con el <strong>de</strong>do índice me indica que<br />

<strong>de</strong>bo ubicarme <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la señora mayor. Mi maleta sufrirá<br />

la misma operación quirúrgica. Como si la maleta fuese un<br />

paciente enfermo, antes <strong>de</strong> abrirla, el tipo ajusta sus guantes<br />

<strong>de</strong> goma. Su compañero no ha <strong>de</strong>jado <strong>de</strong> chequear el equipaje<br />

<strong>de</strong> la señora mayor. Tras los lentes negros ojos <strong>de</strong> mosca, ella<br />

pareciera muy apacible ante la operación <strong>de</strong> chequeo.<br />

Por favor, suba el equipaje a la mesa. ¿Es consciente <strong>de</strong> lo<br />

que lleva? ¿Alguna encomienda? Las preguntas no cesan,<br />

mientras las manos enguantadas <strong>de</strong>l policía afeminado abren<br />

la maleta y empiezan a buscar lo que no se les ha perdido.<br />

Del interior <strong>de</strong> la maleta extraen un libro <strong>de</strong> pasta ver<strong>de</strong>, muy<br />

grueso, enredado en mi ropa interior. El policía y el perro<br />

<strong>de</strong>jan la maleta <strong>de</strong> la señora mayor y se dirigen a la mía. El<br />

San Bernardo olisquea el libro y <strong>de</strong> paso lo impregna con el<br />

líquido apestoso <strong>de</strong> su hocico. Como si se tratara ya no <strong>de</strong><br />

un paciente enfermo sino <strong>de</strong> un botín <strong>de</strong> guerra, los guantes<br />

<strong>de</strong>l tipo afeminado repasan, una a una, las hojas <strong>de</strong>l libro. Sus<br />

a<strong>de</strong>manes se hacen insidiosos. Tira el libro sobre la mesa. Le<br />

siguen varios interiores y medias que saca <strong>de</strong> la maleta, hasta<br />

que otra vez el tipo se aplica sobre el interior <strong>de</strong>l equipaje.<br />

Ah, licor. Una botella, dos botellas. Las toma por el pico, las<br />

escudriña a contraluz y sopesa su contenido. Resignado, <strong>de</strong>ja<br />

las botellas sobre la mesa. ¿Equipaje <strong>de</strong> mano? Le enseño mi<br />

bolsa <strong>de</strong> tela, don<strong>de</strong> ya he introducido la carpeta <strong>de</strong> papeles<br />

ovillados; la sostiene con los guantes y palpa como si estuviera<br />

auscultando dos gran<strong>de</strong>s mamas. A la señora mayor le han<br />

hecho sacar toda la ropa <strong>de</strong> la maleta. El policía y el labrador<br />

se dirigen ahora hacia allá. El perro olfatea milímetro a<br />

milímetro las cuatros esquinas y el interior forrado en plástico<br />

<strong>de</strong> la maleta <strong>de</strong> mi vecina. Dejo mi bolsa <strong>de</strong> tela sobre la mesa.<br />

El tipo no la abre. Zapatos, correa y la chaqueta, por favor.<br />

Por favor es más que una or<strong>de</strong>n. Descalzo mis botines <strong>de</strong> tela<br />

roja, saco <strong>de</strong> los ojales <strong>de</strong>l pantalón mi correa <strong>de</strong> remaches<br />

brillantes y los <strong>de</strong>jo en la mesa. ¿No le dije que también la<br />

91


chaqueta? Con movimientos gimnásticos dispongo a quitarme<br />

la chaqueta, pero es tanta la prisa, que al inclinar la cabeza hacia<br />

atrás, el pendiente <strong>de</strong> la oreja se enreda con una hebra <strong>de</strong> hilo<br />

suelta. El pendiente salta <strong>de</strong>l lóbulo y encierro mi malestar en<br />

una exclamación. Tic, tic, tic, se escucha contra el baldosín.<br />

A una nueva or<strong>de</strong>n, el labrador <strong>de</strong>ja la maleta <strong>de</strong> la señora<br />

mayor y con el líquido chorreante <strong>de</strong> su hocico se dispone a<br />

olfatear <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mi equipaje. Ni por un segundo el policía<br />

ha soltado <strong>de</strong> su mano la correa <strong>de</strong> cuero que sujeta el cuello<br />

<strong>de</strong> su maldito perro.<br />

No intento buscar el pendiente, introduzco en el equipaje las<br />

prendas esparcidas sobre la mesa, lo cierro, tomo el libro y el<br />

bolso en una <strong>de</strong> mis manos y con la otra bajo la maleta <strong>de</strong> la<br />

mesa. Con pasos firmes y <strong>de</strong>safiantes me dirijo al registro <strong>de</strong>l<br />

pasabordo. Una <strong>de</strong> las mujeres uniformadas <strong>de</strong> azul y blanco se<br />

encuentra tan ensimismada en la pantalla <strong>de</strong>l computador que<br />

ni se da cuenta <strong>de</strong> mi presencia. La otra, como mi pendiente,<br />

se había esfumado. Descargo el libro, el bolso <strong>de</strong> mano y la<br />

maleta. Saco la carpeta <strong>de</strong>l bolso y busco el pasabordo y el<br />

pasaporte en la carpeta <strong>de</strong> papeles ovillados.<br />

Si no tiene el papel amarillo, el que le entregaron en inmigración,<br />

cuando entró, no pue<strong>de</strong> viajar. Llevo mis manos hasta la<br />

cabeza; ya no es un punto sino muchos saltando en las venas<br />

<strong>de</strong> mis sienes. Un torrente <strong>de</strong> sudor comienza a brotar <strong>de</strong> mi<br />

cuello. Las manos tiemblan y no puedo articular una palabra.<br />

Tiro la carpeta al suelo y comienzo a buscar el dichoso papel<br />

entre el montón <strong>de</strong> papeles ovillados. Señor, van a cerrar la<br />

puerta <strong>de</strong>l avión. Doy un medio giro, todavía agachado sobre<br />

los papeles <strong>de</strong> la carpeta esparcidos en el suelo y veo <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

mí a la señora mayor, ya sin gafas y con la gorra en sus manos,<br />

acomodando la ropa en la maleta y refunfuñando. Un largo<br />

mechón <strong>de</strong> pelo blanco cae en la mitad <strong>de</strong> sus cejas. El tipo <strong>de</strong><br />

la operación quirúrgica, que todo el tiempo ha permanecido<br />

con ella, también le está respondiendo entre dientes, pero yo<br />

sólo escucho un zumbido en mis oídos. El policía y el perro<br />

92


pasan por el lado <strong>de</strong> los papeles tirados en el suelo y atraviesan<br />

la boca <strong>de</strong>l túnel metálico que conduce hasta la puerta <strong>de</strong>l<br />

avión. El labrador <strong>de</strong>ja un rastro <strong>de</strong> baba en el piso.<br />

Señor, señor. Miro hacia arriba y sólo veo un movimiento <strong>de</strong><br />

labios y unos ojos achinados que se tornan más pequeños. Mis<br />

manos rebujan entre los papeles, hasta que el <strong>de</strong>do índice <strong>de</strong><br />

la mujer me indica algo. Ése. Sí, ése. Por favor, <strong>de</strong>je la maleta<br />

gran<strong>de</strong>, nosotros la empacamos. Con la espalda mojada por<br />

completo le entrego el papel y con pasos <strong>de</strong> maratonista me<br />

sumerjo en la boca <strong>de</strong>l túnel metálico hacia la puerta <strong>de</strong>l avión.<br />

Al lado <strong>de</strong> la puerta están el policía y el labrador. ¿Qué lleva<br />

en los bolsillos? ¿Dólares? Sin darme tiempo, el policía lleva<br />

su mano hasta mi bragueta y como si se tratara <strong>de</strong> un racimo<br />

<strong>de</strong> uvas, mueve una y otra vez sus <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> trompetista. Casi<br />

al instante retira sus manos y yo apenas emito un gruñido y<br />

entro al avión. Le correspondo a la auxiliar con los mismos<br />

ojos <strong>de</strong> bronca que ella me echa; bajo la cabeza, le enseño el<br />

pasabordo y sigo, como <strong>de</strong>rrotado.<br />

El avión está casi vacío. Veinte personas, a lo sumo, han sido<br />

distribuidas <strong>de</strong> manera estratégica. Me siento a<strong>de</strong>lante en uno<br />

<strong>de</strong> los puestos <strong>de</strong>l pasillo, con todo y bolso <strong>de</strong> mano. Dejo el<br />

bolso y el libro en la silla contigua, abrocho el cinturón. Paso<br />

las mangas <strong>de</strong> la camiseta por las sienes, la frente y mi cuello. La<br />

mujer mayor entra. Su rostro no es el <strong>de</strong> la aparente tranquila<br />

mujer que al comienzo <strong>de</strong>jaba chequear su maleta. Pasa por<br />

mi lado y se sienta unos tres puestos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí. Busco los<br />

canales <strong>de</strong>l aire para enfriar el ambiente. Estoy en eso, cuando<br />

ingresa la mujer <strong>de</strong> los ojos achinados, seguida por la auxiliar<br />

<strong>de</strong> vuelo. Tomo el libro, lo <strong>de</strong>spliego por la mitad y mis ojos se<br />

atornillan en él. Las dos mujeres pasan <strong>de</strong> largo y observo que<br />

<strong>de</strong> pronto se <strong>de</strong>tienen. Señora, el piloto, dice que <strong>de</strong>be bajar<br />

<strong>de</strong>l avión. ¿Por qué? Señora, por favor. No me voy a bajar,<br />

yo sólo le reclamé. Usted ha sido grosera con un funcionario<br />

<strong>de</strong> nuestra compañía. Que yo sólo le reclamé. El piloto dice<br />

que usted atenta contra la seguridad <strong>de</strong>l vuelo, señora. Si no<br />

93


aja, llamaremos a la policía. Pero… Señora, si no baja pue<strong>de</strong><br />

afrontar cargos por terrorismo. Las dos mujeres se retiran.<br />

Sólo se escuchan los canales <strong>de</strong> ventilación. Mis ojos siguen<br />

atornillados en el libro. La señora se levanta, confusa, y pasa<br />

por mi lado. Me siento extraño, mínimo. El sudor <strong>de</strong> mi frente<br />

empieza a caer en la página 86 y empapa la palabra realidad.<br />

94


LO MIRARÉ A LOS OJOS


“Una y cincuenta <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>”, me ha dicho el hombre<br />

moreno <strong>de</strong> traje y corbata que se encuentra <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí, y yo<br />

repaso los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> mis manos hasta que ya no me alcanzan<br />

para contar las horas que llevo allí parado. El hombre moreno<br />

es el primero <strong>de</strong> la fila; llegó a la media noche, pero aún se ve<br />

impecable con su traje <strong>de</strong> pingüino y corbata roja.<br />

La fila está muy <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada; muchas señoras con sus<br />

chiquitos se han ido a sentar a la tienda <strong>de</strong> enfrente. Otros<br />

aún llenan sus formularios, mientras los tramitadores hacen<br />

lo mismo con algunos que se encuentran dos cuadras atrás <strong>de</strong><br />

nosotros.<br />

Las gotas caen sobre nuestras caras, pero apenas se evaporan<br />

cuando tocan la piel. Más <strong>de</strong> una vez se ha acercado la señora<br />

<strong>de</strong> los paraguas, pero aún nadie le compra.<br />

–¡Bellacos, miserables! ¡Qué piensan! –dice el señor mayor <strong>de</strong><br />

bigote canoso <strong>de</strong> marinero y chaqueta azul, que está <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

mí.<br />

–Tendrán que poner una malla para que ninguno salga <strong>de</strong>l<br />

país –le respon<strong>de</strong> el <strong>de</strong> al lado, un hombre <strong>de</strong> gorra azul e<br />

impermeable <strong>de</strong>l mismo color–. Los 35 mil hampones <strong>de</strong> que<br />

hablan, para <strong>de</strong>sacreditarnos, ya se encuentran allá. –Y sonríe,<br />

con una amplia boca <strong>de</strong> labios gruesos y dientes <strong>de</strong> ratón.<br />

97


Entonces todos miramos al policía que en ese momento sale a<br />

la puerta, a unos treinta metros <strong>de</strong> la fila, y se viene caminando.<br />

Con los ojos le clavamos todos nuestros odios, pero cuando<br />

se acerque agacharemos la cabeza, en silencio.<br />

–¡Formularios mal hechos no se diligenciarán, ya saben!<br />

¡Señoras con bolsos tampoco se les <strong>de</strong>ja entrar! Aquí una fila<br />

para el formulario rosado, otra para los que tienen contrato<br />

<strong>de</strong> trabajo; los que vienen por cita todavía <strong>de</strong>ben esperar;<br />

estudiantes y turismo también; casadas con nativos <strong>de</strong> ese<br />

país, hagan aquí otra fila y al que pregunte bobadas, ya saben:<br />

¡no lo <strong>de</strong>jo entrar!<br />

–¡Hasta cuándo por Dios! —grita el <strong>de</strong>l bigote <strong>de</strong> marinero<br />

cuando el policía se da la vuelta.<br />

Las <strong>de</strong>más filas comienzan a moverse hacia la puerta y nosotros<br />

nos quedamos ahí, inmóviles, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l lazo, con las gotas <strong>de</strong><br />

la lluvia cada vez más gruesas salpicándonos.<br />

–Pero es que el policía tiene razón; qué tal respondiéndole<br />

a todo el mundo cuando se acerque a la fila –dice ahora el<br />

hombre con traje <strong>de</strong> pingüino, que aún permanece en la fila<br />

<strong>de</strong> primero y se arregla la corbata.<br />

–Pero eso no le da ningún <strong>de</strong>recho a tratarnos con tanta<br />

displicencia —le respon<strong>de</strong> el señor <strong>de</strong> bigote <strong>de</strong> marinero.<br />

Y yo muevo mi cabeza <strong>de</strong> arriba a abajo. Cómo no voy a<br />

asentir si ya en tres ocasiones el policía me ha volteado la<br />

espalda sin <strong>de</strong>cir una palabra. También le he preguntado a los<br />

tramitadores, pero nada: “En su caso sólo él pue<strong>de</strong> ayudarlo,<br />

me han dicho. Espere a que se encuentre un poco solo; dígale<br />

Rojitas y verá”.<br />

Las personas <strong>de</strong> la fila <strong>de</strong>l formulario rosado ya comienzan a<br />

cruzar el umbral <strong>de</strong> la puerta. Una a una, van <strong>de</strong>sapareciendo.<br />

98


Después <strong>de</strong> atravesar esa puerta, tal vez encontrarán otra <strong>de</strong><br />

seguridad y el maldito policía ya no podrá gritar ni pasearse<br />

altivo e indiferente por entre los visitantes. Luego habrán<br />

<strong>de</strong> recibirlos otros funcionarios no menos <strong>de</strong>spreciativos,<br />

¡pero no importa!, ya habrán cruzado esa puerta y tar<strong>de</strong> que<br />

temprano saldrán y se irán a sus casas a ducharse, a lo mejor<br />

a almorzar, a <strong>de</strong>scansar. La mayoría imaginará un mundo<br />

nuevo <strong>de</strong> colores, una vida con una paga digna, lejos <strong>de</strong> todo<br />

lo que más quieren y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ya se prepararán para regresar,<br />

victoriosos, algún día.<br />

–¡Qué burocracia; qué canallas! —dice otra vez el hombre <strong>de</strong><br />

bigote <strong>de</strong> marinero, y yo aterrizo ahí, otra vez, encabezando<br />

ahora la fila que se agiganta como culebra.<br />

–A mí me gustan los países burocratizados —le respon<strong>de</strong> el<br />

hombre <strong>de</strong>l impermeable y dientes <strong>de</strong> ratón.<br />

Y yo me quedo mirándolo, con unas ganas <strong>de</strong> golpearlo en la<br />

cara, y luego arrastrarlo hasta el charco que se ha empozado<br />

en la calle. Sólo falta que pasen los carros por ahí y nos<br />

salpiquen.<br />

–Sí, a mí me gustan los países burocratizados —dice éste otra<br />

vez cuando siente que lo miro—, porque lo bueno <strong>de</strong> un país<br />

burocratizado, es que todo es como una carrera a ver quién<br />

primero se cansa.<br />

Me veo en una bicicleta, a punto <strong>de</strong> llegar a la meta, casi<br />

alzando los brazos, cuando en un instante alguien me sigue en<br />

otra bicicleta.<br />

–¡Ahora sí, los que vienen por primera vez a la cita!<br />

Es la voz <strong>de</strong>l policía que me rebasa, y yo cruzo <strong>de</strong> segundo la<br />

meta, empapado por los goterones <strong>de</strong> la lluvia que se hacen<br />

más pesados y mojan mi carpeta. Todos, otra vez agachamos<br />

99


las cabezas, hasta que sentimos sus pasos, casi rozándonos.<br />

Está contando, <strong>de</strong>l uno al veinte, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer lugar <strong>de</strong> la<br />

fila, don<strong>de</strong> se encuentra el vigilante <strong>de</strong> corbata, hacia atrás. La<br />

señora <strong>de</strong> los paraguas otra vez se acerca, pero ya nadie se fija<br />

en ella.<br />

–¡Por favor, carta <strong>de</strong> invitación a la mano; nos disponemos a<br />

entrar! —grita <strong>de</strong> nuevo.<br />

Todos sacamos nuestras cartas y las abrimos, como si<br />

temiéramos que algo nos falta o algo nos sobra. El policía<br />

se acerca <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el número veinte hacia el primero. Cuando<br />

salga por esa puerta, juro que lo miraré a los ojos y le daré las<br />

gracias.<br />

–¡Diez y seis, aprobado! ¡Diez y siete, también! —el <strong>de</strong> gorra<br />

azul enseña sus dientes <strong>de</strong> ratón—. Diez y ocho, también<br />

entra —es el <strong>de</strong> bigote <strong>de</strong> marinero—. ¡Diez y nueve!<br />

Aunque tengo la cabeza baja sé que me está mirando. Toma<br />

el papel <strong>de</strong> mi carpeta; lo mira, y yo quisiera <strong>de</strong>cirle que he<br />

recorrido setecientos kilómetros en autobús, que estoy en la<br />

fila <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la una <strong>de</strong> la mañana, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese momento no he<br />

pasado bocado, pero sólo se escucha el breve ruido <strong>de</strong> mis<br />

tripas y <strong>de</strong> los goterones que se estrellan contra mi carpeta; y<br />

cuando su silencio ya me dice que no, entonces alzo mi cara<br />

salpicada por la lluvia, lo miro a los ojos y por fin le digo:<br />

–Rojitas, por favor...<br />

Pero él ni siquiera me mira, hasta que mueve la cabeza y dice:<br />

–¡Documento correcto!<br />

Ya me veo <strong>de</strong>vorado por esa maldita puerta, frente a<br />

un funcionario extranjero o local, soberbio, ajeno a mis<br />

preocupaciones y temores. Temo <strong>de</strong> nuevo entonces que el<br />

100


funcionario revise mis papeles y como si tal cosa, vuelva a<br />

<strong>de</strong>cirme:<br />

–¡Caso especial, venga el viernes <strong>de</strong> la próxima semana!<br />

Juro que también lo miraré a los ojos, porque quizá en ellos se<br />

refleje todo lo que aún estoy sintiendo en esta fila.<br />

101


UN ARTE MILENARIO


Todo empezó como un encuentro casual. Un congreso<br />

<strong>de</strong> especialistas en educación, que es como <strong>de</strong>cir la reunión<br />

<strong>de</strong> una fauna silvestre es <strong>de</strong>sbandada. Ponencias sin or<strong>de</strong>n ni<br />

concierto, reflexiones escritas en lenguajes oscuros y técnicos;<br />

auditorios vacíos; invitaciones canceladas a última hora por<br />

académicos gurús y prepotentes; un sartal <strong>de</strong> medallas para<br />

insuflar los pechos <strong>de</strong> los organizadores y un concierto <strong>de</strong><br />

bienvenida. Al final, más <strong>de</strong> dos mil participantes, aplausos,<br />

reconocimientos, elogios gratuitos, una isla en el Caribe, un<br />

cepillo <strong>de</strong> dientes y un calcetín.<br />

Ella es directora <strong>de</strong> banda y él es matemático, valga <strong>de</strong>cir,<br />

docente <strong>de</strong> historia <strong>de</strong> las matemáticas. Ella hace la maleta en<br />

cuestión <strong>de</strong> minutos; él tarda mucho más, a veces días atrás<br />

y, sin embargo, no hay viaje en el que no <strong>de</strong>je la camisa <strong>de</strong><br />

seda, la <strong>de</strong> puños cerrados con mancuernas, el cortaúñas, la<br />

cuchilla <strong>de</strong> afeitar triple hoja, las tijeras para cortar los pelos <strong>de</strong><br />

la nariz o la corbata azul <strong>de</strong> Macao. Esta vez fue un calcetín.<br />

Sólo que no dijo que había <strong>de</strong>jado un calcetín. Preguntó en el<br />

centro <strong>de</strong> mando <strong>de</strong> la organización <strong>de</strong>l evento dón<strong>de</strong> podía<br />

comprar un cepillo <strong>de</strong> dientes. A lo cual una adolescente <strong>de</strong><br />

camisa rosada y distintivos en el pecho, le respondió que en<br />

Ponce, al mediodía y con un sol <strong>de</strong> canícula, era una tarea más<br />

que imposible caminar hacia un centro comercial. Sin duda,<br />

estuvo él <strong>de</strong> acuerdo, una tarea para las legiones <strong>de</strong> Alejandro<br />

Magno que atravesaron <strong>de</strong>siertos y <strong>de</strong>molieron fortalezas.<br />

Pero en Ponce, un medio día, nadie se aprestaría a salir por<br />

105


un calcetín. Ni siquiera un legionario <strong>de</strong> aquellos, se <strong>de</strong>cía,<br />

mientras <strong>de</strong>sajustaba unos milímetros la corbata azul <strong>de</strong>l cuello<br />

y limpiaba el sudor <strong>de</strong> la frente con una pañoleta <strong>de</strong> lino.<br />

En el lobby <strong>de</strong>l hotel dos personas más esperaban a la<br />

directora <strong>de</strong> banda para llevarlos en su camioneta a un centro<br />

comercial. En el ala izquierda <strong>de</strong>l lobby estaban los que habían<br />

extraviado la billetera o el pasaporte y en la <strong>de</strong>recha los que<br />

requerían cosas urgentes como él. Uno era dominicano, el<br />

otro costarricense y él no supo qué <strong>de</strong>cir, así que se presentó<br />

también como caribeño. Los tres eran más blancos que<br />

morenos, el primero <strong>de</strong> barba abundante, roja, y ojos claros,<br />

el otro alto, <strong>de</strong> bigote y con talla atlética <strong>de</strong> figurín, y él, más<br />

bajo que los dos, lampiño y con una panza disimulada por un<br />

holgado pantalón. Docentes. Si, todos docentes. De biología<br />

el uno, <strong>de</strong> sociales el otro y él con el pecho insuflado, como<br />

si también le hubiesen canchado una medalla en el acto <strong>de</strong><br />

bienvenida, matemático; por cierto, docente <strong>de</strong> historia <strong>de</strong> las<br />

matemáticas, para ser más exactos, solía aclarar.<br />

Ya en el ala <strong>de</strong>l lobby asignada se atrevió a balbucear algo<br />

buscando una solidaridad que no veía en sus inesperados<br />

interlocutores. Ponce es casi o más caliente que Barquisimeto,<br />

agregó <strong>de</strong>spués sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> secarse el sudor en la frente. Así<br />

fue como los otros dos confirmaron que él era <strong>de</strong> Venezuela o<br />

<strong>de</strong> algún país suramericano, aunque tenía un acento imposible<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>scifrar: entre andino y caribeño. En efecto, no se podía<br />

caminar hasta un centro comercial, estuvieron <strong>de</strong> acuerdo los<br />

tres, lo mejor era esperar a la directora <strong>de</strong> banda a quien no<br />

<strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> seguir por el lobby los fotógrafos <strong>de</strong>l evento. ¿La<br />

directora <strong>de</strong> banda?, preguntó él. Si, respondieron , esto fue lo<br />

que nos informaron en la central <strong>de</strong> la organización.<br />

Que tienen urgencias, me han dicho. No se preocupen. Soy<br />

Leana Lancaster, profesora <strong>de</strong> la <strong>Universidad</strong> <strong>de</strong> Puerto Rico,<br />

se<strong>de</strong> Ponce y directora <strong>de</strong> banda como lo acaban <strong>de</strong> ver. No<br />

esperábamos tanta gente en el evento, así que ahora soy su<br />

106


conductora. Mi camioneta está en el parking. Los llevo al<br />

centro comercial y <strong>de</strong>spués ya veremos. Los traigo <strong>de</strong> nuevo<br />

hasta acá o vamos a almorzar.<br />

Ponce es una ciudad con historia. Uste<strong>de</strong>s dirán. Mientras la<br />

directora se presentaba, los fotógrafos no <strong>de</strong>jaban <strong>de</strong> asediarla.<br />

Es para el semanario universitario, se disculpó ella. Soy la<br />

docente <strong>de</strong>l mes y no puedo evitarlo. Hay seres que se <strong>de</strong>finen<br />

por lo que hacen, otros por lo que dan. Ellos eran maestros<br />

universitarios, sus a<strong>de</strong>manes sobrios y medidos como si<br />

estuvieran siempre hablándole a un auditorio los <strong>de</strong>lataba. Ella,<br />

en cambio, era más que una profesora <strong>de</strong> música y directora<br />

<strong>de</strong> banda; los tres fueron conscientes <strong>de</strong> su personalidad<br />

arrolladora tan pronto les entregó una sonrisa y recogió el<br />

cabello con una cinta blanca y un pren<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> flores. Sin<br />

<strong>de</strong>scontar que Puerto Rico era Puelto Lico, a la izquierda era a<br />

la izquielda y a la <strong>de</strong>recha era a la <strong>de</strong>lecha, según las orientaciones<br />

que ella les iba regalando como si se tratara <strong>de</strong> los otros tantos<br />

oficios que realizaba con la mayor naturalidad. Ah, puedo<br />

hablar con las erres, acotó, pero estamos en el Caribe y en<br />

Puerto Rico, que se jodan los aca<strong>de</strong>micistas.<br />

En segundos ella era la dueña <strong>de</strong> la situación, y ellos parecían<br />

unos cachorros a sus ór<strong>de</strong>nes. Tan pronto subieron a la<br />

camioneta, una sensación <strong>de</strong> confort lo invadió. A pesar<br />

<strong>de</strong> que él iba en el puesto <strong>de</strong> atrás y los otros dos colegas<br />

en los puestos <strong>de</strong>l volante, no quiso per<strong>de</strong>rse nada <strong>de</strong> la<br />

conversación. Ya ven, aquí, anclada en este país. Boricua<br />

<strong>de</strong> raíz y trotamundos <strong>de</strong> hecho y <strong>de</strong> corazón. Un Magíster<br />

en Nueva York, un doctorado en Granada, madre, abuela y<br />

disi<strong>de</strong>nte política en mejores tiempos, también cantante <strong>de</strong> son,<br />

intérprete <strong>de</strong> flauta y ahora, justo en ese momento, anfitriona.<br />

Qué no daría por vivir en Marruecos o en el Sahara y terminar<br />

mis días en una escuela africana, o en cualquier lugar perdido<br />

en el mundo, don<strong>de</strong> tuviera un montón <strong>de</strong> niños pala besuqueal.<br />

Eso sí, antes quiero ser traficante <strong>de</strong> hachís o <strong>de</strong> algo similar,<br />

qué les parece. ¿Alguno se anima? Claro, claro, respondieron<br />

107


los tres al unísono, seducidos por aquella voz musical y por<br />

sus dientes casi perfectos.<br />

Veinte minutos <strong>de</strong>spués estaban en un centro comercial<br />

buscando unas pastas en la farmacia para el dominicano, una<br />

chaqueta para el costarricense y el cepillo <strong>de</strong> dientes para él.<br />

Al comienzo no se atrevió a mencionarle que no era un cepillo<br />

<strong>de</strong> dientes sino un calcetín lo que le faltaba para acompañar<br />

el traje que se pondría en la disertación <strong>de</strong>l día siguiente. Pero<br />

a un <strong>de</strong>scuido <strong>de</strong> sus dos compañeros se atrevió a revelarle<br />

el verda<strong>de</strong>ro motivo <strong>de</strong> su búsqueda, no sin sonrojarse y sin<br />

<strong>de</strong>jar <strong>de</strong> temblarle las rodillas, como un adolescente. Ella <strong>de</strong><br />

inmediato lo tomó <strong>de</strong>l brazo y lo condujo a la sección <strong>de</strong> ropa.<br />

Quince minutos <strong>de</strong>spués estaban <strong>de</strong> regreso en el punto don<strong>de</strong><br />

habían acordado encontrarse. No habían hallado el calcetín,<br />

pero a él esos quince minutos le parecieron estupendos.<br />

Fueron a almorzar en el mall <strong>de</strong> comidas <strong>de</strong>l mismo edificio<br />

comercial. El resto <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> los cuatro recorrieron la estación<br />

<strong>de</strong> incendios y el centro histórico. Hacia las seis, en el malecón<br />

<strong>de</strong> la Guancha, comieron helados <strong>de</strong> piña, coco y parcha.<br />

No fue difícil <strong>de</strong>jarse seducir por la majestad y sencillez <strong>de</strong><br />

aquella sultana salida <strong>de</strong> un relato mágico, como los que<br />

atesoraba en su biblioteca. Ahora recuerda que en busca <strong>de</strong><br />

esos relatos había ido a Oriente, luego a Macao, don<strong>de</strong> por<br />

dos meses hizo la ruta <strong>de</strong> la sal y <strong>de</strong> las especias, en procura<br />

<strong>de</strong> encontrar un manuscrito <strong>de</strong>l que le habían hablado en<br />

Alejandría. Hasta Japón había ido y si le quedaban restos, hasta<br />

el fin <strong>de</strong>l mundo, para sumar una joya más a su colección. De<br />

ello trataría su disertación en la mesa que le había asignado<br />

la organización <strong>de</strong>l evento. Allí esperaba encontrarse con<br />

un exiliado cubano que tenía un montón <strong>de</strong> libros <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los<br />

tiempos <strong>de</strong> Batista, antes <strong>de</strong> la revolución. Luego lamentó que<br />

el cubano hubiera cancelado el encuentro aduciendo que el<br />

FBI le estaba pisando los talones en la isla.<br />

108


Al día siguiente, en auditorios vacíos y con ella casi como<br />

única asistente, los tres presentaron las disertaciones en mesas<br />

temáticas distintas. De allí rumbo a San Juan. Cuidado, serán<br />

míos por dos noches y tres días, les advirtió. Lo <strong>de</strong>más ya se<br />

pue<strong>de</strong> inferir: un amor casi a primera vista, una pasión sin<br />

enfados ni reclamaciones y los mejores días por las calles y<br />

playas <strong>de</strong> San Juan. ¿Para quién? Se esperaría que para uno <strong>de</strong><br />

los dos caribeños, no para él.<br />

No era venezolano sino colombiano y trabajaba en una<br />

universidad <strong>de</strong> la capital. Separado por segunda vez y con<br />

hijos ya hechos y contrahechos, sólo le restaba envejecer con<br />

su biblioteca, <strong>de</strong> la que ya había hecho testamento, para que<br />

fuera a la sección <strong>de</strong> Libros Raros y Curiosos <strong>de</strong> la Biblioteca<br />

Nacional.<br />

…Siguiendo con esta encuesta figurada,<br />

preguntemos ahora a ese hipotético viandante<br />

con qué tienen que ver más las matemáticas, si<br />

con la pru<strong>de</strong>ncia o con la pasión. “Pru<strong>de</strong>ncia”,<br />

según el diccionario <strong>de</strong> la RAE, es “templanza”,<br />

“cautela”, “mo<strong>de</strong>ración”, y “sensatez y buen<br />

juicio”; mientras que “pasión” es “cualquier<br />

perturbación o afecto <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado <strong>de</strong>l ánimo”<br />

y “apetito o afición vehemente a una cosa”.<br />

Naturalmente la respuesta <strong>de</strong>l viandante sería que<br />

las matemáticas son la pru<strong>de</strong>ncia contra la pasión.<br />

Los matemáticos, sin embargo, sabemos que en<br />

nuestra ciencia se da un equilibrio inestable entre<br />

pru<strong>de</strong>ncia y pasión, que las matemáticas son una<br />

mezcla sutil <strong>de</strong> cautela y <strong>de</strong> afición vehemente, y<br />

un afecto <strong>de</strong>l ánimo profundamente embriagador<br />

y <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nado.<br />

Así había terminado su disertación en la mesa temática, titulada<br />

Curvas con muchos puntos racionales y <strong>de</strong> la que ella y dos asistentes<br />

109


más habían hecho el coro <strong>de</strong> aplausos. El costarricense y<br />

dominicano se encontraban casi a la misma hora presentando<br />

sus disertaciones en otras mesas. Dos colegas más en la mesa<br />

aplaudieron con vehemencia y cuarenta o más sillas vacías<br />

amortiguaron el eco <strong>de</strong> las palmas. Si aceptó ir a San Juan en<br />

grupo había sido por la <strong>de</strong>ferencia que ella tuvo <strong>de</strong> elegir su<br />

disertación en lugar <strong>de</strong> las otras.<br />

En San Juan sintió que las señales <strong>de</strong> la mujer eran más<br />

que puntos racionales. Dio la casualidad, otra <strong>de</strong> las tantas<br />

casualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aquel viaje, que en el patio <strong>de</strong> la Casa Museo<br />

<strong>de</strong> la Cultura Africana estaban en plena sección <strong>de</strong> Bomba, que<br />

por otra casualidad graduaba a una <strong>de</strong>cena <strong>de</strong> alumnos en este<br />

arte <strong>de</strong> música y danza. En un momento <strong>de</strong> la euforia <strong>de</strong>satada<br />

por los tambores, ella se le acercó por <strong>de</strong>trás, lo atenazó por<br />

la cintura y le susurró al oído: mi matemático. Después ya<br />

estaba con un par <strong>de</strong> maracas animando la graduación <strong>de</strong><br />

los estudiantes con el mejor y único maestro <strong>de</strong> Bomba<br />

reconocido en San Juan y en todo el Caribe. Poco antes ella y<br />

los dos compañeros <strong>de</strong> viaje le explicaron que Bomba era un<br />

arte milenario <strong>de</strong> baile e improvisación en el que ejecutante<br />

y bailador se hacían uno solo con los instrumentos. Era más<br />

que fascinante observar cómo se <strong>de</strong>sarticulaba el cuerpo al<br />

ritmo que imponía el instrumento. Un baile para diestros, sin<br />

duda, como para el dominicano y el costarricense que con las<br />

camisas empapadas en sudor <strong>de</strong>mostraron ser casi tan buenos<br />

como el maestro. Sin posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> articular un sólo ritmo<br />

<strong>de</strong> aquella euforia <strong>de</strong> extrañamiento, se sintió como un mosco<br />

andino en África y le pidió al guardia que le prendiera las luces<br />

<strong>de</strong>l museo africano.<br />

“Hasta que el león no escriba, el relato <strong>de</strong> la cacería siempre<br />

glorificará al cazador”, leyó el proverbio africano en la entrada<br />

<strong>de</strong> la guía <strong>de</strong>l museo y estuvo allí por algo más <strong>de</strong> treinta<br />

minutos. El próximo año iría al centro <strong>de</strong> África a enterarse <strong>de</strong><br />

algunos sistemas <strong>de</strong> cuentas llevados por ciertos clanes tribales<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> tiempos inmemoriales. Salió <strong>de</strong>l museo y se <strong>de</strong>jó atrapar<br />

110


por la euforia en el patio mayor. Los dos compañeros <strong>de</strong> viaje<br />

bailaban con la mujer y los <strong>de</strong>más le hacían coro con palmas.<br />

Sigiloso, cuidando <strong>de</strong> no llamar la atención, el profesor se<br />

apartó <strong>de</strong>l grupo y se fue a recorrer otros salones. Al rato<br />

salió <strong>de</strong>l museo y se sentó en el andén <strong>de</strong> la calle, hasta que<br />

<strong>de</strong>cidió regresar al hotel: quería a<strong>de</strong>lantar el vuelo para el día<br />

siguiente.<br />

Dos meses <strong>de</strong>spués, cuando ella no era más que un vivo<br />

recuerdo y un sabor amargo, alguien llamó a la puerta <strong>de</strong> su<br />

apartamento en Bogotá.<br />

–No fue difícil encontrarte. Vine a traerte el calcetín y <strong>de</strong> paso<br />

a fumarme un porro. Así que me <strong>de</strong>jas entrar o me voy. A mis<br />

hijas les dije que venía para Colombia, que si me secuestraban,<br />

que no se preocuparan; tampoco que intentaran buscarme,<br />

que aún en la selva estaría feliz.<br />

Si las matemáticas son la pru<strong>de</strong>ncia contra la pasión, esa mujer<br />

inesperada, ese regalo que nunca llegaría hasta su puerta, pensó<br />

el profesor, sería un bello enigma, una ecuación sin resolver,<br />

apenas para ser <strong>de</strong>spejada en la matriz <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>seos.<br />

111


GRANADA


“Dale limosna mujer, que no hay en la vida nada como<br />

115<br />

la pena <strong>de</strong> ser ciego en Granada”<br />

Francisco A. Icaza<br />

Si ya conoces Granada, ignora esta carta. No irás en<br />

primavera cuando toda es olor <strong>de</strong> flores y arrayanes y la luna<br />

se refleja en el espejo <strong>de</strong> las aguas y la tierra roja se fun<strong>de</strong><br />

con el horizonte. Granada estará muy fría cuando llegues. Los<br />

vientos helados <strong>de</strong> la sierra te cuartearán los labios, parecerá<br />

que las resinas <strong>de</strong> los dientes quieren salirse al contacto con<br />

el agua y que los dolores, todos los dolores, aun los <strong>de</strong>l alma,<br />

saldrán <strong>de</strong> un largo invierno.<br />

No hagas caso <strong>de</strong> ningún bono ni guía. Con ellos, tendrás<br />

las entradas a los museos y sitios que <strong>de</strong>bes ver, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong><br />

transporte y la guía turística. Valen la pena, te dirán; sobre<br />

todo por la entrada a La Alhambra, el Generalife y a los<br />

palacios nazaríes, que no <strong>de</strong>bes <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ver. Todo lo que se<br />

pue<strong>de</strong> ver en Granada tiene un precio. Te incluirán la entrada<br />

a la Catedral, la Capilla Real, el Monasterio San Gerónimo y<br />

el Museo Arqueológico. Los bonos podrás conseguirlos en<br />

Plaza Nueva: Quiosco Audio guías this.is: granada (Precio 30 €),<br />

Plaza Nueva, s/n. (Junto a la parada <strong>de</strong> bus <strong>de</strong> La Alhambra).<br />

Eso sí, te darán un mapa, que necesitarás.<br />

No preguntes, los granadinos están ciegos, no ven a Granada.<br />

Deambula por las calles como en tu casa, déjate llevar por


el instinto, recorre las avenidas y disfruta la arquitectura <strong>de</strong><br />

la piedra. Cuando avistes el interior <strong>de</strong> alguna iglesia, en los<br />

altos relieves, como los <strong>de</strong> la Catedral, verás la lanza contra el<br />

moro y la pata <strong>de</strong>l caballo sobre su cabeza. Y allí mismo, en la<br />

nave <strong>de</strong> salida, encontrarás a los merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong>l templo que<br />

alguna vez Jesús expulsó y el fasto <strong>de</strong> una época en souvenirs.<br />

Así reafirmarás que la historia la santifican los vencedores y<br />

que los horrores y tragedias pasan facturas <strong>de</strong> cuenta <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

principio <strong>de</strong> los tiempos.<br />

Cuando vayas a La Alhambra, asegúrate <strong>de</strong> estar en los palacios<br />

nazaríes cuando te toque la hora, es por turnos y no te <strong>de</strong>jarán<br />

entrar <strong>de</strong>spués. Están al lado <strong>de</strong>l palacio <strong>de</strong> Carlos V, justo<br />

en medio <strong>de</strong>l complejo moro. Te <strong>de</strong>cepcionarán las salas<br />

<strong>de</strong>shabitadas. Dicen que no toques las pare<strong>de</strong>s, pero cuando<br />

nadie observe, pon las manos en los azulejos y piensa en el<br />

esplendor <strong>de</strong>l lugar cuando era habitado por los musulmanes,<br />

en el llanto <strong>de</strong>l rey cuando Granada le fue arrebatada. Imagina<br />

que las corrientes <strong>de</strong> agua son las lágrimas <strong>de</strong> las princesas<br />

abandonando La Alhambra. Déjate llevar por los corredores y<br />

haz un alto en la Sala <strong>de</strong> la Justicia, en la <strong>de</strong> los Secretos. “Sólo<br />

Alá es vencedor”, dicen los escudos y los libros plúmbeos.<br />

Detente en el foso <strong>de</strong> la cárcel y eleva una plegaria por todos<br />

los que allí fueron enterrados en vida. Piensa que <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> tus pies hay pasadizos, que soldados árabes y cristianos<br />

los transitaron; tal vez aún puedas escuchar la plegaria <strong>de</strong><br />

amor <strong>de</strong> una reina infiel. Regocíjate <strong>de</strong> los baños árabes y la<br />

<strong>de</strong>snu<strong>de</strong>z. Son esos baños las más antiguas estructuras <strong>de</strong> la<br />

fortaleza roja. No olvi<strong>de</strong>s que en aquellos techos y pare<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>ben estar impregnados todos los sabores y olores <strong>de</strong> una<br />

época. La Alhambra ya no es <strong>de</strong> nadie. Fue <strong>de</strong>l moro, <strong>de</strong> los<br />

invasores, <strong>de</strong>l Imperio, <strong>de</strong> gentes sin casa ni abrigo y ahora <strong>de</strong><br />

los turistas.<br />

Asómate en la Torre <strong>de</strong> la Vela, y observa Granada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lo<br />

alto, pasa por la Puerta <strong>de</strong>l Vino, compra un pedazo <strong>de</strong> clavo<br />

116


o azulejo original, o al menos una imitación tipo imán para<br />

la nevera. Algo es algo. Cuando vayas a la Catedral y Capilla<br />

Real (Gran vía <strong>de</strong> Colón), don<strong>de</strong> están enterrados Fernando<br />

e Isabel, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> Juana la Loca y Felipe el Hermoso,<br />

aprovecha la ruta para ver la plaza Bib Rambla, justo <strong>de</strong>trás, y<br />

el ayuntamiento que está en la Avenida <strong>de</strong> los Reyes Católicos,<br />

uno <strong>de</strong> los ejes comerciales mo<strong>de</strong>rnos. El corte inglés, el<br />

correo, la zona bancaria, en fin.<br />

Frente a la Facultad <strong>de</strong> Educación <strong>de</strong> la <strong>Universidad</strong> <strong>de</strong> Granada<br />

está el Monasterio La Cartuja <strong>de</strong> la Asunción <strong>de</strong> Nuestra<br />

Señora, muy barroco para mi gusto, pero impresionante:<br />

a Dios el oro, ja<strong>de</strong> y mármol, al pecador la mazmorra. Las<br />

pinturas, los retablos <strong>de</strong>l monasterio te contarán la historia<br />

<strong>de</strong> unos monjes que asistían a la tortura y el martirio plácidos.<br />

Descubre al pintor. Si tienes suerte, te ofrecerán una visita<br />

guiada por el Hospital Real, y si la vida te da una oportunidad,<br />

verás la nieve hacerse en un patio <strong>de</strong> blasones con águilas<br />

bicéfalas.<br />

Aprovecha la ruta <strong>de</strong> la universidad para ver las librerías.<br />

Están La Babel y Picasso, calle San Juan <strong>de</strong> Dios y Gran<br />

Capitán y Hurtado. Habrá muchas otras. La editorial <strong>de</strong> la<br />

<strong>Universidad</strong> <strong>de</strong> Granada tiene una librería <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l BBVA,<br />

en la esquina <strong>de</strong> Reyes Católicos y la entrada a Plaza Nueva.<br />

Róbate unos poemas <strong>de</strong> Lorca, si pue<strong>de</strong>s. Debes recorrer<br />

la calle Elvira, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta, cerca <strong>de</strong>l hotel El Triunfo, y<br />

andarla hasta la Plaza Nueva: encontrarás tabernas, bares y<br />

tiendas <strong>de</strong> antigüeda<strong>de</strong>s. En las casas <strong>de</strong> té, bebe uno <strong>de</strong> la<br />

India y otro <strong>de</strong> Marruecos. Hay un bar llamado Marrakech,<br />

en el que sirven tapas, cuscús <strong>de</strong> vegetales. Saborea una y otra<br />

vez los dátiles azucarados. Ah, se me hace la boca agua. Todo<br />

en un ambiente bereber, con mobiliario típico <strong>de</strong> Marruecos.<br />

Las chawarmas, que las consigues don<strong>de</strong> quieras, son ricas<br />

y baratas. Las tabernas inglesas son buenísimas, música <strong>de</strong><br />

los setenta y ochenta y buen ambiente. La Plaza Nueva es el<br />

centro turístico <strong>de</strong> Granada.<br />

117


En las calles Cal<strong>de</strong>rería encontrarás las teterías y tiendas<br />

árabes, que más que nada ven<strong>de</strong>n mercancía <strong>de</strong> la India. En la<br />

Plaza Nueva caminarás por la carrera <strong>de</strong>l Darro y encontrarás<br />

tiendas, bares, más teterías y restaurantes, hasta llegar al pie<br />

<strong>de</strong> La Alhambra y a la entrada <strong>de</strong>l Albaicín y <strong>de</strong>l Sacromonte.<br />

Al Albaicín pue<strong>de</strong>s entrar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Plaza Nueva también. El<br />

Sacromonte tiene unas cuevas don<strong>de</strong> ofrecen shows <strong>de</strong><br />

flamenco. Hay algunas muy turísticas y otras más sencillas,<br />

atendidas por gitanos. Escoge estas últimas.<br />

Debes y tienes que visitar el Mirador <strong>de</strong> San Nicolás en el<br />

Albaicín. Trata <strong>de</strong> escoger el atar<strong>de</strong>cer, justo cuando la ciudad<br />

comienza a oscurecer y La Alhambra, que te quedará <strong>de</strong><br />

frente, comienza a encen<strong>de</strong>rse con sus luces. Al fondo tendrás<br />

la Sierra Nevada y la luna llena <strong>de</strong> diciembre (el día 12) como<br />

ciclorama. No hay en el mundo entero una vista igual. No la<br />

hay. Inhala el olor <strong>de</strong>l hashis que <strong>de</strong> seguro sentirás, fúmate un<br />

porro a mi nombre y por favor, no vayas solo. Atrapa la primera<br />

mujer que te encuentres (gitanas no, luego no podrás salir <strong>de</strong><br />

ellas) y quédate con ella mirando ese paisaje. Camina por las<br />

callejuelas <strong>de</strong>l Albaicín y cena en alguno <strong>de</strong> los restaurantes.<br />

Fíjate en sus cármenes. Descubre una antigua puerta apenas<br />

ajustada, ábrela, escon<strong>de</strong> tus temores en la maleta <strong>de</strong> viajero y<br />

haz el amor y piensa en mí. Será un honor. Me sentiría honrada<br />

si al hacerlo, piensas en mí, como yo en Granada, ahora que<br />

celebro, en mi memoria, haber corrido con mejor suerte que<br />

Zahîr Cheja<strong>de</strong>, el ciego eterno <strong>de</strong> Albaicín.<br />

118


PASEO NOCTURNO CON<br />

PAREJA DE FONDO


–¿Quién es? ¿De quién se trata esta vez?<br />

–Nadie importante, créeme.<br />

La mujer ha perdido la cuenta <strong>de</strong> las veces en que ha <strong>de</strong>bido<br />

respon<strong>de</strong>r al mismo interrogatorio. Ya no sabe qué palabras<br />

usar y cómo apaciguar la situación. Guarda el celular en el<br />

bolso, se alisa el cabello y abre la ventana <strong>de</strong>l auto. El aire<br />

cálido <strong>de</strong>l valle la reconforta.<br />

–¿Nadie importante?<br />

El hombre se contrae, no esperaba esa respuesta. La mujer cae<br />

en la cuenta <strong>de</strong> lo dicho, pero ya es tar<strong>de</strong>. Eso no era lo que<br />

pretendía <strong>de</strong>cir, pero lo dijo y se maldice. Quería buscar otras<br />

palabras, cansada como está <strong>de</strong> repetirle lo mismo. Tal vez, sin<br />

quererlo, ahora sí intentaba crear un motivo verda<strong>de</strong>ro para la<br />

discusión.<br />

–Digo, nada importante. Era un mensaje <strong>de</strong> mi tío. Si quieres<br />

te lo muestro.<br />

–¿Sabes la hora que es? Te suena el celular y <strong>de</strong> inmediato te<br />

transformas. Lo percibo en tus ojos.<br />

–Son apenas las ocho, Bernardo. Estás paranoico. Ves lo que<br />

quieres ver y me tienes hasta aquí con tanto cuestionamiento.<br />

121


He perdido la cuenta <strong>de</strong> las veces en que me has hecho esta<br />

misma escena. Párala ya, por favor.<br />

–¿Y no crees que las ocho <strong>de</strong> la noche ya es muy tar<strong>de</strong> para<br />

que te suene ese aparato?<br />

–Tar<strong>de</strong> no, Bernardo. Lo que sí se va haciendo tar<strong>de</strong> es otra<br />

cosa. Ya dudo <strong>de</strong> que podamos arreglar nuestro matrimonio.<br />

Ya no confías en mí, no me das el lugar. Des<strong>de</strong> que me operé<br />

cambiaste conmigo. Ahora me arrepiento <strong>de</strong> haberte hecho<br />

caso. Querías una mujer distinta y te di gusto. Querías que te<br />

sintieras orgullosa <strong>de</strong> mí y corrí con los riesgos <strong>de</strong> las cirujías.<br />

¿O fue que ya se te olvidó? Te he dado gusto en todo y ahora<br />

me haces la vida una mierda. No sé si te has dado cuenta, pero<br />

ya ni siquiera me tocas.<br />

–Para qué, si ya te tocan otros.<br />

La mujer se contiene, hijo <strong>de</strong> puta, querría <strong>de</strong>cirle, pobre<br />

diablo. Mira hacia el valle y expresa, casi en susurro, un dios<br />

mio qué hice para merecer esto. Podría entretenerse con el<br />

celular. Podría buscar el archivo <strong>de</strong> juegos y <strong>de</strong>jarse llevar por<br />

la acción mecánica <strong>de</strong> oprimir las teclas, pero sabe que no<br />

<strong>de</strong>be hacerlo. Ese simple acto podría <strong>de</strong>sencajar <strong>de</strong>l todo a su<br />

hombre. No está segura aún si está dispuesta a respon<strong>de</strong>r esta<br />

vez a su agresividad. Ganas no le faltan. Anoche soñó que era<br />

capaz <strong>de</strong> estrangularlo.<br />

–En tu vida, Bernardo, soy una puta <strong>de</strong> más. Me haces sentir<br />

como una cualquiera y no me parece justo conmigo, con<br />

nosotros; no sé cuánto tiempo más resistiré tus ataques.<br />

El hombre no se inmuta y acelera un poco el auto. Siente<br />

rabia, impotencia y busca tranquilidad en el horizonte <strong>de</strong> la<br />

noche, don<strong>de</strong> imagina que el sorgo y la soya brillan en el sol<br />

<strong>de</strong> agosto, mientras los recolectores agitan sus sombreros<br />

como espantapájaros. El hombre piensa que no hay una tierra<br />

122


en la que el ver<strong>de</strong> sea tan ver<strong>de</strong>. Hortalizas y frutas <strong>de</strong> todas<br />

las especies, inmensos plantíos <strong>de</strong> caña <strong>de</strong> azúcar y surcos<br />

<strong>de</strong> viñedos. El auto corre por el estrecho valle, en dirección<br />

paralela a la cordillera, un cinturón <strong>de</strong> picos y faldas secas<br />

por don<strong>de</strong> se cuelan algunas corrientes húmedas <strong>de</strong>l Pacífico.<br />

Quisiera frenar el auto para golpearla en la boca, recordarle<br />

que <strong>de</strong> él jamás se va a burlar.<br />

–No permitiré que me abandones, Daniela. Ni por el putas lo<br />

permitiré.<br />

–Ya empezaste con la grosería, querido. Eres tan previsible,<br />

que solo me basta mirar el temblor <strong>de</strong> tus manos para saber<br />

que quieres frenar el carro para pegarme, como ya los ha<br />

hecho.<br />

–¡No me cambies <strong>de</strong> tema! Solo dime si ya no es muy tar<strong>de</strong><br />

para que te suene el celular.<br />

–Estás loco y <strong>de</strong> paso me quieres enloquecer. Ya te lo dije, me<br />

llamó mi tío. ¿Quieres que te lea el mensaje? Es una invitación<br />

que nos involucra a ambos.<br />

El hombre se muestra indiferente. La mujer abre el bolso y saca<br />

un espejo. Teme que se le haya corrido el maquillaje. Des<strong>de</strong><br />

que empezaron a discutir le han salido arrugas, pategallinas,<br />

admite, aterrada. Tendrá que remediarlas a como <strong>de</strong> lugar.<br />

Antes <strong>de</strong> cerrar el bolso agarra el celular; tenía la intención <strong>de</strong><br />

encen<strong>de</strong>r la pantalla, pero la <strong>de</strong>tuvo la mirada <strong>de</strong> su hombre.<br />

Daniela es bella, voluptuosa y ha logrado, a base <strong>de</strong> ejercicio<br />

y una buena dieta, mantener su figura. Lleva ropa ajustada.<br />

Bernardo sabe que a su mujer la <strong>de</strong>sean y ya la quisieran ver<br />

<strong>de</strong>snuda. Imposible pasar por su lado sin reparar en sus senos,<br />

en sus labios gruesos. Lo mejor <strong>de</strong> su mujer son sus nalgas, se<br />

lo confirmó un amigo suyo, una noche <strong>de</strong> farra en el club <strong>de</strong><br />

Cartago, cuando le pidió a su amigo ser sincero. Quería saber<br />

qué pensaba <strong>de</strong> Daniela como mujer, como hembra, le aclaró.<br />

123


Des<strong>de</strong> entonces no ha tenido tranquilidad y se ha vuelto<br />

<strong>de</strong>sconfiado. Sus amigos lo saben y le temen a su carácter.<br />

Así que se han distanciado <strong>de</strong> él y han optado por reducir los<br />

encuentros a meros asuntos <strong>de</strong> negocios. El hombre sostiene<br />

el volante con fuerza. Cada vez que ajusta los cambios golpea<br />

la palanca con un acelerado movimiento <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong>recha.<br />

–Lo único que necesito es que seas sincera conmigo. Ya hemos<br />

hablado <strong>de</strong> esto.<br />

–¿De qué? Hablado <strong>de</strong> qué, si tú nunca hablas.<br />

–De las llamadas. No comprendo por qué te llaman tanto y a<br />

qué. ¿Acaso esos muchachitos <strong>de</strong> la universidad, con los que<br />

te encuentras en el gimnasio? Me vas a enfermar, Daniela.<br />

–Ya estás enfermo, pero no por mi culpa. Siempre has estado<br />

enfermo, Bernardo. A mis amigas no les faltaba la razón<br />

cuando me previnieron sobre tu comportamiento.<br />

–Ah, tus amigas. Las reputas <strong>de</strong> tus amigas.<br />

La mujer agacha la cabeza. ¿Por qué fue tan estúpida y cayó en<br />

la trampa? Parece a punto <strong>de</strong> llorar, pero pue<strong>de</strong> más en ella la<br />

preocupación <strong>de</strong> que se le escurra el maquillaje y lo menos que<br />

quiere es llegar a la casa <strong>de</strong> sus suegros hecha trizas, <strong>de</strong>rrotada.<br />

Se niega a mirarlo, a pesar <strong>de</strong> que él insiste en que lo mire. Es<br />

bueno que lo sepa furioso.<br />

–Concéntrate en la carretera, Bernardo, por favor. Vas muy<br />

rápido, contrólate, baja la velocidad, ¿quieres?.<br />

Las palabras <strong>de</strong> la mujer suenan a súplica y él se siente<br />

satisfecho. Le gusta sentir que domina la situación, aunque<br />

se sabe débil, sin argumentos para enfrentar la actitud <strong>de</strong> su<br />

mujer. La ama, si, eso cree, pero en estos momentos la odia.<br />

Hija <strong>de</strong> puta.<br />

124


Más hijo <strong>de</strong> puta eres tú, piensa la mujer. Gira el rostro hacia<br />

la ventana buscando la corriente húmeda <strong>de</strong>l valle. Por el<br />

retrovisor ve las luces <strong>de</strong> dos camperos que la encandilan. La<br />

vía empieza a congestionarse. Cuánto daría por estar en el<br />

gimnasio, relajarse en el sauna y soñar. Porque la mujer sueña.<br />

Y mucho. Y en sus sueños el hombre que la sacó <strong>de</strong> la miseria<br />

y le dio gusto y la reconstruyó y la llevó <strong>de</strong> luna <strong>de</strong> miel por un<br />

crucero en el Caribe ya no existe. Existen otros, más jóvenes,<br />

más exóticos, más atrevidos en la cama.<br />

–Sé en lo que andas con un par <strong>de</strong> muchachitos.<br />

–Otra vez el mismo asunto. ¿Hasta cuándo? ¿Qué te quedó<br />

con haber contratado a ese imbécil que me seguía hasta el<br />

gimnasio, ah? ¿Acaso creíste que no me iba a dar cuenta?¿De<br />

cuántos amantes te habló? Qué vergüenzas me has hecho<br />

pasar. Ya nadie se me acerca, porque creen que soy propiedad<br />

privada.<br />

–No me levantes la voz, perra. Se me está acabando la<br />

paciencia.<br />

La mujer guarda silencio. Sabe que han llegado al límite. El<br />

hombre ya ha pronunciado la palabra exacta y ella compren<strong>de</strong><br />

que no hay espacio para una réplica más. Respira hondo y se<br />

pasa un pañuelo húmedo por su rostro. El hombre parece<br />

tranquilizarse un poco y reduce la velocidad <strong>de</strong>l auto. Encien<strong>de</strong><br />

la radio. La voz lastimera <strong>de</strong> una balada <strong>de</strong> Leonardo Favio lo<br />

reconforta y empieza a tararear.<br />

–Te pregunto por última vez: ¿quién es? ¿De quién se trata en<br />

esta ocasión?<br />

–Ya te lo dije, no es nadie.<br />

–¿Me quieres <strong>de</strong>cir que ligaste con un don nadie?<br />

125


–No me confundas, por favor, Bernardo. Lo que te quiero<br />

<strong>de</strong>cir es que no hay nadie, te lo juro. Soy tuya.<br />

–¿De verdad, amor?<br />

–Esa es la verdad, no hay otro.<br />

El hombre ha cambiado el semblante. Está satisfecho y ya un<br />

poco más sereno. Ella lo contempla <strong>de</strong> lado y lo ve atractivo.<br />

Se acerca a él, cariñosa, sumisa. El hombre empieza a olerle el<br />

cabello liso y largo, aunque, por precaución, reduce la velocidad<br />

<strong>de</strong>l vehículo. Con una mano sostiene el volante y con la otra le<br />

acaricia las piernas, el vientre. Le encantan sus senos, le fascina<br />

su ombligo, las manos suaves que lo envuelven. Ella cierra los<br />

ojos y se <strong>de</strong>ja hacer. Empieza a contar los segundos. Tal vez su<br />

hombre <strong>de</strong>cida cancelar la visita a casa <strong>de</strong> sus padres y le pida<br />

que se metan al primer motel, como en otros tiempos. Ella le<br />

pedirá que lo hagan en el carro y que la chupe con rabia, con<br />

brusquedad. En breve sonará el celular y ella abrirá los ojos<br />

para iniciar, quizá más fortalecida, una nueva ceremonia que<br />

reinvente sus paseos nocturnos.<br />

126


EJERCICIOS DOCENTES


Recién llegaba a su apartamento, agotado por el viaje.<br />

Había intercambiado unas breves palabras con Carlos en el<br />

ascensor. Ya no tenía por qué dudar, estaba en problemas.<br />

–Ya sabe, cuí<strong>de</strong>se —fue lo único que Carlos pudo <strong>de</strong>cirle,<br />

mientras apuntaba con su <strong>de</strong>do índice la yugular.<br />

Quiso quedarse con él para conocer los <strong>de</strong>talles, pero <strong>de</strong>bía<br />

subir las maletas. Carlos se bajó en el quinto piso y él continuó<br />

hasta el séptimo, acompañado en silencio por una pareja. Ya<br />

le llamaría, tan pronto se diera una ducha y hablara con su<br />

novia.<br />

El incesante timbre <strong>de</strong>l teléfono le confirmó su inquietud.<br />

Corrió por el pasillo, abrió la puerta y se lanzó a respon<strong>de</strong>r.<br />

William estaba al otro lado <strong>de</strong> la línea.<br />

–¿Qué pasó?, hermano, ¿cómo estuvo el viaje? Ya sabes, ¿no?<br />

¿Carlos sí te contó? —William arrastraba las palabras, <strong>de</strong> la<br />

misma forma que lo hacían sus amigos cuando intimaban.<br />

–Si, ya sé, Carlos me lo advirtió por teléfono y acabo <strong>de</strong> verlo<br />

en el ascensor. ¿Quién está <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> todo esto?<br />

–Al parecer es Leo; dice que ya tiene una lista. ¿Con toda el<br />

hambre que le carga y la ponen en este embrollo? Abelardo<br />

129


es un miserable. Lo peor es el chisme que ya vuela por el<br />

campus.<br />

–Ok, gracias por todo, William. Hablaremos luego, estoy<br />

recibiendo otra llamada.<br />

Escogió ropa informal para afrontar los temores <strong>de</strong>l día, pero<br />

no había tenido tiempo <strong>de</strong> asearse como hubiera querido. Se<br />

percató <strong>de</strong> que su novia había puesto en la pared la pintura<br />

que tanto le gustaba. Una mezcla <strong>de</strong> satisfacción y angustia se<br />

dibujó en sus labios. Las manecillas <strong>de</strong>l reloj indicaban apenas<br />

las diez. Marcó el código <strong>de</strong> la llamada en espera y se puso<br />

otra vez al teléfono.<br />

–Hola. ¿Ya está enterado, no?<br />

–Sí, ya sé. ¿Sabe quién está <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> todo esto?<br />

–No estoy muy segura, pero el viernes me llamó Abelardo; por<br />

ahí va la cosa. También llamó a Patty y a Luisa. Le dijimos que<br />

hablaríamos <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> semana santa. Insistió, pero nosotras<br />

no sabemos nada. Parecía que se iba a envenenar en su propia<br />

mierda. Eso es todo lo que sé. Bueno, ya está avisado, ¿no?<br />

Aguante ese calvario. Chao.<br />

El teléfono repicó en la tar<strong>de</strong>. En medio <strong>de</strong> su inquietud se<br />

duchó, se vistió con la ropa informal que ya había escogido y<br />

vació la maleta <strong>de</strong>l viaje. Tenía dolor <strong>de</strong> cabeza. Había tratado<br />

<strong>de</strong> calmarse, pero por más que respiraba con pausa no lo<br />

conseguía.<br />

Después <strong>de</strong> varias horas continuaba ahí, tendido en el sofá,<br />

al lado <strong>de</strong>l teléfono, mirando la pintura. Un año le costó<br />

arrebatársela a William <strong>de</strong> su cuarto <strong>de</strong> estudio. Des<strong>de</strong> que éste<br />

se la había comprado a un pintor callejero, quedó obsesionado<br />

con ella. Pero ahora tenía que volver a su problema. Algunos<br />

compañeros, entre ellos Alberto, no se habían enterado aún,<br />

130


pero lo sabrían en breve. Alberto le había dado el número<br />

<strong>de</strong>l teléfono <strong>de</strong> Abelardo y la dirección <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> campo<br />

don<strong>de</strong> pasaría la semana santa. Estaba <strong>de</strong>cidido a hablar con él<br />

o a visitarlo, pues quería solucionar el asunto antes <strong>de</strong> retornar<br />

al trabajo. Incluso si para ello <strong>de</strong>bía humillarse y soltarle uno<br />

que otro dato <strong>de</strong> los compañeros, lo haría. No tenía por qué<br />

guardar fi<strong>de</strong>lida<strong>de</strong>s y menos en la facultad, don<strong>de</strong> era evi<strong>de</strong>nte<br />

que nadie se fiaba <strong>de</strong> nadie. ¿Y si Abelardo tenía pruebas, y si<br />

la lista era cierta?<br />

El sofá don<strong>de</strong> estaba echado se encontraba cerca <strong>de</strong> la ventana.<br />

Así que pudo comprobar la absoluta quietud <strong>de</strong> la calle; la<br />

geometría imperfecta <strong>de</strong>l mundo exerior se <strong>de</strong>svanecía en la<br />

puesta <strong>de</strong>l sol. Si no fuera por los perros, creería que esa calle<br />

era un espejismo. Los golpes <strong>de</strong> la campana llamando a misa<br />

<strong>de</strong> seis se filtraron por la ventana.<br />

Encendió el televisor y durante varias horas, frente al<br />

centelleo <strong>de</strong> imágenes, estuvo repasando cada <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> su<br />

circunstancia antes <strong>de</strong>l viaje. Abelardo no había respondido<br />

a sus correos. En el avión había comido poco y ahora sentía<br />

el estómago vacío, aunque lo que más le molestaba era sentir<br />

irritados sus ojos. Apagó el televisor, cerró la ventana y siguió<br />

contemplando la pintura. No había querido que su novia fuese<br />

hasta el apartamento a prepararle algo y ahora lo lamentaba.<br />

Por fin, a las once menos cuarto <strong>de</strong> la noche, sonó el teléfono<br />

y anheló que fuera la voz que estaba esperando escuchar.<br />

–Soy yo, Alicia; le tengo al hombre. Aquí está Jorge conmigo.<br />

Ya se lo paso, eeeh. ¡Qué novelón!<br />

–Hola, Jorge, ¿cómo has estado?<br />

–Más o menos, profe.<br />

–Bueno, ¿quién está <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> todo esto?<br />

131


–Mire, la cosa es muy sencilla. Fue Paola la que inició todo.<br />

–¿Paola? ¿Tu prima?<br />

–Sí, pero nadie sabe todavía.<br />

–Bueno, y qué tiene que ver Paola. Antes <strong>de</strong> viajar, ella almorzó<br />

conmigo y hablamos en buenos términos.<br />

¿Sí se hizo todo como lo indiqué?<br />

–Sí, sí, sí profe. Eso fue lo <strong>de</strong> menos. Pero al final, cuando<br />

entregó los parciales la gente se rebotó. Usted dijo que iba a<br />

hacer recuperación, pero la gente tiene miedo. Usted sabe lo<br />

que cuesta un semestre en la U.<br />

Aún no entendía los argumentos <strong>de</strong> Jorge. Paola había sido<br />

su monitora en los últimos dos años. Fue hasta la cocina y<br />

tomó un vaso <strong>de</strong> agua, mientras Jorge le comentaba otros<br />

pormenores. Sentía que su oído iba a estallar y cambió el<br />

auricular <strong>de</strong> posición.<br />

–Bueno, pero hasta aquí no hay nada claro. Te pregunto otra<br />

vez: ¿qué tiene que ver Paola en todo esto?<br />

–Bien, profe, aquí es don<strong>de</strong> le voy a contar, pero por favor<br />

no me vaya a echar a la guerra. Usted sabe, profe, que Johana,<br />

la <strong>de</strong> las faldas cortas y las tetas gran<strong>de</strong>s, ella va perdiendo su<br />

materia. Bueno, eso lo sabe todo el salón, pero lo que usted no<br />

sabe, profe, es que a ella le gusta <strong>de</strong> todo. Usted me entien<strong>de</strong>,<br />

profe, y Paola cayó y yo me he tenido que aguantar.<br />

–¿Bueno y qué tengo que ver yo en todo esto?<br />

–Pues muy sencillo profe, que Johana presionó a Paola para<br />

que le dijese cuanta cosa supiera <strong>de</strong> usted. Que usted cambia<br />

notas, que presiona a las estudiantes, que ha salido con varias.<br />

132


¿Me entien<strong>de</strong>, no? Y ahí mismo Leo, su cuasi enemiga, inició<br />

una investigación. Eh, profe es que con el hambre que le<br />

carga a usted; y ahora con el salón rebotado, la vieja está<br />

envalentonada.<br />

No quería seguir escuchando y lo hubiera <strong>de</strong>spachado con una<br />

excusa, pero <strong>de</strong>bía escuchar lo que la facultad en pleno estaría<br />

comentando a sus espaldas. Tomó otro vaso <strong>de</strong> agua mientras<br />

ponía en or<strong>de</strong>n lo que parecía evi<strong>de</strong>nte: una acusación que lo<br />

pondría <strong>de</strong> patitas en la calle o frente a un escarnio público. Por<br />

un momento <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> escuchar la voz <strong>de</strong>l estudiante. Se dirigió<br />

al sofá, apagó el televisor e intentó respirar tranquilamente,<br />

pero nada surtía efecto. Recuperó el diálogo.<br />

–Ok, Jorge, muchas gracias por tu interés. Te <strong>de</strong>bo una.<br />

Hablaremos luego, me está entrando una llamada. ¿Nos<br />

vemos el lunes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> semana santa, ok?<br />

–No, no, no profe, espere, falta otra cosa. Pero por favor,<br />

profe, le repito, no me vaya a echar a la guerra. Yo quiero<br />

mucho a Paola, yo sé que lo que pasó con ella y lo <strong>de</strong> Johana<br />

fue algo que ella hizo sólo por experimentar con otras chicas.<br />

Pero ahora Johana la está presionando, mejor dicho, la está<br />

extorsionando. El caso fue que Johana obligó a Paola a firmar<br />

una carta. Ahí le cuento, profe.<br />

–¿Y sabes qué dice la carta?.<br />

–No, profe, no me la <strong>de</strong>jaron ver, pero por lo que sé es una<br />

carta tenacísima, <strong>de</strong> esas que dan miedo.<br />

–Está bien, no te preocupes. Esto es entre nosotros. Te <strong>de</strong>bo<br />

una, tengo que colgar. Hablamos el lunes.<br />

–No, no profe, espere un momento, es que hay otro asunto.<br />

133


–¿Cómo?, ¿hay más?<br />

–No, no, ya lo grave se lo dije. Es que yo también voy muy<br />

colgado con su materia, usted sabe, profe.<br />

–Está bien, no te preocupes. Tengo que colgar. Hablamos el<br />

lunes.<br />

Se dirigió al baño y <strong>de</strong>scargó en la taza todo el peso <strong>de</strong> la<br />

angustia. Mientras el chorro caía cerró los ojos. Ahora sólo<br />

tenía que <strong>de</strong>jarle un mensaje claro a Abelardo. Intentó dormir,<br />

pero fue inútil. Encendió <strong>de</strong> nuevo el televisor, pero sintió<br />

que sus ojos se irritaban más. Hasta que se <strong>de</strong>cidió a hacer una<br />

llamada, y en vista <strong>de</strong> que la contestadora le pedía que <strong>de</strong>jara<br />

el recado, soltó unas cuantas frases que lo tranquilizaron a<br />

medias.<br />

–Hola, Abelardo; discúlpame por llamar tan tar<strong>de</strong>. Pero es que<br />

hay un asunto muy <strong>de</strong>licado que <strong>de</strong>bo comentarte. Ya sabrás<br />

que es un lío <strong>de</strong> faldas que me involucra y <strong>de</strong>bo aclarar todo.<br />

A<strong>de</strong>más me he enterado <strong>de</strong> otras cosas. Ah, olvidaba <strong>de</strong>cirte<br />

que me fue muy bien en el viaje. La presentación <strong>de</strong>l proyecto<br />

fue un éxito. Chao, estoy en casa, espero pronto tu llamada.<br />

Tomó agua <strong>de</strong> la llave, acabó <strong>de</strong> <strong>de</strong>sembalar la maleta y se<br />

fue <strong>de</strong> nuevo a la ducha, tal vez porque se sintió sucio. No<br />

terminaba <strong>de</strong> secarse cuando escuchó el timbre <strong>de</strong>l teléfono.<br />

Era su novia. Estaba amorosa, así que por ese lado podía estar<br />

tranquilo. Prometió llamarla más tar<strong>de</strong>.<br />

Luego <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirse fue hasta la cocina y se sirvió un jugo.<br />

Estaba simple. Sacó una olla <strong>de</strong>l refrigerador, olió la sopa y<br />

a fuego lento la puso a recalentar en el fogón. El teléfono<br />

timbró otra vez.<br />

–Ah, hola Abelardo. ¿Recibiste mi mensaje?<br />

134


–Sí, qué pasa. ¿Cómo te fue en el viaje?<br />

–Muy bien, muy bien, hombre. El proyecto fue un éxito y<br />

creo que nos conviene a todos.<br />

–Qué bueno; te felicito. ¿Algo más?<br />

–Ah, si, si. Es sobre el otro asunto que te comenté por el<br />

contestador.<br />

– Si, algo me han dicho al respecto. Debe ser un mal<br />

entendido. No te preocupes, el lunes <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> semana santa<br />

lo solucionamos. Lo que sí me parece grave es lo <strong>de</strong>l curso.<br />

Casi todo el mundo va perdiendo. Pero no creo que sea tan<br />

grave, si pones <strong>de</strong> tu parte; todo tiene solución. Ah, y otra<br />

cosa. No le hagas caso a Leo; tú sabes que está loca; y sobre<br />

el lío <strong>de</strong> faldas, yo no sé nada.<br />

–Pero es que me han dicho que hay una carta.<br />

–No, que yo sepa no ha llegado nada a la facultad. Tranquilo,<br />

hablaremos el lunes.<br />

–Está bien. Entonces no pasa nada. Lo <strong>de</strong> las malas<br />

calificaciones tiene solución. Nos veremos el lunes <strong>de</strong> pascua.<br />

Gracias, Abelardo, me <strong>de</strong>jas tranquilo.<br />

“Si no tienen pruebas les va a ir muy mal. Sobre todo a Johana<br />

y a los que me quieren perjudicar”, pensó. Él no le había<br />

mencionado a Abelardo el nombre <strong>de</strong> Leo. Respiró profundo.<br />

Revolvió la olla, percibió el vapor <strong>de</strong> la sopa, la probó, le echó<br />

un tris <strong>de</strong> sal y esperó a que hirviera. Tenía fatiga. Sirvió la<br />

sopa en un plato pando, sacó una cuchara <strong>de</strong> la gaveta lateral<br />

y se dirigió al sofá. Des<strong>de</strong> allí alzó la vista y contempló con<br />

otros ojos la pintura. No era un gran cuadro, pero a él le<br />

gustaba. Cuatro imágenes inscritas en un círculo, separadas<br />

por signos esotéricos y penes erectos; en el centro, la cruz<br />

135


gamada. La sopa estaba <strong>de</strong>liciosa. En la primera imagen <strong>de</strong>l<br />

cuadro contempló dos caballeros trenzados en una lucha a<br />

muerte con espadas. En la segunda, un hombre <strong>de</strong>snudo y en<br />

posición cuadrúpeda, succionaba el pene <strong>de</strong> un rey satisfecho.<br />

En la tercera, se imponía la imagen <strong>de</strong> la muerte, la <strong>de</strong> un<br />

hombre in<strong>de</strong>fenso, partido por el cuello. La cuarta imagen<br />

era grotesca, pero <strong>de</strong>bía admitir que lo excitaba: un hombre<br />

con un falo enorme penetraba a la bestia, mientras una mano<br />

inquisidora, la mano <strong>de</strong> dios, reprochaba el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong>l universo<br />

que él mismo había creado en días <strong>de</strong> tinieblas. El profesor<br />

Rosero imaginó a Paola, <strong>de</strong>snuda en el sofá, la imaginó <strong>de</strong><br />

espaldas, con su culo redondo, la imaginó abierta a sus <strong>de</strong>seos<br />

y empezó a masturbarse.<br />

136


A PROPÓSITO DE ESTOS<br />

RELATOS


“La ruta <strong>de</strong> la sal”, finalista en el Concurso Metropolitano<br />

<strong>de</strong> Cuento Ciudad Bucaramanga en el 2003.<br />

“La muerte <strong>de</strong> los héroes”, capítulo <strong>de</strong>l relato Un i<strong>de</strong>al<br />

traicionado, que obtuvo mención especial en la XXI versión <strong>de</strong>l<br />

Concurso Anual <strong>de</strong> Novela: “Aniversario Ciudad <strong>de</strong> Pereira”<br />

en el 2004.<br />

“Un hombre pacífico”, obtuvo el Primer Puesto en el Concurso<br />

<strong>de</strong> Cuento Coopruis <strong>de</strong> Bucaramanga en el 2009.<br />

139


Colección Temas y Autores Regionales<br />

• Santan<strong>de</strong>r: La Aventura <strong>de</strong> pensarnos<br />

• El mundo Guane: Pioneros <strong>de</strong> la arqueología en Santan<strong>de</strong>r<br />

• Historia oral <strong>de</strong>l sindicalismo en Santan<strong>de</strong>r<br />

• Luis A. Calvo. Vida y Obra<br />

• Juan Eloy Valenzuela y Mantilla (Escritos 1786 – 1834)<br />

• De literatura e Historia: MANUELA SÁENZ<br />

Entre el Discurso <strong>de</strong>l Amor y el Discurso <strong>de</strong>l otro<br />

• Agenda Liberal Temprana<br />

• Historia <strong>de</strong> la radiodifusión en Bucaramanga (1929 – 2005)<br />

• La Alianza Nacional Popular (Anapo) en Santan<strong>de</strong>r ( 1962-<br />

1976)<br />

• Cultura, Región y Desarrollo<br />

• Ensayos críticos sobre la obra <strong>de</strong> Elisa Mújica<br />

• José Antonio Galán,<br />

Episodios <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> los comuneros<br />

• La óptica <strong>de</strong>l camaleón y otros relatos<br />

• Demasiados jóvenes para morir<br />

Cuentos <strong>de</strong> la generación <strong>de</strong>l abandono<br />

• Emociones <strong>de</strong> la guerra<br />

Relato <strong>de</strong> la guerra <strong>de</strong> los mil días en el Gran Santan<strong>de</strong>r<br />

• Geo Von Lengerke, Constructor <strong>de</strong> caminos<br />

• Extravíos, El mundo <strong>de</strong> los criollos ilustrados<br />

• Des<strong>de</strong> la otra orilla<br />

• Josefa Acevedo <strong>de</strong> Gómez<br />

• Líneas <strong>de</strong> Sombra<br />

• La Balada <strong>de</strong> la Cárcel <strong>de</strong> Reading<br />

• Tu y Yo<br />

• Crónicas para apagar la oscuridad<br />

• Mario Galán Gómez: un hombre hecho por si mismo<br />

• Honor y ley<br />

• Las maneras <strong>de</strong>l Abismo<br />

Antología <strong>de</strong> cuentos <strong>de</strong>l taller <strong>de</strong> Literatura Relata-<strong>UIS</strong> 2011<br />

• Cinematógrafo, Comentarios y<br />

crónicas sobre cine en Santan<strong>de</strong>r<br />

• Santan<strong>de</strong>r<br />

• Silencio... en el Jardín <strong>de</strong> la Poesía

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