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50 años atrás, el cuenco <strong>de</strong> las cerezas, los vasos metálicos <strong>de</strong> colores con la jarra<br />
a juego. La gran mesa <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra sin barnizar guarda todavía restos <strong>de</strong>l último tazón<br />
<strong>de</strong> leche que tomé la mañana que me fui para siempre. Instintivamente paso<br />
los <strong>de</strong>dos por la superfi cie; aún recuerdo el día en que el abuelo la construyó con<br />
sumo cuidado, lijando y lijando la gruesa tabla hasta <strong>de</strong>jarla lisa y suave como el<br />
mármol. Un nudo en el centro era el sol, y las vetas <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra eran los caminos<br />
que habían <strong>de</strong> recorrer mis papás por el universo para llegar al lugar don<strong>de</strong> todos<br />
nos reuniríamos. Papá y mamá murieron por rojos, me habían dicho, y entonces<br />
supuse que era porque se les rompieron las venas y la sangre les inundó todo el<br />
cuerpo y ya no pudieron respirar más. Yo apenas podía recordarlos, porque fallecieron<br />
siendo muy pequeño. Pero el abuelo siempre me hablaba <strong>de</strong> ellos y fui<br />
creando recuerdos que me acompañaron durante toda la vida.<br />
Por la puerta <strong>de</strong> la cocina salgo a lo que un día fue nuestro hermoso jardín. Ahora<br />
es una jungla <strong>de</strong> hierbajos entremezclados sin or<strong>de</strong>n ni concierto. La ausencia <strong>de</strong><br />
las manos cuidadoras <strong>de</strong> la abuela ha llenado <strong>de</strong> caos aquel lugar que antaño fue<br />
el rincón <strong>de</strong> la fantasía, don<strong>de</strong> los árboles ejercían <strong>de</strong> lugares misteriosos a los que<br />
trepar en busca <strong>de</strong> nuevos horizontes. El muro <strong>de</strong> piedra bor<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> madreselva<br />
me parece hoy más bajo que entonces. Recuerdo que me subía a un cajón <strong>de</strong><br />
ma<strong>de</strong>ra para po<strong>de</strong>r atisbar el más allá <strong>de</strong> mis dominios infantiles. Hoy ese más allá<br />
se ve cercano, al alcance <strong>de</strong> cualquier pretensión. De niño, el temor a lo que allí<br />
encontraría me hacía fantasear con historias y aventuras sin fi n.<br />
Contemplo ahora el portón <strong>de</strong> entrada a la fi nca, con sus rejas <strong>de</strong>svencijadas y el<br />
cerrojo oxidado y fuera <strong>de</strong> sitio. Muchos años atrás crucé aquel portón con lágrimas<br />
en los ojos y el corazón encogido, pensando en los porqués <strong>de</strong> aquella huida<br />
impuesta por alguien que no era yo. Ni papá ni mamá habían estado allí para <strong>de</strong>spedirme,<br />
ni tampoco el abuelo, que había muerto meses antes en un acci<strong>de</strong>nte<br />
con el tractor. Sólo la abuela lloraba tristemente en la cancela, enjugando los ojos<br />
en su <strong>de</strong>lantal <strong>de</strong> cuadros grises, sus torpes movimientos aquejados <strong>de</strong> aquellos<br />
sempiternos temblores.<br />
Habían <strong>de</strong> pasar muchos años para que yo alcanzase a compren<strong>de</strong>r lo que sintió en<br />
aquel momento que a mi me pareció que me abandonaba a mi suerte. Lo que supuso<br />
para ella enviarme con unos parientes lejanos a los que ni siquiera conocía, al otro lado<br />
<strong>de</strong>l país, porque se vio incapacitada para seguir cuidándome. “Es lo mejor para ti, mi niño”,<br />
me repetía aquellos últimos días antes <strong>de</strong> mi partida. Tardé en saber que su enfermedad<br />
iba <strong>de</strong>generando tan <strong>de</strong>prisa que apenas podía mantenerse <strong>de</strong> pie, y que la rigi<strong>de</strong>z en<br />
sus músculos la imposibilitaba para las labores más sencillas. Pero en aquel momento yo<br />
sólo veía que la abuela, la única persona que me quedaba en el mundo, me echaba <strong>de</strong><br />
su lado por alguna razón que <strong>de</strong>sconocía.<br />
18 Cuéntanoslo con arte