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Caminaba muy <strong>de</strong>spacio<br />
Caminaba muy <strong>de</strong>spacio, <strong>de</strong>leitándose con el crujido vegetal que producían sus<br />
pasos sobre la capa <strong>de</strong> hojas otoñales. Podía estar contando pisadas durante horas<br />
y horas sin que la reiteración <strong>de</strong>l acto mermase su interés.<br />
No necesitaba mucho más para ser feliz. Tan sólo no encontrarse a nadie, no ver a<br />
nadie, no tener que saludar a nadie, no compartir nada con nadie.<br />
Eso era el paraíso: la más absoluta <strong>de</strong> las soleda<strong>de</strong>s. Cosme García Padilla era así.<br />
Quizá había nacido con una misión a cumplir que marcase <strong>de</strong> alguna forma su<br />
carácter <strong>de</strong> hombre estepario.<br />
Nadie podía <strong>de</strong>cir, en justicia, nada malo <strong>de</strong> él. Claro que tampoco, en justicia, se<br />
podía <strong>de</strong>cir nada bueno <strong>de</strong> él, porque no se sabía nada <strong>de</strong> él. Cosme García Padilla<br />
era solamente una entrada en el padrón municipal <strong>de</strong> habitantes.<br />
Siempre volvía a casa ansiando reencontrarse con la soledad doméstica que tanto<br />
añoraba durante las horas <strong>de</strong> trabajo. Nadie esperándole, nadie que le aguardase<br />
con un beso, ningún animal <strong>de</strong> compañía, ninguna planta, excepto unos cuantos<br />
tomates y algunas piezas <strong>de</strong> fruta en la nevera. En <strong>de</strong>fi nitiva...nadie, el estado<br />
perfecto.<br />
No tenía más afi ciones que la lectura y los paseos. La primera le permitía asomarse<br />
al mundo sin tener que tocarlo. Para la segunda, solía coger su coche y recorrer<br />
los once kilómetros que le separaban <strong>de</strong> un robledal don<strong>de</strong> nunca había nadie.<br />
Aquella tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> mediados <strong>de</strong> junio y luz interminable, Cosme llegó allí un poco<br />
antes <strong>de</strong> lo habitual y se encontró con un coche negro aparcado don<strong>de</strong> moría el<br />
camino que daba acceso al bosque.<br />
Unos “intrusos“ se le habían a<strong>de</strong>lantado, por lo que <strong>de</strong>cidió esperar a que salieran<br />
para no toparse con ellos durante el paseo. Pero el tiempo avanzaba y no se producía<br />
el esperado regreso <strong>de</strong> los excursionistas. Cosme se aventuró a entrar, pues<br />
si no, se le acabaría echando la noche encima.<br />
Al cabo <strong>de</strong> un tiempo tuvo a la vista a alguien que caminaba aun más lento que<br />
él. Al menos era uno solo, eso ya mejoraba las cosas. Pensó en ralentizar su marcha<br />
Cuéntanoslo con arte 21