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N 2 Fajardo El Bravo.pdf - Digitum

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FAJARDO EL BRAVO<br />

PREMIO "BIOGRAFÍAS DE MURCIANOS ILUSTRES"<br />

DE I* EXCELENTÍSIMA DIPUTACIÓN DE MURCIA - 1943<br />

Por el Dr. JUAN TORRES FONTES<br />

Profesor de la<br />

Facultad de Filosofía y Letras<br />

«>'o no Iw snlifJo iinpiftíiado [jor el umor de<br />

niiaci'fibli's fiunnncias, ni para asolar lierraSy ni<br />

para despojar (/míes indefensas y miseras: salí<br />

¡tartí libertar a mi vasallo y defender mi persona.<br />

¿Veis en eslo niyo injnslo?»<br />

PRÓLOGO<br />

Gomnii. Goetz lU; Berlicliingcii.<br />

Los historiadores de la literatura de nuestra baja<br />

Edad Media, donde merced a la abundancia de pleitos<br />

y relaciones entre el Rey y los nobles tan alto rayó el<br />

género epistolar, como escribe Baquero, se han detenido<br />

siempre, y pocos han resistido a la tentación de transcribirla,<br />

en una carta escrita por Alonso <strong>Fajardo</strong> a Enrique<br />

IV.<br />

También la copian o la. aluden los historiógrafos<br />

locales Cáscales, Cánovas Cobeño, el P.. Moróte, Pío<br />

Tejera, etc. La mencionan las crónicas de la época y se<br />

refieren a ella investigadores de las letras y la historia<br />

nacionales, Alenéndez Pelayo, Salazar y-Castro y otros.<br />

DoGümento que retrata con precisión los sentimien-<br />

y. I-,<br />

t^^.<br />

\


— 48 —<br />

tos de su época y denota en quien, lo escribió una fuerte<br />

personalidad y una elevada cultura. Su estilo es sobrio y<br />

elegante; su contenido, dramático; su tono, agresivo, irrespetuoso<br />

y violento.<br />

Si importante es la escritura, mucho nías había de<br />

serlo el autor, prototipo de los caudillos aparecidos en<br />

Castilla, por la situación complejísima del Reino y por el<br />

florecer del Renacimiento, que traía al prirhér plano de<br />

la vida a la personalidad' hurhana.<br />

Rodeó a Alonso <strong>Fajardo</strong> la )nusa popular de una<br />

aureola de leyenda, engendrada en torno, a la victoria de<br />

los Alporchones, a él principalrnente debida: romances<br />

anónimos, otros de autores conocidos, los de Ginés Pérez<br />

de Hita y una comedia de Lope de Vega, ponen alas de<br />

verso a su farfia para que más se-dilate.<br />

Su intervención, durante más de veinte años,. en los<br />

negocios públicos hace que rara vez deje de mencionársele<br />

en los documentos contemporáneos, pues aparecía<br />

mezclado en todos ellos y así resulta inevitable ocuparse<br />

de él cuando se trata de elucidar aquéllos.<br />

Sin embargo, a pesar de la robusta personalidad de<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong>, de su actividad bélica, de los caracteres<br />

extraordinarios de sus empresas, carecemos hasta ahora<br />

de'una biografía suya.<br />

Llenar en parte este vacío, es el propósito del presente<br />

ensayo, que aborda el tema con las reducidas ambiciones<br />

propias del género.<br />

, Lo hemos construido a base de las noticias recogidas<br />

en las Capitulares del Concejo de Murcia y de las Cartas<br />

del Rey Juan II, del Infante don Enrique y del Principe,<br />

como, tal y como Rey Enrique IV, que se conservan en<br />

• el Archivo, municipal, con otras epístolas de <strong>Fajardo</strong> y<br />

de los Concejos de Murcia y de Lorca, todas las cuales<br />

publicamos como apéndices y son inéditas.<br />

Pocas noticias existen acerca del nacimiento y de la<br />

muerte de <strong>Fajardo</strong>, o, por mejor decir, no hemos podido


— 49 —<br />

hallar ninguna. Hasta hoy lo vemos aparecer en el campo<br />

de la Historia, cuando se arma caballero frente a los muros<br />

de Xiquena, y . se extingue su rastro en vísperas del<br />

definitivo vencimiento de los suyos, cuando la fortaleza<br />

de Caravaca, último de sus reductos, cae en manos del<br />

Adelantado, Pedro <strong>Fajardo</strong>, su enemigo tradicional. Parece<br />

que estando destinado a figurar como un guerrero<br />

esforzado que todo lo debía a la propia bravura, arrojo<br />

y soberbia, la Historia quiera celar cuanto no se relacione<br />

con esta proyección de su vida y conservar intacto y uni-<br />

• forme sólo dicho perfil de su silueta.<br />

Es posible que las divergencias, no inéditas, entre el<br />

Concejo y el Adelantado, de que hace mención Cáscales,<br />

sucedidas al advenimiento de Enrique IV, hayan ocasionado<br />

pérdidas de documentos que abren una laguna en<br />

el momento de mayor interés de la vida de <strong>Fajardo</strong>, .al<br />

iniciarse la proclividad de su poderío. Otras querellas de<br />

igual matiz dificultan establecer documentalmente las<br />

razones de; su auge: el nombramiento de Regidor de<br />

Murcia por Juan II. Hemos tenido que discurrir por el<br />

terreno de la hipótesis. <strong>Fajardo</strong>, q\ie poseyó energía y<br />

astucia sobradas para ser un gran autor de hechos consumados,<br />

en ocasiones desconcertantes, aparece hoy, en<br />

algunas de estas realizaciones, un tanto confuso. Así ha<br />

pasado con el levantamiento que hizo del cerco de Cartagena.<br />

Sólo mediante un estudio muy detenido y • la<br />

comprobación de datos secundarios, nos ha .údo posible<br />

situar algunas de sus cartas en las. que no figura el año<br />

en que se escribieron. De todas ellas, es la más importante<br />

la de 11 de agosto, en que acusa, al Adelantado de tratos<br />

desleales con la morisma, granadina; escrito capital que<br />

ha de permitir aclarar las imputaciones de intimidad con<br />

los moros que habitualmente se hacían—con decisivos<br />

resultados adversos para él—a Alonso <strong>Fajardo</strong> y aun establecer,<br />

acaso de modo diferente a lo que se admite, el<br />

carácter de esta amistad, pues no debe olvidarse el egoísmo


— 50 —<br />

predominante en aquellos tiempos y los pocos escrúpulos<br />

con que los nobles ambiciosos de la época se aliaban hasta<br />

con sus peores enemigos a fin de obtener, aunque fuese<br />

transitoriamente, alguna ventaja contra sus rivales de la<br />

cristiandad.<br />

Hemos procurado agotar la bibliografía, no muy<br />

abundante por cierto, y recoger las consideraciones, más<br />

o menos gratuitas, que en las historias de horca y Murcia<br />

y en las Crónicas Reales y comentarios de las mismas<br />

andan dispersas sobre Alonso <strong>Fajardo</strong>, para conifarmarlas<br />

en orden a las aportaciones documentales, rigurosamente<br />

originales y contrastadas, que ofrecemos en este ensayo.<br />

De suponer es que en los Archivos de Lorca y de<br />

Caravaca habrá muchas noticias yacentes sobre <strong>Fajardo</strong>;<br />

a sus eruditos queda confiada la labor que vendrá a completar<br />

y, en su caso, rectificar nuestro trabajo, que es, o<br />

así lo entendemos, el primer surco que se abre en el hasta<br />

ahora yermo campo de la biografía de Alonso <strong>Fajardo</strong> y<br />

que habrá de fructificar cuando otros .siembren en él. Cronistas<br />

e historiadores locales quieran hacerlo, porque el<br />

personaje merece que se le estudie con interés y por<br />

extenso.<br />

Satisfechos estamos de nuestro intento si .úrve para<br />

encuadrar en el marco exacto de la Historia una figura<br />

que, hasta ahora, se desenvolvía entre las vagas y poéticas<br />

imprecisiones de la leyenda. Empeño arduo de trabajoso<br />

logro, pues, 'como escribió. Plinio el Joven: «Difícil es presentar<br />

con novedad las cosas antiguas.»


INTRODUCCIÓN<br />

_^i — .-^—«<br />

Los períodos de transición en la vida de los^^dilos<br />

—ha dicho alguien-—se marcan siempre por revueltas y<br />

acontecimientos dudosos cuyo alcance no comprenden<br />

generalmente sus mismos autores, puestos al parecer al<br />

servicio de otras ideas. En el Renacimiento, el combate<br />

entre los que afirman la tradición y los que las menosprecian;<br />

entre quienes insisten en mantener lo antiguo,<br />

reorganizarlo e incorporarle las novedades y quienes propugnan<br />

nuevos ideales de vida y tienden a la desintegración<br />

total del pasado histórico, alcanza un grado dramático,<br />

donde se confunden la culminación de una época<br />

y la decadencia de sus caracteres específicos.<br />

Dos conceptos frente a frente: el individuo y la comunidad.<br />

Un nuevo sentido de la vida, un anhelo de<br />

mejor existencia; deseo inconcreto, pero poderosamente<br />

fecundo; potencia creadora de nuevas formas, vigorosa<br />

y varia, que amenaza, a veces romper totalmente, la<br />

armonía del espíritu. Y, en el terreno opuesto, un bloque<br />

de ideales fijos, estabilizados, inquebrantables, «la visión<br />

del mundo y la filosofía de la Edad Media, que es la<br />

conciencia de que el mundo es un Cosmos, un todo ordenado<br />

con arreglo a un plan: un conjunto que se mueve<br />

tranquilamente según leyes y ordenaciones eternas, las<br />

cuales, nacidas con él, primer principio de Dios, tienen<br />

también en Dios su fin?) (1).<br />

La sobrevaloración del individuo, como característica<br />

substancial del Renacimiento, que aflora ya en movimientos<br />

precursores sin uniformidad, sin solidez de<br />

principios, sin coiiciencia incluso de. su significación, condiciona<br />

la aparición de supraindividualidades entusiastas,<br />

tenaces, heterogéneas, de auténticos protagonistas que


= — 52 —<br />

llegan a creer que el mundo gira alrededor de su propia<br />

persona.<br />

La estimación desmesurada de los valores individuales,<br />

en este período de transición, produce un avance en<br />

la evolución de la sociedad, aunque más tarde, a consecuencia<br />

de los vicios inherentes al hombre, la desilusión<br />

y el desaliento determinen un regreso de la mencionada<br />

actitud revolucionaria..<br />

Las.diferentes tentativas de persistencia de los conceptos<br />

hasta entonces dominantes, provocaron, con amplias<br />

y duraderas consecuencias, la realización de ideales<br />

personales y anárquicos que,hunden el poder real en una<br />

postración de la que tardará largos años en salir.<br />

<strong>El</strong> hombre aparece como un valor esencial. Las instituciones<br />

se personalizan y los individuos que las representan<br />

no pueden permanecer alejados de la marea de<br />

los conceptos nuevos que, insensiblemente, van matizando<br />

sus modos de pensar.<br />

La nobleza se junta o se separa, fluctúa en sus convicciones,<br />

hace del engaño un arma lícita y no observa<br />

más normas ni principios que el interés de la clase y el<br />

acrecentamiento de su patrinionio por todos los medios;<br />

desaparecen las reglas de vida que la costumbre había<br />

impuesto. Los nobles se consideran iguales al rey desde<br />

el punto de vista personal y constituyen la encarnación<br />

del espíritu bélico, en una explosión de audacias, temeridades,<br />

apetitos y confusas iniciativas.<br />

<strong>El</strong> poder real, tolerante, no sabe contener la anar-,<br />

quía; y el reino de Castilla se enciende en multitud de<br />

pequeñas luchas. Las mil tendencias dispersas no se atinan<br />

y disciplinan en una empresa homogénea, sino que • se<br />

disocian y contraponen con mutuo recelo. La guerra con<br />

Granada se convierte en una serie enervadora de limitadas<br />

escaramuzas fronterizas mientras se abusa y atropella<br />

a las personas, se despueblan las villas y lugares,<br />

avanza la miseria a compás del empobrecimiento de


— 53 —<br />

brazos que trabajen las tierras, son quemados y destruídos<br />

los burgos extendidos en toino a las fortalezas; todo<br />

ello en tierra cristiana erizada de partidos, a los qué el<br />

pueblo presta su concurso por miedo b por deber, por<br />

simpatía o por soldada.<br />

<strong>El</strong> sentimiento caballeresco medieval del honor y'del<br />

amor a la gloria deja paso a la deslealtad y la ambición:<br />

las exigencias- continuas al monarca van acompañadas de<br />

palabras altaneras y desmedidas; el valor no es generoso,<br />

irreflexivo y heroico, sino que aparece precedido de mar<br />

dura reflexión. Los pactos y seguros son violados con frecuencia<br />

para reanudar la pelea; el noble, que se ejercita<br />

en las armas, no busca ya pasar a la Historia como servidor<br />

de grandes ideales, sino aumentar sus posesiones y<br />

fortalecer su prestigio. Es la apoteosis de la fuerza én<br />

provecho de sus poseedores. ' •<br />

No supieron Juan II ni Enrique IV emplear el poderío<br />

nobiliario en beneficio del trono o dirigirlo contra<br />

Granada, o acaso este desinterés por concluir la Reconquista<br />

fuera el deseo de «proyectar su, espíritu y su esfuerzo<br />

en otras direcciones de política exterior, ante las<br />

cuales la exigua dimensión de la empresa granadina palidecía»<br />

(2) en una nueva interpretación de la inactividad<br />

de Castilla en la Baja Edad Media. Aquellos esforzados<br />

guerreros, que se destrozaban mutuamente siguiendo impídsos<br />

elementales, consumieron su vitalidad en estériles<br />

partidismos o infructuosas banderías, gérmenes renovados<br />

de la guerra civil, donde ninguno podía reprochar a los<br />

restantes, sin otra justicia que la propia del uso de las<br />

armas ni más ley que la destrucción del vencido en su<br />

feroz exaltación de las pasiones, llevada a términos inconcebibles.<br />

Todos luchaban en nombre del reino, del rey, de<br />

Dios, de la propia tierra, pretextos para disimular sus<br />

verdaderos fines o, acaso, manifestación confusa, en el<br />

terreno piscológico, de la exaltación de la virilidad, que<br />

V 1^^ r:


— 54 —<br />

propendía a juzgar como categórica la interpretación<br />

personal de principios e instituciones. <strong>El</strong> resultado no<br />

difería: medro personal, encumbramiento del que vence.<br />

<strong>El</strong> noble batallar dispone, sieinpre, de un lugar seguro<br />

—ciudad o villa con fortaleza— donde establece su<br />

cuartel general, y que le sirve de refugio cuando la escasez<br />

de mesnaderos, la falta de recursos, el cumplimiento forzoso<br />

o interesado de los pactos o la derrota, le obligan<br />

a guarecerse en él, dispuesto a todo evento, con garantía<br />

que le hiciesen inexpugnable.<br />

- <strong>El</strong> sentimiento de cooperación familiar existe, aunque<br />

disminuido. La familia reconoce un jefe, la autoridad<br />

del cual procede más de su prestigio castrense que<br />

de la naturaleza; ello no es óbice para que los que aspiran<br />

a esta jerarquía, ya por considerarse cabezas de<br />

las diferentes ramas, ya por querer desenvolverse con un<br />

rango superior de vida, lo combatan. Sin embargo, se<br />

originan banderías de familia, por pugna entre diferentes<br />

casas señoriales; los consanguíneos se unen alrededor de<br />

un caudillo, dándole claras ventajas por la cohesión y<br />

la unidad de las huestes que ponen bajo su mando, más<br />

fieles que las de otro género de recluta, si bien debe compartir<br />

con ellas el botín. De aquí se siguen conquistas<br />

de tierras y Estados, que no duran más que la vida de<br />

quienes los logran, cuando no se pierdan antes, sin otro<br />

rastro que la desolación de los pueblos sometidos a este<br />

trasiego.<br />

Mas como todos persiguen un objetivo similar, su<br />

propio medro, proceden en ocasiones arbitrariamente, sin<br />

reconocer el parentesco ni practicar la gratitud. Cada uno<br />

cree estar en posesión de la verdad, y, quiere que los demás<br />

la acepten, de grado o impueta por las armas. No respetan<br />

derechos, leves ni fueros reales. Con afirmar que<br />

«el rey no pudo hacerlo», basta (3). La violencia resuelve<br />

las discusiones. Impera el más fuerte por su fuerza. <strong>El</strong><br />

noble se transforma en bandolero y toma cuanto se ofre-


— 55 —<br />

ce a sus ojos, aunque sean los huesos de un cadáver (4).<br />

Las relaciones entre tales nobles-guerreros se caracterizan<br />

por su informalidad. Se engañan mutuamente, y<br />

la benevolencia temporal con que tratan a las municipalidades<br />

es sólo signo de espera mutua para poder alcanzar<br />

medios suficientes con que destruirse. Entregar a la<br />

esposa y a los hijos como rehenes no indicaba propósito<br />

de cumplir lo pactado; en el momento oportuno la traición<br />

surge con mayor violencia y más cruel.<br />

«Entre ellos se desarrolla—como dice Burkhardt (5)—<br />

hasta la máxima virtuosidad la personalidad y el talento,<br />

que son admirados y reconocidos por sug soldados», los<br />

cuales todo lo fían al crédito personal de su jefe. La sola<br />

presencia de éste basta en ocasiones para ganar una batalla<br />

con el prestigio adquirido por sus anteriores victorias,<br />

que amedrenta al adversario v lo obliga a entregarse<br />

o a abandonar el campo.<br />

Los villanos, la plebe, alistada más por fuerza que<br />

por convicción, suele abandonarlo, cansada de tanta<br />

crueldad inútil, cuando estima fácil una pacificación verdadera<br />

de la tierra o cuando la magnitud de su deiTOta<br />

presume un aniquilamiento inmediato.<br />

Por esto, muchas veces ocupan lugares, villas y ciudades<br />

llaiTiados por los habitantes de ellas, ' hartos de<br />

su anterior señor o simplemente temerosos de una amenaza<br />

de asalto y de mayores perjuicios. .<br />

A los pueblos los atraen por la exención de impuesr<br />

tos; se apropian las rentas reales y los bienes de los contrarios<br />

muertos o inutilizados, y aun los reparten con sus<br />

moradores, concediéndoles otras mercedes y la protección<br />

contra el antiguo amo.<br />

' La guerra no suele ser cruel, siempre que no se trate<br />

de una venganza contra moros, donde no hay cuartel ni<br />

compasión. ..<br />

• Quizás por ello, batallas que' pudieron resultar decisivas<br />

entre el poder real y los nobles, no solucionan nada,


— 56— '<br />

porque no se llegó al final en sus consecuencias: la explotación<br />

del éxito; tales son las dos de Olmedo. En ambas<br />

vencieron los i^eyes Juan II y Enrique IV. Victorias<br />

inútiles. 'Pronto sufrirían las consecuencias de no haber<br />

sabido aprovecharse de ellas. Don Alvaro de Luna, vencedor<br />

de la primera, no iba a tardar en subir al patíbulo.<br />

Enrique IV, que ganó la segunda, se deshonraría otra vez<br />

al reconocer por sucesor del trono de Castilla, no a su<br />

hija -^heredera legítima—, sino a quien le impusieron<br />

precisamente los mismos que derrotara en Olmedo.<br />

Rodea al noble una corte de letrados a sueldo, prestos<br />

a violar el derecho a su favor proporcionalmente a la<br />

abundancia de que gozan.<br />

Los prelados y alto clero intervienen activamente en<br />

todo cuanto pueda serles beneficioso o para defender sus<br />

privilegios, a la par de los nobles. <strong>El</strong> respeto se les<br />

pierde (6).<br />

Nadie confía en la objetividad de. los hechos. <strong>El</strong><br />

triunfo justifica; para el vencido no hay defensa posible.<br />

Resisten con invariable serenidad la ofensa o el insulto,<br />

porque esperan la ocasión de devolverlo multiplicado. La<br />

derrota no significa sumisión o abandono de la lucha;<br />

abre un plazo de preparativos para volver al palenque<br />

con renovado empuje. Son activísimos y "la falta de escrúpulos<br />

es constante —idéntica en la mocedad y en la<br />

senectud— para estos hombres que viven en permanente<br />

lucha contra todo lo habitual.<br />

Conviene considerar la posición de los municipios en<br />

tal coyuntura histórica. <strong>El</strong> rey, para prevenirse de los<br />

ataques de la nobleza indisciplinada, aumenta la libertad<br />

y la autonomía de aquéllos, con objeto de que una serie<br />

de barreras, que por propio egoísmo, se opongan a los<br />

desafueros de los insurrectos; pero acentúa su intervención<br />

mediante el nombramiento de corregidores y regidores,<br />

a excepción de los que se suceden tradiciónalmente<br />

de padres a hijos, y así va esbozándose un estado sur-


_ 57 --<br />

gido del pueblo al servicio de la autoridad real, aunque<br />

por lo menguado de ésta las órdenes del rey sean obedecidas,<br />

pero.no cumplidas.<br />

En medio de tal caos vive el hombre indiferente a<br />

la política y consagrado a su industria u ocupación, que<br />

forma la mayoría y a quien momentáneamente se obliga<br />

a empuñar las armas, contra su propia voluntad; todavía<br />

la persistencia de las castas niedievales con oficios vinculados<br />

a la condición de los hombres demuestra que el<br />

Renacimiento no ha venido a plenitud, ya que la aboli-,<br />

ción de aquéllas y la jerarquización de los individuos en<br />

razón del nivel de su cultura es medular en el mismo.<br />

La espada y la lanza, la maza y la ballesta, armas<br />

típicas del medioevo, requieren una dosis extraordinaria<br />

de arrojo personal para combatir.<br />

En medio de este panorama, conio prototipo del<br />

noble batallador, adornado de todas sus virtudes y, consumido<br />

por todos sus vicios, vive en Murcia la personalidad<br />

casi legendaria de Alonso <strong>Fajardo</strong>, «el <strong>Bravo</strong>», que<br />

otros llamaron «el Malo».


— 58 —<br />

II<br />

PERFIL<br />

Año 1435. Asedio de Xiquena. Cercan la poderosa<br />

fortaleza gentes de armas de Murcia y de Lorca, cornandadas<br />

por el Adelantado, Alonso Yáñez <strong>Fajardo</strong>. Ya es<br />

inminente la rendición del sitiado castillo, y al pie de<br />

sus batidos muros tiene lugar una ceremonia solemne y<br />

noble: la de armar caballero a Alonso <strong>Fajardo</strong> su suegro,<br />

Martín Fernández Piñeiro, alcaide lorquino, guerrero<br />

temible, terror de la morisma, que lo conocía por «el del<br />

brazo arremangado».<br />

Pronto el yerno sucedería al suegro. <strong>Fajardo</strong>, espanto<br />

de los moros y honor de los cristianos, como le llamó el<br />

poeta (1), fué hombre de poderosa personalidad, arrojado<br />

e inquieto, capaz de Henar una época de la historia del<br />

reino de Murcia con las turbulencias y múltiples, arrogancias<br />

de su vida agitada y belicosa, según atestiguah<br />

los documentos con él relacionados entre 1443 y 1464.<br />

La figura de Alonso <strong>Fajardo</strong>, "el <strong>Bravo</strong>», no ha pei"dido<br />

relieve en el devenir del tiempo. Si alguna vez pudo<br />

parecer olvidada, pronto recupera el plano propio de quien,<br />

como él vivía tan intensamente su papel de protagonista,<br />

porque, según escribiera a Enrique IV, «de buenos hechos<br />

y malos yo soy el que más ha hecho en vuestros reinos<br />

y me he hecho conocido por reinos y señoríos extraños»<br />

(2).<br />

Teñía madera de buen soldado. Robusto, entero, de<br />

aspecto y contextura imponentes y dotado de extraordinario<br />

vigor. Muy diestro en el ejercicio de las armas,<br />

logró, como algunos de sus antecesores, inspirar terror con<br />

sólo su presencia, ya que la fama y la imaginación multiplicaban<br />

su prestigio:


...Si viérades a <strong>Fajardo</strong>,<br />

Aquel de la cruz bermeja.<br />

Aquel alcaide de horca<br />

De quien tantas cosas cuentan,<br />

aquel que de ver su sombra<br />

Tiemblan los moros de veras... (3).<br />

Poseía condiciones de. jefe. Sus, soldados le admiraban<br />

tanto por su valor como por su trato, pues los conocía<br />

uno a uno de nombre, los defendía en todo momento y<br />

exigía con indomeñable ímpetu a los contrarios la devolución<br />

de cualquier prenda que hubiesen arrebatado a<br />

los suyos: sirva de.ejemplo la cautividad de Diego Mellado,<br />

de su parcialidad, sobre la cual escribe al munici-pió<br />

murciano, reclamándolo: «que os certifico que por<br />

cuantas cosas pudierais pensar que sean mal hechas haré<br />

por este hombre» (4).<br />

A la fortaleza física sumaba no menor energía de<br />

ánimo. Su voluntad, que no conoció límites, se impone<br />

hasta el extremo de que sus contemporáneos lo juzgan<br />

desde el punto de vista político y no moral. No hay trabas<br />

ni respetos que lo cohiban : • «Ya qi^erría yo —escribe<br />

en otra ocasión— que el Sr. Obispo se quitase de esta<br />

costumbre que cada vez que ruido hay en la tierra toma<br />

la cruz en la rriano y revestido para evitar las cuestiones...<br />

por eso se puede decir, malas mañas habéis y no' os las<br />

podéis quitar» (5).<br />

Lo amaba el pueblo fascinado por el atractivo que<br />

irradiaba su hombría y contó con la adhesión que se tributaba<br />

-entpnces a los personajes de relieve, que contribuyeron<br />

a disminuir la autoridad real.<br />

Las andanzas de <strong>Fajardo</strong> tienen por fondo histórico<br />

una época de confusión, los últimos años del reinado de<br />

Juan II V los primeros de Enrique IV. Es la floración<br />

inicial del Renacimiento; cuando se ronipen los cauces


— 60 —<br />

impuestos a la vida por los siglos precedentes y los caudillos,<br />

empujados por el deseo violento de pod'er y de<br />

gloria, realizan hasta el agotamiento de su existencia<br />

vanas empresas heroicas, que consumen sus energías en<br />

una labor negativamente fecunda.<br />

Todos los <strong>Fajardo</strong>s de Murcia, excepto la familia del<br />

Adelantado, habían luchado con el Infante D. Fernando,<br />

más tarde Rey de Aragón, cuando era tutor de su sobrino<br />

Juan II y seguían agradecidos, a la muerte de<br />

aquél, el partido de los infantes. Por ello Juan <strong>Fajardo</strong>,<br />

señor de Alhama, perdió este señorío por orden del Rey,<br />

que lo concedió al Adelantado.<br />

Las disputas políticas que ensangrentaban Castilla se<br />

reproducen, convertidas en bandos locales, en el reino de<br />

Murcia; la proyección de su modo de desarrollarse puede<br />

colegirse de los siguientes párrafos de. una carta de Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong>, tan soberbia como todas las de su pluma: «Y<br />

mi señora tía Doña María de Quesada {madre del Adelantado<br />

Pedro <strong>Fajardo</strong>, su primo) haya esta letra por suya<br />

y crea que todos cuantos ella querría y espera vengan<br />

sobre mí y esa ciudad, lo cual ella desea que yo sea de<br />

ellos vencido y destruido, que.yo me vendré también, que<br />

el vencimiento y destrucción se les tornará en llanto. Y<br />

esta tierra no tornará a su ser en nuestras vidas» (6).<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong>, «el <strong>Bravo</strong>», era hijo de Pedro López<br />

<strong>Fajardo</strong>, Comendador de Cara\"'aca y Trece de Santiago.<br />

Contrajo matrimonio con doña María Piñeiro, hija del<br />

alcaide de Lorca, Martín "Fernández Piñeiro, al cual sucedió<br />

en el mando de la fortaleza lorquina. De su matrimonio<br />

tuvo a doña Al,donza, casada con Garci Manrique,<br />

tío del célebre poeta Jorge Manrique; Gómez <strong>Fajardo</strong>,<br />

Comendador de Socovos de la Orden de Santiago; Martín<br />

Fernández <strong>Fajardo</strong>, «el de la ceja blanca»; doña Constanza,<br />

que falleció en la juventud; Pedro <strong>Fajardo</strong>, alcaide<br />

de Caravaca; Diego <strong>Fajardo</strong>, que aunque no lo indiquen<br />

los genealogistas, aparece como su hijo en la «Crónica


— .61 —<br />

Castellana» (7), v doña Mencía, citada por Salazar y Castro<br />

(8), (9). •/ _ . _ •<br />

Los del linaje de <strong>Fajardo</strong> son gente dura, militar,<br />

de sangre limpia. Todos aparecen inclinados al noble oficio<br />

de las armas, sin que entre ellos existan clérigos ni prelados.<br />

Los segundones "prefieren labrarse el porvenir con<br />

la punta de la espada.<br />

Ei apellido <strong>Fajardo</strong> resulta de castellanizar la palabra<br />

árabe «faxchard», que equivale a «Cerro fuerte», apelativo<br />

dado por los moros a Pedro Yáñez Gallego, tatarabuelo<br />

de Alonso «el <strong>Bravo</strong>» (10).<br />

Alistados en la cruzada de la Reconquista, descienden<br />

a Murcia desde Galicia, donde eran señores de Santa<br />

Marta de Ortigueira, como miembros de las Ordenes Militares,<br />

de las cuales, especialmente las de Alcántara y<br />

Santiago, varios de la familia son maestres y comendadores.<br />

<strong>El</strong> blasón de los <strong>Fajardo</strong> resume los dos extremos,<br />

y en él campean tres matas de ortigas verdes con siete<br />

hojas cada una y tres cerros o rocas en medio de las ondas<br />

del mar.<br />

Símbolo y compendio. En la tormenta de los tiempos<br />

nuevos, la roca firme que quiere dominar el oleaje y<br />

sobresalir de él, alzándose vencedora cuando la tempestad<br />

amaine y las ondas vengan a acariciar su base; pero...<br />

cuidado. Erizada, arisca, agresiva, guardándose con las<br />

numerosas puntas que la forman, como escuadrón cerrado<br />

de lanzas apretadas, la ortiga, las ortigas; lo ancestral<br />

galaico, tenacidad, ironía hiriente, introspección, voluntad<br />

decidida a conseguir el proyecto forjado en la profunda<br />

elaboración del espíritu cuando se reconcentra.<br />

Esta condición trasplantada de la lejana comarca se<br />

hará, ya bajo la embriaguez del sol de Levante, violencia<br />

y audacia, «roca del mar», «faxchard», que es nombre<br />

dado a esta estirpe gallega por los. moros de la tierra murciana.<br />

Los <strong>Fajardo</strong>s son de Murcia.


^, 62 -<br />

Paulatinamente, en una serie de avances donde se<br />

mezclan la habilidad y el arrojo, pretenden que Murcia<br />

sea suya: «...yo. Señor, peleé con la gente de la casa dfe<br />

Granada... por. cuya causa están los moros en el trabajo<br />

que vuestra señoi'ía sabe. Yo, señor, combatí a Lorca y<br />

la entré por la fuerza de las armas y la gané y tuve...<br />

yo gané, Señor, Mojácar, donde se hicieron tan grandes<br />

hechos de armas que las calles corrían sangre... yo descerqué<br />

el castillo de Cartagena que vos tenían en toda<br />

perdición... Miémbrese vuestra señoría de mi abuelo y<br />

seis hijos y nietos, .que hemos vencido diez y ocho batallas<br />

campales de moros y ganado trece villas y castillos...»<br />

(11). Murcia, Caravaca, Cartagena, Lorca, Abanilla,<br />

Ricote, Albudeite, Blanca, Cieza, Librilla, Muía,<br />

Molina, Alhama, Tirieza, Tol;)arra. Letur,. Socovos, los<br />

dos Vélez, Xiquena..., ciudades, villas y lugares que forman<br />

el señorío de los <strong>Fajardo</strong>s, unas veces por concesión<br />

real, oU'as por fuero de las armas.<br />

Y, entre' todos los de su nombre, «<strong>Fajardo</strong>, heroico<br />

por excelencia, el que tuvo la fortuna de • ser enaltecido<br />

no solamente por la historia sino por la musa épica del<br />

pueblo castellano...' Alonso <strong>Fajardo</strong>, alcaide de Lorca,<br />

glorioso vencedor de la morisma en la batalla de los Alporchones»<br />

(12).


III<br />

EL BRAZO ARMADO<br />

— 63 -<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> se presenta en la escena histórica<br />

en medio del ambiente riiás apropiado a su papel de<br />

protagonista, al* ser armado caballero. <strong>El</strong> es el guerrero<br />

por excelencia; lo primero, empuñar las armas. En adelante<br />

lo que le va a valer es la fuerza de su -brazo.<br />

En vida de su tío, Alonso Yáñez <strong>Fajardo</strong>, se querella<br />

ante el Concejo porque le había cautivado a su •<br />

criado Mohamed- Carnos, la mujer y los hijos; en la<br />

protesta, <strong>Fajardo</strong> comienza ya a ofrecer pruebas de la<br />

arrogancia que caracterizará su estilo epistolar: «...las<br />

cosas que no son razón no se deben pasar ni se deben<br />

sufrir» (1).<br />

Muerto el Adelantado, le sucedió su hijo Pedro<br />

<strong>Fajardo</strong>, tutelado por doña María de Quesada, sii madre,<br />

quienes al correr del tiempo se iban a adscribir a uno<br />

de los varios partidos en pugna en el reinado de Juan 11,<br />

junto al Obispo Comontes y otros caballeros amigos, en<br />

contra de la opinión del municipio, lo que dio lugar a<br />

diversas cuestiones entre las dos potencias, de las que<br />

se derivaron sangrientas esciU'amuzas, en las cuales Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> estuvo al lado del Cabildo.<br />

Sirviéronle tales disensiones para adquirir poder a<br />

costa de su primo, con el que hasta que fué vencido<br />

había de batallar por todo el Reino de Murcia, excepto<br />

contadas treguas, más bien impuestas por la amenaza<br />

próxima de los moros que por impulsos de cordialidad<br />

entre ellos. Veinte años de la historia local se llenan de<br />

las discordias a que dio lugar la pugna personal de los<br />

dos primos.<br />

Alonso, de más edad que Pedro y acaso más arrojado,<br />

se consideraba con derechos suficientes para ostentar<br />

el Adelantamiento, y puesto que no pudo estar in-


— 64 —<br />

vestido de su autoridad, quiso poseerla de hecho. Por<br />

línea primogénita correspondía al padre de Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

ser Adelantado, ya que era el primer hijo de primeras<br />

nupcias; pero se le concedió al padre de Pedro<br />

<strong>Fajardo</strong>, primogénito del segundo matrimonio del abuelo<br />

de ambos.<br />

En marzo de 1444 amenaza Alonso "<strong>Fajardo</strong> ocupar<br />

la ciudad de Murcia en compañía de otro de sus primos,<br />

Mosén Diego <strong>Fajardo</strong>, que tenía apostada su gente en<br />

Lorquí. <strong>El</strong> Municipio realiza con premura cuantas gestiones<br />

puede para evitarlo y consigue que se firme una<br />

concordia entre el Adelantado y su madre de una parte<br />

y Alonso v Diego <strong>Fajardo</strong> de otra, la cual, al cabo de<br />

penosa gestación y después de distintos intentos para<br />

retractarse unos y otros, es jurada.a principios de abril<br />

y firmada, gracias a la .habilidad de los regidores Pedro<br />

Bernal y Juan Alfonso Cáscales, por Cartagena, Murcia<br />

y Lorca el 27 de mayo de 1444 (2). •<br />

Este seguro lo ratifica el infante don Enrique por<br />

carta dada en Córdoba el 12 de junio del mismo año (3),<br />

en la que garantiza la abstención de hostilidades por su<br />

parte y la de sus partidarios, y designados plenipotenciarios<br />

que ejecuten dicha garantía y devuelvan al Adelantado<br />

sus posesiones de Murcia, la fortaleza y el uso del<br />

Adelantamiento,' para no interrumpir la merced que<br />

Juan II le hiciera al morir su padre. De esta carta se<br />

desprende que Pedro <strong>Fajardo</strong>, su madre y sus parciales<br />

habían huido de dicha ciudad bajo la amenaza de Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong>.<br />

Al mes el pacto estaba roto. <strong>Fajardo</strong> escribe desde<br />

Lorca para defenderse de la acusación de haberse apoderado<br />

de unas caballerías de cierto vecino de Murcia<br />

que las tenía en Alhama, donde llegaron sus secuaces<br />

para cobrar antiguas deudas de los del lugar y Librilla,<br />

que anteriormente les habían robado a ellos ganado y<br />

otros enseres. Aprovecha esta ocasión para reconvenir


— 65 —<br />

al municipio, murciano por la prisión de sus centinelas<br />

de Lorca. <strong>Fajardo</strong> se muestra bien dispuesto a devolver<br />

lo sustraído, aunque sometiéndolo a tantas declaraciones<br />

y formalidades, que más parecen argucias para no restituir<br />

(4).<br />

.Alonso <strong>Fajardo</strong> quiere ser omnímodo en sus Estados.<br />

Si autoriza la estancia de cualquier género de personas,<br />

moros o judíos, quedan bajo su custodia y nadie<br />

puede ofenderlos. <strong>El</strong> oriolano Juan de Villafranca salteó<br />

en término de Lorca a varios y fulminantemente las gentes<br />

del alcaide se apoderaron de unos prisioneros de<br />

Orihuela, lo cual da ocasión a nuevas intervenciones del<br />

Cabildo y más cartas y gestiones (5).<br />

Con abrumadora monotonía se repiten estos actos,<br />

últimas consecuencias de una concepción de la sociedad,<br />

ya periclitada. Ni los individuos libres quieren someterse<br />

a la tiranía de los nobles, ni éstos, entre sí, se consienten<br />

menoscabos de la autoridad que ejercían en sus dominios.<br />

Por consiguiente, la fuerza ha de dirimir las continuas<br />

querellas que el deseo de imponerse y la resistencia frente<br />

al mismo originan, complicándose con innúmeros pleitos<br />

de jurisdicción, donde, a la postre, son los pacíficos moradores<br />

de villas y lugares, o sus enseres y ganados, quienes<br />

sufren. Han de servir de rehenes canjeables cuando<br />

se apacigüen, transitoriamente, las batallas, «...hombres<br />

de caballo de Vélez Blanco en Campo Coy robaron a<br />

vecinos de esta villa un caballo ensillado y enfrenado y<br />

un .asno y una capa nueva y una lanza o vara estrecha<br />

V siete libras de seda y ciertos maravedís. Por esta razón<br />

me moví a ir a Vélez Blanco y traje parte del ganado<br />

que fué tomado a Diego Mellado y otro cierto ganado<br />

con dos moros. Lo cual es puesto en secuestración para<br />

hasta ver la deliberación de los hechos», escribe Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> el 22 de septiembre de 1445 (6).<br />

No permite que ninguno de sus parciales permanezca<br />

en manos de su contrario, ya que «si Pedro <strong>Fajardo</strong>


— 66 —<br />

mi primo estuviese en mi poder yo lo daría por un escudero<br />

mío», expresión que significa el aprecio con que<br />

trataba a todos sus seguidores.<br />

• La prisión de Diego Mellado por los secuaces del<br />

Adelantado le mueve a escribir al Concejo de Murcia<br />

hasta cuatro cartas, desde agosto a octubre de 1445. En<br />

la primera (26 de agosto) (7) se lamenta de su cautiverio,<br />

«que os certifico que por venganza suya [del^Adelantado<br />

y su madre) está bien aparejado de se extender el fuego<br />

más adelante donde está», y anuncia su propósito de<br />

cometer toda clase de desmanes hasta conseguir libertarlo.<br />

En 22 de septiembre (8) ofrece un canje de prisioneros:<br />

«...yo tengo por Diego MfUado, a Rivadelíosa y<br />

a Ramón Ponce y a Balazote que son sobrinos de Pedro<br />

Iñíguez y a cinco moros de Vélez Blanco, que son' todos<br />

ocho. Yo los soltaré por el dicho Diego Mellado que<br />

según la verdad es grande de los que me siguen es razón<br />

que por Diego Mellado se den ocho y por Tudela<br />

y por Abrahán el judío y Martín Gómez que .tienen en<br />

Vélez y Librilla yo daré al Casero de Alhama y a su hija<br />

de esta villa, y hija de Gil Pérez y dos hijos de esta -villa<br />

y á Calatayud y a Pedro de Santo Domingo y éstos son<br />

siete por tres míos».<br />

Por último, a 6 de octubre (9), ya no es Alonso <strong>Fajardo</strong>,<br />

sino el municipio de Lorca quien ruega al de<br />

Murcia la libertad de Diego Mellado, y por fin de muy<br />

diversos razonamientos, acaba su carta así: «...en cargo<br />

de vuestras almas vaya el mal y daño que nuestra tierra<br />

tiene de acá por vuestra causa, que no os' lo podemos<br />

escribir por menudo como os diría el mensajero vuestro,<br />

ca Alonso <strong>Fajardo</strong> nos da tantas razones y tan justas de<br />

los quebrantamientos que si son hechos, que no podemos<br />

huir de ellos, porque se habrán de hacer hechos muy<br />

dañosos a todas partes». . •<br />

Aún, el 10 del mismo mes (10), Alonso <strong>Fajardo</strong> insiste,<br />

unidas la acción y la palabra: «...yo he sacado de


los suyos de Albox treinta cautivos y he enviado pors^^^~2_<br />

Pedro de Santo Domingo y Juan de Calatayud los cuales ^^^'^<br />

le enviaré, paréceme que por satisfacer vuestra fé deva<br />

ser contento, por Diego Mellado...».<br />

Como se ve. <strong>Fajardo</strong>, que tan elevada idea tiene de<br />

los suyos, procura, por todos los medios imaginables, y<br />

aun a costa de difíciles, empresas, su rescate, incluso superando<br />

extraordinariamente la proporción de los rehenes,<br />

que cambia primero ocho y más tarde treinta y dos<br />

por sólo Diego Mellado,' rehenes que ha de procurarse,<br />

conio los prisioneros de Albox, en una escaramuza. Nos<br />

hemos detenido en la exposición del episodio para poner<br />

de relieve la tenaz protección que Alonso. <strong>Fajardo</strong> dispensaba<br />

en todo momento a sus parciales, de los cuales<br />

no todos sabrían guardarle la -lealtad debida en los<br />

momentos difíciles.<br />

<strong>Fajardo</strong> va a Orihuela y secuestra unos cautivos (11);<br />

los de Mosén Diego arrasan el lugar de Fortuna, según<br />

las quejas que la esposa de Ferrand Sánchez Manuel articula<br />

en el Concejo de Murcia él 7 de agosto de 1445 (12),<br />

y, pocos días después, el regidor Sancho González de<br />

Arróniz denuncia los daiios y robos que hacen los partidarios<br />

del alcaide lorquino (13).<br />

Seguía- Alonso <strong>Fajardo</strong>, como todos los de su familia,<br />

excepto la rama del Adelantado —ya queda . insinuado—,<br />

el partido de los Infantes de Aragón, según<br />

confiesa al escribir: «...yo era del Rey de Navarra» (14),<br />

con quien estuvo cuando en 1443 rondaba él Reino de<br />

Murcia (15).<br />

Al venir a éste su hermano el Maestre de Santiago,<br />

después de la frustrada batalla de Pampliega, perseguido<br />

por el príncipe don Enrique, el Condestable y don Juan<br />

Pacheco, supo que éstos se encontraban en Hellín y,<br />

según Zurita (16), reunió toda su gente, unos quince mil<br />

de a caballo y de a pie, de Lorca, Valencia, Orihuela y<br />

Val de Ricote,. y cercó por espacio de veinte días la


— 68 —<br />

ciudad de Murcia, cuya rendición creía fácil por el pacto<br />

existente con Sancho González de Arróniz, comprometido<br />

a abrirle una de las puertas.<br />

Resistió' en la ciudad el corregidor, Alonso Diez de<br />

Montalvo, con sus vecinos y gentes armadas del Adelantado;<br />

durante el sitio, entré el Príncipe y los cercados<br />

hubo intentos de comunicación mediante el recíproco<br />

envío de mensajeros. Uno de ellos debió ser Fernando<br />

Ortiz, a quien apresaron las gentes de Diego <strong>Fajardo</strong> y<br />

lo entregaron al -alcaide lorquiho, en cuyo campamento<br />

fué muy mal. tratado; pero logró escapar. Doña . María<br />

de Quesada comunica al Concejo (17) que dicho Fernando<br />

Ortiz había podido averiguar un acuerdo de los de<br />

<strong>Fajardo</strong> para apresar a todos los mensajeros del Príncipe<br />

o del Rey, conducirlos a Almería y entregarlos a<br />

los moros, quienes los internarían en Berbería, de donde<br />

no se supiera más de ellos.<br />

Levantaron el cerco de Murcia los del Infante, advertidos<br />

de la proximidad del Príncipe con un gran<br />

ejército, que aumentaba cada día (18), y se encaminaron<br />

a Lorca, donde los acogió Alonso 5'ajardo, haciendo<br />

entrega de las llaves de la fortaleza al Maestre. <strong>El</strong> día 20<br />

de octubre el Príncipe y don Juan Pacheco inician el<br />

asedio de Lorca y piden al Concejo de Murcia el envío<br />

de vituallas para sus tropas (19); el día 22 se unen a<br />

los sitiadores gentes de armas de la última con el pendón<br />

de la ciudad (20); al real llegaba trigo, cebada y vino<br />

que remitían desde Murcia, Cieza y Ricote.<br />

Pero «por el tiempo ser de ynvierno y por la tierra<br />

no poder sofrir gente gruesa» (21), decidió el Príncipe<br />

tornar a Murcia, y confió la empresa a Juan Carrillo,<br />

Adelantado de Cazórla, v a su hermano, Payo de Ribera.<br />

o Habíale rogado el Concejo que no dejase por capitán<br />

a Rodrigo Iv|anrique, sospechoso de parcialidad a favor<br />

del Infante. También procuró el Cabildo la cooperación<br />

del Adelantado, por medio de un pacto en el que éste


— 69 —<br />

se obliga a defender Murcia de los ataques del Infante,<br />

Mosén Diego y Alonso <strong>Fajardo</strong> (22).<br />

Ido el Príncipe, consiguen fácilmente, los de Lorca,<br />

que lo habían obligado a levantar el sitio, dispersar el<br />

resto de su ejército, que se retiró a Hellín, donde fiíé<br />

a requerirlo para que se incorporase a Murcia el regidor<br />

Juan de Resalte, porque se temía un nuevo ataque de<br />

los del Infante, que había exigido la devolución del botín<br />

apresado durante el cerco anterior, por carta que presentó<br />

el 4 de diciembre su escudero Fernando de Jerez (23).<br />

La Reina de Aragón envió al Obispo de Lérida al<br />

Infante, con una.carta dirigida a apaciguar los debates.<br />

Logró el prelado su objeto y pudo entregar al Concejo<br />

murciano otra del Infante, firmada además por Alonso<br />

y Diego <strong>Fajardo</strong>, García de Heredia, Comendador de<br />

Rrcóte y Antón de Hojeda, dando tregua entre el Ade-'<br />

lantado v lugares de él.y las ciudades del Infante y sus<br />

partidarios, Lorca, Aledo, Caravaca, Moratalla, Cehegín,<br />

Abanilla, lugares del Val de Ricote, Lorquí, Ceutí, Alcalá,<br />

Puebla de Don Gonzalo <strong>Fajardo</strong> y Pliego, lugar<br />

de la encomienda de Aledo, con la reserva de anular<br />

dicha concordia, pasados diez días de haberlo comunicado<br />

al gobernador de Orihuela (24).<br />

Juntaron de nuevo su gente Alonso y Diego <strong>Fajardo</strong><br />

con propósitos de asaltar Murcia: el Municipio lo comunicó<br />

al Monarca e hizo poner vigías en el Puerto de<br />

la Cadena (25).<br />

Los regidores temían la venida del infante don Enrique;<br />

tanto es así, que aún escribirían una vez más a<br />

Juan II denunciando su presencia en Valencia, con ánimos<br />

de venir contra Murcia, el 5 de junio, casi al mes<br />

de la batalla de Olmedo, donde aquél fué herido con<br />

tan mala fortuna, que de resultas perdió la vida (26). Su<br />

óbito fué conocido del Cabildo de Murcia, que en su<br />

carta a Lorca de 21 del mismo mes ya lo menciona como<br />

fallecido.


— 70 —<br />

Las parcialidades y diferencias entre Juan II y los<br />

Infantes no acabaron con la muerte de don Enrique, a<br />

pesar de que sus dos hermanos ocupaban sendos tronos,<br />

y el Rey de NavaiTa se mueve contra Murcia (27), por<br />

lo que el Soberano de Castilla adopta diferentes medidas<br />

de previsión y envía sus capitanes (28).<br />

. Entre los años 1447 y 1449, según Zurita (29), Salazar<br />

y Castro (30) y otros se recrudecieron en el Reino<br />

de Murcia los bandos y parcialidades. <strong>El</strong> Adelantado y<br />

su gente defendían la del Condestable cohonestada con<br />

el servicio del Rey, mienü-as que la ciudad de Murcia,<br />

Lorca y otras, con la ayuda de Alonso y Diego <strong>Fajardo</strong><br />

y otros caballeros, a los que posteriormente se unirían<br />

el caudillo árabe Alabez y el alcaide Omir con sus<br />

moros, tomó la de los Reyes de Aragón y Navarra, representados<br />

por Rodrigo Manrique, que había comenzado<br />

a apoderarse de diferentes, fortalezas del Reino de<br />

Murcia v del Maestrazgo de Santiago.<br />

Reunió el navarro un fuerte ejército para entrar en<br />

Murcia, del que parte lo hizo, con Alonso <strong>Fajardo</strong> y<br />

Rodrigo Manrique, llamados por la ciudad, según manifestaciones<br />

del regidor Sancho González de Arróniz (31),<br />

de las que se deduce que lo fueron ante la amenaza del<br />

Adelantado y los suyos, acampados en Molina. .<br />

<strong>El</strong> 26 de abril, se firmó una concordia que ponía<br />

término por veinte días a estas disensiones, sobreseídas<br />

.finalmente, tanto por el desistimiento de Rodrigo Manrique,<br />

que se conformó con el condado de Paredes,.<br />

cuanto por la boda del Adelantado Pedro <strong>Fajardo</strong> con<br />

su hija. .<br />

Según Zurita, en este tiempo se enajenó la ciudad<br />

de Cartagena del Adelantamiento. Su alcaide, Juan de<br />

Castro, acudió a tratar con Alonso <strong>Fajardo</strong> (32), quien<br />

para resolver de acuerdo con Murcia, que había tenido<br />

noticias de la llegada de Juan de Castro y se había prevenido<br />

(33), envió un mensajero, al que no dio oídos


— 71 —<br />

la ciudad, por haber confirmado la posesión de Cartagena<br />

en la persona de. Pedro <strong>Fajardo</strong> (34). Sin duda se<br />

la rescataron, pues Juan II agradece su toma a Murcia<br />

en una carta posterior (35).<br />

En la contestación del Cabildo de Murcia a Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> se consigna textualmente: «otrosí al otro capítulo<br />

que dice que Rodrigo Manrique sea en breve en esta<br />

tierra y que se trata ciertos casamientos y líos, decimos<br />

a esto que nos parece que este no es camino de bien vivir<br />

ni pacificar la tierra, lo cual cumpliría y cumple al servicio<br />

de Dios y del Rey nuestro señor y a bien de ambas<br />

dos partes que estuviese pacificada "y sosegada; pero pues<br />

vosotros sois dicientes y entendidos, hacer cerca de esto<br />

lo que entendiereis que os cumpliere». <strong>El</strong> alcaide de<br />

Lorca había aludido a la boda entre el Adelantado y la<br />

hija de Rodrigo Manrique, medio por el que iban a acabarse<br />

las banderías políticas en el Reino de Murcia.


— 72 —<br />

IV<br />

L A N Z A EN RISTRE<br />

<strong>El</strong> 18 de marzo de 1445 permitió Juan II a Murcia<br />

asentar treguas con Alonso <strong>Fajardo</strong>, siempre que éste<br />

no lo combatiera, porque había tenido que retirar de<br />

aquel Reino a sus capitanes para que le auxiliaran en<br />

la lucha que libraba con los Infantes de Aragón (I).<br />

,Las escaramuzas habituales entre el Adelantado y<br />

el Alcaide de Lorca sobresaltan la paz pública, hasta que<br />

en agosto, el segundo manda pregonar una tregua y<br />

acepta el envío de plenipotenciarios para concordarse con<br />

su enemigo (2), documento que presentaron firmado al<br />

Concejo da Murcia los regidores Pedro Caries, «el Mozo»,<br />

y Juan Pérez de Valladólid.<br />

Muy pocos días después. <strong>Fajardo</strong> se queja de que<br />

Pedro Iñíguez, Alcaide de Vélez, había puesto preso a<br />

Diego Mellado, episodio eludido en el capítulo precedente<br />

(3).<br />

Por una acusación de malversación de fondos contra<br />

el Corregidor (4), acerca de la cual el Municipio escribió<br />

al Monarca para informarlo con exactitud, se inician las<br />

luchas entre Murcia v el Adelantado.<br />

Terció en ellas el Deán, Diego de Comontes, elevado<br />

a la sede prelaticia de Cartagena a comienzos del<br />

año 1446, con la oposición del Concejo, que lo recusaba<br />

por ser amigo de Pedro <strong>Fajardo</strong> (5), negándose a admitirlo<br />

en Murcia, capital de la Diócesis, las diferentes<br />

veces que intentó posesionarse (6).<br />

Desde Molina, donde se establecieron, doña María<br />

de Quesada y sus partidarios inferían notables daños a<br />

los transeúntes (7), por lo que, al acabar el año, los de<br />

Murcia se dirigieron contra ellos, aunque sin éxito, a<br />

pesar de la ayuda que les prestó Lorca (8).


^ 73 —<br />

Continuando estas pajcialidades,. de Cartagena protestan<br />

porque los ofendían la guarnición del castillo,<br />

afecta al Adelantado; protesta que, por su parte, hacen<br />

también de sus términos los de Librilla, Alhama, Molina<br />

y Alguazas. La marea contra Pedro Fajai-do se extiende<br />

y crece, deparando a Alonso la coyuntura propicia para<br />

alzarse con el mando del Reino de Murcia.<br />

Lá ciudad expulsa a los parciales de doña María (9)<br />

y pide a Alonso <strong>Fajardo</strong> cuarenta de sus caballeros para<br />

defenderla (10).<br />

Sucesivamente acuden en los primeros meses del<br />

año 1448 Alonso <strong>Fajardo</strong>, Garci Manrique, su yerno, Gómez<br />

<strong>Fajardo</strong>, su hijo, su primo Diego <strong>Fajardo</strong>, Alonso<br />

Enríquez, Sancho González de Arróniz y Gabriel Manrique,<br />

esperándose la llegada de refuerzos, que enviaría<br />

el Rey de Navarra, por las fronteras de Aragón y parte<br />

de Orihuela, al mando del gobernador de Játiva, Jaime<br />

de Malfent (11). Uniéronseles los adalides moros, Adilvar,<br />

Abenazarrache y el Alcaide Monfárrez (12), a quienes el<br />

Concejo regaló con largueza; dándoles cien gallinas, cien<br />

perdices, veinte cahices de cebada y cinco.de trigo.<br />

Con doña María de Quesada estaban, en Molina,<br />

además del Adelantado, su hijo, el mariscal Diego Fernández<br />

de Córdoba, el Obispo, Diego Comentes," Fernando<br />

de Castjo, señor de Castroverde y Alonso de Zayas.<br />

Acaso el equilibrio de las fuerzas impidió que se<br />

trabara una batalla importante para decidir la situación,<br />

limitándose unos y otros a reducidas aunque sangrientas<br />

escaramuzas, .que debieron acabar en virtud de la tregua<br />

estipulada en el mes de abril con la intervención de<br />

Rodrigo Manrique, anteriormente expuesta; pero que no<br />

terminaron hasta el día 29 de diciembre, en que se otorgó<br />

un instrumento público de paz entre doña María de<br />

Quesada v sus parciales con la ciudad de Murcia, merced<br />

a la mediación del propio Alonso <strong>Fajardo</strong>, según una<br />

carta de doña María, en' la que llama a éste «amigo mío


— 74 —<br />

al cual yo tuve en. lugar de Hijo», y pide que se olvide<br />

lo pasado (13).<br />

No estaba ajeno el Reino de Murcia a las luchas que<br />

en la corte sostenían a la sazón el Rey y su hijo, quien,<br />

según una advertencia de <strong>Fajardo</strong> al Concejo, intentaba<br />

coaligarse con el Rey de Granada en consecución de sus<br />

propósitos de rebeldía; y para evitar los estragos que<br />

dicha alianza pudiera ocasionar en Murcia, propuso el<br />

envío de un mensajero para que pactase con el Monarca<br />

granadino, lo que pareció bien al Municipio, designándose<br />

para esta misión al regidor Alfonso de Lorca (1.4).<br />

La diligencia mostrada por. <strong>Fajardo</strong> para conjurar<br />

la amenaza de los moros unidos al Príncipe don Enrique<br />

contra Castilla, dio ocasión a Juan 11 para hacerle merced<br />

del nombramiento de capitán de Murcia y encargarle<br />

la guarda de esta ciudad, cuy© Alcázar, fortificaciones y<br />

arsenales le fueron entregados (15). Confirió el Monarca<br />

a <strong>Fajardo</strong> un perdón general para todos los habitantes<br />

de aquella que comprendía los delitos cometidos durante<br />

los últimos veinte años (16). Alonso <strong>Fajardo</strong>, ocupado<br />

en otros asuntos, no pudo, permanecer mucho tiempo en<br />

esta encomienda, traspasándola, previo poder del Monarca,<br />

a los regidores Pedro Calvillo y Sancho Dávalos (17).<br />

Claro es que la proximidad de una invasión musulmana<br />

en Castilla para apoyar las. pretensiones del Príncipe<br />

decidió a Juan II, que no podía fiar mucho del .<br />

Adelantado por su convivencia con aquél, a poner en<br />

manos del Alcaide de Lorca la seguridad de Murcia.<br />

Más tarde, el Monarca encargaría conjuntamente a Alonso<br />

y Pedro <strong>Fajardo</strong> y al Obispo Comontes igual negocio<br />

(18), tutela enojosa que los dos primeros se negaron<br />

a aceptar del Rey, aunque la recibieron del Concejo, que,<br />

de su.propio foero, los hizo responsables de la libertad<br />

de Murcia.<br />

Habían hecho las paces, entre tanto, Murcia y Molina,<br />

confií-mándose solemnemente por ambos primos la


- 75 -|\<br />

V<br />

concordia, que juraron el 13 de junio de 1450, haciendo<br />

pleito homenaje de cumplirla en manos de Mosén Mendo<br />

de Quesada (19).<br />

Los méritos contraídos por <strong>Fajardo</strong> movieron al municipio<br />

de Murcia a solicitar del Monarca su nombramiento<br />

de regidor, no obstante estar completo el número<br />

de los misijios (20), a lo que accedió Juan II por su<br />

carta de 12 de^ julio (21), nombrándolo con carácter extraordinario,<br />

por «los grandes servicios que de pocos días<br />

acá» le tenían hechos. Tomó posesión del cargo Pedro<br />

de Aviles, en nombre de Alonso <strong>Fajardo</strong>, prestando por<br />

él los juramentos acostumbrados (22). Le concedió también<br />

Juan II las villas de Xiquena y Tirieza (23).<br />

Iniciase ahora una época de amistad entre Alonso<br />

y Pedro <strong>Fajardo</strong>, a quienes en diferentes ocasiones se<br />

ve juntos por distintos lugares del Reino, Socovo.s, Lorca<br />

y Marquesado de Villena. Los obsequiaba el Concejo,<br />

enviándoles provisiones; por cierto que el despensero de<br />

Alonso se negó a restituir los cueros del vino (24).<br />

No sería larga,, sin embargo, la concordia. Ya en<br />

enero de 1451 el Municipio de Murcia tiene que escribir<br />

al Alcaide de Lorca para que, se conforme con el Adelantado<br />

ante la amenaza de la morisma (25).<br />

En mayo comunica el Concejo al Rey ciertas cartasque<br />

había hecho poner en los cantones Alonso <strong>Fajardo</strong>,<br />

cíe quien temía un intento de asalto, en el que le acompañarían<br />

Sancho González de Arróniz y sus herriíanos,<br />

hijos y sobrinos (26). ' ' '<br />

Reúnese en octubre el municipio en la iglesia de<br />

Santa Catalina, escuchando un informe del corregidor<br />

Diego García de Villalobos, que había comprobado que<br />

en Cotillas se reunían gentes de Pedro Calvillo capitaneadas<br />

por Sancho González y que Alfonso Téllez, gobernador<br />

del Marquesado, se uniría a ellos con sus.huestes;<br />

contando también los confabulados con el auxilio<br />

de Alonso <strong>Fajardo</strong> y sus fuerzas de Lorca. Apercibióse


— 76 —<br />

a la gente de Murcia para que acudieran con sus caballos<br />

y armas al rebato de la campana de Santa Catalina, y envióse<br />

a Pedro Calvillo una embajada para intimarle a<br />

derramar su gente; no dio oídos aquél a los mensajeros,<br />

por lo cual el Concejo acordó escribirle, rogándole a él<br />

y a Alonso <strong>Fajardo</strong> no se confederasen con Sancho González<br />

ni los de su parte (27).<br />

La amenaza de <strong>Fajardo</strong> se cierne una vez más sobre<br />

Murcia, la cual escribe al Monarca y a Alfonso Téllez<br />

pa.rticipándole sus temores (28), y no confiando mucho<br />

en su protección, se dirige de nuevo al Alcaide de Loixa<br />

pidiéndole que desista de sus intentos (29).<br />

Respondió Alfonso Téllez negándose a venir a Murcia;<br />

pero incitaba al Corregidor a acudir a las eras de<br />

Alcantarilla para entrevistarse. No autorizó el Concejo<br />

este desplazamiento ni lo permitieron las circunstancias,<br />

ya que la carta de Téllez llegó a su destino después de<br />

la fecha señalada para la conversación. <strong>El</strong> Municipio dijo<br />

a Alonso Téllez que podía entrar en la ciudad, desarmado,<br />

por ser primo del marqués de V'illena, y si venía<br />

en son de paz le tributarían cuantos honores merecía,<br />

superiores incluso a los propios de su rango; pero que<br />

el Corregidor y los regidores no salían para evitarse fuerzas<br />

o engaños (30).<br />

No se fiaba el Corregidor de Téllez ni de <strong>Fajardo</strong>,<br />

que le acompañaba, los cuales, por su parte, apresaron<br />

diferentes vecinos del término'^ reclamados por los de<br />

Murcia en varias ocasiones, y retiráronse, por fin, a Albudeite,<br />

donde, en el domicilio provisional del gobernador<br />

del Marquesado fueron recibidos los emisarios del<br />

Concejo, quienes les exigieron la libertad de los referidos<br />

prisioneros, la devolución de Librilla al Adelantado y la<br />

de un botín o presa importante que habían conquistado<br />

en las anteriores escaramuzas al Comendador de Lorquí,<br />

de la Orden de Santiago, Ginés González (31).<br />

Respondió Alonso <strong>Fajardo</strong> a tales requerimientos


— 11 —<br />

otorgando de grado cuarenta días de tregua, a condición<br />

de que el Adelantado, su madre v el Obispo Comontes<br />

correspondieran en igual forma con Carayaca; se negó<br />

a restituir Librilla sin mandamiento del Monarca y puso<br />

diversos inconvenientes a la devolución de prisioneros,<br />

nacidos tanto de las dudas de su verdadera vecindad v,<br />

por tanto, de quién tenía jurisdicción sobre ellos, cuanto<br />

de su ignorancia de los hechos; pero advertía a la ciudad<br />

su incompetencia para mezclarse en tales sucesos,, ya que<br />

él, por fuero castrense, obraba según le parecía y no<br />

tenía que rendir cuentas a nadie. Dijo por'último que<br />

a Lorquí sólo fué uno de los suyos, mas debía valer por<br />

muchos, ya que lo que allí sustrajo —sesenta cahíces de<br />

trigo, treinta de cebada, veinte de habas, cuatro de panizo,<br />

doscientos quintales de higos y pasas, cincuenta<br />

pares de espuertas, cien esteras de esparto, una romana<br />

y seis cahíces de arroz, entre otras cosas—parece que<br />

sólo un hombre mal podría haberlo llevado.<br />

Insiste el Concejo en sus proposiciones, y aventura<br />

la idea de que el Adelantado, enojado por el despojo de<br />

Librilla, no quiera otorgar la tregua acordada (32). Reuniéronse<br />

al fin el Corregidor, el Adelantado y otros regidores<br />

para tratar este nuevo pacto (33); pero poco después<br />

Juan "II nombraba para aquel cargo a Diego de Ribera<br />

(a pesar de los deseos riíanifestados por el Concejo<br />

de que Villalobos no fuese sustituido) para averiguar los<br />

tumultos y procurar sosegarlos, como p'or Otra parte había<br />

ordenado a <strong>Fajardo</strong>, a quien también escribió (34)..<br />

<strong>El</strong> 15 de diciembre se personan en Murcia dos plenipotenciarios<br />

de <strong>Fajardo</strong> para obtener un acuerdo de<br />

todos los caballeros del Reino en previsión de'un próximo<br />

ataque de los moros, que hasta ahora han aparecido<br />

en paz con Murcia. Sin embargo, en el período a que<br />

nos venimos refiriendo, hubo escaramuzas y batallas de<br />

más o menos consecuencias.<br />

<strong>El</strong> 27 de noviembre de 1445 escribía doña María


— 78 —<br />

de Quesada al Concejo dándole cuenta del cerco puesto<br />

a Vélez Blanco por los moros y solicitando su auxilio '<br />

para recuperarlo, ya que aún permanecían en la fortaleza<br />

algunos,escuderos, con víveres y armas (35). Todos<br />

los que pudieron de la ciudad, al mando de Mosén Diego<br />

<strong>Fajardo</strong>, salieron en socorro del lugar atacado,- aunque<br />

regresaron desde Librilla, donde les llegó la noticia de<br />

la rendición del castillo. Ya anteriormente hubo de<br />

acudir Alonso <strong>Fajardo</strong> a sofocar otro intento de rebelión<br />

en el mismo pueblo, lo que consiguió con solas sus<br />

fuerzas, ya" que Mui'cia no pudo ayudarle mucho (36).<br />

Desde Caravaca, García Manrique, a su vez, hubo<br />

de perseguir a los moros que habían salteado en aquel<br />

término a unos vecinos de Murcia, recogiéndoles el botín<br />

y reintegrándolo a sus primitivos dueños en prueba de<br />

benevolencia (37). '<br />

No impidió la conquista de Vélez que ulteriormente<br />

se aliaran los moros con el Adelantado, cuando desde<br />

Molina, donde aquéllos llegaron el 8 de agosto de 1447,<br />

combatía contra Murcia (38).<br />

Este mismo año, aprovechando las discordias que<br />

dividían el Reino de Murcia, tomaron los de Granada<br />

ambos Vélez, Benamaurel, Benzalema y Arenasfi.o<br />

Ya en 1451, Alabez, caudillo de Vera, se quejó a<br />

<strong>Fajardo</strong> de los saqueos y prisiones que en su territorio<br />

llevaban a cabo las gentes del Adelantado, rogándole interpusiera<br />

su influencia para evitar la repetición de tales<br />

acometidas, que, de seguir, acarrearían un rompimiento<br />

de guerra (39).<br />

Cruzáronse con este motivo diversas cartas entre<br />

Lorca, Murcia y <strong>Fajardo</strong> (40), donde se va dibujando la<br />

inconstancia de los castellanos en guardar las treguas<br />

concertadas con sus enemigos, origen de las amenazas<br />

de éstos, cosa que siempre quiso evitar Alonso <strong>Fajardo</strong>,<br />

procurando prudentemente el cumplimiento de los pactos<br />

; y de otra el progresivo ensoberbecimiento de los


— 19 —<br />

moros, quienes dirigieron a los cristianos su última demanda,<br />

dándoles un corto plazo para responder y decidirse<br />

por la paz o por la guerra.<br />

<strong>Fajardo</strong>, entonces, convencido de que sólo las armas<br />

hablarían en el porvenir, se aplicó a coordinar todas las<br />

fuerzas del Reino de Murcia para oponerlas a la morisma,<br />

como más detalladamente se comenta en el capítulo<br />

que sigue, dedicado a exponer la gestación, desarrollo<br />

y triunfo final de los Alporchones, de que todos<br />

estos sucesos, amenazas y gestiones constituyen el prólogo.


— 80 —<br />

V •<br />

C A U D I L L A J E<br />

Allá en Granada la rica<br />

Instrumentos oí tocar,<br />

En la calle de Gómeles<br />

A la puerta de Abidbar,<br />

<strong>El</strong> cual es moro valiente<br />

Y muy fuerte capitán... (1)<br />

...y que, a la sazón, se disponía a saltear la campiña<br />

del fronterizo reino de Murcia, por, orden del Monarca<br />

granadino, Abenhozman.<br />

Apesadumbrada la morisma por las constantes pérdidas<br />

que le infligían los cristianos en sus frecuentes entradas<br />

de guerra, y juzgando favorable la coyuntura para<br />

tomarse el desquite, debido a las querellas de los castellanos,<br />

que hacía presumir que sólo iban a oponerle menguada<br />

resistencia, determinó coi'rer el sureste del Reino<br />

de Murcia, infiltrándose entre Lorca y el litoral, y avanzar<br />

en dirección al Mar Menor y término de Orihuela,<br />

con objeto de capturar provechoso botín y apoderarse<br />

de los castillos fronterizos.<br />

Confió la empresa Abenhozman a Abidbar,. soberbio<br />

capitán del linaje de los Gómeles, que se dispuso con<br />

entusiasmo a la campaña" ayudado por un nutrido contingente<br />

de caballeros moros, en especial de Málaga y<br />

de Ronda (2).<br />

Los Mazas, Abencerrajes, Zegríes, Gómeles y Alabcces<br />

se sumaron a la empresa, dirigidos por los alcaides<br />

de Guadix, Almería, Baza, Vera, Vélez Blanco, Vélez<br />

Rubio, CúUar, Huesear, Orce, Purchena, Xiquena, Tirieza,<br />

Caniles (3) y Castilleja (4).<br />

Concentrados el ejército en Vera, tuvieron una conferencia<br />

sus adalides para. planear la campaña. Eran mil


"HISTORIA<br />

doscientos de a caballo y seiscientos peones, &)inión seguida<br />

por Cánovas Cobeño (5), Hennosino ^),l£alazar<br />

y Castro (7), Cáscales —que lo refiere a las Capitulares<br />

del Concejo de Murcia (8)—y Alonso <strong>Fajardo</strong> f^, vencedor<br />

de la batalla: aunque otros creen que sg jimtaron<br />

mil quinientos de a pie y seiscientos caballera, opinión .<br />

que sustentaban Bleda (10), Mariana (11), la ^^amica de<br />

Juan II)> (12), Garihay (13), Moróte (14) y. Pérez de<br />

Hita (15). No tiene gran importancia la diferente proporción<br />

de caballeros y peonaje; más parece lógico que predominasen<br />

los primeros para una correría como la proyectada,<br />

y el testimonio de <strong>Fajardo</strong> debe tenerse como<br />

de mayor autoridad. Lo cierto es que, denu-o de lo general<br />

en la guerra contra moros de' aquella época, se<br />

trataba de un ejército considerable.<br />

Arengó Abidbar a la grey musulmana y ..entraron<br />

a Murcia por los campos de Pulpí, pasaron por el Puerto<br />

de los Peines, se corrieron a la marina en busca de Cartagena,<br />

arrasando los términos de Corvera y <strong>El</strong> Escobar,<br />

Campo-Nules y el Rincón de San Ginés, para alargarse<br />

hasta Pinatar, entre Orihuela y Murcia, punto más lejano<br />

que alcanzaron.<br />

Según de común se cree, comenzó la expedición el<br />

12 de marzo de 1452. Sospecha, no sin r^zón, .Cánovas<br />

Cobeño (16) que tamaña escaramuza y botín tan importante<br />

mal se pudieron hacer en tres o cinco días, desde<br />

el 12 ó 14 de marzo al 17, en que se dio la batalla.<br />

Como ésta tuvo lugar cuando regresaban los invasores<br />

de sus correrías, más lógico parece suponer que la<br />

fecha del 12 ó 14 sé refiera a la aparición de los moros<br />

en término de Lorca, de vuelta de su cabalgada.<br />

Los moros, orgullosos, habían decidido pasar por<br />

Lorca a banderas desplegadas y saquear su término, y<br />

se presentaron en la Rambla de la Viznaga.<br />

Anunciada la presencia del enemigo por las atalayas<br />

lorquinas, salió el ejército cristiano en busca de la mo-


~ 82 —<br />

risma, encontrándose en el lugar de los Alporchones, casi<br />

en la falda de las colinas llamadas Rincón de las Aguaderas.<br />

Cuando tuvieron gran presa<br />

' Hacia Vera vuelto se han,<br />

Y en llegando al Puntarrón<br />

Consejo tomado han<br />

Si pasarían por Lorca'<br />

O se irían por la mar.<br />

Alabes, como es valiente,<br />

Por Lorca quiere pasar... (17)<br />

Los ejércitos se han avistado.<br />

¿Qué pendones son aquellos<br />

Que están en el olivar?<br />

Lorca y Murcia son, señor,<br />

Lorca y Murcia' son no más<br />

Y el Comendador de Ale do,<br />

De valor muy singular... (18).<br />

A legua y media de Lorca se trabaron los contendientes,<br />

al pretender impedir la infantería mora que los<br />

cristianos atravesaran la Rambla de la Viznaga. Enardecidos<br />

éstos, no se detuvieron ante ningún obstáculo y<br />

herían y mataban a muchos moros.<br />

<strong>El</strong> ejército cristiano se dividía en cuatro cuerpos,<br />

mandados, respectivamente, por Alonso <strong>Fajardo</strong>, Garci<br />

Manrique, su yerno; Diego de Ribera, Corregidor de<br />

Murcia, v Alonso de Lissón, Comendador de Aledo.<br />

Lo formaban las gentes de Lorca y las que Garci<br />

Manrique había podido reclutar, con más de quinientos<br />

peones, setenta de a caballo y veinte jinetes suyos que


— 83 —<br />

había sacado de Murcia el Corregidor Diego de Ribera<br />

para responder a las apremiantes peticiones de Fajar^<br />

do (19), y quince peones y siete caballeros que trajo<br />

Alonso de Lissón. En suma, doscientos ochenta caballeros<br />

y un millar de peones.<br />

Las fuerzas enemigas, que conducían medio centenar<br />

de cautivos cristianos y unas cuarenta mil cabezas<br />

de ganado (20), estaban dirigidas por Abidbar, en unión<br />

de Almoradí, alcaide de Guadix; Malique-Alabez, de<br />

Alriiería: Aberihaziz, de Baza; Alabez-Malique, de Vera,<br />

y los demás sobredichos.<br />

Rehicieronse los moros hasta tres veces, sin duda<br />

animado^ por sus anteriores triunfos, con lo que la batalla<br />

tuvo su punto de indecisión. Comprendieron los caudillos<br />

cristianos que era preciso combatir a los adalides<br />

moros y^se lanzaron contra ellos. Diego de Lissón dio<br />

muerte a Abenhaziz, de Baza.<br />

Malique-Alabez, valeroso e indomable, reagrupaba<br />

su caballería y cargaba sobre los cristianos para' anular<br />

la ventaja conseguida por éstos al cruzar la Rambla. Los<br />

lorquinos, los Paredes, Moraras, Quiñoneros, etc., no retrocedían,<br />

sin embargo. Lanzóse Alonso <strong>Fajardo</strong> sobre<br />

Malique-Alabez, que lo esperaba sereno, y embotó en su<br />

coraza la lanza, a lo que le respondió el moro amagándole<br />

con su alfange; pero el Alcaide lorquino lo asió<br />

con la mano izquierda y lo derribó de la cabalgadura,<br />

entregándolo, preso a los suyos. '<br />

La Ijatalla se había decidido. La morisma, privada<br />

del aliento de este feroz adalid, retrocedió en desorden<br />

para ampararse en el Puntarrón y salir hacia Granada por<br />

la Sierra de las Aguaderas, no sin que los cristianos los<br />

persiguiesen hasta las Fuentes de Pulpí.<br />

Tornaron a Granada sólo trescientos de los que salieron,<br />

convertida en amarga derrota la que se prometía<br />

lisonjera victoria, y «murieron ochocientos caballeros<br />

moros y entre ellos nueve caudillos y fueron presos cua-


— 84 —<br />

trecientos moros, de que la casa de Granada se destruyó»<br />

(21). Los alcaides de Baza, Vera, Vélez Blanco, Vélez<br />

Rubio, Almería, Orce, Huesear, Ciillar y Alabez, fueron<br />

muertos. <strong>El</strong> Rey de Granada haría pagar con la última<br />

pena a Abidbar su malaventura en la empresa para que<br />

«ya que no había sabido morir como bueno en la lid,<br />

muriera como un cobarde en la prisión» (22).<br />

Los cristianos tuvieron cuarenta muertos y doscientos<br />

heridos. Parte de los cautivos que llevaban los moros<br />

fueron alanceados por éstos al ver su pérdida y mataron<br />

taríibién el ganado.<br />

Malique-alabez, conducido a Lorca, dio pruebas de<br />

soberbia al negarse a entrar en la ciudad como no fuese<br />

por la puerta prinjcipal, lo que exasperó a los soldados<br />

que le llevaban prisionero y le dieron muerte en las<br />

afueras de ella.<br />

Con una rotunda victoria de las armas cristianas,<br />

que alejaría por mucho tiempo la amenaza de la morisma<br />

del Reino de Murcia, terminó la batalla de los Alporchones,<br />

si importante, no tanto como para enjuiciarla<br />

como


. _ 85 —<br />

Alporchones: «peleasteis con la casa de Granada y la<br />

vencisteis y desbaratasteis», dice la concesión.<br />

A principios de marzo debieron pasar los granadinos<br />

a las tierras de Murcia, según parece deducirse de una<br />

carta fechada a. 3 de dicho mes (25), por la que Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> avisa al Concejo de Murcia que, según otra que<br />

él había recibido y acompañaba, «los enemigos de la £e<br />

serán presto en esta tierra», y los exhorta para que pongan<br />

«guardas..., para que viendo las señales según están<br />

ordenadas deis orden como todos seamos juntos y placerá<br />

al Señor Dios que vosotros y nosotros ganemos honra<br />

con ello. Otrosí


— 86 -^ •<br />

de Murcia: «bien sabéis, señores, que en estos días pasados,<br />

por vosotros nos fué siempre dicho y dado á entender<br />

que nos hiciéramos guerra a los moros, enemigos<br />

de la santa fe católica, y que vos ayudaríais a la hacer,<br />

porque era gran servicio de Dios, y del Rey nuestro»<br />

Señor," y gran pro y honra de toda esta tierra... Y después,<br />

por servicio del Rey nuestro señor, acatando alguYios<br />

debates que entre los caballeros del Reino de .Murcia<br />

eran, y los cuales cesarían haciéndose la dicha guerra,<br />

y seríamos todos una cosa para contra los enemigos de<br />

la fe...^ Y por vosotros, señores, es prometido y- jurado<br />

de nos dar, para ayuda de la dicha guerra, y estar de<br />

continuo en esta ciudad, treinta de a caballo; vos el dicho<br />

Concejo, diez; y el señor Adelantado, otros diez; y el<br />

señor Obispo, otros diez, los cuales hasta aquí no han<br />

venido y porque nosotros esperamos que los moros vengan<br />

en breve sobre esta ciudad a hacer un gran daño<br />

en ella, para lo cual están juntos... haciéndolo haréis lo<br />

que debéis; de otra guisa^ protestamos que, si algún<br />

deservicio al Rey, nuestro señor, por esta causa viniera...<br />

que Su Alteza se torne contra vosotros» (27).<br />

<strong>El</strong> tratado a que alude la carta de Lorca es la concordia<br />

firmada en esta ciudad, del 15 al 21 de diciembre<br />

del año anteiñor (1451), entre el Concejo murciano, el<br />

Adelantado y el Obispo, por una parte, y Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

y el Municipio lorqiiino, por otra; en virtud de<br />

cuyas estipulaciones se coniprometían todos a cesar en<br />

sus querellas y unirse en la lucha contra los moros.<br />

Se concluyeron dichos tratos a instancia de Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong>, que los provocó, enviando a Murcia el 15 de<br />

diciembre a Pedro de Villanueva y Fernando de Gamarra,<br />

plenipotenciarios suyos, con una carta en que requería<br />

a los murcianos que «fueran todos juntos para<br />

luchar contra los enemigos.de la fe y del Rey».<br />

Firmada y jurada la concordia, se envió el 21 de'<br />

diciembre al Rey para su conocimiento y aprobación.


— 87 —<br />

porque «se teme que los moros de Granada quieren entrar<br />

en este Reino» (28).<br />

Como se ve, Alonso <strong>Fajardo</strong> había preparado una<br />

coalición de todas las fuerzas cristianas de Murcia, deponiendo<br />

sus habituales rencillas con el Adelantado para<br />

conseguirlo, a fin de oponer a Abidbar un ejército proporcionado<br />

al que éste había reunido. -<br />

Si se repasan las Capitulares murcianas del año 1451<br />

se observa que, casi desde el comienzo del mismo, <strong>Fajardo</strong><br />

pide, reitera e insiste sobre- esta concordia (29).<br />

Todos estos documentos prueban que <strong>Fajardo</strong> permanecía<br />

al tanto de lo que urdían contra Murcia los<br />

enemigos de la fe y manifiestan su habilidad y perspicacia<br />

militares, ya que se esforzó en conseguir la unión<br />

de todos los partidos cjue disputaban en el Reino p^ra<br />

enfrentarse con los moros, y hemos visto que éstos'confiaban<br />

en tales desaveniencias para vencer con más facilidad.<br />

Quien tan minuciosamente previno el peligro hasta<br />

el último momento mal puede pensarse que interviniese<br />

en la batalla por simple casualidad, como Falencia<br />

quiere (30).<br />

Aún pidió Alonso <strong>Fajardo</strong> el auxilio prometido por<br />

última vez, inminente ya la batalla, al Corregidor Diego<br />

de Ribera, que, con el pendón de la ciudad de Murcia,<br />

se fué a Lorca, seguido de. cuánta gente pudo reunir,<br />

quinientos infantes, setenta de a caballo y veinte jinetes<br />

propios, según Cáscales (31).<br />

No está claro que el Adelantado cumpliese la promesa<br />

de unirse a los demás en esta sazón, como insinúa<br />

Cánovas Coheño, v parece que la ayuda de Murcia se<br />

debió a la espontánea recluta que, bajo la amenaza del<br />

peligro próximo, hizo Diego de Ribera, lo que. se significaría,<br />

además, al acudir con el pendón de la ciudad,<br />

representación de ésta. Por el contrario, el Concejo de<br />

Lorca, en su epístola aludida, consigna: «Abemos sabido


— s e ­<br />

que el Alcaide de Cartagena no da lugar que vecinos<br />

de Lorca ni de la ciudad de Cartagena ni de otras partes<br />

entren por mar a hacer guerra a los moros... y os pedimos<br />

que (el Adelantado) escriba al dicho alcaide y al<br />

concejo de la dicha ciudad para que hagan la dicha<br />

guerra y den lugar a cualesquiera persona que las quisieran<br />

hacer en sus fustas ó como mejor pudieren...»;<br />

lo que puede interpretarse como que Cartagena, de la<br />

parcialidad del Adelantado, observaba con los moros<br />

que le saqueaban la marina una neutralidad benévola,<br />

llegando incluso a impedir que los de aquellos términos<br />

combatiesen a los invasores.<br />

Fué, pues, <strong>Fajardo</strong>, a quien los tratos con los moros<br />

que le imputa Palencia no impidieron, por lo visto, causarles<br />

tal carnicería, el único promotor y el más arrojado<br />

jefe de las batallas cristianas, sin que tuviera que<br />

recurrir a falsedad alguna para atribuirse victoria en tan<br />

buena lid ganada.<br />

Dos consecuencias tuvo la batalla de los Alporchones:<br />

despejar la amenaza de la morisma sobre el Reino<br />

de Murcia y, sobre todo, por la conducta nebulosa del<br />

Adelantado, robustecer el prestigio de Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

V popularizarlo con la aureola de gran capitán.


VI<br />

PODER DE LA V I C T O R I A ,<br />


— 90 —<br />

Diego de Ribera mandó a Pedro Ferrete, en nombre<br />

del Concejo, a Caravaca para tratar con Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> de la devolución de Archena a la Orden de<br />

San Juan y de la de Librilla al Adelantado (2). Como<br />

es lógico, dado el temperamento de aquél, se negó a<br />

restituirlas.<br />

Durante todo el verano prosiguen las negociaciones.<br />

<strong>Fajardo</strong> no se limita a mantener su negativa, sino que<br />

conquista también Calasparra, como puede deducirse<br />

de las protestas ulteriores por los daños que, desde su<br />

castillo, hacía Pedro de Áyala, de la parcialidad de<br />

aquél (3).<br />

Se produce una situación compleja, de carácter ya<br />

político, donde juegan múltiples factores, todos ellos con<br />

triunfos a .su favor. Alonso <strong>Fajardo</strong>, exaltada su ambición,<br />

que recorre el Reino de Murcia para arrebatar al<br />

Adelantado sus Estados. <strong>El</strong> Concejo, cuyas relaciones<br />

con éste habían sufrido ya varios crisis y aún las padecerían<br />

mayores. Y Pedro <strong>Fajardo</strong>, en posesión de la máxima<br />

autoridad: el Adelantamiento.<br />

<strong>Fajardo</strong> se apuntaba la victoria de los Alporchones.<br />

<strong>El</strong> Concejo no iba a indisponerse con su próximo aliado<br />

y acaso permanecería quejoso de la conducta del Adelantado,<br />

que en aquella ocasión no estuvo a la altura de<br />

las circunstancias. Y el Adelantado, que no dejaría de<br />

querer hacer valer su autoridad y hasta tomarse el desquite,<br />

lo que se le venía a la mano con sólo poner de<br />

relieve el despojo de que Alonso <strong>Fajardo</strong> lo iba haciendo<br />

objeto. Todas estas disputas locales no trascienden a la<br />

esfera del Reino, ya que Juan II no puede ocuparse de<br />

Murcia, agobiado por las turbulencias de la Corte en<br />

estos años de la caída de don Alvaro de Luna.<br />

Sólo aglutinará tantos elementos dispares la idea del<br />

peligro común, capaz de hacer cesar, dé nuevo transitoriamente<br />

sus disputas. <strong>El</strong> día 27 de septiembre de 1452<br />

se habla de una cabalgada de moros sobre Lorca, para


— 91 —<br />

enterarse de la cual el Municipio murciano enyía allá<br />

al regidor Caries (4). <strong>El</strong> 24 de octubre vuelven a correr<br />

rumores de que el Rey Chico de Granada quiere guerrear<br />

contra Lorca, y los de Murcia hacen poner atalayas en<br />

Carrascoy y en la Torre del Alcázar (5).<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> escribe al Concejo en 23 de enero<br />

de 1453 (6) pidiendo trigo y otros suministros, por su<br />

•precio, para abastecer los castillos fronterizos. <strong>El</strong> Cabildo<br />

accede de muy buen grado, excediendo la petición, porque<br />

«se hacía placer a Alonso <strong>Fajardo</strong>».<br />

Ha tomado cuerpo la nueva amenaza de los moros<br />

vecinos. <strong>Fajardo</strong>, con la misma presteza que la vez<br />

anterior, inicia sus aprestos bélicos. <strong>El</strong> Adelantado se<br />

dispone a colaborar con él en la defensa de Murcia y,<br />

resignado en apariencia a la pérdida de Librilla, reanuda<br />

sus afectuosas relaciones, por lo cual la ciudad ordena<br />

quitar las guardas., que había para evitar los disturbios<br />

que las querellas de ambos primos pudieran ocasionar .(7).<br />

Para tomar la dirección de los hechos de armas<br />

relatados, Alonso <strong>Fajardo</strong> se ausentó de Lorca, poco después<br />

de vencer a los moros.<br />

Quedaron en esta ciudad centenares de prisioneros,<br />

mal avenidos, sin duda, con las miserias del cautiverio.<br />

Habitaban, libres, en ella con sus familiares, numerosos<br />

moros que recibía <strong>Fajardo</strong> de los reinos fronterizos para<br />

darles allí refugio y amparo contra las persecuciones de<br />

que eran objeto en su tierra, asaz dividida de parcialidades,<br />

y que le .servían de cornbatientes auxiliares en<br />

sus escaramuzas con los demás caballeros cristianos; a<br />

unos y otros hay que agregar los cautivos llevados a<br />

Lorca por <strong>Fajardo</strong> como botín de anteriores entradas<br />

de guerra. Debía, pues, ser crecido el número de moros<br />

que se albergaban eh la ciudad.<br />

La cabalgada de los moros de septiembre del año<br />

1452 podía tener por objeto rescatar algunos de los prisioneros<br />

que,quedaron en Lorca o establecer contacto


— 92 —<br />

con los moros que allí vivían y suministrarles armas o<br />

concertar el momento más apropiado para una sublevación<br />

de la ciudad, que se juzgaría fácil mientras <strong>Fajardo</strong><br />

permanecía ausente.<br />

Escribe Cánovas Cobeño que la importancia que<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> da a esta toma de Lorca en. su carta<br />

a Enrique IV y el subido botín que consigna mal podían<br />

resultar de unos cautivos, lo que le hace suponer que'<br />

éstos habían sido reforzados para lograr sus intentos.<br />

Acertada suposición, que concuerda con los hechos expuestos.<br />

Los historiadores lorquinos P. Moróte (8) y Cánovas<br />

Cobeño (9) concuerdan en atribuir a una rebelión de<br />

Lorca su toma por el alcaide, referida en la carta a Enrique<br />

IV. <strong>El</strong> último, basándose en la existencia de una<br />

carta real de 23 de abril de 1454, donde se confií'man<br />

los privilegios de Lorca, y la de 17 de marzo del 1452,<br />

de la batalla de los Alporchones, sitúa el levantamiento<br />

de los moros entre 1452 y 1453.<br />

Para determinar con la más aproximada exactitud<br />

su época deben tenerse en cuenta los hechos siguientes,<br />

cronológicamente inmediatos a todos los que van ya relatados.<br />

<strong>El</strong> 25 de mayo de 1453, Alonso <strong>Fajardo</strong> escribe al<br />

Concejo de Murcia: «...como "los moros y yo somos en<br />

todo de rompimiento de guerra, que medio ninguno no<br />

hay salvo poner las nianos en la guerra y hago os lo<br />

saber, señores, porque seáis apercibidos, y os pongáis<br />

en punto de guerra, y pongáis en recaudo vuestros ganados<br />

y bestias de los campos, y mandar poner vuestras<br />

guardias...» (10).<br />

<strong>El</strong> día 8 de junio el Concej


_ 93 —<br />

por estar ocupados a la sazón en las faenas agrícolas,<br />

y <strong>Fajardo</strong> los había solicitado ante el peligro próximo<br />

de guerrear contra los moros (11).<br />

<strong>El</strong> 14 de julio regresa de Lorca a Murcia Alfonso<br />

Caries, que, Como la vez anterior, se había trasladado a<br />

la primera para informarse de la cabalgada de los moros,<br />

la cual se da en las Capitulares como cosa ya sucedida (12).<br />

Todos estos hechos y los treinta días que estuvieron<br />

los hombres del Adelantado con la gente de <strong>Fajardo</strong> (13).<br />

permiten sin dudar situar la rebelión de Lorca eijtre el<br />

8 de junio y el 14 de julio de "1453.<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> esperaba el ataque de los moros en<br />

forma distinta a como se desarrolló, por lo cual es verosímil<br />

pensar que saliera de Lorca después de escrita<br />

su carta del 25 de mayo, que aparece datada en ella,<br />

para procurarse refuerzos, en especial de los reclutados<br />

por Gárci Manrique, su yerno, quien habitualmente residía<br />

en Caravaca.<br />

Y, merced a esta ausencia, se produjeron los sucesos,<br />

no como una entrada de la morisma de Granada, sino<br />

como un levantamiento de los moros que habitaban<br />

la ciudad.<br />

Gran pesar recibiría el alcaide lorquino al conocer<br />

la noticia, que venía a ensombrecer el triunfo de los<br />

Alporchones del modo más humillante para él, ya que<br />

era la ciudad donde ejercía su mando la que se rebelaba<br />

y corría el riesgo de pasar a manos enemigas.<br />

Dado su temperamento, puede suponerse con qué<br />

ciega furia acudiría al combate y cómo le parecerían<br />

pocas todas las gentes que pudiera juntar para decidirlo<br />

a su favor, alentado, además, por el hecho de que la<br />

fortaleza de Lorca resistía, lo que le daba un punto de<br />

apoyo en el interior contra los insurrectos.<br />

Penetraron los cristianos por la Puerta de la Alsequoia<br />

V se corrieron a lo largo de la muralla, estableciendo<br />

contacto con la guarnición del castillo que luchaba


— 94 —<br />

desde él. La pelea fué feroz; los sublevados sabían que,<br />

de perderla, tendrían que pagar con la vida su traición.<br />

<strong>Fajardo</strong> atacaba animado de un terrible espíritu de<br />

venganza, no sólo por lo que la alevosía de los prisioneros<br />

pudiera indignarle, sino por la interpretación que<br />

al movimiento pudieran darle sus enemigos, una de<br />

cuyas acusaciones predilectas era la protección que dispensaba<br />

a los moros, tan mal pagada por ellos en dichos<br />

momentos. Sólo, doscientos sobrevivieron a la hazaña,<br />

conforme dice en su tantas veces mencionada carta al<br />

rey don Enrique, y tomó un considerable botín, que<br />

prueba la importancia de la acción y lo- extenso y profundo<br />

de los preparativos y ayudas de los moros para<br />

provocarla.<br />

La ocasión favorecía a <strong>Fajardo</strong>. Podía éste tener<br />

en adelante Lorca ganada con las armas. Acaso sólo ensombreciese<br />

este éxito la ayuda que los caballeros del<br />

Adelantado le habían prestado, pues en esta ocasión, al<br />

contrario de lo que sucedió en los Alporchones, fu'é su<br />

primo y no Diego de Ribera, como erróneamente indica<br />

Cánovas Coheño, quien lo socorrió, según se desprende<br />

de los acuerdos del Concejo de Murcia del día 8 de junio,<br />

anteriormente expuestos.<br />

<strong>Fajardo</strong> quiso superarse, tanto para satisfacción completa<br />

de la deuda que los moros habían contraído, cobrándosela<br />

mediante un castigo ejemplar, cuanto para<br />

poner de manifiesto que con solas sus huestes podía no<br />

ya reconquistar Loixa, sino entrar en la morisma y tomarles<br />

una fortaleza. -<br />

«Deseando—dice el P. Moróte (14)^para la mayor<br />

prueba de su lealtad hazer una acción que, aunque aumentase<br />

la enbidia de sus émulos, desterrase hasta la<br />

menor sospecha de su fidqlidad al mayor servicio de su<br />

Rey», lanzó a su gente contra Mojácar.<br />

Situada en las faldas de la Sierra Cabrera, amurallada<br />

poderosamente y con un fuerte castillo en lo alto,


— 95 —<br />

esta villa parecía casi inaccesible, porque sólo subiendo<br />

por-duros y empinados riscos se puede entrar en ella,<br />

y con el menor esfuerzo puede ser defendida.<br />

Sólo con los suyos, pues a pesar de lo grande del<br />

negocio nadie quiso ayudarle, «requerí, primero que fuese,<br />

a Murcia, Almería y otros lugares que me ayudasen,<br />

y no quisieron; requerí a vuestra señoría me mandase<br />

dar doscientos de a cavallo, y no se me dieron», fué a<br />

hacer lo que pudiera en aquel hecho.<br />

Por el camino de Pulpí se dirigió a Mojácar, saqueando<br />

de paso los pueblos que encontraba sin que le<br />

opusieran resistencia, por el terror que provocaba su<br />

fama, acrecentada después de la reciente y sangrienta<br />

venganza de Lorca.<br />

Frente a la inexpugnable fortaleza, descabalgaron'<br />

los atacantes y con el mayor sigilo subieron a pie—único<br />

modo de hacerlo—hasta ella. Descubiertos por sus defensores,<br />

que utilizaban toda clase de armas, asaltaron<br />

los cristianos la muralla con garfios y escalas y clavando<br />

entre sus piedras estacas de hierro para facilitar la subida.<br />

Coronadas las almenas, comenzó una nueva parte<br />

más cruel de la lucha; los moros resistían con bravura,<br />

y se ti'ansformó la batalla en una serie de pequeñas y<br />

sangrientas escaramuzas, calle a calle y casa a casa. <strong>Fajardo</strong><br />

animaba a los suyos; los moros que no perecieron<br />

fueron conducidos a Lorca, en unión de las mujeres y<br />

los niños y con el botín consiguiente. Es la única vez<br />

que se sabe que fuese asaltado Mojácar; los Reyes Católicos<br />

lo tomaron pacíficamente al entregárseles Vera.<br />

La dureza de este episodio hubo de ser extremada.<br />

<strong>Fajardo</strong> lo recuerda con orgullo y con precisión y brevedad<br />

admirable lo relata y da un detalle que permite<br />

colegir lo que fué. «Yo gané señor a Moxácar donde se<br />

hicieron tan grandes hechos de armas que las calles corrían<br />

sangrer) (15).<br />

Después de los Alporchones, Lorca y Mojácar, ¿ha-


— 96 —<br />

bría freno capaz de contener a Alonso <strong>Fajardo</strong>, ávido de<br />

poder y de gloria, y a sus parciales, tentados del mismo<br />

espíritu, animados por un caudillo al que seguían con<br />

mayor fidelidad después de tantos éxitos y dotados del<br />

brío que la victoria da a todo ejército?<br />

<strong>El</strong> ba podido ser un rebelde; pero se justifica ante<br />

sí por tales hechos de armas. ¿No le había nombrado<br />

regidor Juan II como, garantía frente a los moros? Confundiendo<br />

la realidad con su interpretación personal,<br />

según el sentido de superhombría de la época, y por estimar,<br />

acaso, que había dejado bien probada su adhesión<br />

al Rey de Castilla, va a lanzarse a una serie de' aventuras<br />

bélicas cuyo final no es más que extender sus<br />

Estados a costa del Adelantado, de la Orden de Sao-,<br />

tiago y de cualquier otro poder que exista en el Reino<br />

de Adurcia.<br />

Con la manera de pensar contemporánea, entre la<br />

justificación y la venganza no había más que un paso.<br />

Los hechos de <strong>Fajardo</strong> habían evidenciado su valor y su<br />

lealtad, o él así lo creía; la justicia tenía que castigar<br />

a sus acusadores. <strong>Fajardo</strong> decidió tomársela por su mano<br />

y pronto empezó a vengarse.


VII<br />

CASTIGO Y VENGANZA<br />

^91 -^<br />

<strong>Fajardo</strong> y sus secuaces inauguran un período de<br />

violencia para consolidar su poderío y extender la zona<br />

d* su dominio.<br />

Primera víctima el Comendador de Ricote, a quien<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> prendió en Caravaca. <strong>El</strong> 15 de noviembre<br />

de'1453 el Concejo de Murcia apodera a Juan de Torres<br />

para que se haga cargo del prisionero (1). <strong>El</strong> 18, el Cabildo<br />

acuerda comunicar al Rey el. cautiverio de aquél<br />

y quejarse de los desmanes que Pedro de Ayala comete<br />

en Calasparra, así como de la muerte de dos escuderos<br />

del Adelantado y diferentes robos llevados a Ciabo desde<br />

Abanilla y Albudeite, sometidas a Alonso <strong>Fajardo</strong>; recuerda<br />

el Concejo al Rey los servicios que le ha prestado<br />

y lo requiere para que castigue a los «que habiendo recibido<br />

grandes mercedes del Rey se atreven a hacerlo,<br />

de nuevo», alusión directa contra el Alcaide de Lorca, a<br />

quien el Monarca otorgara con anterioridad y de modo<br />

excepcional el título de Regidor de Murcia (2).<br />

<strong>El</strong> 1 de diciembre regresa de Caravaca Juan de<br />

Torres, sin haber podido conseguir que Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

le hiciera entrega de su cautivo; por lo cual, el Concejo<br />

dispone que Alonso de Pineda se traslade a la Corte y<br />

dé cuenta al Rey de los sucesos (3). Ya estaba en ella<br />

el Adelantado, sin duda con igual objeto.<br />

Por estos mismos días, Juan de Ayala se apodera de<br />

la villa de Alhama, noticia que el Cabildo murciano conoce<br />

antes del 7 de diciembre, fecha en que envía a Juan<br />

Moratón y Pedro Ferrete a entrevistarse con Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong>, para que devuelva dicha villa y la de Muía, que<br />

ha tomado con pocas jornadas de diferencia (4).<br />

Dos días después, el Coijcejo, acatando una orden


— 98 —<br />

del Rey por la que éste reclamaba la presencia del Corregidor<br />

en la Corte, a fin de que le informase de la<br />

situación, dispone que lo acompañen los Regidores Diego<br />

de Riq.uelme y Juan de Torres y eí Jurado Alfonso Núñez<br />

de Lorca, para suplicar al Monarca que remedie los disturbios<br />

e invitarle a que venga a Murcia a poner paz (5).<br />

Atravesaba Castilla una situación confusa y lamentable.<br />

Preso y después ajusticiado don Alvaro de Luna;<br />

pesaroso, enfermo y vacilante el Rey; revuelta la Corte;<br />

indecisos los grandes, que iban ya tomando posiciones con<br />

vistas al nuevo reinado..., es natural que los acontecimientos<br />

de Murcia- careciesen de interés.<br />

Corto lo tuvieron los Regidores murcianos para apresurar<br />

sus preparativos de marcha. Hasta mayo de 1454<br />

no se dispone el Corregidor a emprender su viaje, y para<br />

efectuarlo con cierta seguridad, por el mal estado de los<br />

caminos, exige una escolta de cien caballeros y quinientos<br />

peones, verdadero ejército cuya desproporción con<br />

el motivo de su recluta demuestra el poder de <strong>Fajardo</strong><br />

y el miedo que imponía (6). Sin embargo, sólo treinta<br />

y cinco jinetes y treinta peones lo acompañan cuando,<br />

por fin, sale de Murcia el 2 de junio (7).<br />

<strong>El</strong> 13 de mayo, el Adelantado comparece ante el<br />

Concejo y le notifica la depredación de que había sido<br />

objeto en su villa de Muía, reclamando ayuda para reconquistarla.<br />

<strong>El</strong> Concejo ordenó tocar la campana de<br />

Santa Catalina y pregonó que toda «la gente para armas<br />

tomar fuera con Pedro <strong>Fajardo</strong> para socorrer a Muía<br />

bajo pena de muerte y pérdida de bienes». Algunos regidores<br />

se trasladaron a la Puerta de Molina para recoger<br />

dicha gente y conducirla hasta donde se encontraba el<br />

Adelantado (8).<br />

Pero el 17 de mayo reaparecen Pedro Ferrete y Juan<br />

Moratón, que debían haber salido el 7 de diciembre del<br />

año anterior hacia Caravaca para tratar con Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

sobre la devolución de Alhama y Muía. No ini-


__ 99 —<br />

ciaron su viaje hasta el 7 de mayo (9). Son portadores<br />

de una carta de creencia de aquél (10) firmada en «la<br />

Villa de Muía vuelta a la Corona Real».<br />

Las respuestas de Alonso <strong>Fajardo</strong> a las inculpaciones<br />

del municipio de Murcia que de viva voz dieron dichos<br />

mensajeros, son a este tenor: Sobre la toma de Alhama<br />

se inhibía por cuanto la había realizada Juan de Ayala,<br />

allí presente, el cual no quería restituirla ni quiso responder<br />

a los requerimientos que se le hicieron, verdadera<br />

pirueta dialéctica, pues, en último término, el tal Juan<br />

de Ayala era de los suyos y no se encontraba ausente,<br />

aunque sí propicio a facilitar la continuación del hecho<br />

con su silencio, que era un modo de negarse políticamente!<br />

^Se negó también a devolver Muía, aunque protestó<br />

que no la había tomado para sí, sino para devolverla a<br />

la Corona Real, ya que era • tan del Rey como los términos<br />

de Murcia y de Lorca y que estaba comprometido<br />

con el Concejo de Muía y viceversa a, no dejar que volviese<br />

al ¿\delantado y dispuesto a perder cuanto tuviese<br />

y aun su persona para impedirlo. En una carta posterior<br />

(18 de noviembre de 1454) Alonso <strong>Fajardo</strong> aclara: «...esta<br />

Villa es del Rey nuestro Señor y no del Adelantado ni<br />

los vecinos que en ella viven' son sus vasallos sino del<br />

Rey y el Rey nuestro señor la tomó para su Corona Real,<br />

que el Adelantado no tiene título de merced para la<br />

tener por suya salvo una alvala del Rey, y aquel ganado<br />

cautelosa y engañosamente,.haciendo venir al Rey nuestro<br />

señor en quebrantamiento de los privilegios de ella, y<br />

por esto no lo pudo hacer, ni ha fuerza aquel alvala, que<br />

otro ningún título no se ha podido hallar en los registros»<br />

(]1). De su respuesta y de esta carta parece deducirse<br />

que Muía, celosa de su independencia, que juzgaba<br />

menoscabada por un privilegio dado contra sus fueros a<br />

favor del Adelantado, se había rebelado contra éste y<br />

había llamado a <strong>Fajardo</strong> para que, con sus huestes, la


— loo ^<br />

defendiese de él, concertándose el Municipio y el Alcaide<br />

lorquino con dicho objeto, caballeresca postura de<br />

«desfazedor de entuertos» que venía muy al propósito<br />

de <strong>Fajardo</strong> en esta época de sus andanzas, aunque, en<br />

definitiva, los resultados fuesen incorporar Muía a sus<br />

propios Estados, sino de jure, al menos de facto.<br />

Por último, .a los requerimientos que le hacían para<br />

que tornase a sus legítimos dueños diferentes objetos,<br />

caballerías, personas y dineros que él o su gente habían<br />

robado y apresado, contesta manifestando que lo hará<br />

a condición de que le devuelvan antes lo que sus contrarios<br />

le habían quitado, según una larga enumeración que<br />

adjunta. • '<br />

Y, a la tregua pedida por el Concejo, se confoi-ma<br />

con ella, salvando que le es indiferente que compr,enda<br />

sólo a los labradores y personas no. combatientes o a la<br />

gente de arrnas.<br />

Ya de su jwopia cosecha los dos mensajeros exponen,<br />

alarmados, que entre las gentes de <strong>Fajardo</strong> circulaba<br />

el rumor de que se disponía a caer sobre Murcia, para<br />

lo que estaba ultimando sus preparativos, lo cual manifestaban<br />

al Concejo para que se previniese y adoptara las<br />

contramedidás oportunas. /<br />

<strong>El</strong> Corregidor acude 'a Pedro <strong>Fajardo</strong> con el traslado<br />

de las respuestas de su primo, a lo cual éste replica<br />

qué accede a la tregua para que puclieran los labradores<br />

recoger sus cosechas y que el daño sólo se haga de escudero<br />

a escudero y de gente de pie a gente de pie entre<br />

las suyas y las de Alonso <strong>Fajardo</strong>, y que se maravilla<br />

de que éste pida restitución, cuando tales robos tiene<br />

hechos. <strong>El</strong> Concejo, teineroso quizás de que dentro de<br />

la ciudad haya gente que pueda facilitar a Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

la entrada en ella, ordena que si alguno hace tratos<br />

con él y éstos son en perjuicio de la misma, sea condenado<br />

a pena de muerte (12).<br />

<strong>El</strong> instrumento de seguridad, tan laboriosamente


, —. 101 —<br />

gestado, se firma el 27 de junio por el Adelantado, que<br />

la otorga para evitar que, por las contiendas y debates<br />

existentes entre él y su primo, se perjudicasen los labradores,<br />

mercaderes y gentes de paz que habitaban en el<br />

Reino de Murcia y se despoblase éste con merma de los<br />

intereses del Rey y cornprende «los vecinos y moradores<br />

de la ciudad de Lorca y de vuestras villas y lugares y de<br />

todas las otras villas y lugares que están so vuestra mano<br />

y de los otros de vuestra opinión», reconociendo por la<br />

táctica el dominio que <strong>Fajardo</strong> ejercía sobre todos ellos.<br />

Hace juramento y pleito homenaje, repetido hasta tres<br />

veces, en manos del caballero Diego de Pea; pero exceptúa<br />

del seguro a Alonso <strong>Fajardo</strong> y a sus parciales, que<br />

en la carta se nombran hasta sesenta y seis, detalle que<br />

hace curioso el documento, pues nos facilita saber quiénes<br />

eran algunos de los de la parcialidad de Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

(13).<br />

Ratifica el convenio el Concejo de Lorca, a 1 de julio,<br />

por sí y a nombre del Alcaide de aquella fortaleza ante<br />

Pedro Ferrete, que envió el Concejo de Murcia y estuvo<br />

presente en la entrevista con Alonso <strong>Fajardo</strong> (14).<br />

Podía el Corregidor, que hubo de tener empeño' en<br />

conjurar el peligro de guerra contra <strong>Fajardo</strong> que él mismo<br />

había provocado al convocar tocando a rebato la campana<br />

de Santa Catalina para complacer las demandas del<br />

Adelantado a todas las gentes de armas tomar de la<br />

ciudad,, tenerlo por dilatado en cierto modo y encaminarse<br />

hacia la Corte con su escolta, no tan nutrida como<br />

la pidiera, aunque i muy bastante para la relativa seguridad<br />

que hfibía entonces.<br />

No poco debió preocuparle saber que <strong>Fajardo</strong> se<br />

aprestaba a caer sobre Murcia, según las confidencias de<br />

"Moratón y Ferrete, lo que si se confirmaba, constituiría<br />

grave y enojosa complicación.<br />

La lucha continúa, aunque apartados de ella labradores<br />

y mercaderes. Se ve que es una tregua impuesta


— 102 —<br />

por circunstancias ajenas al proceso que la determina y<br />

estipulada muy a pesar de sus firmantes (Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

se limitó a aceptarla verbalmente ante el Concejo lorquino,<br />

como hemos visto). En efecto, si el móvil fundamental<br />

del pacto era preservar las cosechas y las gentes<br />

armadas podían proseguir sus escaramuzas, mal se defendería<br />

la tierra, ya que en algún sitio tenían que pelear.<br />

Los bienes terrenales fueron, acaso, pretexto para que los<br />

contendientes pudieran disminuir honrosamente la violencia<br />

de sus combates.<br />

Durante la elaboración del pacto, período en que<br />

parece natural que existiera suspensión de hostilidades,<br />

ya tuvo que reconvenir el Concejo murciano a Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> y demandarle que restituyese á Catalina Pérez<br />

y a los sobrinos del racionero Alonso- Rodríguez, que<br />

venían con ella, lo que Valcárcel, Talón y otros de sus<br />

parciales les habían arrebatado en el lugar del Mingranillo,<br />

junto al Puerto de la Mala Mujer. No deja de ser<br />

curiosa la relación de lo que robaron, porque da cabal<br />

idea de cómo andaban las cosas. Catalina Pérez traía<br />

desde Burgos en un ataúd el cadáver de su esposo y, en<br />

el equipaje, cuatro pares de zapatos, varias cintas pinta-,<br />

das, pendientes y. otras preseas; los sobrinos del racionero,<br />

sin duda estudiantes, pocos objetos de valor llevarían.<br />

Los salteadores se lo quitaron todo, incluso el.bonete<br />

y la beca de los escolares y hasta los huesos del muerto (15).<br />

<strong>El</strong> Concejo, pese a sus reiterados deseos de calma,<br />

acaba por emplear contra <strong>Fajardo</strong> los mismos procedimientos<br />

que éste usaba, y el día 2 de julio decide apo-.<br />

derarse de unas vacas de los vecinos de Lorca, a responder<br />

de las cabezas que «los hombres malos» de Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> se habían llevado al castillo de Xiquena (16).<br />

No obstante, el Cabildo continúa escribiéndole a <strong>Fajardo</strong><br />

para reprocharle sus asaltos y saqueos.<br />

Y prudentemente se ocupa de preservar la ciudad,<br />

para lo cual todos los regidores se turnaron durante el


— 103 —<br />

mes de agosto haciendo guardias en previsión del ataque<br />

de <strong>Fajardo</strong> (17).<br />

<strong>Fajardo</strong> ha encaminado sus huestes hacia otros lugares.<br />

Y García Talón, el que robó los restos mortales del<br />

marido de Catalina Pérez, se apodera de Cieza, si hemos<br />

.de creer a <strong>Fajardo</strong> (carta del 18 de novierrrbre) (18), no<br />

por la fuerza de las armas, sino por la voluntad de sus<br />

moradores, o al menos de los que la guarnecían para el.<br />

Adelantado: «A lo que decís que por se,r de mi parte<br />

García Talón quebrantó "la tregua en tomar Cieza, bien<br />

sabéis que hombres del. Adelantado se alzaron con ella<br />

y se 1»)dieron y por esto no se quebrantó». La resolución<br />

y poco escrúpulo que en toda esta epístola manifiesta<br />

<strong>Fajardo</strong>, y cjue había comenzado a usar durante las negociaciones<br />

preliminares de la tregua concertada con el<br />

Adelantado, indican ya, de modo claro, su decidida determinación,<br />

de lograr por todos los medios apoderarse<br />

del Reino de Murcia: esta carta merece un. extenso comentario;<br />

a la acusación de haber asesinado a Antón de<br />

la Torre, responde: «...lo de Antón de la Torre se hizo<br />

con mucha razón, que quien viene a tratar muerte a<br />

otro, se la den y por e'sto no se quebrantó» {la tregua).<br />

Por último, la ciudad le debía haber comunicado sus<br />

temores de cjue se preparase para asaltarla, y <strong>Fajardo</strong> replica:<br />

«...yo no he gana de ir a ella ni quiero hacerlo<br />

sin mandado del Rey nuestro señor, aunque no le enojaría<br />

si lo hiciese, que bien sabéis que cuando era yo en<br />

los debates pasados del Rey de Navarra eché a mis enemigos<br />

de esa ciudad dos veces por la fuerza y la entré<br />

y" nunca hallé quien me la defendiese, pues ahora que<br />

soy del Rey menos trabajo habría, de lo hacer, si yo no<br />

hubiere gana de no enojar al Rey».<br />

Librilla, que había tomado y luego devuelto, por lo<br />

que de esta misma carta se desprende, la intentó recuperar,<br />

aunque sin lograrlo, y se disculpa candorosamente:<br />

«De lo que decís que fueron hombres míos a probar- a


— 104 —<br />

Librilla yo no lo sé, ni lo mandé, ni lo haría, que yo he<br />

gana por el bien de la tierra de guardar la tregua y por<br />

servicio del Rey nuestro señor, así como lo hago».<br />

<strong>Fajardo</strong>- se muestra disciplente y agresivo en el paroxismo<br />

de sus ainbiciones; exige, desprecia y amenaza.<br />

O se considela muy seguro o presiente, la tempestad que<br />

pronto descargará sobre él e intenta desviarla a fuerza<br />

de arrogancias.<br />

Habían regresado, en los últimos días de agosto, los<br />

Regidores que marcharon a la Corte para informar al<br />

Rey de los desórdenes que turbaban la paz pública de<br />

Murcia, alguno de los cuales estuvo 120 días ausente (19).<br />

De suponer es que no les prestara el Monarca. toda la<br />

atención que ellos esperaban; los tiempos eran testigo<br />

de una sucesión de calamidades innumerables. Porfiaron<br />

e insistieron sin duda. Casi sobre sus pasos, se presenta<br />

en Lorca Gutierre de Fuensalida para investigar los acontecimientos<br />

y procurar algún sosiego.<br />

. Juan II, en nombre del cual venía, había fallecido.<br />

Era necesario esperar los decretos del nuevo Rey. <strong>El</strong> Comendador<br />

Fuensalida, exhorta y requiere a <strong>Fajardo</strong> para<br />

que deponga su actitud, emplazándolo para delante del<br />

Rey,, si no lo hace. <strong>El</strong> Alcaide de Lorca pregona una<br />

tregua de cuarenta días, que los de Murcia rompen, apresando<br />

a Juan y Diego Mellado v conduciéndolos a Librilla<br />

(20 y 21). ' .<br />

Al advenimiento de Enrique IV surgen en. Murcia<br />

diversas y lamentables querellas entre el Adelantado y<br />

el Concejo, según Cáscales (22), que se prolongan hasta<br />

diciembre de 1455, en que el Rey nombra a Alonso de<br />

Lissón para dirimirlas. Durante esta época. <strong>Fajardo</strong> debió<br />

aprovecharse de la situación para satisfacer sus ambiciones.<br />

Enrique IV envió el 30 de septiembre (23). de dicho<br />

año a Alfonso de Zayas y Alfonso González del Espinar<br />

para que conocieran y apaciguasen los escándalos entre


^j i65'—•<br />

el Adelantado y el Corregidor; y les ordena póri'gcHÍ paz<br />

con Alonso <strong>Fajardo</strong>, si bien puede deducirse de^ la reclacción<br />

de su carta que éste se limitaba a terciar ¿n las<br />

luchas. Alude el Rey a Diego de la Cueva, s\i Alcaide<br />

de Cartagena, cargo que le había conferido, en 25 dé<br />

mayo (24), porque dicha ciudad había pasado'de^ipoder<br />

del Adelantado al de la Corona Real, y más tarde el Rey<br />

se la daría al Duque de Alburquerque.<br />

Los debates entre Pedro <strong>Fajardo</strong> y la ciudad de<br />

Murcia permiten suponer que aquél intentara recuperar<br />

Cartagena y, acaso, el cerco puesto lo hiciera levantar con<br />

los de su parcialidad Alonso <strong>Fajardo</strong>, quien no dejaría<br />

de buscar ocasión para congraciarse con el nuevo Monarca<br />

y disminuir, de paso, el poderío de su primo; apurando<br />

al exégesis de su reiteradamente aludido memorial<br />

a Enrique IV, como de común hacen los historiógrafos<br />

y ha servido para situar el episodio de la rebelión de<br />

Lorca y la toma de' Mojácar, a este hecho parece referirse<br />

cuando escribe: "...yo descerqué el Castillo de Cartagena<br />

que vos tenían en toda perdición». Nótese que<br />

es el último hecho que expone en dicho documento, cuya<br />

precisión cronológica es manifiesta, y que el vos que al<br />

referirlo utiliza parece dar a entender que se trataba ya<br />

de una empresa que de modo directo pertenecía al Rey<br />

don Enrique y que <strong>Fajardo</strong> había emprendido por servirlo.<br />

Cánovas Coheño indica que Alonso <strong>Fajardo</strong> se<br />

inclinó a la parte de Diego de Ribera (25).<br />

Hasta finales de diciembre de 1456, <strong>Fajardo</strong> y sus<br />

, parciales repiten, con abrumadora monotonía, robos, saqueos,<br />

talas y asaltos, cada uno de los cuales es origen<br />

de su, correspondiente reclamación, y las multiplicaciones<br />

temporales de los mismos motiva que la ciudad haya de<br />

poner de nuevo guardianes para prevenirlos (26).<br />

<strong>El</strong> día 4 fué pregonada, en Murcia una tregua de<br />

veinticuatro días, que suspende, una vez más, las habituales<br />

banderías entre Alonso y Pedro <strong>Fajardo</strong> (27).


— 106 —<br />

VIII<br />

REBEL-DIA HEROICA<br />

«...doy autoridad y facultad y poder cumplido al<br />

dicho Adelantado Pedro <strong>Fajardo</strong> para que por su persona<br />

y con aquellas gentes de caballo y de pie que él<br />

entendiere que cumple, vaya contra el dicho Alonso <strong>Fajardo</strong>,<br />

y contra sus parciales y adherentes y de su opinión<br />

y les prenda en sus cuerpos y les hagan guerra cruel y<br />

todo el mal y daño que pudieren en sus personas y en<br />

todos sus bienes y cosas...». <strong>El</strong> párrafo anterior corresponde<br />

a la carta de poder que Enrique IV otorgó el 9<br />

de febrero de 1457 a favor del Adelantado para ir contra<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> (1). La estrella de =éste comenzaba a declinar.<br />

Cuando el día 18 reclama al Concejo de Murcia la<br />

devolución de trescientos caballos que el Adelantado se<br />

había llevado de Lorca y Caravaca, violando la tregua<br />

existente (2), Pedro <strong>Fajardo</strong> responde que lo había hecho<br />

porque Alonso no era buen servidor del Rey, cerraba<br />

las puertas de Lorca y acogía moros dentro de ella, llevaba<br />

cometidos otros muchos saqueos y se negó a firmar<br />

la tregua, que, por consecuencia, no podía invocar; pero,<br />

a pesar de todo, está dispuesto a restituir si Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

entrega uno de sus hijos y otro de Gómez Suárez<br />

de Figueroa a Alonso de Lissón y Sancho Dávalos, en<br />

calidad de rehenes (3).<br />

Propone el Alcaide de Lorca el nombramiento de<br />

dos procuradores por cada parte, que diriman los pleitos,<br />

actitud conciliadora que contrasta con la altanería del<br />

Adelantado, antes tan . circunspecto. Confía en el favor<br />

real. <strong>El</strong> considerable número de caballos robados y la<br />

petición de rehenes indican que se dispone a pelear- y<br />

procura cautelosamente obtener ventaja antes de entrar<br />

abiertamente en la lucha. , ,


— 107 —<br />

La amplitud del poder del Rey y la decisión de<br />

aniquilar a <strong>Fajardo</strong> que refleja, son extrañas. Responde<br />

al propósito de someter a la nobleza levantisca que<br />

Enrique IV formara al subir al trono, escarmentado por<br />

el ejemplo del reinado anterior, donde había conspirado<br />

tantas veces. Es natural que en Murcia eligiese a su<br />

Adelantado para conseguirlo. No obstante, las escasas,<br />

garantías de fidelidad que éste podía merecerle —ya que<br />

en 1454 tuvo el Rey que perdonarle haberse levantado<br />

contra él, deslealtad que luego repetiría— permiten suponer<br />

que fué escogido no por su autoridad, sino por su<br />

mortal enemiga contra Alonso <strong>Fajardo</strong>.<br />

Se contradice el Rey, que lo había llamado «mi<br />

Alcaide de la ciudad de Lorca» en su carta de 30 de<br />

septiembre de 1454, cuarido las disensiones entre el<br />

Adelantado y el Corregidor, al acusarlo ahora de tenerla<br />

alzada y rebelado contra su Corona Real.<br />

Parece este documento fruto de la presión de los<br />

cortesanos más que .ponderada medida de justicia pata<br />

castigar al soberbio Alonso <strong>Fajardo</strong>. Quizás fué su inspirador<br />

el favorito del Rey, don Juan Pacheco, Marqués<br />

de Villena, a quien aquél había arrebatado varios dominios,<br />

Xiquena entre ellos (4), y que aprovecharía la privanza<br />

para vengarse, favorecido, sin duda, por el recuerdo<br />

rencoroso que Enrique IV guardaría de <strong>Fajardo</strong>,<br />

ante cuya fortaleza se hubo de retirar cuando intentó<br />

poner sitio a Lorca, donde había amparado al Infante<br />

don Enrique, a quien el entonces Príncipe perseguía por<br />

el Reino de Murcia.,<br />

Andaban en tratos' el Marqués y el Adelantado, tan<br />

íntimos, que cuando el primero hizo proclamar Rey al<br />

Príncipe don Alfonso, lo acató el segundo y arrastró al<br />

Reino de Murcia contra su legítimo Soberano, el mismo<br />

a quien adeudaba haberse podido deshacer de su poderoso<br />

primo y enemigo. En 1463 don Juan Pacheco regala<br />

a Pedro Fajai-do la mitad de una merced, importantísima


— 108 —<br />

económicamente, que había recibido del Monarca, lo que<br />

muy bien pudo ser una forma de pagarle la restitución<br />

de sus Estados después del vencimiento total de <strong>Fajardo</strong><br />

y los suyos (5).<br />

Los preparativos de guerra se iniciaron por ambas<br />

partes con tal amplitud y premura, que muestran su<br />

convicción de que la futura lucha va a ser decisiva. Procuran<br />

retrasarla al principio, con fintas y escaramuzas,<br />

para completar sus pertrechos.<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> hace romper el azud- de la acequia<br />

de Aljufía, una de las dos principales que riegan la<br />

huerta de Murcia, por lo que el Concejo acuerda levantar<br />

un torrejón para.su defensa ante el temor de que vinieran<br />

a quebrantarla (6).<br />

No renuncia el Cabildo a su tradicional espíritii<br />

pacifista. Intenta obtener un nuevo sobreseimiento por<br />

medio de Antón Abellán y Alfonso de Villanova, a quienes<br />

envía a Lorca (7).<br />

Escribe, luego, a <strong>Fajardo</strong>, a su yerno Garci Manrique<br />

y al municipio lorquino, y les pide que repriman la<br />

audacia de los moros que recorrían sus términos, favorecidos<br />

por el primero, que los dejaba almacenar el fruto<br />

de sus saqueos en Caravaca y Calasparra, prueba palmaria<br />

de la benevolencia que les dispensaba, actitud que<br />

están dispuestos a denunciar al Rey. Entretanto, pone<br />

centinelas en Carrascoy para que anuncien la venida de<br />

los moros, que temía quisieran entrar en Murcia (8).<br />

Sucesivamente va adoptando la ciudad una serie de<br />

medidas de policía en previsión de la guerra. Prohibe<br />

penetrar en ella a los vecinos de Lorca, Muía, Alhama,<br />

Bailía de Caravaca y Albudeite y expulsa a los que residían<br />

en la misma, procedentes de dichos lugares, -bajo<br />

pena de muerte. Sé intercepta el vino- y provisiones que<br />

pudieran salir con destino a los mismos y requiere a la<br />

villa de Alcaraz para que lo haga igual, ya que estos<br />

abastecimientos van a parar a los moros (9).


— 109 —<br />

Por disposición real, quedan confiscados los bienes<br />

de Alonso <strong>Fajardo</strong> para indemnizar a los despojados<br />

por éste (10). <strong>El</strong> Monarca desdtuye a Antón Saorín, que<br />

estaba con <strong>Fajardo</strong>, de su cargo de Regidor y nombra<br />

para sustituirlo a Sancho,Torrano (11). Más tarde ordena<br />

que de los maravedís, de los emolumentos, del primero<br />

se paguen a Juan de Soto los daños que le había hecho<br />

la gente de <strong>Fajardo</strong> (12).<br />

Sin embargo, comenzadas ya las hostilidades, a finales<br />

de agosto' aún van a Muía y Caravara para negociar<br />

una tregua de veinte días con <strong>Fajardo</strong> dos mensajeros<br />

del municipio murciano, Alfonso de Guevara y Juan de<br />

Flores (13), la gestión de los cuales resultó estéril. Es<br />

posible que sólo pretendieran ganar algún tiempo para<br />

esperar la llegada de nuevos refuerzos. No obstante, el<br />

Concejo, que había satisfecho los daños de Juan de Soto'<br />

con el sueldo de Saorín, seguía pagándole el suyo a<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong>, ^también Regidor, en la persona de Micer<br />

Bertolin Catano, a quien lo había transferido (14).<br />

<strong>El</strong> día 23 de abril exhibió Pedro <strong>Fajardo</strong> el poder<br />

de guerra otorgado por Enrique IV y pidió ayuda al<br />

Concejo para combatir a Alonso (15). Se montaron guardias<br />

en la ciudad y sus alrededores —Sangonera, Alcantarilla<br />

y Puerto de la Cadena—; se alertó a los moradores,<br />

advirtiéndoles que los de a caballo debían acudir<br />

cuando tocase la campana de Santa Catalina y, con diversas<br />

penas, se señalaron las obligaciones de todos (16).<br />

<strong>El</strong> Corregidor "dispuso que los caminantes cruzasen por<br />

el Puerto de San Pedro, porque en el de la Cadena asaltaban<br />

a los. viajeros los almogávares granadinos.<br />

Para la guerra, Enrique IV envió a su capitán Martín<br />

de Sosa, hijo del Corregidor Diego López Portocarrero,<br />

con cien hombres de armas y sueldo para otros cien que<br />

había reunido el Adelantado (17). No debieron satisfacer<br />

sus condiciones al Concejo, que también desconfiaba de<br />

las del Adelantado, cuando poco tiempo después de


— lio ~<br />

llegar pide de nuevo al Soberano que envíe un «gran<br />

capitán» (18).<br />

En agosto envió el Rey a su Capitán, el caballero<br />

cordobés Gonzalo Carrillo, con doscientos de a caballo<br />

y más hombres de armas, debidamente apoderado en<br />

su nombre (19).<br />

Poco después escribía de nuevo el Monarca, justificando<br />

la guerra contra Alonso <strong>Fajardo</strong> y ordenando<br />

al Municipio de Murcia que se adhiriese al Adelantado<br />

y lo ayudase en todo, porque obraba por su mandato (20).<br />

Mas las alternativas de la batalla habían demostrado<br />

a éste y sus gentes que eran todavía inferiores a Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong>, por lo que, por tercera vez, hubo de enviar el<br />

Rey refuerzos en la persona de un nuevo capitán, Mangárrez,<br />

con ciento cincuenta lanzas.<br />

Por su parte, Alonso <strong>Fajardo</strong>, entregó dos de sus<br />

hijos y varios vecinos de Lorca en calidad de rehenes<br />

al Rey de Granada, a cambio de los guerreros que éste<br />

puso a su disposición para, ayudarle. Noticia que, al ser<br />

conocida en Murcia, determinó al Concejo a pedir a don<br />

Pedro Girón, Virrey de Andalucía, el envío de hombres;<br />

a escribir a Albacete con igual demanda y, por dos veces,<br />

al Rey en términos aprerñiantes (21).<br />

<strong>Fajardo</strong>, hombre expeditivo, no vacila en buscar el<br />

apoyó de sus enemigos en otro.s tiempos, al sentirse depuesto<br />

del favor real y cruelmente acosado; la admiración<br />

de sus condiciones militares, que nadie mejor que<br />

sus enemigos podía conocer, origen de lá mutua ayuda<br />

que todos los caballeros se tributaban y el aprecio y<br />

consideración con que' era tratado por los moros, a quienes<br />

tradicionalmente dispensaba una amistad estrecha,<br />

facilitaron sus gestiones.<br />

En buena ética, el Rey, que con tanto escándalo y<br />

reiteración reprocha a <strong>Fajardo</strong> su alianza con los moros,<br />

no podía hacerlo muy airadamente; él también, andando<br />

el tiempo, pactó una tregua por cinco meses con el Rey


— 111 —<br />

de Granada jjara asegurar las fronteras del Reino de<br />

Murcia y podei; dejar en libertad a sus tropas de emplearse<br />

exclusivamente contra Fajai-do.<br />

Con ello se produjo una situación paradójica, no extraña<br />

dentro de la confusión entonces dominante; mientras<br />

moros y cristianos permanecían seguros, en sus respectivas<br />

demarcaciones, sin entrar en las contrarias, los<br />

primeros estaban en guerra contra el Rey,, dentro de sus<br />

dominios, de parte de uno de sus rebeldes subditos.<br />

Juntas las gentes del Adelantado y del Corregidor<br />

en crecido número, iniciaron la ofensiva contra Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong>, talando y quemando los lugares que por él estaban,<br />

rescatando prisioneros y haciéndolos de sus parciales.<br />

\ -<br />

<strong>El</strong> día de San Juan asaltaron Albudeite, prendiendo<br />

fuego a sus edificaciones y saqueándola. Los moradores<br />

se refugiaron en el castillo, y como el armamento de los<br />

asaltantes era insuficiente para combatir a los que se<br />

defendían desde allí, suspendieron las hostilidades y se<br />

retiraron.<br />

Esta escaramuza hizo comprender al Adelantado v<br />

a Martín de Sosa, hijo del Corregidor, su inferioridad<br />

y los decidió a mantenerse en espera de refuerzos.<br />

<strong>El</strong> día de Santiago están por Pliego. Con la mayor<br />

premura les avisa el Corregidor —que tuvo que pedir<br />

prestado a un vecino de la ciudad (espléndidamente recompensado,<br />

por cierto) su caballo para el mensajero (22)—que<br />

trescientos caballeros moros iban sobre ellos para<br />

acuchillarlos." Tratóse indudablemente de alguna celada<br />

que les tendieron los parciales de Alonso <strong>Fajardo</strong>, y. que<br />

por el elevado número de jinetes no pudo pasar desapercibida;<br />

alguien los vería y dio aviso a Murcia.<br />

Al comenzar septiembre, el Adelantado y los suyos,<br />

vistos los daños que la gente de <strong>Fajardo</strong> hacía desde las<br />

fortalezas y lugares que les estaban sometidos, deciden<br />

poner sitio a Cieza, donde estuvieron combatiendo varios


— 112 — .<br />

días, hasta que fué herido el Alcaide, con lo cual él y los<br />

de su compañía se dieron a partido. La fortaleza fué<br />

desmantelada. Debió suceder este episodio del 10 al 15<br />

del referido mes, pues el 13 no celebra sesión el Concejo<br />

debido a la ausencia del Corregidor, que se halla en el<br />

cerco de Cieza (23).<br />

Después de caer ésta, se encaminaron las tropas<br />

reales a Alhama y Muía, donde tropezaron con la tenaz<br />

resistencia que los de <strong>Fajardo</strong>, considerablemente reforzados<br />

con los moros que le cedió el Rey de Granada,<br />

oponían. Se determinaron por aguardar la venida de<br />

más fuerzas.<br />

Tras un breve período de descanso, forman ya contra<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong>, el Adelantado, Diego López Portocarrero,<br />

Corregidor, y su hijo, Martín de Sosa; Gonzalo<br />

Carrillo y su sobrino, Diego de Aguayo; Pedro Vélez<br />

de Guevara; Pedro Calvillo, señor de Cotillas, y Mangárrez;<br />

en suma, ocho capitanes con sus huestes respectivas.<br />

Celebraron concejo y acordaron ir a correr los<br />

campos de Lorca. Avistados por los lorquinos, les salieron<br />

presurosos y trabaron violento combate, del que resultaron<br />

vencidos y se retiraron a la ciudad. Los del<br />

Adelantado hicieron un buen botín y les prendieron muchos<br />

hombres, a quienes libertó Gonzalo Carrillo, bajo<br />

juramento de que no ofenderían más al Rey, con objeto<br />

de atraérselos.<br />

Pidió de nuevo <strong>Fajardo</strong> ayuda al Rey de Granada,<br />

que le envió quinientos jinetes y mil quinientos hombres<br />

de a pie, bajo el mando de ün caballero de Daeza, llamado<br />

Abdalla Ambrar (24), al que se unieron los hijos de <strong>Fajardo</strong>,<br />

Garci Manrique, su yerno; Juan de Ayala, señor<br />

de Albudeite ,y más de doscientos cuarenta caballeros<br />

de la parcialidad del Alcaide lorquino, los nombres de<br />

los cuales constan en la carta de perdón del Rey de 24 de<br />

septiembre de 1458 (25). ' •<br />

Extraordinariamente aumentados los dos ejércitos,


-115 -\<br />

entra la lucha en una nueva fase. A primeros de octubre<br />

recibe el Corregidor una confidencia informándole de que<br />

los de <strong>Fajardo</strong>, auxiliados por los adalides moros de<br />

Baza, Guadix, los dos Vélez, Almería, Huesear, Purchena<br />

y Albox —casi los mismos que, un lustro antes, vencieron<br />

en los Alporchones, la ciudad y <strong>Fajardo</strong> unidos—, venían<br />

sobre Murcia, quemando, matando y destruyendo.<br />

Los capitanes del Rey decidieron cortarles él paso<br />

y salir a su encuentro en Molina, por donde se acusaba<br />

su presencia; mas no dando mucho crédito al avance<br />

de lá morisma, que tantas veces se había anunciado sin<br />

fundamento, sólo sacaron trescientos caballeros y otros<br />

tantos peones.<br />

Avistado el enemigo, se resolvieron a combatir, no<br />

sin que antes les .diese la absolución general'un clérigo<br />

que los acompañaba. En las filas del Adelantado cundía<br />

el malestar por la manifiesta inferioridad en que estaban,<br />

y todos lamentaban no haber sacado más gente de<br />

Murcia.<br />

Se adelantó Vélez de Guevara para tantear las fuerzas<br />

del adversario, compiíestas por quinientos caballeros<br />

V un millar de peones moros.<br />

Los del Rey llevaban sus" batallas muy bien ordenadas<br />

y juntas. A vanguardia el Adelantado, el Corregidor<br />

y Martín de .Sosa; a retaguardia Pedro Vélez de<br />

Guevara .Gonzalo Carrillo y Pedro Calvillo.<br />

Al toniar contacto, los moros, que habían salido de<br />

sus posiciones, hicieron un movimiento de retirada; persiguiéronlos<br />

los del Rey, paso a paso, juntando más sus<br />

batallas, por si la fuga iniciada era una estratagema. Se<br />

repusieron con ferocidad los atacados; pero enviaron los<br />

del Rey setenta jinetes contra ellos que les hicieron<br />

gran carnicería, poniéndolos, por fin, en fuga. Huyeron<br />

a rienda suelta, perseguidos cuatro leguas hasta Albudeite,<br />

donde se refugiaron.<br />

De regreso a su real, las tropas del Adelantado con-


— 114 —<br />

taron más de cien muertos sobre el campo entre moros<br />

y cristianos y aun de los heridos se averiguó que murieron<br />

muchos más; parte de los huidos fueron apresados<br />

por el Comendador de Aledo, Alonso de Lissón.<br />

<strong>El</strong> Cabildo acordó celebrar el triunfo con una' función<br />

anual en honor de San Francisco de Asís, por ser<br />

el día 4, su fiesta, el que se ganó la batalla y comunicarlo-í&l<br />

Rey, que contestó seguidamente felicitándolos<br />

por su triunfo: «... el desbarato ahora hecho a los moros<br />

y a los hijos de <strong>Fajardo</strong> fué muy singular «hecho y bien<br />

parecido».<br />

Esta victoria surte sus efectos. Quedan rotas todas<br />

las posibilidades de concordia. <strong>El</strong> Municipio anula, el<br />

día 15, la tregua concertada con el de Lorca a favor de<br />

arrieros y trajinantes, ya que era contra el servicio del<br />

Rey mantener pactos con los rebeldes.<br />

<strong>El</strong> Monarca continúa enviando refuerzos y sueldos<br />

para las tropas. <strong>El</strong> Concejo sigue confiscando los abastecimientos<br />

que eventüalmente pudieraii dirigirse a. los<br />

lugares que Alonso <strong>Fajardo</strong> dominaba.<br />

La guerra se extiende. Ya al,pasar por Alcaraz, en<br />

el mes de julio,* Gonzalo Carrillo, que venía desde Jaén<br />

con su gente para auxiliar al Adelantado, fué notificado<br />

de que, poco antes de su paso, gentes" de <strong>Fajardo</strong> habían<br />

entrado en la villa y cogido una gran presa del lugar<br />

de «Lagarra». Apresuró el paso Gonzalo Carrillo y alcanz;ó<br />

a los salteadores, cristianos y moros, arrebatándoles<br />

el botín después de una breve y sangrienta lucha,<br />

en el transcurso de la cual les hizo algunos muertos.<br />

Devolvió a los de Alcaraz sus despojos y les mostró el<br />

poder real de que venía investido, obligándoles a acudir<br />

a su llamamiento, a lo que accedieron muy de grado.<br />

Estos deciden, ahora, ir sobre Letur, lugar de la<br />

encomienda de Socovos, donde era comendador Gómez<br />

<strong>Fajardo</strong>, hijo de Alonso, que tenía en aquella villa una<br />

compañía de moros y cristianos que se dedicaba- a asal-


— 115 —<br />

tar a todo el que pasaba en tres leguas alrededor. Los<br />

de Alcaraz reclutaron- ciento cincuenta de a caballo y<br />

dos mil hombres a pie v se dirigieron a Letur, venciendo<br />

a sus defensores, no sin sangrientas y elevadas pérdidas<br />

por parte de ambos, previo requerimiento de entrega, al<br />

que los de dentro contestaron que la villa era de Gómez<br />

<strong>Fajardo</strong> y que, dando Dios vida al Rey de Granada y<br />

a Alonso <strong>Fajardo</strong>, no temían a ninguno de Alcaraz,<br />

enojosa respuesta que sublevó a los asaltantes, quienes<br />

sin más comenzaron la refriega.<br />

<strong>El</strong> alcaide de Letur, Hernando de Espinosa y ochó<br />

o diez acompañantes, se hicieron fuertes en el castillo,<br />

que los de Alcaraz se vieron imposibilitados de tomar,<br />

por lo que pactaron dejarles en libertad para que se fuesen<br />

seguros donde quisieran.<br />

Noticioso del descalabro, Gómez <strong>Fajardo</strong> exigió a<br />

los de Alcaraz la devolución de treinta y cinco prisioneros<br />

que habían hecho en Letur, a lo que éstos respondieron<br />

que les devolviese él los que se había llevado<br />

en otras ocasiones, si no ahorcarían a aquéllos. Mediaron<br />

tratos y cada cual restituyó los suyos al bando contrario.<br />

No abandonaron los de Alcaraz Letur sin destruirlo por<br />

el fuego, quema que hicieron asimismo en las cosechas'<br />

del término de Socovos, vista la imposibilidad de tomarlo<br />

como habían intentado.<br />

<strong>El</strong> partido de Alonso <strong>Fajardo</strong> se resquebraja; para<br />

que sea mayor su vacilación, la deslealtad comienza a<br />

mostrársele. Martín del Castillo, Alcaide de Alhama, ya<br />

porque estuviese harto de la vida de aventuras y generosamente<br />

y de buena fe quisiera'pasarse al bando del<br />

Rey en busca de paz, ya por el interés de conseguir, ventajas<br />

y honores, aunque protestó no desearlos, sin embargo<br />

de que los .aceptase cuando el Monarca le colmó<br />

de ellos, decidió traicionar a su jefe y entregar Alhama<br />

a Gonzalo Carrillo, a quien envió a decir que, previo un<br />

simulacro de cerco que le serviría de justificación, se la


— 116 —<br />

rendiría, pidiéndole que obrase rápidamente, pues esperaba<br />

en breve la visita de Alonso <strong>Fajardo</strong>.<br />

Carrillo, que vio la ocasión de procurarse fácilmente<br />

una nueva y lucida victoi^ia, 'consultó con el Adelantado<br />

y con los restantes capitanes, que se mostraron de acuerdo<br />

y pusieron, cerco a Alhama, requiriéndola para que se<br />

rindiese, lo que hizo a continuación, en cumplimiento<br />

de su compromiso reciente, el Alcaide.<br />

Marchó Martín del Castillo a la Corte, donde el Rey<br />

le otorgó muchas mercedes sin solicitarlas y le puso bajo<br />

su amparo. Posteriormente, el Monarca hubo de asegurarlo<br />

cuando, de regreso a Murcia, andaba huido, pues<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> lo perseguía para castigar su deserción.


IX<br />

OCASO<br />

— 117 —<br />

La pérdida de Alhama debió servir a Alonso fajardo<br />

para comprender su verdadera situación : se le agotaban<br />

los medios, disminuía el número de sus parciales y la<br />

traición, primer indicio de la derrota, mordía sus filas.<br />

De nuevo recurre al Rey de Granada, v esta vez le envía<br />

a su esposa y a su bija, se ha dicbo.que en calidad de<br />

rehenes; es posible, que para ponerlas a salvo de las<br />

amenazas que se cernían sobre él.<br />

Los del" Rey montan una ofensiva de falsedades para<br />

desmoralizar a los contrarios; «afírmase que -trataba de<br />

dar al Rey de Granada la ciudad de Lorca para que la<br />

metiese en su comano y que le tenía vendidas todas las<br />

personas, hombres y mujeres y cuantos en la ciudad se<br />

hallasen, a cuatro doblas cada cabeza» (1); y Falencia<br />

agrega: «declarándose de su secta» (2).<br />

Más que un trasunto de la realidad, que no se conforma<br />

con el carácter de Alonso <strong>Fajardo</strong>, es presumible<br />

que tales imputaciones ^fuesen un . arma, notoriamente<br />

eficaz, para amotinar contra él a los que le rodeaban<br />

y servían. En ningún texto se confirma la pretendida<br />

abjuración de <strong>Fajardo</strong>, que él niega en su carta a Enrique<br />

IV; sólo Palencia se lo atribuye, pero sabido es el<br />

apasionamiento con'que está compuesta su ((Crónica».<br />

Juan López de Villanueva, hombre de confianza de<br />

<strong>Fajardo</strong>, que en tantas ocasiones le ha servido de mensajero<br />

y procurador, se puso en tratos con Gon'zalo Carrillo<br />

para rebelar Lorca v entregársela y prender o matar<br />

a <strong>Fajardo</strong>, el que, informado de la traición urdida, se<br />

intentó vengar. <strong>El</strong> pueblo lo impidió y quiso asesinarlo<br />

al grito de «¡Viva el Rey de Castilla, nuestro señor natural<br />

!».


— 118 — .<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong>, con Garci Manrique y otros ochenta<br />

caballeros, se acogió al castillo. Los lorquinos comu-»<br />

nicaron la nueva a los capitanes del Rey y les pidieron<br />

que acudiesen pronto para cercarlos.<br />

Hiciéronlo así; pusieron fuertes retenes en el arrabal<br />

para impedir las comunicaciones de la fortaleza y dio comienzo<br />

el sitio, duro y tenaz, con el mayor entusiasmó,<br />

hasta el punto de que los de Lorca' y Murcia sé juramentaron<br />

para no volver a sus casas sin haberlo concluido<br />

victoriosamente (3).<br />

Procuran los de dentro comunicarse con el Rey de<br />

Granada, enviándole diversos mensajeros, muchos de los<br />

cuales fueron cogidos y ahorcados por los contrarios;<br />

pero algunos consiguieron atravesar las líneas.<br />

A este llamamiento respondió el Monarca granadino<br />

reclutando un nuevo ejército para auxiliar a <strong>Fajardo</strong>, y<br />

como se difundió la noticia de que venía en su ayuda,<br />

los capitanes del Rey celebraron consejo para deliberar<br />

si abandonaban el arrabal o permanecían en sus puestos,<br />

donde continuaron por imposición del criterio dé Gonzalo<br />

Carrillo, que estimaba deshonroso levantar el campo,<br />

sobre todo porque, de aparecer la morisma, podían<br />

salirle al paso a la «Torre del Pjjzo», distante una legua.<br />

Urgía forzar el castillo ante la amenaza de los moros.<br />

Pidieron más refuerzos a Murcia, que los remitió,<br />

ordebando la salida de todos los caballeros que cobraban<br />

sueldo real, a quienes en adelante ningún posadero podría<br />

dar albergue, encuadrando tres centurias de peones y disponiendo<br />

la marcha de todos los vecinos a talar los campos<br />

de Albudeite (4).<br />

Acudieron asimismo, con sus huestes, Pedro de Silva,<br />

Corregidor de Alcaraz, y Juan de Haro, señor de Bustos<br />

y Rivilla, que estaba en Hellín.<br />

Tenía el último de ellos cierta amistad con Alonso<br />

Fajai'do, y en el consejo de guerra que celebraron todos<br />

los capitanes reunidos, propuso pactar con él, idea que no


— 119 —<br />

prosperó, porque .el Adelantado y los otros, que no perdonaban<br />

medio de apoderarse de-aquél, reanudaron las<br />

escaramuzas, reforzados con la gente que Murcia les envió<br />

una vez más. Puede calcularse el crecido número de<br />

tropas reales por el hecho de que el recaudador se quejase<br />

al Cabildo de qué todas las provisiones de carne y<br />

pescado se desviaban hacia Lorca sin entrar nada en<br />

Murcia (5). •<br />

Sabido es que Enrique IV, para que los que combatían<br />

a <strong>Fajardo</strong> pudieran dedicarse por entero, sin otras<br />

preocupaciones, a vencerlo, había concertado una tregua<br />

con el Rey de Granada. Lo empezó a combatir de nuevo<br />

y dio orden a sus capitanes del Reino de Murcia para<br />

que lo secundaran, con expresa desautorización de la<br />

concordia que particularmente tenían Murcia y Alonso<br />

í^jardo para no luchar contra la morisma sin preceder<br />

mutuo acuerdo (6).<br />

Lorca no capitulaba. <strong>Fajardo</strong> y los suyos parecían<br />

• invencibles. Los del Rey, incapaces de dominarles, a pesar<br />

del esfuerzo realizado y el gran concurso de hombres de<br />

armas reunido, temieron perder la partida al final y se<br />

avinieron a aceptar la mediación insinuada por Juan<br />

de Haro.<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> entregaría el castillo y saldría libro<br />

para donde quisiera, a cambio del perdón del Rey y la<br />

concesión de ciertas villas que se comprometían a obtener<br />

para él Gonzalo Carrillo y los • suyos, quienes para garantía<br />

de este compromiso le entregaron como rehenes<br />

a un hijo de Juan de Haro y. otro de Martín de Sosa.<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> y su hueste, escoltados por los del Rey,<br />

marcharon hacia Xiquena.<br />

<strong>El</strong> día 15 de agosto de 1458, la ciudad de Murcia<br />

despachó a Sancho Torrano para participar al Rey la<br />

noticia y suplicarle que no diese Lorca a-ningún magnate,<br />

para' que en el futuro pudiese haber paz, y que si


— 120 —<br />

pensaba otorgar a <strong>Fajardo</strong> algunos Estados, lo hiciese<br />

fuera del Reino de Murcia (7).<br />

Los vecinos de Caravaca, al saber la mala ventura<br />

de <strong>Fajardo</strong>, quisieron librarse de él y pidieron ayuda a<br />

Diego de Aguayo, sobrino de Gonzalo Carrillo, que acudió<br />

con cincuenta caballeros. <strong>El</strong> Alcaide, Pedro <strong>Fajardo</strong>,<br />

se encastilló en la fortaleza, que Diego de Aguayo, su<br />

gente y la del pueblo que se le unió, comenzaron a atacar<br />

y minar.<br />

Acertó a pasar por allí Juan de Haro, q.úe regresaba<br />

de Lorca, y como simpatizaba con <strong>Fajardo</strong>, disuadió a<br />

Diego de Aguayo de su propósito, no sin graves disputas,<br />

que terminaron porque éste se retiró para su tío con la<br />

representación de su agravio.<br />

Un temperamento tan inquieto como el de <strong>Fajardo</strong>,<br />

servido por una inteligencia tan clara y pronta a decidir,<br />

ño podía permanecer inactivo ni abstenerse de resolver<br />

de modo directo sus asuntos. La capacidad de reaccionar<br />

exaltadamente contra el peligro es una de las características<br />

fundamentales de su personalidad.<br />

Pasa de Xiquena a Caravaca, acuciado, acaso, por<br />

las noticias de su incipiente .rebelión, y «como los hechos<br />

míos cada día empeoran y la ira vuestra contra iní crece<br />

sin razón y justicia, me es forzoso decir claro a vuestra<br />

señoría el fin y determinación mía», dice en su famosa<br />

carta que, a pesar de las numerosas veces que ha sido<br />

publicada, nt) hemos querido dejar de incluir como<br />

apéndice (8).<br />

Cánovas Coheño (9), Pío Tejera (10), Cáscales (11),<br />

Raquero (12) y otros historiógrafos, le asignan diversas<br />

fechas y coinciden en afirmar que lá escribió desde Lorca.<br />

La carta está escrita en Caravaca el 20 de agosto de 1458.<br />

Ni éste podía estar en Lorca, cuya entrega hubo de<br />

ser forzosamente anterior al 15 de agosto, fecha en que<br />

el Concejo despachó a Sancho Torrano con la nueva de<br />

su capitulación al Rey, ni la data «En mis villas de la


111 V-<br />

Cruz» es dudosa. <strong>El</strong> año se deduce porque todos los<br />

documentos, cartas reales y sesiones del Concejo señalan<br />

exactamente el mes de agosto de este año como - el de<br />

la toma de Lorca; sirva de ejemplo, entre los muchos que<br />

se pueden aducir, la fecha 23 de septiembre de 1458 (13)<br />

de la carta de perdón que desde Ubeda otorgó Enrique IV<br />

a <strong>Fajardo</strong> y sus secuaces, con seguridad posterior a la<br />

que éste le había dirigido.<br />

Se conforma muy bien su contenido y el tipo legendario<br />

de su autor a la aureola poética de estar escrita<br />

durante lo más rudo de la batalla por Lorca, y remitida<br />

en secreto al Rey con Juan de Soto; pero no hemos podido<br />

averiguar el fundamento de esta noticia de Cáscales,<br />

seguido luego por Cánovas Cobeño. De todas foi-mas, el<br />

texto posee valores suficientes para ser notable sin necesidad<br />

de atributos ajenos a él.<br />

Conviene aclarar, también, que Alonso <strong>Fajardo</strong> no<br />

marchó a Aragón, como Cáscales y otros autores que lo<br />

sigtien creen, deduciéndolo precipitadamente de algún párrafo<br />

de esta carta.<br />

Obtuvo para los suyos un perdón del Rey, tan.amplio<br />

y rotundo como enérgica y terminante había sido la declaración<br />

de guerra. Ya el 23 de septiembre comunicaba<br />

Enrique IV a la ciudad, después dé felicitarla por el éxito<br />

obtenido, su propósito de dar a <strong>Fajardo</strong>, si enmendaba sus<br />

pasados yerros, Caravaca, Cehegín, Tobarra y Letur (14),<br />

y en otra carta ordenaba a Murcia, Alcantarilla, Alguazas,<br />

Lorquí y Ceutí que permitiesen el paso a sus vasallos<br />

Alonso <strong>Fajardo</strong> y Garci Manrique, para trasladar desde<br />

'Lorca y Muía algunos objetos de su propiedad, y que les<br />

proporcionasen gratuitamente acémilas y conductores de<br />

éstas. Dicha carta la trae Cáscales, aunque mutilada (15).<br />

Envió el Monarca a Murcia al Comendador Mayor<br />

de Montalván. Gonzalo Saavedra, para consolidar la situación<br />

obtenida merced al sometimiento de <strong>Fajardo</strong>.<br />

Toma el Comendador posesión de Lorca, Muía y Murcia<br />

w


— 1-22 — - .<br />

en nombre del Monarca, nombrando Alcaide de la primera<br />

a Juan Fernández Galindo,. Comendador de la<br />

Reina, por orden del Rey, y a Jorge de Raya, por sí; devuelve<br />

Muía al Adelantado y confía al Corregidor de<br />

Murcia, Diego López Portocarrero, su fortaleza y castillo<br />

para que los guarde, en nombre del Soberano. Adoptó<br />

estas decisiones el día 22 de octubre, fecha de su llegada,<br />

que Enrique IV había anunciado el 28 de septiembre (16),<br />

fecha también de la carta de poder que Gonzalo Saavedra<br />

traía (17).<br />

Tomó éste, además, otras medidas para impedir la<br />

repetición de ciertas parcialidades, y entre ellas prohibió<br />

a los regidores vivir con caballetos, obligándolos por juramento,<br />

que sólo se resistió a prestar Alfonso Dávalos,<br />

lugarteniente del Adelantado, con quien vivía (18), aun-,<br />

que al final claudicara (19)..<br />

<strong>El</strong> 24 de diciembre el Rey nombra Regidor a García<br />

Mejía, en sustitución de Alonso <strong>Fajardo</strong>, que le había<br />

cedido el puesto (20). Este rompe hasta sus menores lazos<br />

con la Corte, como escribe Lafuente: «...consiguió la<br />

devolución de sus estados que le disputaban sus émulos.<br />

Entonces cortó cornunicación con la Corte y sin reconocer<br />

Rey ni superior en aquella tierra mandaba como señor<br />

y juzgaba como arbitro» (21).<br />

Salvo la muerte de' dos moros del Gobernador de<br />

Orihuela, ejecutados por gente de la parcialidad de <strong>Fajardo</strong><br />

(22), pocas noticias hay en estos años de desafueros<br />

de éste. <strong>El</strong>lo hace pensar que, aparte la acusación de<br />

nueva alianza con los moros, por la qiie el Rey justifica<br />

su segunda orden de guerra, Alonso <strong>Fajardo</strong> se ocupó de<br />

perseguir y castigar a los desertores de la anterior campaña.<br />

En efecto, Martín del Castillo, su hijo y otros parientes,<br />

que entregaron Alhama a los del Rey, son perseguidos<br />

de muerte; Rodrigo de Jerez y un tal Guirao,<br />

con otros" habitantes de Caravaca y Cehegín, sin duda<br />

promotores o participantes en el alzamiento de la primera.


— 12^ .-<br />

también son perseguidos y el Rey los ha de amparar (23).<br />

En mayo-de 1459 se querellan entre sí <strong>Fajardo</strong> y<br />

Juan de Ayala, con grave amenaza de la paz pública,<br />

por lo que el Concejo de Murcia les envía a Juan de Soto<br />

para sosegarlos (24).<br />

Los enemigos de Alonso <strong>Fajardo</strong> no habían quedado<br />

satisfechos. Ni estaba aniquilado ni habían logrado expulsarlo<br />

del Reino de Murcia. Instan de nuevo al Rey<br />

que ahora no manda combatirlo v tomarle sus Estados,<br />

sino apresarlo y que lo enü-eguen a su justicia, por carta<br />

de 19 de diciembre de 1460 (25), que presentó al Concejo<br />

el Adelantado el día 3 de en,eh) siguiente (26), pidiendo<br />

que se cumpliera. , • '<br />

<strong>El</strong> nuevo documento es un extensísimo memorial<br />

que enumera todas las acusaciones anteriores, alude después<br />

a la- sumisión de <strong>Fajardo</strong> y el subsiguiente perdón<br />

del Monarca, y justifica la actual determinación por<br />

haberse aliado con los moros para reconquistar parte de'<br />

las ciudades de que fué desposeído. Enrique IV designa<br />

expresamente y de modo especial para dirigir la campaña<br />

al Adelantado, Pedro <strong>Fajardo</strong>; a Lope Mendoza, comandante<br />

general de Artillería; a don Juan Pacheco, marqués<br />

de Villena,. y a su hermano, el Maestre de Calatrava, don<br />

Pedro Girón, conjunción de nombres no meramente casual<br />

que confirma las consideraciones expuestas en otros<br />

lugares.<br />

<strong>El</strong> cerco de la Ciudad de la Cruz se presenta difícil,<br />

como lo fué el de Lorca; pero el Adelantado y Lope Mendoza<br />

están decididos, a expugnarla. Por dos veces invocan<br />

el temor de la venida de los moros, sin que sé confirme.<br />

Murcia envía, primero, todos los jinetes y cuatrocientos<br />

peones (27); después, cien de a pie y veinte caballeros<br />

—la mitad de los que le pidieron (28)-^. Más tarde, pregona<br />

la incorporación de todos los hombres de a caballo<br />

y peones movilizados, bajo diferentes penas (29), ordenando<br />

la detención de los remisos. Y otra vez, el 10 de


_ 124 —<br />

marzo, manda dirigirse a Caravaca y Cehegín cuantos<br />

hombres de armas hubiese en la ciudad (30), porque, a<br />

pesar de los requerimientos anteriores, no habían salido<br />

todos.<br />

Muy superior al de Lorca hubo de ser el ejército<br />

concentrado frente a Caravaca, pues el Soberano nombra<br />

intendente general del mismo (17 de marzo de 1461) (31)<br />

a su oidor Juan González, con poder para conducir a<br />

Caravaca todas las viandas y abastecimientos a precios<br />

razonables.<br />

En agosto proseguían los combates. Lope Mendoza<br />

pide trigo y cebada el 18 de este mes (32).<br />

Por último, al año casi de corhenzar el cerco, el 7 de<br />

diciembre de 1461, el Adelantado escribe al municipio,<br />

de Murcia: «...hoy jueves a las dos del mediodía se me<br />

entregó esta fortaleza... perdonar que por ahora no puedo<br />

otra cosa escribir salvo si a estas cosas de acá vos placen<br />

sed ciertos que se han de hacer...» (33).<br />

Situamos, con exactitud, la fecha de la toma de Caravaca,<br />

a pesar de no figurar el año en la carta del Adelantado,<br />

porque el último perdón del Rey a Gómez <strong>Fajardo</strong><br />

está fechado en enero de 1462 (34), aunque no lo<br />

presentase al Concejo hasta 28 de enero de 1464 Antón<br />

Saorín, el mismo Regidor que, cuando el cerco de Lorca,<br />

destituyó el Rey por ser parcial a <strong>Fajardo</strong> (35).<br />

Ya en 1463 se trata en el Concejo de los trajineros<br />

y caminantes qué van y vienen a Cartagena, Lorca y Caravaca<br />

(36). La paz se había restablecido.<br />

Pobre, desvalido y errante, sin más recuerdo de su<br />

pasado esplendor que la insolencia de sus palabras, pinta<br />

Patencia (37) a <strong>Fajardo</strong>, consumada su derrota.<br />

Soberbio escribió al Monarca después de perdida<br />

Lorca; pero rio errante : le quedaban Xiquena y Caravaca,<br />

desde donde lo combatió luego.- Si el cronista alude al<br />

período consecutivo a la toma de ésta, ignoramos de dónde<br />

sacó sus noticias.


— 125 —<br />

La última vez que le menciona es en una carta de 17<br />

de marzo de 1461. Después, nada.<br />

Nos inclinamos a creer que murió durante el prolongado<br />

cerco de Carayaca, que duró próximo a un año,<br />

ya.que ni en la epístola del. Adelantado notificando su<br />

triunfo lo menciona—y no hubiera dejado de pregonarlo<br />

si lo consiguió prender—ni en el perdón real se le alude,<br />

aunque éste le fué conferido a Gómez <strong>Fajardo</strong>, Comendador<br />

de Socovos, y el Alcaide de Caravacá era su hermano<br />

Pedro.<br />

¿Murió en ésta, enfermo o herido, y su gente, huérfana<br />

del aliento que le infundía y los mantuvo largos<br />

meses resistiendo, se entregó? ¿Pudo escapar y buscó<br />

refugio seguro en el Reino de Granada? ¿Fué ejecutado,<br />

asesinado tal vez, al entrar en Carayaca los parciales del<br />

Adelantado?<br />

No sabemos responder, hoy, a tales preguntas.<br />

De igual manera" que aparece en escena cuando lo<br />

armó caballero su suegro, Martín Fernández Piñeiro «el<br />

del brazo arremangado», frente a los batidos muros del<br />

castillo de Xiquena, desaparece de ella dentro de los. batidos<br />

muros de la fortaleza de Carayaca cuando se eclipsa<br />

el brillo deslumbrante de su buena estrella, en la consumación<br />

de su definitivo fracaso militar...<br />

Sus hijos, su yerno Garci Manrique, su mortal ene-<br />

,migo el Adelantado Pedro <strong>Fajardo</strong>, ocuparán en el Reinado,<br />

por tantas razones memorable, de los Reyes Católicos,<br />

puestos distinguidos, adecuados a la calidad de sus<br />

personas, templadas en las durísimas' luchas de estos veinte<br />

años de continuo desasosiego alrededor de la personalidad<br />

sobresaliente de Alonso <strong>Fajardo</strong>, «el <strong>Bravo</strong>», que<br />

otros llamaron «el Malo»...<br />

• ' < ^


— 126 —<br />

. X<br />

ESTALLIDO DE CORAJE<br />

Era el Alcides de Murcia,<br />

<strong>El</strong> <strong>Fajardo</strong>, a quien debiera<br />

Hacer estatuas la fama<br />

Coronando sus proezas (J).<br />

La visión actual de la figura de Alonso <strong>Fajardo</strong> se<br />

forma con retazos de Historia, donde cada cual Jia consignado<br />

sus Huellas en el episodio bélico o político o en<br />

la evolución de la ciudad, de que se ocupaba; conjunto<br />

parcelario sin unidad ni síntesis posible en orden al propio<br />

personaje, que permitiera conocerlo con íntegra plenitud.<br />

Los poetas, más veraces, le atribuyeron muchas hazañas<br />

en las que jamás intervino, siguiendo en esto la<br />

corriente del pueblo, que prefería concre.tár en un solo<br />

individuo la multitud de hechos heroicos, algunos excepcionales,<br />

atribuidos a todos los de su linaje (2).<br />

No de diferente, modo compuso Lope de Vega su<br />

comedia «Los <strong>Fajardo</strong>s» o «<strong>El</strong> primer <strong>Fajardo</strong>»—que ainbos<br />

títulos lleva—, donde a vueltas de inexactitudes históricas,<br />

buscadas de propósito, pues el conocimiento de<br />

la vida de Alonso <strong>Fajardo</strong> que revela la obra no permite<br />

atribuirla a ignorancia, y con algún episodio puramente<br />

fantástico, entremezcló hábilmente los hechos más salientes<br />

de aquél y algunos de sus parientes y contribuyó<br />

con el prestigio de su pluma a enaltecerlo (3).<br />

La estancia de Lope en Murcia, causa de algunas<br />

otras de sus obras, debió proporcionarle ocasión de conocer,<br />

al menos, su famosa carta a Enrique IV, y suponiendo,<br />

no sin fundamento, que el personaje sería a tenor<br />

de sus escritos, juicio confirmado por los recuerdos de la


— 127 —<br />

historia local, vino a formar en torno a Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

una leyenda que desvanece su verdadera personalidad (4).<br />

Menéndez y Pelayo (5) ha restituido la verdad y<br />

opinado que aquel famoso romance del «juego de ajedrez»,<br />

escenificado por Lope con su proverbial maestría en dicha<br />

comedia, se compuso en honor de Alonso <strong>Fajardo</strong>,<br />

con cuyo carácter y profunda amistad con los moros<br />

se conforma mejor, y no en el del Adelantado, Pedro<br />

<strong>Fajardo</strong>, su primo, como Cáscales y Baquero creen.<br />

Los romances fronterizos hicieron de la persona del<br />

vencedor de los Alporchones objeto de sus épicas rirnas<br />

y la pusieron sobre el pavés de la poesía, donde triunfan<br />

los héroes cuando se incorporan definitivamente al alma<br />

misma del pueblo.<br />

Diversos escritores, seducidos por la genialidad con<br />

que acometía sus empresas, mezclando la audacia v la<br />

prudencia, cantaron algunas de las más impresionantes.<br />

No es extraño que cuantos influidos por el concepto humanístico<br />

del Renacimiento conocieron su carta al Rey<br />

se sintieran obligados a admirar la arrogancia y la entereza<br />

del autor.<br />

Así, de unas plumas a otras, dejando en todas parte<br />

de su verdad y componiéndose con lo que aquéllas le<br />

añadieron, ha llegado hasta nosotros la personalidad del<br />

Alcaide de Lorca,' desvanecida en un impreciso fondo<br />

de leyenda.<br />

Es difícil sustraerse a la tentación de estudiar la singularidad<br />

de su carácter y la energía y fidelidad de sus<br />

reacciones, que tanto influyeron en los acontecimientos<br />

locales de la época.<br />

A tal objeto, sirve grandemente la tantas veces aludida<br />

carta a Enrique IV, publicada muchas y comentada<br />

muv pocas, que es un precioso documento autobiográfico<br />

de rabiosa sinceridad (6).<br />

Carta, no concebida bajo los apremios del cerco de<br />

Lorca, según se ha afirmado, sino escrita con toda me-


— 128 —<br />

ditación y reposo tras los muros de la fortaleza de Carayaca,<br />

cuando el Rey juntaba, por segunda vez, los<br />

aprestos de guerra para exterminarlo.<br />

Las relaciones de Alonso <strong>Fajardo</strong> con los inoros del<br />

vecino Reino de Granada no fueron diferentes a las que<br />

por lo general se usaban en aquel tiempo, donde no existía<br />

la unidad de mando ni de opinión. <strong>El</strong> más importante<br />

cargó formulado contra él y la últiina y poderosa razón<br />

alegada por el Monarca para decretar su aniquilamiento<br />

se basan en los tratos desleales con los enemigos de la fe.<br />

De un modo fehaciente, sólo dos veces consta que<br />

combatieran aliados <strong>Fajardo</strong> y los moros; por desgracia<br />

para aquél, ambas contra Enrique IV. Una, cuando le<br />

defendió la ciudad de Murcia, que estaba por Juan II,<br />

de sus ataques siendo Príncipe; otra, durante la primera<br />

guerra, cuando en Molina los hijos de <strong>Fajardo</strong> y los moros<br />

se enfrentaron con el Adelantado, Gonzalo Carrillo<br />

y los restantes capitanes del Rey, unidos para exterminarlo.<br />

Lo demás, amenazas, rumores, confidencias, que nunca<br />

se confirinan, útiles para sobresaltar a los vecinos del<br />

Reino de Murcia y lanzarlos contra <strong>Fajardo</strong>. <strong>El</strong> vencedor<br />

de los Alporchones, de Lorca y Mojácar, tenía un prestigio<br />

casi legendario; la morisma era la pesadilla de los<br />

cristianos que lindaban con Granada. Ambos unidos constituían<br />

amenaza tan 'fuerte, que, por natural reacción,<br />

nadie dejaría de intentar oponérseles por cualquier medio.<br />

<strong>El</strong> propio Enrique IV asentó tre:guas con el Rey gra- ,<br />

nadino para libertar a sus ti'opas empeñadas en el cerco<br />

de Lorca de la preocupación de los moros y que pudieran<br />

combatir más ampliamente a <strong>Fajardo</strong>. <strong>El</strong> Adelantado.<br />

Pedro <strong>Fajardo</strong>, no dejó de mantener con ellos relaciones<br />

sospechosas, como lo prueba la conducta del Alcaide de<br />

la ciudad de Cartagena durante la cabalgada de los Alporchones<br />

y lo que se deduce de estos párrafos de una<br />

carta de Alonso: «<strong>El</strong> Adelantado envió un judío, al cual<br />

yo tengo, al Rey de Granada con algunas cosas de que


_ 1Í9 ^<br />

el Rey nuestro señor hará gran enojo. <strong>El</strong> trataba paz por<br />

su tierra, y por Murcia y por Cartagena y dejaba fuera<br />

a Lorca y a mi tierra y al marquesado. Esto era en quebrantamiento<br />

de la paz y juramento que esa ciudad y<br />

Lorca y todos nosotros hicimos que en lo que tocaba a<br />

moros todos seríamos en guerra o en paz».<br />

. Aquellos rudos castellanos, incansables batalladores,<br />

complacíanse con la amistad de los moros, no inferiores<br />

a ellos en valor, comprobado por sus mutuas escaramuzas;<br />

pero dotados de cierta fantasía, molicie de costumbres y<br />

encanto de pensamientos, que, por el contraste con la vida<br />

de los primeros, facilitaba ese cordial intercambio. Las<br />

parcialidades que dividían ambos Reinos dieron motivo,<br />

más de una vez, a que buscasen recíprocamente refugio<br />

en el otro los perseguidos; protección que se les otorgaba<br />

sin detrimento de sus creencias, tanto porque la consideración<br />

del arrojo personal de aquéllos ponía de relieve<br />

la-injusticia de los males.que sufrían, cuanto porque la<br />

intrepidez en la defensa de su fe imponía a los enemigos<br />

el respeto hacia la misma. Persistía, como residuo del<br />

concepto caballeresco de edades pretéritas, no disconforme<br />

con la realidad, el mutuo aprecio entre los caballeros,<br />

que se lo tributaban fundamentalmente en razón de sus<br />

cualidades y méritos castrenses, hecho caso omiso de otro<br />

género de diferencias.<br />

Todas estas circunstancias, más'acusadas en las zonas<br />

fronterizadas donde la proximidad de moros y cristianos<br />

era ocasión de más íntimos tratos, no pueden olvidarse<br />

al enjuiciar éstos.<br />

De esto a suponer que Alonso <strong>Fajardo</strong> pretendiese<br />

enajenar a favor del Rey de Granada parte de Murcia o<br />

renegar del cristianismo, hay una distancia considerable<br />

que, al presente, no nos permiten salvar las referencias<br />

históricas.<br />

En dos ocasiones de su carta niega <strong>Fajardo</strong> tales<br />

imputaciones. «Y no debéis señor aquejarme tanto pues


— 130 —<br />

sabéis que podría dar los castillos que tengo a los moros<br />

y ser vasallo del Rey de Granada y vivir en mi ley de<br />

cristiano .como otros hacen con él, aunque bien puedo<br />

defender estas fortalezas diez años...», escribe al comienzo.<br />

Más adelante profesa solemnerñente su lealtad al Monarca<br />

con frases que no admiten dudosas interpretaciones<br />

: «...que sois mi rey y mi señor y siempre llamándome<br />

vuestro me defenderé y vuestro nombre en mi boca y de<br />

los míos será loado».<br />

Cuánto le pesarán la ingratitud de sus contemporáneos,<br />

las intrigas de sus enemigos y el desamparo de su<br />

Soberano, «si tanto vuestra señoría de mi mal grado ha<br />

—escribe—mándeme comprar lo mío y de mis parientes<br />

y criados y poner en Aragón los dineros... e irnos hemos<br />

destos reinos que no consienten buenos en ellos». La arrogancia<br />

cidiana de estos párrafos prueba de modo claro<br />

que, si pensó alejarse de Castilla, fué para irse a otro reino<br />

cristiano; y aún ha. dado motivo para que muchos historiógrafos<br />

afirmen que, después de vencido en Lorca,<br />

pasó a tierras aragonesas, inexactitud rectificada en los<br />

capítulos precedentes.<br />

Lo positivo es su victoria de los Alporchones, conseguida<br />

después de aunar todas las fuerzas del Reino de<br />

Murcia, deponiendo sus habituales banderías con el Adelantado,<br />

en un tratado que gestionó con admirable constancia<br />

desde que un año antes había tenido confidencias,<br />

confirmadas por cierta carta de quejas del adalid moro<br />

Alabez, de lo que se preparaba. Y la liberación de Vélez,<br />

donde se alzaron los moros, a pesar de ser del Adelantado<br />

y estar entonces contra él. Y la reconquista de Lorca<br />

y la sangrienta aventura de Mojácar. Exaltadas acciones<br />

de guerra, en consonancia con el rápido y feroz modo de<br />

replicar . propio de su carácter,< similares en violencia a<br />

las habidas contra sus enemigos cristianos, es cierto; pero<br />

siempre superiores a éstas y tan rectamente dirigidas a


— 131 —<br />

V-<br />

combatir el poderío musulmán, que parecen poco susceptibles<br />

de otro género de interpretaciones.<br />

No se puede negar que, alguna vez, interpuso su<br />

valimiento para que no se. perjudicase a la morisma frontera;<br />

mas siempre fué en el transcurso de treguas concertadas<br />

por ambos beligerantes y <strong>Fajardo</strong> conservaba<br />

un culto celoso a su palabra, que es propio de un buen<br />

capitán abstenerse de combatir en la paz y hacerlo denodadamente<br />

en la batalla.<br />

Fiel a la tradición de los suyos, abrazó Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

el partido de los Infantes de Aragón, uniéndose<br />

en 1443 con el Rey de Navarra y posteriormente con el<br />

Infante don. Enrique, a quien albergó en su fortaleza de<br />

Lorca, resistiendo victoriosamente el cerco del Príncipe,<br />

el Condestable y don Juan Pacheco. Mas cuando el primero<br />

de éstos, én otra ocasión, quiso conquistar Murcia,<br />

acudió a defenderla Alonso <strong>Fajardo</strong> y la retuvo para<br />

Juan II, es posible que más por enemiga contra el Adelantado,<br />

su primo, partidario del Príncipe, que por otras<br />

causas. De ello vino, pasadas la derrota de Olmedo y la<br />

muerte del Maestre de Santiago, reconciliarse con el Rey<br />

de Castilla, que incluso le nombró excepcionalmente regidor<br />

de la ciudad de Murcia, con otros honores y preeminencias.<br />

Si la corte de Juan II, influida por la sagacidad política<br />

de don Alvaro de Luna, tuvo con Alonso <strong>Fajardo</strong><br />

determinadas consideraciones, que no impidieron la intervención<br />

para apaciguar sus constantes querellas con<br />

el Adelantado, la de su hijo siempre le fué adversa: «Los<br />

hechos buenos son grandes servicios que yo hice al glorioso<br />

señor rey don Juan vuestro padre y a vuestra señoría<br />

en vida suya. Los malos después que sois Rey, en<br />

defensión mía y de mi honra, a quien soy más obligado<br />

que a nadie».<br />

No supo despojarse Enrique IV de sus resabios de<br />

conspirador al llegar a Rey de Castilla, y llevó al trono


— 132 — ,<br />

el espíritu de beligerancia y bandería y la inconstancia de<br />

las parcialidades que acabarían por hundirlo, antes empujado<br />

por sus privados que obedeciendo a su propio impulso,<br />

ya que la debilidad caracteriza su reinado. Alonso<br />

<strong>Fajardo</strong> siempre luchó con él en campo opuesto. Y el<br />

Monarca no podía olvidarlo. Como no olvidaba el Marqués<br />

de Villena—ya se ha apuntado—las .depredaciones<br />

de que le había hecho objeto. Como era oportuna la<br />

ocasión para que el Adelantado cobrase sus servicios _anteriores<br />

al Príncipe. ¿Qué extraño es que accediera el<br />

Soberano a las insinuaciones de uno y las súplicas del<br />

otro para disponer el aniquilamiento de <strong>Fajardo</strong>?<br />

<strong>Fajardo</strong> no puede comprender que el Rey quiera reducirlo<br />

a prisión:<br />

¿Justo es que mandase el Rey<br />

que me desciñáis la espada?<br />

¡Esta por quien duerme allá<br />

seguro en bordada cama,<br />

, en tanto que la recama<br />

<strong>Fajardo</strong> de sangre acá!<br />

Al fin lo entiende y considerando su situación, «y<br />

porque de ella no puedo huir mi corazón llora sangre y<br />

por la pena y trabajo que mi alma recibe me deseo la<br />

muerte», averigua o adivina el mal consejo que los de<br />

su Consejo dan al Monarca y se lo representa: «Si vuestra<br />

señoría por complacer a algunoá de sus reinos me ha<br />

hecho- males, no por eso quite su gran poder para me<br />

hacer bienes y mercedes», abriendo, así, al Rjsy las perspectivas<br />

del justo obrar, aunque es posible que lo haga<br />

con más astucia que sinceridad.<br />

Mas Alonso <strong>Fajardo</strong> había llegado a construirse una<br />

reputación de caudillaje intolerable y su poderío se ensanchaba<br />

cada vez más, con mengua de la autoridad del


— 133 —<br />

Rey, ya porque el hecho de debérselo a su brazo fomen-.<br />

tara su natural rebelde e independiente, ya porque siendo<br />

representante del Monarca su primo, el Adelantado, repercutiesen<br />

las querellas de ambos sobre aquello o procuran<br />

sus.émulos hacérselo ver al Rey así.<br />

Que dirán al Rey que emprendes<br />

Hacerte Rey u otra cosa<br />

Diferente y sospechosa<br />

De la verdad que pretendes.<br />

Acertó, sin embargo, a permanecerle fiel en el momento<br />

crítico, y no supo el Rey corresponder a la grandeza<br />

de su alma. No suplica ni exige. Conmemora sus<br />

hazañas y las de los suyos y encarece la ingratitud del<br />

Monarca. ¡Qué dramáticos acentos sabe hallar para reprochársela!<br />

((No para el poder de los reyes en mantener<br />

los Grandes, mas en perdonar y hacer de pequeños grandes.<br />

Dios no puede ser loado del muerto, del vivo sí, ni<br />

menos el condenado lo puede servir».<br />

Pero... Alonso <strong>Fajardo</strong>, que como una roca resistió<br />

en Lorca y se prepara a defender Caravaca, sabe heiúr<br />

con la inultiplicidad punzante de la ortiga: ((...si vos<br />

señor me negáis la cara por donde yo error haya de hacer,<br />

la destrucción del Rey Don Rodrigo venga sobre vos y<br />

sobre vuestros reinos y no la podáis remediar, como él<br />

hizo». <strong>El</strong> Rey no tuvo piedad con <strong>Fajardo</strong>; pero vio, andando<br />

el tiempo, el aniquilamiento de su propio reinado.<br />

Y a renglón seguido de la casi profética maldición, aquél,<br />

que no se arrepiente de ella—^la hubiese omitido—teme<br />

acaso haber rebasado el límite de lo conveniente y se disculpa<br />

con teatral mutación: ((Suplico a vuestra señoría<br />

no se enoje de mi escritura que el can con rabia a su señor<br />

muerde».<br />

<strong>El</strong>, <strong>Fajardo</strong>, el can rabioso y acorralado en Caravaca,<br />

podrá perderse y con él se desvanecerán sus hazañas;


— 134 —<br />

más es posible que el Rey que ahora lo persigue alguna<br />

vez lamente su falta, porque «soez cosa es un clavo y por<br />

el se pierde una herradura, y por una herradura un caballo,<br />

y por un caballo un caballero, y por un caballero<br />

una hueste, y por una hueste una ciudad y un reino...».<br />

Jamás quiso <strong>Fajardo</strong> desempeñar un papel secundario<br />

en la Historia. Si en ocasiones su figura parece borrosa<br />

es porque está preparando en silencio una nueva y más<br />

deslumbrante reaparición. Hasta la desgracia le parece<br />

buena como sirva para hacerlo sobresalir: .«Y esto, señor,<br />

lo he a buena voluntad, que más quiero ser muerto de<br />

león que corrido de raposo».<br />

Es un producto típico de su época, arrogante y caballeresco,<br />

y en la mayoría de sus actos puede advertirse<br />

un matiz de independencia y altiva ferocidad más propio<br />

de los paladines de la edad anterior, heredado a través<br />

de varias generaciones de combatientes y favorecido por<br />

el clima de continua inquietud bélica propio de un Reino<br />

fronterizo donde la sagacidad, el arrojo personal, la intuición<br />

en funciones de única estrategia posible, decidían<br />

escaramuzas, asaltos y aun batallas.<br />

Dotado de clara inteligencia y con una cultura considerable,<br />

como revela su carta, se mantuvo siempre en<br />

el terreno más porpicio para el logro de sus propósitos,<br />

lo que le hacía doblemente peligroso, ya que acertó a<br />

unir el valor y la prudencia.<br />

Poseía la intrepidez interna precisa para confesar sus<br />

obras y responder de ellas, con claridad rayana en petulancia,<br />

rasgo que responde también a la infiltración de los<br />

conceptos renacentistas de emergencia de los valores huinanos<br />

al primer plano de la vida.<br />

Su tenacidad raya en inverosímil. Veinte años de<br />

continuas luchas con su primo el Adelantado, para arrebatarle<br />

la primacía en el Reino de Murcia, sin desmayo,<br />

casi sin más treguas que las impuestas por la amenaza<br />

de los moros, descubren esta faceta de su carácter. Ni


después de la pérdida de la batalla dé Molina y la deserción<br />

de Alhama frena sus ambiciones. Contra ejércitos<br />

de incomparable superioridad resiste en Lorca y sólo la<br />

entrega cuando le conviene, a cambio de determinadas<br />

ventajas. Dedícase luego a castigar, con saña, a los desleales,<br />

único medio de mantener la disciplina entre sus<br />

huestes. Encastillado por último én Caravaca, tiene en<br />

jaque casi un año a los que lo cercan, en un episodio casi<br />

fabuloso, por la desproporción de los contendientes, y nada<br />

extraño en <strong>Fajardo</strong>, que había sabido forjar una aventura<br />

poco menos que increíble cuando tomó Mojácar. Es<br />

posible que, todavía al final de la campaña, alimentase el<br />

ambicioso proyecto de recobrar sus Estados—y de ello lo<br />

acusa Enrique IV al final—, aunque entonces debía ser<br />

mucha su edad y, naturalmente, más flacas sus energías.<br />

Contrariamente a la mayoría de los belicosos magnates<br />

contemporáneos, fué Alonso <strong>Fajardo</strong> fiel a los suyos<br />

y celoso de sii palabra. Al comienzo de este ensayo hemos<br />

expuesto detenidamente el episodio de la prisión de Diego<br />

Mellado, como ejeniplo de lo primero. Demuéstrase lo<br />

segundo comprobando que, cuantas veces es acusado de<br />

violar treguas y seguros, alega, sin que nadie lo desmienta,<br />

una anterior infracción de sus contrarios. Incluso la postrer<br />

concordia con el Adelantado—que no quería otorgar<br />

aunque la invocase más tarde—se negó, a firmarla, limitándose<br />

a asentir de palabra, es posible que con ánimo de<br />

no guardarla.<br />

Fué vanidoso, soberbio, altivo y rebelde. Vicios notables<br />

que unidos al prestigio de <strong>Fajardo</strong>, su pericia militar<br />

y la confusión política y social de la época, lo empujaron<br />

a cometer desafueros y errores lamentables, última<br />

causa de su exterminio, porque resultaba insufrible<br />

la arrogancia de un hombre que, sin más títulos legítimos<br />

que el esfuerzo de sus armas, pretendía ser dueño del<br />

Reino de Murcia.<br />

En perspectiva; sin embargo, Alonso <strong>Fajardo</strong> es para<br />

^V-.-


— 136 — , •<br />

siempre, sobre todo y un poco al margen de la. verdad<br />

histórica, el vencedor de los Alporchones, de Lorca y de<br />

Mojácar; el hombre que supo escribir una carta, rebosante<br />

de ínipetu, al Rey; carta que «vale por un libro»<br />

en sentir de Raquero; y por su elegante composición y la<br />

educación y suma de conocimientos y lecturas que revela,<br />

suficiente para incluir a su autor entre los literatos locales,<br />

aunque no se sepa de él que escribiese otra obra.<br />

En realidad, Alonso <strong>Fajardo</strong> fué, en el florecimiento<br />

de las nuevas ideas renacentistas, lo más que todos aspiraban<br />

a parecer entonces: un hombre.


CAPITULO T<br />

NOTAS<br />

(1) I.andsberg : La Edad Media y nosotros, pág. 256.<br />

(2) Viñas Mey-Carmelo ; De la Edad Mvdia a la Moderna, pág. 53, oRev.<br />

llispania m'im. 1.<br />

(3) Apéndice. Carta núiii. 34.<br />

(4) Apéndice Carla núni. 30.<br />

(5) Burkliardl : La ciilliira del fícnadmicnlo en ¡lalia, pág. 23.<br />

(6) Apéndice. Carta ni'nn. 17.<br />

. CAPITULO II<br />

(1) Lope de Vega: <strong>El</strong> ¡jrbncr <strong>Fajardo</strong>, acto 2." Op. Onin. Ed. It.' \cad.<br />

de ta Historia, tomo X, pág. 21.<br />

(2) Apéndice. Carla núni. 51.<br />

(3) Lope de Vega : Loe cii., pág. 26.<br />

(4) Apéndice. 'Carta núm. 10.<br />

(5) Apéndice. Carla núni. 17.<br />

(6) Apéndice. Carta núni. 11.<br />

(7) Vid. mieslra tesis doctoral al Kshídio sobre la crónica de Enrique JV,<br />

de Galindez de Carvajal, cap. 27.<br />

(8) Salazar-y Castro; líisloria de la casa de Silea, t, II, pág. 142.<br />

(9) Maciñeira ; Crónica de Orligueira, pág. 195.<br />

Barreiro: Galicia diiilomática, pág. 68.<br />

Verea Aguiar: Historia, de Galicia.<br />

Cáscales: Discursos hisláricns..., S." edic, p. XXIll.<br />

(10) García Caraffa : Diccionario heráldico y genealógico, t. XXXIII, página<br />

26.<br />

(11) Apéndice Carla ni'ini. 51.<br />

(12) Menéiidez y Pelayo : Prót. a <strong>El</strong> primer <strong>Fajardo</strong>, de Lope de. Vega,<br />

loe. cit., pág. VL<br />

CAPITULO 111<br />

(1) Apéndice. Carta nijm. 1.<br />

(2) Arcli. Mun. de Murcia. Actas Capilnlares. 27 de mayo de 1444.<br />

(3) Apéndice. Carla núm. 2.<br />

(4) Apéndice. Carta núm. 3.<br />

(5) Arch. Mun. de Murcia. A. C. 29 de agosto de 1444.


— 138 —<br />

(6) Apéndice. Cartn núrn. H.<br />

(7) Apéndice Carla niím. 10.<br />

(8) Apéndice. Carla ni'im. 11.<br />

(9) Apéndice. Carla ni'ini. 12.<br />

(10) Apéndice. Carla núin, 13.<br />

(11) Arcli. Miin. de Mure. A. C. 25 de .¡iilio de 1445.<br />

(12) Ídem id 7 de agosto de 1445.<br />

(13) ídem, id. 28 de agosto de 1445.<br />

(14) Apéndice. Carla niiin. 34.<br />

(15) Arch. Miin..de Mure. Carta de Juan II en Burgos, 1.5. de oclubre<br />

de 1443. Carlas a la Ciudad, núm. 39.<br />

(10) Zurita : Anales de Aroyón, t. III, fot. 294 rclo. \<br />

(17) Arcli. Mun. de Mure. Carla do dofia María de Quesada en Molina,<br />

29 de noviembre de 1444, Carlas a la Ciudad, núm. 101.<br />

(18) Vid. tesis doctoral... Carta núm. 1.<br />

(19) I


— 139 --<br />

(15) ídem id. 17 de abril de 1450.<br />

(16) Tdem id. 7 de junio de 1450.<br />

(17) Ídem id. 12 de mayo de 1450.<br />

(18) Ídem id. 7 de. julio do 1450.<br />

(19) ídem id. 13 de junio de 1450.<br />

(20) Ídem id. 2 de junio de 1450.<br />

(21) Apéndice. Cürhi ni'mi. 18.<br />

(22) Arcli. Miin. de Mure. A. C. 5 de noviembre de 1450.<br />

{2'^) <strong>El</strong>iocrolense: Oríí/encs y rniisu del dicho popular «Mato ni fíey y<br />

VÍ:I(', a Miircia^K «l.a Verdad», 27 de junio de 1943.<br />

(24) Arcb. Mun. do Mure. A. C. Noviembre de 1450.<br />

(25) Ídem id. 12 de enero de 1451.<br />

(26) Ídem id. 1 de mayo de 1451.<br />

(27) ídem id.. 3 de octubre de 1451.<br />

(28) Ídem id. 9 de oclnbrc de 1451.<br />

(29) Ídem id. 14 de octubre de 1451.<br />

(30) ídem id. 17 de octubre de 1451.<br />

(31) Ídem id. 19 de oclubre de 1451.<br />

(32) Ídem id. id.<br />

(33) ídem id. 23 de octubre de 1451.<br />

(34) Apéndice. Carta núm. 23.<br />

(35) Apéndice. Carla ni'im. 14.<br />

(36) Arch. Mun. de Mure. A. C. 22 do agosto de 1444.<br />

(37) Apéndice. Carla núm. 10.<br />

(38) Arcb. Mun. de'Mure. A. C. 8 de agoslo de 1447.<br />

(39) Apéndice. Carta núm. 19.<br />

(40) Apéndice. Carla núm. 20.<br />

CAPITULO V<br />

(1) Wolf y Hofma.n : Piiiiiancrn y flor de fíomances. Berlín. A. Asher<br />

y Cía., 1856, núm. 83.<br />

(2) Lafuente: Hisloria de Granada, I. 111, pág. 278.<br />

(3) Cáscales; Discursos luslóricos, 3." ed., piíg. 251.<br />

(4) Pérez de Hita : Gucr/-(is civiles dr Granada, pág. 5.<br />

(5) Cánovas Cobeño : Historia, de la ciudad de Larca, píig. 308.<br />

(6) Herraosino. Manuscrito, cap. IX. Colección Vargas Ponce, lomo IX.<br />

R. Acad. de la Hisloria.<br />

(7) Salazar y. Castro: Historia de la casa de Lara, i. II, pág. 646.<br />

(8) Cáscales., boc. cil., págs. 251 y siguieides.<br />

(9) Apéndice Carla núm. 51.<br />

(10) P. Bleda : Crónica de los moros de K.spiiñn (1618), |)ág. 561.<br />

(11) Mariana: Hisloria General de España, t. 11, cap. 11, pág. 18.<br />

(12) Crónica de Juan II (1452), cap. 1, pág. 676.<br />

(13) Curibay: Compendio l\istorial..., cap. V, pág. 506.<br />

(14) P. Moróte: Antigüedades y blasones de f,orra, pág. 356.<br />

(15) Pérez de Hita. Loe. cil., pág. 7.<br />

(16) Cánovas Cxibeño. Loe. cil., pág. 309.<br />

(17) Pérez de Hita. Loe. cil., pág. 14.<br />

(18) Ídem id., pág. 15.<br />

(19) Apéndice. Carta núm. 26.<br />

(20) Mariana. Loe. cit., pág. id.<br />

(21) Apéndice. Carla núm. 51.


140<br />

(22) Conde; Hisloria de la dominación de los árabes en España, t. III,<br />

página 200.<br />

(23) Alciizar y Caravaca : Discurso hisiórico-reUífioso predicado en la S. I. C.<br />

el día de Snn Patricio, Patrón rf/^ Murcia (1876), pág. 17.<br />

(24) P. Moróte. Loe. cit., píg. 363.<br />

(25) Apéndice. Carla núm. 25.<br />

(26) Apóndice. Carla púm. 26.<br />

(27) Apéndice. Carla núm. 27.<br />

(28) Arcli. Mun. de Mure. A. C. 21 de dicienil>ro de 1451.<br />

(29) ídem id. 1451.<br />

(30) l'alencia : Décadas..., I. 1; pAg. 511.<br />

(31) Cáscales. í^oc. cit., págs. Í


(21) Apéndice. Carla lunn. 33.<br />

(22) Cáscales. Loe. cil., págs. 254-55.<br />

(23) Vid.- Tesis docloral... Carla m'mi. 8.'<br />

(24) ídem id. Carla iii'im. 7.<br />

(25) Cinovas Cobeño. Loe. eil., pájj;. 322.<br />

(26) Areh. .Muii. de Muro. A. C' 4 do diciembre de 145(3.<br />

(27) ídem id<br />

CAPITULO VIH ^<br />

(1) Apéndice. Carla ni'im. 37.<br />

(2) Arch. Miin. de iMiirc. A. C. 18 de febrero de 1457.<br />

(3) ídem id. 19 de febrero de 1457.<br />

(4) <strong>El</strong>iocrotensc. Loe. cil.<br />

(5) Vid. Tesis doctoral ..<br />

(6) Arcli. Mun. de Muro. A. C. 10 de marzo de 1457.<br />

(7) ídem id. 12 de marzo de 1457.<br />

(8) Ídem id. 8 de abril de 1457.<br />

(


142<br />

(14) Arcli. Miin. rlc Mure. A, C. 23 de sepliembie de 1458.<br />

(15) Cáscales. Loe. cil., pág, 258.<br />

(16) Vid. Tesis docloraí... Ca'rla iii'im. 17. '<br />

(17) Apóndico. Garfa ni'iin. 44.<br />

(18) Arcli. Muii. de Mure. A. C. 22 de oclidire de 1458.<br />

(19) ídem id. 2ü de octuljre de 1458.<br />

(20) Apéndice. Carla núni. 45.<br />

(21) l.afuenle. Loe. cil., pág. 327.<br />

(22) Arch. Mun. de Mure. A. C. 2 de agoslo de 1460.<br />

(23) ídem id. 7 de octuljre de 1460. Carla uúni. 51.<br />

(24) ídem id. 27 de miiyo de 1459.<br />

(25) Apéndice. Carla nj'im. 47.<br />

(26; Arcli. Mun. de Mure. A. C. 3 de enero de 1461.<br />

(27) ídem id. id.<br />

(28) ídem id. 24 de enero de 1461.<br />

(29) ídem id. 17 de febrero de 1461.<br />

(30) ídem id. 10 de marzo de 1461.<br />

(31) Apéndice. Carla núm. 48.<br />

(:i2) A. C. 18 de agoslo de 1461.<br />

(33) Apéndice. Carla núm. 49.<br />

(34) Apéndice. Carla núm. 50.<br />

(35) Arch. Mun. do Mure. A. C. 28 de enero de 1464.<br />

(36) ídem id. 18 de ocluljru'do 1463.<br />

(37) Palencia. I.oc. cil., pílg. 512.<br />

CAPITULO X<br />

(1) llodriguez de Arellano : AbfíiziilciiKi (romances moriscos), 2.'' cdic,<br />

página 231.<br />

(2) La Cierva : Lopí: de Vc¡iti y Miirqui. «líl Tiempo», 8 de seplicmhre<br />

de 1935.<br />

(3) Loe. cil. en el cap. II.<br />

• (4) ídem id.<br />

(5) iMenéudez y Pelayo. Loe. cil., ídem id. .<br />

(6) Apéndice. Carla núm. 51.<br />

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