CLASES DE TEXTOS - Castellnou Edicions
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84<br />
VOCABULARIO<br />
yelmo Parte de la armadura<br />
que cubría la cabeza y la cara.<br />
tea Palo o trozo de madera<br />
impregnado en resina que,<br />
encendido, se utiliza para<br />
alumbrar o prender fuego.<br />
DIMENSIÓN COMUNICATIVA · LECTURA<br />
Entonces se oyó un estrépito lejano de cascos de caballo acercándose a una<br />
velocidad de vértigo.<br />
Todos volvieron la cabeza. Algunos se levantaron como movidos por un<br />
resorte. En los rostros de muchos de ellos se reflejaban el miedo y la incertidumbre.<br />
El hechizo se había roto.<br />
Como surgidos de las entrañas de una pesadilla, un grupo de hombres<br />
armados irrumpió en las calles de Caudry. Bajo los yelmos se adivinaban<br />
los ojos centelleantes, y sus poderosos brazos blandían espadas o mazas.<br />
Los enormes caballos atronaban el suelo con sus cascos.<br />
Todo fue muy rápido. En un instante, todos corrían a ocultarse. Había<br />
gritos de pánico, gente que tropezaba y se volvía a levantar, hombres<br />
valientes que intentaban hacer frente a los invasores con herramientas o<br />
toscas armas improvisadas.<br />
Y entonces olieron el humo y vieron el fuego: los caballeros habían<br />
arrimado teas encendidas a los techos de paja y madera de las<br />
casas. Caudry ardía.<br />
Los momentos siguientes fueron terriblemente angustiosos.<br />
Alguien gritó:<br />
—¡El cielo os castigará por haber roto la paz de Dios!<br />
Michel sintió que tiraban de él y, sin saber muy bien cómo,<br />
se encontró de pronto oculto en un granero. Mattius estaba<br />
junto a él. Toda su alegría y su amabilidad habían desaparecido<br />
mientras observaba lo que sucedía en el exterior a través<br />
de una rendija en la pared de madera.<br />
Pronto los caballeros se encontraron solos en la plaza. Incluso<br />
los vendedores habían abandonado sus puestos, ahora envueltos<br />
en llamas, donde se quemaba lo poco que habían logrado reunir<br />
aquel invierno. Los atacantes habían apresado a dos muchachas<br />
que sollozaban y pataleaban, aunque sabían muy bien que todo era<br />
inútil. Una de ellas era la que había enseñado a bailar a Michel.<br />
Cuando éste lo vio, quiso salir en su ayuda, pero los guerreros ya se<br />
alejaban con las jóvenes. Apretó los puños de rabia. Mattius lo miró:<br />
—¿Todavía pretendes salvar el mundo, chico? –murmuró-. ¿Salvar el<br />
mundo para que todo siga así?<br />
—¿Por qué lo han hecho? –preguntó Michel, con los ojos llenos de lágrimas<br />
de impotencia.<br />
Mattius se encogió de hombros.<br />
Laura Gallego García, Finis Mundi