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definitivo de toda navegación. La protección de San José se experimenta<br />

ahora mientras uno es peregrino, y en la hora de la muerte, cuando<br />

uno llega a la meta.<br />

Compara el Abad a la eternidad como un mar. La vida aquí en la tierra<br />

es como un viaje por un ancho río, lleno de rápidos y corrientes; salpicado<br />

de islotes y bancos de arena; poblado de muchos animales dispuestos<br />

a hundir el barco. “Cuando finalmente, después de muchas<br />

aventuras, termina nuestro viaje, es decir cuando se acerca la muerte, se nos<br />

dice que tenemos que hacer trasbordo y subir a un gran crucero para atravesar<br />

el inmenso océano pacífico de la eternidad”.<br />

Explotando el filón de imágenes marítimas y de navegación, el Abad<br />

Francisco recuerda que nadie está seguro si al llegar a la otra orilla entrará<br />

o no en el puerto de la salvación; y que por ello se necesita contar<br />

con una mano experta que nos conduzca durante estos viajes: “¿Quién<br />

es el práctico que nos guiará seguros, tanto en el río de la vida hasta el<br />

puerto de embarque como en la travesía hacia la eternidad?... Pues, ¡este<br />

práctico es San José! Estamos de enhorabuena cuando él aparece. ¡Ay de<br />

nosotros si no nos ayuda! Necesitamos a San José como práctico de navegación,<br />

tanto para nuestra seguridad física como para nuestro bien espiritual”.<br />

Recuerda el Abad que San José también vela por la seguridad física<br />

de las personas y narra la protección que en tal sentido experimentaron<br />

los trapenses tanto en Bosnia como en Sudáfrica.<br />

Afirma con contundencia el Abad: “Quiero que todo el mundo se entere<br />

que San José es un gran marinero. Pero mucho más le necesitamos como<br />

práctico y guía espiritual. Como tal nos puede hacer un excelente servicio,<br />

pues es el mejor patrono de la buena muerte. Y es que de eso depende todo;<br />

de poder morir bien. Éste es el viaje más importante cruzando el mar de la<br />

eternidad. ¡Oh eternidad, mar inconmensurable! O mare, quam magnum et<br />

spatiosum!... Deseo a todos nuestros amigos y bienhechores la asistencia de<br />

San José en la hora de la muerte como guía seguro hacia la eternidad”.<br />

CONCLUSIÓN: A MODO DE RESUMEN<br />

Cuatro fueron las preocupaciones del Abad Francisco al acometer la<br />

aventura misionera de Mariannhill: la evangelización de los pueblos<br />

zulúes, la obtención de los medios materiales necesarios, la formación<br />

de buenos y santos monjes y hacer que todo ello quedara orientado<br />

hacia el cielo, hacia Dios. Y con el fin de poder atender estas cuatro preocupaciones<br />

el Abad Francisco buscó y encontró en San José a su poderoso<br />

Protector.

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