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2 [234] EL MISTERIO DE SAN JOSÉ SEGÚN EL PENSAMIENTO DEL SIERVO DE DIOS, ABAD FRANCISCO PFANNER, FUNDADOR DE LA TRAPA DE MARIANNHILL 3. SAN JOSÉ: MODELO DE SANTIDAD, MAESTRO ESPIRITUAL Y FORMADOR DE RELIGIOSOS El tercer rasgo más característico del pensamiento del Abad Francisco sobre San José no se centra tanto en lo que San José hace por, sino en cómo fue y vivió; y en lo que de ello se desprende en enseñanzas prácticas. En este sentido el Abad está convencido que la vida espiritual y religiosa de sus monjes tendrá el vigor deseado en la medida en que los monjes miren a San José como modelo de santidad, como maestro de vida interior y como su más experimentado formador. 3.1. San José, el varón justo y santo Según el Abad la condición humilde de San José y el hecho de tener que trabajar no fueron impedimento para que alcanzara un alto grado de santidad al vivir la justicia del Reino de los cielos, pues “aunque estaba muy ocupado con su trabajo, su corazón conversaba continuamente con Dios en la oración y en la santa meditación”. Además “todo su hacer, todo su ir y venir, todos sus esfuerzos y trabajos estaban orientados por una recta intención. Por eso San José progresaba diariamente de virtud en virtud y subía los peldaños de una gran santidad”. De todo ello el Abad desprende una enseñanza práctica para sus monjes, cuya vida está reglada por la máxima benedictina “ora et labora”, al afirmar: “¡Que gran ejemplo nos da San José! Hay quien piensa que por sus muchas preocupaciones, tareas y trabajos no puede rezar ni progresar en la vida espiritual... Siguiendo el ejemplo de San José, debemos hacer lo uno sin descuidar lo otro, es decir, compaginar el trabajo con la oración y andar continuamente en la presencia de Dios”. En otro sermón el Abad se fija en San José como modelo de santidad, destacando cómo vivió la virtud de la modestia. El que fuera predestinado desde toda la eternidad a ser el educador del Verbo Encarnado, fue un hombre modesto. Según el Abad la modestia de San José se prueba de varias maneras. En primer lugar porque “nadie le conocía ni sabía de él”. En segundo lugar porque se comportó siempre así, de ahí que en el Evangelio más le veamos “como el servidor de María

y del niño Jesús que como su amo y su señor”. Y en tercer lugar, por la falta de noticias acerca de la muerte de San José. Dice al respecto el Abad: “No sabemos cuándo murió San José, lo que de nuevo nos demuestra su vida modesta y escondida”. Según el Abad la modestia de San José “fue el fruto de una grandísima humildad. Se mantenía siempre en un segundo plano porque no se tenía por digno de ejercer un oficio tan alto”. Queda aquí apuntada la humildad, la otra gran virtud de San José, que da entidad a su condición de varón justo y santo. Aquella palabra del Magníficat, según la cual el Señor ensalzó a los humildes, se cumplió en María y luego en el justo José. San José vino a ser grande porque “Dios le encargó los oficios más importantes”. Más aún, “Dios también le dio aquellos cargos que exigen una gran confianza.” Ahora bien, si todas estas cosas grandes hizo Dios con San José, fue porque San José era humilde y sencillo. Lo fue antes de que Dios lo ensalzara y lo siguió siendo después. Como lo hiciera anteriormente hablando de la modestia de San José, recorre de nuevo el Abad la vida de San José destacando ahora su humildad. Humilde José en Belén, humilde en Jerusalén, humilde en Egipto, humilde en Nazaret: “Poco o nada pinta allí porque, a los ojos de sus vecinos aparece tan insignificante, tan humilde, que cuando luego, pasado el tiempo, la gente comenta las peripecias de Jesús, concluyen que no puede ser grande dado que es el hijo del carpintero José. Pronto José desaparecerá del todo, sin que nadie se dé cuenta. Se hace tan pequeño que ya nadie lo ve”. Esta humildad de San José, afanosamente buscada, fue grata sobremanera a los ojos de Dios. Y Dios ensalzó a San José, no sólo encargándole el cuidado de Jesús y María, sino también la protección de la Iglesia, que es la obra de Jesús. Afirma el Abad: “Y como San José es el único entre los santos que cerca de Jesús ha desempeñado todos los cargos de confianza, así ninguno de ellos ejerce un patrocinio tan universal como San José. La Santa Madre Iglesia le ha nombrado patrono y protector suyo...” 3.2. San José, maestro espiritual Una de las ocupaciones centrales de la vida de un monje gira en torno a la conversión del propio corazón. El monje vive atento a la acción de Dios en su mundo interior. La vida espiritual debe ordenar la actividad del monje. El Abad Francisco está convencido que para lograr este objetivo sus monjes deben mirar a San José, experimentado maestro de cosas y asuntos espirituales. Escribe el Abad: “...pues también el hecho de que fue un hombre callado ha aportado no poco a su grandeza y a su santidad. Reflexionemos sobre su silencio. En él hay mucha virtud admirable”. 3 [235]

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EL MISTERIO DE SAN JOSÉ<br />

SEGÚN EL PENSAMIENTO DEL SIERVO<br />

DE DIOS, ABAD FRANCISCO PFANNER,<br />

FUNDADOR DE LA TRAPA DE MARIANNHILL<br />

3. SAN JOSÉ: MODELO DE SANTIDAD, MAESTRO<br />

ESPIRITUAL Y FORMADOR DE RELIGIOSOS<br />

El tercer rasgo más característico del pensamiento del Abad Francisco<br />

sobre San José no se centra tanto en lo que San José hace por, sino<br />

en cómo fue y vivió; y en lo que de ello se desprende en enseñanzas<br />

prácticas. En este sentido el Abad está convencido que la vida espiritual<br />

y religiosa de sus monjes tendrá el vigor deseado en la medida en que<br />

los monjes miren a San José como modelo de santidad, como maestro<br />

de vida interior y como su más experimentado formador.<br />

3.1. San José, el varón justo y santo<br />

Según el Abad la condición humilde de San José y el hecho de tener<br />

que trabajar no fueron impedimento para que alcanzara un alto grado<br />

de santidad al vivir la justicia del Reino de los cielos, pues “aunque estaba<br />

muy ocupado con su trabajo, su corazón conversaba continuamente<br />

con Dios en la oración y en la santa meditación”. Además “todo su hacer,<br />

todo su ir y venir, todos sus esfuerzos y trabajos estaban orientados por una<br />

recta intención. Por eso San José progresaba diariamente de virtud en virtud<br />

y subía los peldaños de una gran santidad”. De todo ello el Abad desprende<br />

una enseñanza práctica para sus monjes, cuya vida está reglada<br />

por la máxima benedictina “ora et labora”, al afirmar: “¡Que gran ejemplo<br />

nos da San José! Hay quien piensa que por sus muchas preocupaciones,<br />

tareas y trabajos no puede rezar ni progresar en la vida espiritual...<br />

Siguiendo el ejemplo de San José, debemos hacer lo uno sin descuidar lo<br />

otro, es decir, compaginar el trabajo con la oración y andar continuamente<br />

en la presencia de Dios”.<br />

En otro sermón el Abad se fija en San José como modelo de santidad,<br />

destacando cómo vivió la virtud de la modestia. El que fuera predestinado<br />

desde toda la eternidad a ser el educador del Verbo<br />

Encarnado, fue un hombre modesto. Según el Abad la modestia de San<br />

José se prueba de varias maneras. En primer lugar porque “nadie le<br />

conocía ni sabía de él”. En segundo lugar porque se comportó siempre<br />

así, de ahí que en el Evangelio más le veamos “como el servidor de María

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