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11.05.2013 Views

4 [236] Pasa ahora el Abad Francisco a realizar un nuevo recorrido por la vida de San José, descubriendo que la tónica que informó todos los hitos que jalonaron su existencia fue el silencio. La vida de San José fue una vida llena de acciones, realizadas en obediente y elocuente silencio. Pero hay otros silencios en la vida de San José, donde humanamente hablando hubiéramos esperado una palabra, pero resuena el silencio con mayor fuerza y elocuencia que cualquier palabra. “¡Cuántas virtudes esconde su silencio!” Otra lección que del silencio de San José se puede extraer es la ecuanimidad y el desprecio de lo terrenal: “Cuando José recibió la orden de huir a Egipto, no se preguntó primero lo que ocurriría con su casita de Nazaret; tampoco pudo encargar de su cuidado a un buen amigo por telegrama. Callado y silencioso, puso todo eso y cuanto tenía en las manos de Dios”. Realizado el elogio de San José como varón silencioso y habiendo animado a vivir el silencio, como condición previa para llevar una vida espiritual, virtuosa y pujante, el Abad advierte que hay ciertos silencios que no son virtuosos: “Hay, sin embargo, una clase de silencio que es sospechoso; a saber, cuando uno guarda silencio por ira o susceptibilidad. Los franceses y las serpientes, cuando se enfadan, silban. Los susceptibles se vuelven taciturnos. Este es el silencio más peligroso, porque estas aguas taciturnas penetran profundamente en la tierra hasta socavar casas enteras. Estas personas hacen imposible la convivencia pacífica tanto en el convento como en el mundo”. 3.3. San José, formador de religiosos Cuando el Abad Francisco se pone a pedir cosas a San José, sus peticiones abarcan el abanico entero de sus necesidades; por ello a San José se le pide ayuda para acometer empresas misioneras, obras materiales y la formación misma de novicios y novicias. Afirma el Abad: “Ciertamente no es poco lo que le pido a San José: buenos novicios y novicias, buenos misioneros y mucho dinero”. Con meridiana claridad se lo cuenta a sus bienhechores: “Nuestros lectores ven que atacamos el paganismo con gran energía y total seriedad. Y San José siempre está entre los protagonistas, no sólo como arquitecto y misionero, sino también como maestro de novicios; pues como tenemos tanta gente nueva, le he puesto a San José también como maestro de las novicias de las Hermanas Rojas”. Que San José sea experto formador de religiosos lo encuentra el Abad Francisco justificado en que cuando llegó a Egipto con Jesús y con María, falto de todo, tuvo que vivir como un ermitaño. Asegura: “No decimos, por tanto, ningún disparate si afirmamos que San José ha fundado la primera ermita, o –puesto que vivía con su familia– el primer convento. ¿Se debe a esta circunstancia el hecho de que Egipto se poblara luego de tantos ermitaños y se convirtiera en la cuna de la vida monacal?”

4. SAN JOSÉ: PROTECTOR EN LA TIERRA Y GUÍA SEGURO HACIA EL CIELO El sermón que el entonces Prior Francisco predicó el 19 de marzo de 1885 terminaba así: “Esperemos finalmente que el gran padre y tutor de la cristiandad y patrono de toda la Santa Iglesia nos ayude a bien morir. Amén”. El contenido de esta afirmación, expresada en forma de oración de petición, nos introduce de manera acertada en la última de las líneas que caracterizan su peculiar pensamiento sobre el misterio de San José. Considera ahora el Abad a San José como aquél que ayuda al navegante, mientras dura la travesía y cuando se llega al puerto último y © ARCHIVO CMM - ESPAÑA

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Pasa ahora el Abad Francisco a realizar un nuevo recorrido por la vida<br />

de San José, descubriendo que la tónica que informó todos los hitos que<br />

jalonaron su existencia fue el silencio. La vida de San José fue una vida llena<br />

de acciones, realizadas en obediente y elocuente silencio. Pero hay otros<br />

silencios en la vida de San José, donde humanamente hablando hubiéramos<br />

esperado una palabra, pero resuena el silencio con mayor fuerza y<br />

elocuencia que cualquier palabra. “¡Cuántas virtudes esconde su silencio!”<br />

Otra lección que del silencio de San José se puede extraer es la ecuanimidad<br />

y el desprecio de lo terrenal: “Cuando José recibió la orden de huir a<br />

Egipto, no se preguntó primero lo que ocurriría con su casita de Nazaret; tampoco<br />

pudo encargar de su cuidado a un buen amigo por telegrama. Callado<br />

y silencioso, puso todo eso y cuanto tenía en las manos de Dios”.<br />

Realizado el elogio de San José como varón silencioso y habiendo<br />

animado a vivir el silencio, como condición previa para llevar una vida<br />

espiritual, virtuosa y pujante, el Abad advierte que hay ciertos silencios<br />

que no son virtuosos: “Hay, sin embargo, una clase de silencio que es sospechoso;<br />

a saber, cuando uno guarda silencio por ira o susceptibilidad. Los<br />

franceses y las serpientes, cuando se enfadan, silban. Los susceptibles se<br />

vuelven taciturnos. Este es el silencio más peligroso, porque estas aguas<br />

taciturnas penetran profundamente en la tierra hasta socavar casas enteras.<br />

Estas personas hacen imposible la convivencia pacífica tanto en el convento<br />

como en el mundo”.<br />

3.3. San José, formador de religiosos<br />

Cuando el Abad Francisco se pone a pedir cosas a San José, sus peticiones<br />

abarcan el abanico entero de sus necesidades; por ello a San José<br />

se le pide ayuda para acometer empresas misioneras, obras materiales<br />

y la formación misma de novicios y novicias. Afirma el Abad:<br />

“Ciertamente no es poco lo que le pido a San José: buenos novicios y novicias,<br />

buenos misioneros y mucho dinero”.<br />

Con meridiana claridad se lo cuenta a sus bienhechores: “Nuestros<br />

lectores ven que atacamos el paganismo con gran energía y total seriedad.<br />

Y San José siempre está entre los protagonistas, no sólo como arquitecto y<br />

misionero, sino también como maestro de novicios; pues como tenemos<br />

tanta gente nueva, le he puesto a San José también como maestro de las<br />

novicias de las Hermanas Rojas”.<br />

Que San José sea experto formador de religiosos lo encuentra el Abad<br />

Francisco justificado en que cuando llegó a Egipto con Jesús y con María,<br />

falto de todo, tuvo que vivir como un ermitaño. Asegura: “No decimos,<br />

por tanto, ningún disparate si afirmamos que San José ha fundado la primera<br />

ermita, o –puesto que vivía con su familia– el primer convento. ¿Se debe a<br />

esta circunstancia el hecho de que Egipto se poblara luego de tantos ermitaños<br />

y se convirtiera en la cuna de la vida monacal?”

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