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Una vez finalizado el presente estudio que se somete a la consideración de los
lectores, se puede rescatar una serie de conclusiones, entre las cuales merecen destacarse las
siguientes:
1. La configuración inicial del sistema de control social de la moral y las costumbres
en la provincia de San José, entre 1860 y 1949, se presentó en un contexto donde todavía la
centralización política no había alcanzado su pleno desarrollo y el Estado costarricense aún
estaba en ciernes. Precisamente, las políticas que pretendieron la difusión de la terapéutica,
el honor, la civilización de las costumbres y la morigeración de las conductas de los sectores
populares procuraron redefinir los conceptos tradicionales existentes en las comunidades,
con el fin de ir inculcando en ellos los peligros de la trasgresión social y allanar el camino
para una intervención estatal en la vida de sus ciudadanos, legitimar el accionar estatal y
facilitar la hegemonía de la clase dominante.
De ese modo, a partir de los códigos penales, la clase dominante y su “intelligentsia”
comenzaron a edificar “instituciones totales” que pretendieron morigerar y civilizar a los
sectores populares. Las cárceles, las escuelas, los juzgados, las alcaldías, los reformatorios,
los hospitales y hasta los burdeles fueron utilizados como instrumentos para divulgar los
valores dominantes. En la configuración de los mecanismos formales de control social, la
clase dominante y su “intelligentsia” procuraron fundamentar su concepción clasista
procurando (lo que en términos foucaultianos se llamaría) una “nueva ingeniería social”.
En el decenio de 1860, los abogados, médicos, higienistas, curas y policías se
convirtieron en la mano visible del Estado y del proyecto dominante. A través de ellos los
legisladores y la “intelligentsia” al servicio de la clase dominante establecieron no sólo las
enfermedades sociales y sus portadores, sino también construyeron los remedios ideales de
cómo socavar las posibles amenazas. La ley, la enseñanza, la piedad y la medicina
comenzaron a difundirse como los verdaderos adalides de la civilización. Los códigos
penales articularon el nuevo accionar, creando escenarios y libretos a los cuales debían
constreñirse tanto, a los agentes de control como a todos aquellos que estaban bajo la
supervisión social. El cura, el juez, el maestro, el médico o el policía intimidaron con el
chilillo, la cruceta, la cárcel o con penas eternas e inmisericordias, tanto para el trasgresor
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