11.05.2013 Views

Siete pies de foto para nueve arquitectos sin memoria

Siete pies de foto para nueve arquitectos sin memoria

Siete pies de foto para nueve arquitectos sin memoria

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

<strong>Siete</strong> <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> <strong>nueve</strong><br />

Los <strong>arquitectos</strong> <strong>de</strong> los que nos alimentamos, incluidos los maestros sacramentales, salvo dos o tres célebres excepciones, carecen <strong>de</strong> biografía: <strong>de</strong> algunos<br />

tenemos unos pocos datos anecdóticos, precarias notas a pie <strong>de</strong> página, especulaciones sobre si pa<strong>de</strong>ció o no la sífilis, sobre si traicionó a Alma Mahler<br />

o sobre si fue ella la adúltera, apenas los prolegómenos <strong>de</strong> un álbum. ¿Fueron realmente, son tan insípidas sus existencias? ¿Dan las autobiografías <strong>de</strong><br />

los que abastecen el salero <strong>de</strong> la arquitectura sólo <strong>para</strong> ocupar media solapa? Antiguos o mo<strong>de</strong>rnos, <strong>de</strong>nigrados o ensalzados por Thomas Bernhard,<br />

tácitamente consi<strong>de</strong>rados como tales o excluidos por Georges Steiner en sus Lecciones <strong>de</strong> los maestros (don<strong>de</strong> no cita a ninguno <strong>de</strong> ellos), los <strong>arquitectos</strong><br />

ilustres comparecen en las páginas albinas <strong>de</strong> la historia <strong>sin</strong> otro equipaje que cierta selección <strong>de</strong> sus obras y un exiguo repertorio <strong>de</strong> <strong>foto</strong>s, en muchas<br />

<strong>de</strong> ellas fumando. Si bien Flaubert fue Madame Bovary, la Villa Saboya no es Le Corbusier (quizá sólo <strong>de</strong> Jože Plecnik se pueda <strong>de</strong>cir que es al Castillo<br />

<strong>de</strong> Praga lo que Franz Kafka a George Samsa). Fragmentarios, inconexos, mal cosidos, idílicos e irreales se les niega la novela, la continuidad y la<br />

trama: insustanciales, metafísicos, su única materialidad es la <strong>de</strong> su obra física. No se sabe si han conocido la disi<strong>de</strong>ncia o la <strong>de</strong>sgracia, ni cuántos <strong>de</strong><br />

sus hijos los abandonaron. Mercenarios, se les fuerza a ser conformes a los patrones, a someterse a los merca<strong>de</strong>res y a <strong>de</strong>jarse profanar por los mecenas<br />

libidinosos. No se da la relación <strong>de</strong> las cosas que no hicieron ni el menú <strong>de</strong> las que comieron los días <strong>de</strong> fiesta. Nada esencial, a pesar <strong>de</strong>l viejo intento<br />

<strong>de</strong> Giorgio Vasari, se sabe sobre ellos. A los más gran<strong>de</strong>s, incluso a aquellos <strong>de</strong> los que germinaron fructíferas fundaciones y patronatos, las aca<strong>de</strong>mias<br />

han <strong>de</strong> improvisarles una vida acor<strong>de</strong> a las exigencias <strong>de</strong>l presente y los exégetas que inventarles momentos <strong>de</strong> gloria, que atribuirles conversaciones con<br />

la doncella que subió <strong>de</strong>scalza las escaleras y que imputarles agrias controversias con sus padres. No es <strong>de</strong>l todo ajena a la pintura <strong>de</strong> El Bosco la obra<br />

<strong>de</strong> Mélnikov ni la <strong>de</strong> Mies van <strong>de</strong>r Rohe a la rigurosa regla benedictina; no amó Adalberto Libera lo suficiente a Curzio Malaparte en Capri ni Alvar<br />

Aalto tuvo clemencia con aquel carpintero suizo que, por celos y atormentado por los pensamientos más turbios, equivocó la sección. Sobran las exaltaciones<br />

y las monografías en los estantes en los que escasea lo cotidiano: los martirologios y los santorales don<strong>de</strong> falta la condición y la circunstancia,<br />

los hechos que sustenten los signos y los significados, los sucesos menudos y traumáticos que <strong>de</strong>n sentido a la arrogancia y a la autoría, a la totalidad y<br />

a la perfección, al entusiasmo y al furor. Pues ¿acaso no tienen los here<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>recho a acce<strong>de</strong>r a la nómina <strong>de</strong> sus visitas a los prostíbulos y a saber la<br />

cuantía <strong>de</strong> lo que en tal lugar abonaron y, por qué no, a ser informados tanto <strong>de</strong> su afición como <strong>de</strong> su rechazo a la ópera dominical y a la épica? La tesis<br />

que <strong>de</strong>fien<strong>de</strong> que <strong>de</strong> todos ellos se sabe <strong>de</strong>masiado tampoco carece <strong>de</strong> argumentos. Los más radicales postulan que una vez borrados sus apellidos <strong>de</strong> las<br />

enciclopedias, que <strong>de</strong>struidos todos los rótulos <strong>de</strong> la autoría <strong>de</strong> la obra que hay clavados en los edificios, que exhumados sus cadáveres si se supiera dón<strong>de</strong><br />

encontrarlos, habría que <strong>de</strong>cretar el olvido absoluto <strong>de</strong> todos y cada uno <strong>de</strong> los nombres <strong>de</strong> ellos y <strong>de</strong> ellas. Mientras se impone una u otra postura,<br />

mientras los contendientes mordiéndose dirimen este conflicto, por construirles el armazón <strong>de</strong> un pasado espectral en el que colgar su máscara o <strong>para</strong><br />

dotarlos <strong>de</strong> una musculatura en la que po<strong>de</strong>rles hundir un cuchillo, <strong>para</strong> trastornar su <strong>memoria</strong> o <strong>para</strong> que puedan ser reducidos a ceniza penitencial,<br />

<strong>para</strong> hacerlos más oscuros y transcen<strong>de</strong>ntes, algunos <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> <strong>arquitectos</strong> exhibicionistas que posan <strong>para</strong> la historia, <strong>para</strong> la sal <strong>de</strong> la tierra que<br />

humil<strong>de</strong> se expone a la inclemencia.<br />

50 Nº 11 / 2008 LARS<br />

<strong>arquitectos</strong> <strong>sin</strong> <strong>memoria</strong><br />

José Joaquín Parra Bañón<br />

Adolf Loos, Le Corbusier, Mies van <strong>de</strong>r Rohe, Mario Ridolfi, Adalberto Libera, Alvar Aalto, Arne Jacobsen y Kostantín<br />

Mélnikov son <strong>arquitectos</strong> célebres <strong>de</strong> los que poco se conoce a nivel personal, como <strong>de</strong> tantos otros maestros. Este artículo <strong>de</strong> Parra<br />

Bañón realiza pesquisas acerca <strong>de</strong> ellos a partir <strong>de</strong> retratos que les fueron tomados en vida. De forma mordaz e ingeniosa, adivina<br />

o imagina sus caracteres y vivencias tomando como punto <strong>de</strong> partida estas reveladoras <strong>foto</strong>grafías.


1. Adolf Loos, el arquitecto severo y <strong>de</strong>nso<br />

Kafka fue una vez <strong>foto</strong>grafiado sonriendo. Adolf Loos, que siempre miró <strong>de</strong> soslayo, nunca. Serio, adusto, agrio, huraño y malcarado, el arquitecto más rigurosamente<br />

vestido <strong>de</strong> la antigüedad, el genio más trágico, podría pasar en este retrato por un malhechor malhumorado. En todas sus <strong>foto</strong>grafías, incluso en las que le<br />

tomaron <strong>de</strong> recién casado con Lina Obertimpfler, su primera mujer, <strong>de</strong> un modo u otro se parece a aquel dibujo que en febrero <strong>de</strong> 1916 le hizo Oskar Kokoschka.<br />

Tres años <strong>de</strong>spués, ahora casado con Elsie Altmann, posando con esta su segunda mujer, levantó leves, sutiles, <strong>de</strong>sanimadas e imperceptibles sus comisuras ante la<br />

cámara. Con Claire Beck, la mujer con la que contrajo por tercera vez matrimonio, ya se había habituado a mirar maniáticamente hacia el suelo y sólo levantaba la<br />

mirada <strong>para</strong> matar a su prójimo. Convaleciente en la terraza vienesa <strong>de</strong>l sanatorio Rosenhügel, en 1932, <strong>nueve</strong> meses <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> se<strong>para</strong>rse <strong>de</strong> Claire Beck, tampoco<br />

tiene motivos <strong>para</strong> sonreír; la mueca que hizo su boca frente al fotógrafo fue involuntaria: era la rigi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> los labios que, al contraerse, se agrietaron <strong>de</strong>jando que se<br />

asomaran los dientes. Ese mismo año, tal vez sea inconveniente recordarlo ya que Loos no pudo leerlo, se publicó Lo puro y lo impuro, ese libro «que, tristemente,<br />

hablará <strong>de</strong>l placer», dijo Colette, en el que «la verdad aflora <strong>sin</strong> querer», dijo Roberto Calasso cuarenta y ocho años <strong>de</strong>spués. En agosto <strong>de</strong> 1933, con sesenta y dos<br />

años, la sífilis acaba <strong>de</strong>finitivamente con él. Cuando posó <strong>para</strong> Man Ray, en 1926 en París, Adolf Loos se puso tan hosco que los ojos, precipitándose un poco más<br />

hacia <strong>de</strong>ntro, guardaron silencio. Ahora estamos en 1924 y Adolf Loos, con aguja en la corbata y un pañuelo blanco en el bolsillo <strong>de</strong> la chaqueta, posa <strong>para</strong> Tru<strong>de</strong><br />

Fleischmann: quizá la espiroqueta «Treponema Pallidum» aún no ha comenzado a poseerlo. Es muy probable que precisamente ahora esté pensando en Tristan<br />

Tzara, en la partición <strong>de</strong> alguna <strong>de</strong> las cinco plantas <strong>de</strong> la casa que <strong>para</strong> él está proyectando en la Avenida Junot <strong>de</strong> París; o en la ma<strong>de</strong>ra que empleará <strong>para</strong> revestir<br />

la casa que Hans Moller le ha encargado <strong>para</strong> Viena; o en el tamaño <strong>de</strong> la piscina que nunca tendrá la casa <strong>de</strong> listas con la que sueña Josephine Baker en la cabeza<br />

<strong>de</strong> Loos. Es una pérdida que André Breton no le encomendara la suya: el sótano hubiera seguido el perfil <strong>de</strong> una libélula. Si Thomas Bernhard, el <strong>de</strong>structor <strong>de</strong><br />

Viena, no fue más alegre ni menos áspero que Loos, si tampoco conoció la ternura ¿por qué en Maestros antiguos, don<strong>de</strong> se atenta contra Durero («ese horrible<br />

protonazi y prenazi <strong>de</strong> Durero, que colocó a la naturaleza sobre el lienzo y la ase<strong>sin</strong>ó» traduce Miguel Saénz), don<strong>de</strong> se soporta a El hombre <strong>de</strong> la barba blanca <strong>de</strong><br />

Tintoretto y se alaba a ese Goya <strong>de</strong>l que se afirma que jamás pintó una mano («ese Goya monstruoso y horrible que yo sitúo por encima <strong>de</strong> todos los pintores<br />

que han pintado nunca»), ofen<strong>de</strong> con insistencia a Loos («el insoportablemente patético Loos») y <strong>de</strong>sprecia tanto sus apartamentos vieneses y sus viviendas inhabitables<br />

con todos y cada uno <strong>de</strong> sus muebles («la espantosa silla Loos, que Loos, por cierto, diseñó en Bruselas e hizo construir también en Bruselas»). Que ella,<br />

que la muerta, que la mujer que tuvo con Reger un piso común en la Singerstrasse, hubiera vivido en uno <strong>de</strong> ellos no parece suficiente motivo <strong>para</strong> que Thomas<br />

Bernhard le escupa. Al fin y al cabo <strong>sin</strong> Adolf Loos, tanto la arquitectura occi<strong>de</strong>ntal como la literatura austriaca hubieran sido otras. Si Loos hubiera acariciado a<br />

Lina la noche nupcial, arropado a Elsie aquel amanecer frente al lago, consolado a Claire en la casa <strong>de</strong>l bosque, también otra hubiera sido la arquitectura triunfante.<br />

Loos, el crítico <strong>sin</strong> contemplaciones, es, no obstante, el único que verda<strong>de</strong>ramente se ha reído <strong>de</strong> los <strong>arquitectos</strong>, sus enemigos: no en vano dijo en el vacío que<br />

«es sabido que no cuento a los <strong>arquitectos</strong> entre los seres humanos».<br />

Nº 11 / 2008 LARS 51


Es la herida ocasionada en 1938 por la hélice <strong>de</strong> una embarcación. Es el arquitecto vencedor <strong>de</strong> la cirugía, el héroe impru<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> Ilíada, el guerrero<br />

con<strong>de</strong>corado con la medalla <strong>de</strong> la más alta costura, el hiperbóreo forjando su leyenda <strong>de</strong> hombre. Le Corbusier está presumiendo: no tanto <strong>de</strong> su cuerpo<br />

<strong>de</strong>snudo como <strong>de</strong> su valentía, no <strong>de</strong> la pintura a la que se dirige <strong>sin</strong>o <strong>de</strong>l trazo fluvial <strong>de</strong>l corte que surca su muslo <strong>de</strong>recho, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el plexo <strong>de</strong> la rodilla<br />

hacia la ingle, don<strong>de</strong> tal vez se <strong>de</strong>tiene. Del puro que fuma sólo le queda un testimonio. Detrás <strong>de</strong> sus manos hay tres ojos mirándolo y una frente tan<br />

arrugada como la suya. Está en 1938 en la casa <strong>de</strong> Jean Baldovici. Le Corbusier no es San Sebastián erizado <strong>de</strong> flechas, ni ese San Pedro dominico que<br />

aún lleva un machete incrustado en el cráneo, y nadie se presta a quitárselo. Charles Édouard Jeanneret-Gris sólo lleva gafas: hoy no luce la pajarita.<br />

Él, aunque aquí se divierte imitando a los mártires al enseñarnos <strong>sin</strong> veladuras ese signo confuso <strong>de</strong> su acci<strong>de</strong>nte, no es ninguno <strong>de</strong> aquellos que fueron<br />

<strong>de</strong>smembrados o <strong>de</strong>sollados: aunque tiene algo <strong>de</strong> Marsias, no fue Apolo su carnicero; aunque tiene algo <strong>de</strong> apóstol, San Bartolomé le saca tres cuerpos en<br />

la carrera <strong>de</strong> obstáculos hacia la santidad; aunque cometió algún <strong>de</strong>lito menor, no fue con<strong>de</strong>nado, como el juez Sisamnes, a ser <strong>de</strong>spellejado al completo.<br />

Le Corbusier es la figura, más que <strong>de</strong>l héroe mal nadador o <strong>de</strong>l santo, <strong>de</strong>l dios arcaico y telúrico. Tal vez <strong>de</strong> un Hefaistos francófono <strong>de</strong>finitivamente<br />

liberado <strong>de</strong> Afrodita (que fue la núbil marítima que con sus tentaciones lo condujo a la hélice): no en vano aquí, aunque oblicuo, se manifiesta como<br />

aquel dios cojo que se había quebrado la pierna al impactar contra el suelo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que su madre legítima lo hubiera arrojado violentamente <strong>de</strong>l cielo<br />

(otra versión, también infanticida, dice que Hera expulsó <strong>de</strong> su lado a su hijo enojada y riéndose <strong>de</strong> la pierna <strong>de</strong>forme con la que lo había parido). Sin su<br />

yelmo y <strong>sin</strong> fragua (el fuego se ha recluido en el extremo <strong>de</strong>l cigarro) Le Corbusier se presta a ser inmortalizado como un Hefaistos contemporáneo (una<br />

<strong>de</strong> cuyas más antiguas <strong>de</strong>nominaciones es Dédalo; una <strong>de</strong> cuyas advocaciones es la <strong>de</strong> arquitecto). El maestro nos mira <strong>de</strong> reojo como miraba el tullido<br />

creador, el disforme que daba forma, el herrero <strong>de</strong>spreciado por la hermosa que emergió <strong>de</strong> las aguas <strong>para</strong> redimirnos, el <strong>de</strong>secho que dijo <strong>de</strong> sí mismo<br />

que era el artífice por antonomasia, el artista germinal, el primer hombre que por haber transformado la materia creía merecer, tal y como documentó<br />

Piero di Cosimo en Vulcano y Eolo maestros <strong>de</strong> la humanidad (h.1485-90, Galería Nacional <strong>de</strong> Canadá, Ottawa), el título original <strong>de</strong> arquitecto. Y nos<br />

mira trece años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber paseado por París en su coche a un Konstantín Mélnikov más fascinado por el automóvil que por la obra reciente <strong>de</strong>l<br />

conductor. Aparte <strong>de</strong> en el Modulor, no hay en la arquitectura pretérita o futura <strong>de</strong> Le Corbusier signos <strong>de</strong>l trauma, líneas que sigan el curso <strong>de</strong>l cauce<br />

inciso en su pierna: en el repertorio <strong>de</strong> su geometría se han diluido las huellas <strong>de</strong>l surco <strong>de</strong> la cicatriz, en su Poema <strong>de</strong>l ángulo recto todos los trazos,<br />

incluidas las espirales, sueñan con la vertical reivindicada por Quetglas. Aparte <strong>de</strong> ésta en la casa <strong>de</strong> Jean Baldovici en Roquebrune-Cap-Martin, hay<br />

otras <strong>foto</strong>grafías febriles en las que Le Corbusier posa <strong>de</strong>snudo, incluso <strong>de</strong>scalzo. Josep Quetglas, que es quien más sabe <strong>de</strong> él, el único que junto a Loos<br />

pue<strong>de</strong> hablarle <strong>de</strong> tú, pue<strong>de</strong> corroborarlo.<br />

52 Nº 11 / 2008 LARS<br />

<strong>Siete</strong> <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> siete <strong>arquitectos</strong> <strong>sin</strong> <strong>memoria</strong><br />

2. Le Corbusier, oblicuo, mostrando orgulloso su herida


<strong>Siete</strong> <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> siete <strong>arquitectos</strong> <strong>sin</strong> <strong>memoria</strong><br />

3. Mies van <strong>de</strong>r Rohe <strong>de</strong>senfocado<br />

Hay en Bárbara arquitectura bárbara, virgen y mártir, una encima <strong>de</strong> otra, una <strong>foto</strong>grafía <strong>de</strong> Mies van <strong>de</strong>r Rohe asomándose a una maqueta <strong>de</strong> su Casa Farnsworth<br />

y otra <strong>de</strong> Adolf Hitler con Albert Speer asomándose a su Pabellón <strong>de</strong> Alemania <strong>para</strong> la Exposición Universal <strong>de</strong> París <strong>de</strong> 1937. Mies y Adolf se agachan<br />

un poco <strong>para</strong> mirar sus respectivas maquetas, <strong>para</strong> ponerse a su altura, <strong>para</strong> espiar un probable interior. En verdad no se agachan: ambos se inclinan casi <strong>de</strong> la<br />

misma manera, uno cruzando los brazos <strong>para</strong> que no le cuelguen inútiles y otro apoyando el pulgar <strong>de</strong> su mano <strong>de</strong>recha en la peana. Cada uno <strong>de</strong> ellos atien<strong>de</strong><br />

a su obra, aunque en su mirada hay poca ternura. La Casa Farnsworth es más liviana y transparente que el Pabellón <strong>de</strong> Alemania, que <strong>sin</strong> embargo es mucho<br />

más gran<strong>de</strong> que la casa norteamericana, aunque como bien saben Speer y Mies, son otras las diferencias que importan. Entre la toma <strong>de</strong> una y otra <strong>foto</strong>grafía<br />

hubo aproximadamente diez años <strong>de</strong> diferencia. Mies sujeta en la suya un puro entre los <strong>de</strong>dos (Le Corbusier lo sostenía <strong>nueve</strong> años antes entre los labios).<br />

Mies es «el arquitecto que fuma» <strong>de</strong>l mismo modo que Le Corbusier es «el arquitecto miope» y que Albert Speer es «el arquitecto <strong>de</strong>l Führer». Albert Speer,<br />

que en la <strong>foto</strong>grafía no atien<strong>de</strong> a la maqueta <strong>de</strong> su edificio por sonreírle genuflexo a su patrón, hubiera preferido ser Canciller Imperial antes que arquitecto<br />

nacionalsocialista en la misma medida en la que el torpe estudiante Adolf Hitler aspiró al título <strong>de</strong> Arquitecto Supremo (otro tanto sucedió con el arquitecto<br />

Boris Iofan y Stalin, su promotor, cuyo Pabellón <strong>de</strong> Rusia <strong>para</strong> la Exposición Universal <strong>de</strong> París <strong>de</strong> 1937 se construyó exactamente enfrente <strong>de</strong>l Pabellón <strong>de</strong><br />

Alemania <strong>para</strong> la Exposición Universal <strong>de</strong> París <strong>de</strong> 1937). Mies, que entre 1933 y 1938 apenas coqueteó con los gobernantes, y que no es ni Speer, ni Gresler<br />

ni Paul Troost, aunque no se vea a nadie a su lado, no está solo: Adolf Hitler tampoco. A los dos los contempla la historia <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el otro lado <strong>de</strong> la cámara y los<br />

vigila Deyan Sudjic <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Inglaterra. Los tres llevan corbata. El inventario <strong>de</strong> los que se rin<strong>de</strong>n y <strong>de</strong> los que se inclinan ante su obra y ante su autor es amplio,<br />

largo en <strong>de</strong>masía. Dinócrates <strong>de</strong> Rodas, contó Marco Vitruvio Polión, lo hizo <strong>de</strong>snudo ante Alejandro Magno; antes, casi en el principio <strong>de</strong> occi<strong>de</strong>nte, con<br />

Babel al fondo <strong>de</strong>l cuadro, otros ya se habían hincado <strong>de</strong> rodillas ante el legendario y gigantesco Nemrod sometiéndose a su voluntad. Mies, <strong>sin</strong> genuflexiones<br />

ni aspavientos, se humilla célibe ante su obra, y sólo ante su obra y antes <strong>de</strong> donársela a la naturaleza, que no a su vengativa promotora, según unos en señal <strong>de</strong><br />

alabanza y <strong>de</strong>voción y, según otros, sólo <strong>para</strong> que el fotógrafo registre y perpetúe su humildad y su rechazo a la arquitectura imperial. Mies van <strong>de</strong>r Rohe, que<br />

violentó la intimidad con la transparencia, fumó tanto en Alemania como en Estados Unidos <strong>de</strong> América. En la <strong>foto</strong>grafía a la que correspon<strong>de</strong> este escolio,<br />

tomada el once <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1955 por Irving Penn, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la maqueta en bronce <strong>de</strong>l Seagram Building, borroso, difuso y vago, Philip Johnson finge que<br />

está distraído. Pero lo que está es tremendamente ofendido: molestísimo porque Mies van <strong>de</strong>r Rohe se ha entrometido, ha invadido su campo, ha ocupado el<br />

primer plano que, piensa pensando en la esvástica, sólo a él, y no al emigrante, le correspon<strong>de</strong>.<br />

Nº 11 / 2008 LARS 53


No hace mucho se ha publicado una <strong>foto</strong>grafía <strong>de</strong> Mario Ridolfi posando con Adalberto Libera en la que cada uno <strong>de</strong> ellos lleva tras la cabeza, casi igual que en las<br />

representaciones canónicas <strong>de</strong>l Eterno Padre, un triángulo irónico, una escuadra apoyada horizontalmente en su hipotenusa. El triángulo divino, <strong>de</strong>l que en ocasiones<br />

brota la paloma leve y fecundadora, suele flotar ingrávido sobre la cabeza; los triángulos geométricos <strong>de</strong> los dos <strong>arquitectos</strong> italianos, terrenales y humanos, se me<br />

antojan clavados a cada uno <strong>de</strong> los occipucios, atornillados a sus coronillas como a veces los imagineros les sujetan a los santos <strong>de</strong> los altares el anillo dorado <strong>de</strong> la<br />

aureola iridiscente <strong>de</strong> la santidad. Mario es quien está <strong>de</strong>lante, el muchacho sentado con hoyuelo en la barbilla. Adalberto es el que emerge <strong>de</strong>trás, quien en pie parece<br />

<strong>de</strong>dicado a mantener en equilibrio horizontal la escuadra mayor <strong>de</strong>l amigo. Impertérritos (en los labios <strong>de</strong> Mario quizá se está empezando a asomar el pezón <strong>de</strong> una<br />

sonrisa) miran frontales a la cámara. Ambos visten un sobretodo, una bata, un hábito, un equipo <strong>de</strong> trabajo: las camisas blancas y las corbatas oscuras informan <strong>de</strong><br />

que el guardapolvo <strong>de</strong> cuatro botones es un medio <strong>de</strong> protección contra las manchas. La camisa <strong>de</strong> Adalberto tiene las puntas <strong>de</strong>l cuello, duro y aristocrático, redon<strong>de</strong>adas;<br />

el cuello blando <strong>de</strong> la camisa arrugada <strong>de</strong> Mario las tiene agudas y fláccidas: ésto quizá no signifique nada <strong>para</strong> la psiquiatría, no así <strong>para</strong> la estética. Los dos<br />

hombres, los estudiantes rondan los veinte años. Peinados hacia atrás, <strong>de</strong>scubren la justa extensión <strong>de</strong> su frente. Peinados como si llevaran el pelo anudado con una<br />

coleta, o lo llevaran engomado con un fijador poco brillante, <strong>de</strong>jan al aire sus cuatro orejas discretas, naturalmente plegadas. Adalberto, a eje con la nariz, luce una<br />

hendidura en medio <strong>de</strong> una cabeza notable; Mario, con su cabellera abundante, se resigna con la sombra <strong>de</strong>l bozo incipiente: en el bigote se le nota que es un año<br />

mayor que su compañero <strong>de</strong> estampa. Iluminados por su <strong>de</strong>recha, hieráticos y trascen<strong>de</strong>ntes, como si no estuvieran bromeando, le muestran a sus sucesores sus ojos<br />

<strong>de</strong> visionarios: se ofrecen, cabría <strong>de</strong>cir, a la reverencia y a la plegaria.<br />

La <strong>foto</strong>grafía es un montaje: tiene algo <strong>de</strong> travesura y <strong>de</strong> collage; se reconocen los estragos <strong>de</strong> las tijeras y la huella <strong>de</strong>l pegamento. Perfiladas las figuras sobre<br />

un fondo claro, <strong>sin</strong> contexto al que hacer referencia, saturando la nada, la corona sacrílega <strong>de</strong> Adalberto es un recorte. La corona <strong>de</strong> Adalberto es una cubierta a<br />

dos aguas, una punta <strong>de</strong> lanza, la señal <strong>de</strong> una dirección inexorable. Si se nubla la vista aparece una cofia: el signo divino, la arquitectura elemental <strong>de</strong> la cubierta<br />

se transforma en sombrero representativo. Este triángulo irreverente y premonitorio tal vez no anuncie ninguno <strong>de</strong> los balcones romboidales <strong>de</strong> las arquitecturas<br />

resi<strong>de</strong>nciales <strong>de</strong> Ridolfi: esos medios cuadrados no presagian necesariamente los dobles triángulos <strong>de</strong> los bloques <strong>de</strong> pisos <strong>de</strong>l Quartiere Ina Casa Italia (1949-51),<br />

ni tienen nada que ver con los <strong>de</strong> la Casa Chitarrini (1948-51), ambas en Terni, ni con los <strong>de</strong> las Casas en línea <strong>de</strong>l barrio Tiburtino (1950-55), a los que también<br />

se asoman el salón y la cocina, ni con los mucho más alargados <strong>de</strong> la Palazzina Zaccardi (1951-54), ambas obras en Roma. Por no tener que ver, tampoco tienen<br />

relación con los triángulos verticales <strong>de</strong> las ventanas, con los rombos <strong>de</strong> los aseos <strong>de</strong> los 44 apartamentos <strong>para</strong> la cooperativa Domus et Labor (1957-61), ni con las<br />

plantas angulares, poligonales, estrelladas <strong>de</strong>l proyecto <strong>de</strong> 1964-67 <strong>para</strong> las Nuevas Oficinas Municipales o con la <strong>de</strong> la primera Casa Lina, inscrita en un pentágono,<br />

o la <strong>de</strong> la segunda, que prefiere regirse por un hexágono; tampoco con el inquietante Proyecto <strong>de</strong> un Motel Agrip en Settebagni <strong>para</strong> Roma (1968-69) ni con el<br />

<strong>de</strong> la Casa Ottaviani en Norcia, Perugia, 1976-81. Mario Ridolfi (1904-2004), en esa <strong>foto</strong>grafía adolescente, sujeta con su mano izquierda una botella sustraída<br />

a Giorgio Morando (Adolf Loos no se sabe lo que sostiene entre las piernas). Este Mario Ridolfi, cuya mano <strong>de</strong>recha no pue<strong>de</strong> vérsele, el autor <strong>de</strong> ese ejemplar<br />

soberano <strong>de</strong> la arquitectura que es el Palacio <strong>de</strong> Correos <strong>de</strong> la Plaza Bolonia (1933-35), don<strong>de</strong> la curva, contradiciendo el futuro <strong>de</strong> los triángulos marioridofinos,<br />

al cerrarse en sí misma se volvió sutil y perfecta, no es el mismo que a mediados <strong>de</strong> esa década peligrosa visitaba a Adalberto Libera (1903-63) en su estudio <strong>de</strong> la<br />

Via <strong>de</strong>l Tritone, en medio <strong>de</strong> Roma. Por entonces ninguno <strong>de</strong> los dos necesitaba disfraces: el paráclito ya los había poseído con su hálito.<br />

54 Nº 11 / 2008 LARS<br />

<strong>Siete</strong> <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> siete <strong>arquitectos</strong> <strong>sin</strong> <strong>memoria</strong><br />

4. Mario Ridolfi <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> Adalberto Libera


<strong>Siete</strong> <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> siete <strong>arquitectos</strong> <strong>sin</strong> <strong>memoria</strong><br />

5. Alvar Aalto, <strong>sin</strong> manos, en 1956 en Venecia<br />

Ese que posa inestable podría no ser Alvar Aalto ante su Pabellón <strong>de</strong> Finlandia en el jardín <strong>de</strong> la Bienal <strong>de</strong> Venecia <strong>de</strong> 1956. Alvar Aalto, si aceptamos<br />

provisionalmente que se trata <strong>de</strong> él y no <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> sus simulacros, o <strong>de</strong> sus réplicas, o <strong>de</strong> sus siete heterónimos, tiene 58 años y las dos manos sepultadas<br />

en los bolsillos; aunque no lo parezca, sus manos, antes que muertas, están reposando. El pabellón, como el arquitecto, está todavía en obras, en perpetua<br />

ejecución: quizá los carpinteros, mientras él posa, estén almorzando. De Finlandia en el suelo sólo se lee la primera parte: sobre la ele mayúscula<br />

hay un martillo. El obrero, el mentido arquitecto, está <strong>de</strong>slumbrado por el sol: casi cegado por la luz <strong>de</strong>l sur. Incluso en Finlandia, don<strong>de</strong> es tan difícil<br />

la disi<strong>de</strong>ncia y la caricia, Alvar Aalto era extranjero. Dicen que nunca se quejó <strong>de</strong> su condición <strong>de</strong> bárbaro ni <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sahogo excesivo <strong>de</strong> su vestimenta;<br />

tampoco <strong>de</strong> esa corbata que al mediodía le sobra en Venecia. A pesar <strong>de</strong> esta <strong>foto</strong>grafía y <strong>de</strong> todas las que lo muestran yaciente, probando hacia 1933 una<br />

tumbona <strong>de</strong> la galería más alta <strong>de</strong>l Hospital <strong>de</strong> Paimio o contemplativo y distante en una visita <strong>de</strong> obras a su Villa Mairea, no son pocos los historiadores<br />

<strong>de</strong> la arquitectura y los exégetas que niegan que Alvar Aalto fuera real. Vossenffaf, en sus Pesquisas sobre las apariencias y las arquitecturas falaces intentó<br />

<strong>de</strong>mostrar su inconsistencia y la participación <strong>de</strong>l azar, y <strong>de</strong> algunas las manos furtivas, en la redacción <strong>de</strong>l catálogo <strong>de</strong>finitivo <strong>de</strong> sus obras completas.<br />

Alvar Aalto (1898-1976) está inscrito en el registro civil <strong>de</strong> Kuortane como Hugo Henrik Alvar Aalto: abrevió legítimamente su nombre porque dos<br />

haches y dos vocales idénticas seguidas le parecía excesivo; Charles Édouard Jeanneret-Gris (1887-1965), <strong>para</strong> facilitar su inscripción en el libro <strong>de</strong> la<br />

posteridad, como había hecho antes Voltaire, <strong>de</strong>cidió llamarse Le Corbusier; A Ludwig Mies van <strong>de</strong>r Rohe (1886-1969), incluso antes <strong>de</strong> emigrar, ya<br />

director <strong>de</strong> la Bauhaus en Berlín, le sobró <strong>de</strong> su nombre el principio; Jacobus Johannes Pieter Oud (1890-1963), por economía <strong>de</strong> signos y humildad,<br />

siempre firmó sus obras con el anagrama J. J. P. Oud; Tratados <strong>de</strong> poliorcética, como homenaje holandés y en señal <strong>de</strong> alabanza, <strong>para</strong> promocionar el<br />

apellido materno en la onomástica está, como alguna otra, inmerecidamente firmada con la abreviatura J. J. P. Bañón.<br />

Nº 11 / 2008 LARS 55


Entre estas dos <strong>foto</strong>grafías <strong>de</strong> Arne Jacobsen (Copenhague, 11 <strong>de</strong> febrero <strong>de</strong> 1902 - 3 <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong> 1971, Copenhague) hay un momento y la omisión <strong>de</strong><br />

unas gafas. El gesto apenas varía, aunque parece que al quitarse las gafas ha añadido una levísima y maligna sonrisa. Y si se insiste tanto en la sonrisa, en<br />

la sonrisa pérfida <strong>de</strong> Jacobsen o en la sonrisa aversa <strong>de</strong> Loos, es por ser un asunto clave <strong>de</strong> la arquitectura: uno <strong>de</strong> sus vacíos; como las habitaciones, una<br />

<strong>de</strong> sus oqueda<strong>de</strong>s. Arne Jacobsen la usó como herramienta. Los ángulos que forman los antebrazos y las maneras <strong>de</strong> aprisionar la pipa han cambiado <strong>de</strong><br />

una escena a otra: la proximidad <strong>de</strong> la embocadura <strong>de</strong> la caña a la boca es distinta. Arne, <strong>sin</strong> embargo, aunque hace como que fuma, no está en ninguna<br />

fumando. La pipa es aquí un elemento compositivo equi<strong>para</strong>ble a la pajarita (no así en Plecnik, que es <strong>de</strong> todos los <strong>arquitectos</strong> el que mejor la lucía),<br />

oscura como la correa <strong>de</strong>l reloj, <strong>de</strong> más jerarquía que las gafas traslúcidas y blanquecinas. De ellas pue<strong>de</strong> el mo<strong>de</strong>lo prescindir a su antojo, ponérselas o<br />

quitárselas como quien se pone y se quita <strong>de</strong>l lagrimal una viga. La silla en la que se sienta el arquitecto es con toda probabilidad una hormiga: su silla<br />

Myren <strong>de</strong> tres patas que en 1952 produjo Fritz Hansens Eft (la silla que persiguió a Genoveva Alcocer por La tejedora <strong>de</strong> coronas era una araña: Germán<br />

Espinosa, alucinado y divino, or<strong>de</strong>nó la metamorfosis). En las dos <strong>foto</strong>grafías apenas hay diferencias en el trazado <strong>de</strong> las arrugas <strong>de</strong> la camisa: ése y no otro<br />

es el dibujo que al buen y coqueto Arne –<strong>de</strong> aviesa y terrible mirada– hoy le interesa (el que hay en el papel es simple iconografía: el cirujano con su bata<br />

y su bisturí, santa Águeda con sus dos pechos en una ban<strong>de</strong>ja, la muerte con su túnica y su guadaña, el arquitecto con su lápiz y su dibujo cerca). La pipa<br />

es <strong>para</strong> el gángster un arma <strong>de</strong> guerra; y <strong>para</strong> las adolescentes pru<strong>de</strong>ntes es una verda<strong>de</strong>ra amenaza la curvatura <strong>de</strong> las cejas enarcadas <strong>de</strong> Arne si no lleva<br />

puestas las gafas. René Magritte en 1928, mucho antes <strong>de</strong> que Arne exhibiera su pipa y la registrara como una <strong>de</strong> sus aportaciones particulares al catálogo<br />

<strong>de</strong> los elementos compositivos <strong>de</strong> la arquitectura, ya había escrito <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su pintura que eso que había encima, que ésa no era una pipa. La <strong>de</strong> Arne es<br />

un signo <strong>de</strong> admiración. Arne Jacobsen i<strong>de</strong>ó un ahuma<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> pescado que, con sus tres chimeneas, se construyó en 1943 cerca <strong>de</strong> Od<strong>de</strong>n Havn: ésta es<br />

una <strong>de</strong> sus obras menos conocidas. La otra es la aventura acrobática que tuvo con una azafata en la séptima planta <strong>de</strong>l SAS Royal Hotel <strong>de</strong> Copenhague.<br />

Quizás el porvenir se olvi<strong>de</strong> <strong>de</strong> Jacobsen, <strong>de</strong> Ridolfi o <strong>de</strong> Libera: con Loos seguirá tropezando, <strong>sin</strong> po<strong>de</strong>r refutarlo.<br />

56 Nº 11 / 2008 LARS<br />

<strong>Siete</strong> <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> siete <strong>arquitectos</strong> <strong>sin</strong> <strong>memoria</strong><br />

6. Arne Jacobsen por duplicado


<strong>Siete</strong> <strong>pies</strong> <strong>de</strong> <strong>foto</strong> <strong>para</strong> siete <strong>arquitectos</strong> <strong>sin</strong> <strong>memoria</strong><br />

7. Kostantín Mélnikov en su tristeza<br />

He aquí, <strong>de</strong> cuerpo presente, la melancolía según el arquitecto Konstantín Mélnikov. Véase a Konstantín Mélnikov (1890-1974) ausente en la casa <strong>de</strong><br />

cilindros duplicados que se construyó en Moscú como guarida y refugio cuando aún se vestía con ropa comprada en el extranjero. Contemple el futuro a<br />

Konstantín Mélnikov extraviado, mirando en 1972 más allá <strong>de</strong>l objetivo <strong>de</strong> Henri Cartier-Bresson, <strong>foto</strong>grafiado en el salón <strong>de</strong> su madriguera. Mélnikov<br />

tiene ochenta y dos años y lleva puesto, como la cúpula que nunca usó, un gorro blanco. Su boca esboza una sonrisa que quizá sus ojos niegan. En 1967,<br />

siete años antes <strong>de</strong> morir, escribió «construí en 1927 en el centro <strong>de</strong> Moscú <strong>para</strong> mí mismo una casa con la inscripción: Konstantín Mélnikov, Arquitecto».<br />

Una casa <strong>para</strong> sí mismo con su nombre propio rotulado en el dintel <strong>de</strong> la fachada, como en los panteones <strong>de</strong> los cementerios ilustres, como Agrippa<br />

atribuyéndose el romano. Mélnikov está <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l envoltorio <strong>de</strong> su casa, en su crisálida, en el interior <strong>de</strong> la corteza perforada que labró con ladrillos<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su éxito en París (Pabellón Soviético en la Exposición Internacional <strong>de</strong> Artes Decorativas e Industriales Mo<strong>de</strong>rnas, 1925), don<strong>de</strong> por encargo<br />

municipal se atrevió a proyectar con diagonales, sobre un puente <strong>de</strong>l Sena, sustentado por dos atlantes opuestos, un aparcamiento <strong>para</strong> mil taxis. El éxito<br />

fue <strong>para</strong> Mélnikov pasajero: pronto la jerarquía lo <strong>de</strong>spojó <strong>de</strong> la gloria. La palabra «éxito» es <strong>sin</strong>ónima <strong>de</strong> óbito. «Ex-ire» [ex-itus] es ir fuera, ir más allá,<br />

salirse por arriba, como lo es rebosar o triunfar. «Exitus» escribe la hematóloga en el historial clínico <strong>de</strong>l paciente cuando éste fallece, y es ésto lo último<br />

que en él escribe. El éxito es alejarse solo hasta extraviarse, transgredir el límite, quedarse en la parte <strong>de</strong> fuera, con temor a regresar. El éxtasis es salirse <strong>de</strong><br />

sí mismo. «Co-ire» [co-itus] es ir con, ir juntos, irse acompañado, irse con una, con otra, con todas: ir hacia una o hacia otra hasta internarse en ella, hasta<br />

encarnarnos y confundirnos. «Coire» es el infinitivo <strong>de</strong>l verbo «coeo», y «coitum» su participio, y significa unirse, juntarse, ayuntarse, disolverse en lo<br />

otro hasta formar una unidad. «Sub-ire» [sub-itus] es ir <strong>de</strong> pronto, llegar <strong>sin</strong> ser visto, <strong>de</strong>saparecer o aparecer improvisadamente por <strong>de</strong>bajo. Éxito, coito,<br />

súbito: ¿cuál <strong>de</strong> estos tres nombres <strong>de</strong> la buena muerte susurró Konstantín Mélnikov en su agonía? ■<br />

© Henri Cartier-Bresson / Magnum Photos / Contacto<br />

Nº 11 / 2008 LARS 57

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!